Muchas veces, cuando hablamos de la historia de Cuenca o hacemos referencias al pasado de nuestra tierra, nos saltamos una época famosa no por sus hechos o grandeza, sino por la retahíla de curiosos nombres y extraños reyes de los que no sabemos nada más que su peculiar forma de hacerse llamar. Hablamos de los visigodos, un pueblo centroeuropeo que poco a poco llegó a la Península para protagonizar una época que siempre nos baila entre los romanos y las culturas medievales.
Para empezar, hay que entender que los visigodos siempre se han estudiado mal. Y no me refiero a que nadie se haya acabado aprendiendo los nombres de sus exóticos reyes, sino que los contemporáneos juegos políticos españoles manejaron a veces a este pueblo como si del parchís se tratara. Nuestro estudio de la historia nos hace pensar que cuando llegaron los visigodos echaron a los romanos que estaban aquí antes (por comparación, mucha gente entiende también que los romanos que llegaron echaron a los que había antes que ellos), pero nada más lejos de la realidad. Como en todo, y en todas las culturas, lo que suele cambiar es el marco legal, político o administrativo con sus lógicas aportaciones culturales, pero el componente étnico (entendiendo esto como oriundos de la propia península), apenas cambia. Por lo que no, no nos invadieron millones de visigodos y echaron de aquí a los romanos que había antes, sino que cambiaron ciertos parámetros culturales que, por cierto, eran en algunos casos muy similares a los anteriores. Cuando hablamos de visigodos conquenses no hablamos de unos cuantos centroeuropeos que llegaron a nuestra ahora provincia en torno a los siglos VI-VIII, sino a la huella que ha dejado para nosotros esa cultura. Y sí, dejaron huella.
Hay que relacionar a los visigodos directamente con los romanos, ya que durante siglos fueron vasallos suyos y se adaptaron perfectamente a los conceptos culturales que circulaban por Europa en periodos anteriores. Por eso hablaban latín, su marco jurídico era el derecho romano y se instalaron en aquellos sitios que ya estaban poblados por aquel entonces, por lo que las antiguas ciudades romanas van a ser los puntos más importantes de presencia cultural visigoda. En este aspecto, las ciudades de Segóbriga, Ercávica y Valeria tuvieron una seria transformación durante estos siglos, auspiciadas por convertirse las tres en sedes episcopales visigodas. Un caso importante es el de Segóbriga, con la construcción de la famosa basílica y los edificios asociados a ella. Se convertiría con el tiempo en un espacio ad santos, es decir, con un culto asociado a ciertos personajes religiosos relevantes para la vida civil y religiosa segobrigense. El caso de Segóbriga es un claro ejemplo del cambio de estructura urbana de una ciudad de época romana en estos siglos, con una importante urbanización de sectores que antes eran secundarios y que ahora se convierten en más protagonistas.
El cambio religioso originado en los últimos estertores del Imperio Romano con un cristianismo galopante hizo que el juego político también se viera inmerso en estos menesteres, y los propios visigodos tuvieron que cambiar de parecer por asuntos más políticos que espirituales a lo largo de su estancia en la Península. De ahí que muchos de los edificios o restos arqueológicos conservados de esta época se centren en espacios religiosos. Quizás el más paradigmático de nuestra provincia sea el conocido como Monasterio Servitano, curiosa construcción localizada en las cercanías de la ciudad de Ercávica, y que se asocia con el cenobio levantado por el obispo Donato tras su huida del norte de África. El propio monasterio, creado en otra de las sedes episcopales visigodas, puede estar en estrecha relación con la ciudad de Recópolis levantada por Leovigildo para su hijo Recaredo, uno de los centros políticos de la España visigoda de su tiempo.
Además de esto, existen innumerables restos materiales encontrados aquí y allá a lo largo de la provincia que evidencian la impronta cultural hispanovisigoda en nuestras tierras, y pocas son las poblaciones que no tienen en alguno de sus parajes esas famosas tumbas excavadas en la roca que se suelen asociar con los visigodos más por cronología que por otra cosa.
Fueron los visigodos un pueblo guerrero siempre enfrascado en fraternas guerras civiles por conseguir un poder militar que realmente no era relevante, pero que para ellos era muy significativo. Para muchos son una eterna e insufrible lista de nombres a cada cual más raro que cierto sistema educativo poco democrático les hacía aprender como si de la tabla de multiplicar se tratase (para sufrimiento de aquellas generaciones y con nula relevancia en su vida posterior). Pero para otros fue, y es, una cultura a caballo entre dos tiempos y dos religiones cuyas luchas internas acabaron con la llegada en el 711 de unos aliados de fuego amigo. Sus casi tres siglos de poder en lo que entonces no se consideraba ni España dejaron su huella en nuestras tierras, y es justo que, aunque sea de vez en cuando, nos acordemos de eso.
Para saber más
- Barroso Cabrera, R., Morin de Pablos, J. (2003): “El Monasterio Servitano: auge y caída de un cenobio visigodo”, Codex aquilarensis: Cuadernos de investigación del Monasterio de Santa Maria la Real, nº 19, pp. 9-25.
- Barroso Cabrera, R., Carrobles Santos, J., Morin de Pablos, J.: (2013) “Una propuesta de interpretación de la llamada basílica exterior de Cabeza de Griego”, Madrider Mitteilungen, nº 54, pp. 442-484,
- Cebrían Fernández, R., Hortelano Uceda, I. (2015): “La reexcavación de la basílica visigoda de Segóbriga (Cabeza de Griego, Saelices)”, Madrider Mitteilungen, nº 56, pp. 402-447.
- Dimas Benedicto, C. (2015): La Antigüedad Tardía en el territorio de la Carthaginiensis. Tesis doctoral. UCLM.