De las Viñas y el vino en Cuenca, un alimento básico en el siglo XVI

De las Viñas y el vino en Cuenca, un alimento básico en el siglo XVI

El pintor flamenco Anthonis van den Wyngaerde fue muy viajero desde jovencito. Con menos de veinte años ya había estado en la actual Alemania, en Francia y en Inglaterra bajo el servicio del emperador Carlos I. Hizo un interrail artístico en toda regla. Más tarde, continuaría como pintor de la Corte bajo el reinado, esta vez, de Felipe II.

En honor a este trotamundos y a su apellido “De las Viñas”, cogeremos prestada la temática para nuestro artículo y realizaremos una inmersión en la Cuenca del siglo XVI, o, mejor dicho, en las viñas conquenses.

En sus dos vistas a Cuenca, realizadas a mediados del siglo XVI, Van den Wyngaerde le dedica mucha atención, no solamente a la ciudad en sentido urbanístico, sino lógicamente también a los entornos naturales. Hoy en día todavía quedan reminiscencias de las huertas que muestra en la hoz del Huécar, aunque lamentablemente ya no tengan mucho que ver con las extensas zonas que existían entonces. No queda ni rastro en cambio, de un cultivo todavía tan característico en la provincia de Cuenca como es la viña.

Si bien en la versión de Cuenca desde la hoz del Huécar y en cuanto a agricultura se refiere, Van den Wyngaerde le da el protagonismo a las huertas que se encuentran tanto en la ribera del río como en los hocinos, en la vista de Cuenca desde el Oeste nos muestra sobre todo otra cosa. Dibuja otros cultivos predominantes en la ciudad y sus alrededores en esa época, como lo eran las viñas. Ahora nos parecerá prácticamente imposible imaginar una vista de la ciudad de Cuenca en la que aparezcan viñedos en los terrenos escarpados que la rodean. Pero el hecho es que según los trazos de Van den Wyngaerde, las había, y no en poca cantidad.

Figura 1: Van den Wyngaerde, Anton. Cuenca desde el Oeste (detalle Cerro Molina), 1565. Pluma, tinta y aguadas de color. Viena, Nationalbibliothek.

Una muestra muy clara de ello la vemos en la zona más oriental de esta vista, justo sobre los últimos edificios de la ciudad, en el actual Cerro Molina. Hay que decir, que en esta ocasión nos lo ha revelado el propio artista en uno de los dibujos preparatorios que realizó para esta versión, y en los que a modo de identificación escribió la palabra “vignas” sobre esa zona en el dibujo. Para darles forma a las viñas traza multitud de líneas paralelas a las que les da un aguado en tono verde. También coloca líneas en perpendicular y dibuja separaciones entre ellas, dejando claro que se trata de distintas parcelas, bien diferenciadas unas de otras. Parecen además llegar hasta una buena altura, juzgando por el trazo y coloreado similar que vemos cerro arriba. En esa época, ya era una de las zonas de viñas más extensas y antiguas de la ciudad, conocida por “las vinnas de Cabeca Molina”.

Quizás no tan abundantes eran las viñas en el Cerro de la Fuensanta, en la ladera sobre la zona izquierda del actual barrio de San Antón y el campus universitario, solo visible parcialmente en el dibujo de Van der Wyngaerde. Se reconoce el mismo trazado de líneas horizontales, aunque aquí no haya delimitación clara. Podrían quizás confundirse con las zonas de sombreado del dibujo, pero estas últimas las realiza con un carácter menos preciso o alineado, además de ser zonas con aguados marrones, más que verdes. Respaldando su existencia hay varias fuentes coetáneas en las que se nombran las viñas en el pago de la Fuensanta.

Figura 2: Van den Wyngaerde, Anton. Cuenca desde el Oeste (detalle zona San Antón), 1565. Pluma, tinta y aguadas de color. Viena, Nationalbibliothek.

¿Qué razones podría haber para elegir terreno tan complicado, tanto por su orografía, como por la calidad del suelo para su cultivo?

Para esto es importante saber que el vino en el siglo XVI, formaba parte del sustento diario de la mayoría de la población. Prácticamente todo el mundo bebía vino todos los días. De hecho se le otorgaban más cualidades que al agua, y en muchas ocasiones era más seguro beber vino, que el líquido cristalino. Si a eso le sumamos que formaba parte importante de la economía de las ciudades españolas y que se protegía la producción local frente a la foránea mediante ordenanzas municipales, no es de extrañar que también hubiese viñas serranas, aunque se ubicasen en estas parcelas más complicadas para su cultivo.

Esto último ya lo afirmaba Covarrubias, que conocía bien la ciudad, en su Tesoro de la lengua castellana. Según éllas viñas de Cuenca son muy ruines, y suélenlas vendimiar los que no las podaron ni cavaron”. ¿Lo serían también los propios vinos?

Figura 3: Van den Wyngaerde, Anton. Cuenca desde el Oeste (detalle carro), 1565. Pluma, tinta y aguadas de color. Viena, Nationalbibliothek.

En este contexto, aunque salvando las distancias en cuanto a extensión y a diferencia de épocas, vienen a la mente varias zonas escarpadas con tradición vitivinícola actual como pueden ser el Priorat en Tarragona, o la Ribeira Sacra en Galicia. Si bien las producciones en sus zonas poco accesibles suelen ser más bajas, hoy en día tienen fama por la alta calidad de sus vinos. Lo que está claro es que tanto entonces como ahora, trabajar y vendimiar en estos cerros no sería fácil tarea, ni tendría unos resultados abundantes. 

Tiene sentido por lo tanto que, al ser un producto tan demandado, los conquenses también se apoyaran en zonas más retiradas pero de más fácil acceso, como eran por ejemplo Nohales y Casasola, ambas en dirección noroeste. O más cerquita de la ciudad y bordeando el Júcar, el pago de Buenavista. El trajín de carros y carretas transportando vino dentro y fuera de la ciudad debía de ser de lo más habitual. De hecho el propio Van den Wyngaerde ha dejado muestra de unas señoras cubas siendo transportadas por las calles de la ciudad.

Figura 4: Van der Heyden, Pieter. Otoño (detalle), 1570. Grabado. Rijksmuseum, Amsterdam

Una vez dentro, el vino se llevaba a alguna de las muchas bodegas que había en casas privadas, como por ejemplo la bodeguilla de un tal Julián Cordido junto a la Iglesia de San Pedro, pero también a edificios pertenecientes al clero, siendo una de ellas la bodega del colegio de los Jesuitas, un poco más abajo en la calle San Pedro. En las bodegas el vino se conservaba en cubas o tinajas, que duraba en buen estado como mucho hasta un año. Era muy poco habitual tener vinos de más tiempo, como el añejo de más de un año, o el trasañejo, de más de dos.

Figura 5: Kruijer, J. Bodega centenaria, 1992. Acuarela. Fuente: propia

Gracias a su alto consumo en general, seguramente tampoco daba tiempo a que reposara demasiado. Por hacernos una idea, en Madrid a principios del siglo XVII, se llegaban a consumir doscientos litros por persona y año, lo que equivale a más de medio litro al día. En ese sentido ya cuadra más la idea de ser sobre todo alimento, obviando los efectos de la parte alcohólica, claro está. En un tratado médico de 1546 editado en Valladolid, vemos un ejemplo de ello. Dentro de lo bebible, el vino se consideraba alimento junto con el aceite y la leche. También se nombraba el agua, que era bebida como tal, y la última categoría era la de bebidas como medicamento, que incluía la cerveza y el zumo de frutas. Hoy en día, muchos aficionados a la cerveza estarían de acuerdo, pero a más de un médico o nutricionista se le pondrían los pelos de punta con estas afirmaciones. Para entenderlo en su época y en su contexto, tendríamos que adentrarnos literalmente en las calles y casas de Van den Wyngaerde.

A falta de una máquina del tiempo, nos conformaremos con que el artista flamenco nos haya dejado dos magníficas vistas de la Cuenca del siglo XVI y que nos hayan ayudado a ilustrar partes de la historia del vino conquense.

Queda finalmente esperar que sus trazos y sus vignas sirvan para profundizar todavía más en los orígenes de la viticultura de la ciudad.

Deja una respuesta