Este emblemático arrabal de nuestra ciudad, enclavado entre el Cerro de la Majestad y el río Júcar, es mencionado por primera vez en registros del siglo XIV. En particular, como ramificación del arrabal “Barrionuevo”, frente al hoy parque de la Trinidad, al fundarse el Hospital de San Antonio Abad (actual Iglesia de la Virgen de la Luz) en 1352.
Sin embargo, no es de extrañar que existieran asentamientos previos, relacionados con los habitantes que dedicaban su labor a la agricultura y la ganadería. De hecho, en el siglo XIII había viñedos en el espacio hoy ocupado por el barrio, en el llamado “Osorio de los moros”.
Si nos fijamos en el puente que cruza el río (antes del Canto, hoy de San Antón), así como la presa, el canal, molinos y huertas junto a él, habría que remontarse a tiempos anteriores a la conquista cristiana del siglo XII. Estos terrenos, tras la conquista, fueron cedidos por Alfonso VIII a la Orden de Santiago.
Con todo ello, llegamos al siglo XV, donde ya abundan en el barrio ollerías, curtidurías, tenerías y alfarerías (algunas aprovechando cuevas existentes). En definitiva, se trata de un barrio altamente productivo, que ya destaca en estos tiempos por sus oficios (en especial, la alfarería) y por sus labores de caridad, llegando a contar con tres hospitales: el de San Antonio Abad, el de San Jorge y el de San Lázaro.
Siglos XVI y XVII
A partir del s. XVI, como consecuencia de la expansión ganadera que experimenta la ciudad, se consolida el barrio. Es la entrada a la ciudad desde Madrid, siendo el camino principal el que cruzaba por la actual calle de San Lázaro (aún no existía la Avenida de los Alfares) hasta el puente, para acceder a la ciudad histórica por la Puerta de Huete (Puente de la Trinidad). Mercancías, viajeros y monarcas pasaron por este barrio.
En este siglo se producen grandes reformas en San Antón, como la portada plateresca de la iglesia Virgen de la Luz (en aquella época, el compuesto religioso y hospitalario de San Antonio Abad y Santa María del Puente) en 1523 por Gil Martínez Parejano.
El puente del Canto (de San Antón) fue el puente por antonomasia hasta 1550, con la construcción del puente de San Pablo. Formado por dos grandes ojos de medio punto sobre tres gruesos machones rectangulares, este puente, símbolo del paso sobre el Júcar, existía desde antes de la conquista cristiana. A pesar de las hipótesis que apuntan a un origen romano del mismo, de lo que sin duda hay constancia es de su función en época musulmana.
La alfarería siguió cobrando protagonismo durante este siglo, siendo la edificación propia de los alfares la mayoritaria del lugar: casas con corrales y porches. Esto puede observarse claramente en “La vista a Cuenca desde el Oeste”, de Anton Van den Wyngaerde en 1565.
El siglo XVII significó el comienzo de la crisis de la ciudad, que sumergió a Cuenca en un periodo oscuro que se perpetró durante varios siglos, con puntuales focos de luz. La industria lanar comenzó a perder fuerza, del mismo modo que España comenzaba a desdibujarse como potencia europea, disminuyendo así la cabaña ganadera conquense y produciendo un efecto en cadena en la que todas las actividades económicas se vieron afectadas. La ciudad quedó reducida a poco más que un pueblo, con mayoría de población clerical y de servicios, lo que Troitiño denominó como ciudad parasitaria. Sin embargo, San Antón, a pesar de sufrir los estragos de esta crisis demográfica, siempre se mantendrá como un barrio con producción, ya sea en el ámbito agrícola o de la artesanía. Significará parte de la llamada ciudad productiva. A pesar de ello, se configura desde el principio como un claro barrio popular.
Siglo XVIII
Durante el siglo XVIII hay una tenue recuperación demográfica de la ciudad, que también afecta a este barrio. Como se ha comentado, en un contexto en el que la población conquense estaba dominada sobre todo por el servicio doméstico y los clérigos, los arrabales como San Antón destacaban como las zonas productivas de la ciudad. Se trataba de un barrio popular con casas y parcelas de pequeño tamaño, en lucha con la topografía del cerro. El valor del suelo era bajo, propio de un arrabal, lo que apunta cierta marginalidad.
El barrio de San Antón (también denominado de San Lázaro en aquella época) pertenecía a la parroquia de San Juan, siendo, junto al barrio de las Trinitarias, los espacios extramuros de esta parroquia.
En lo relativo al aspecto económico, el sector textil era de los más importantes en esta zona, con cardadores, peinadores, hilanderas o tejedores. También destaca la presencia de campesinos que trabajaban en las huertas del Júcar. El barrio lo dominaba población de bajos recursos, viudas y niveles inferiores del artesanado (especialmente, ollerías). De hecho, la mayoría de jornaleros vivían en el barrio de San Antón. Al mismo tiempo, se trataba de una población relativamente joven respecto al resto de la ciudad.
Fue en este siglo cuando se construyó la Avenida de los Alfares, proyectada por Mateo López, configurándose como la nueva vía de entrada a la ciudad desde Madrid. También se unificó el hospital de San Antonio Abad con la iglesia de Nuestra Señora del Puente (Virgen de la Luz), siendo a partir de entonces un único complejo arquitectónico.
Es a finales de este siglo cuando aparece la Casa de la Beneficencia en los terrenos del Hospital de Santiago, lo que contribuyó a establecer esta zona como la asistencial de la ciudad.
Siglos XIX y XX
El siglo XIX comienza con la Guerra de Independencia, que tuvo repercusiones en Cuenca, sufriendo una gran crisis similar a la del siglo XVII, perdiendo población. Así, en 1807, Cuenca contaba con 7.736 habitantes, necesitando más de 60 años para recuperarse y llegar a una cifra de población similar. En 1851, el barrio cuenta con 191 habitantes.
Como consecuencia de los sucesivos estallidos bélicos, el puente del Canto se ve muy afectado, declarándose en 1849 en estado ruinoso. Sin embargo, no es hasta 1867-1868 cuando se restaura, ofreciendo el aspecto actual.
Se sigue practicando la autoconstrucción, socavando las laderas del cerro de La Majestad, con un proceso muy anárquico, y donde los desniveles se resuelven con escalones. Se tratan, en general, de casas de 1 o 2 plantas.
A mediados del siglo XIX, sufre, al igual que el resto de la ciudad, epidemias de cólera, acentuadas por la falta de higiene y el hacinamiento propio de los barrios populares.
Sin embargo, a finales del s. XIX y principios del XX hay un auge demográfico en el barrio, debido al impulso de la industria maderera y la llegada del ferrocarril. Pasa de tener 292 habitantes en 1885 a contar con 695 en 1915. Al igual que en siglos anteriores, en el XX el barrio destaca por la alfarería. Unido a ello, residen aquí jornaleros, hortelanos y obreros de la construcción, siendo minoritario el sector terciario.
Pero por desgracia, los cambios urbanísticos del siglo XX dejan de lado al barrio, sin atenderse las peticiones de sus vecinos (por ejemplo, la instalación de una fuente en 1914). Así, todo el margen derecho del río queda fuera de estas reformas urbanísticas auspiciadas, especialmente, por las epidemias del siglo XIX. En 1919, Cuenca es afectada por la gripe española. San Antón (al ser un barrio de clases populares) fue muy afectado, así como el Hospital de Santiago y la Beneficencia.
Los barrios populares tradicionales, como San Antón y los Tiradores, son dejados de lado en los cambios urbanísticos, queriendo acabar con ellos. Tanto es así, que en 1935 se propone la desaparición de la barriada de San Antón (junto a otras) por la insalubridad, sustituyéndolas por barriadas funcionales (como los grupos de vivienda construidos en las décadas posteriores), pero es impugnado por el Colegio de Arquitectos de Madrid.
Siguiendo esta dinámica, en 1944 se aprueba el Proyecto de Ordenación redactado por Muñoz Monasterio. De este plan salen muchos de los grupos de barrios de obreros (La Paz, Quinientas, etc.) cuyo objetivo es, en parte, trasladar a los residentes de los barrios de San Antón, Tiradores o Buenavista. Aún en 1963, se considera buena parte del barrio como un suburbio a extinguir. Se habla de remodelarlo, siendo la excusa que se utiliza para justificar la expulsión de los vecinos y vecinas a lugares como Las Quinientas. En los años 60 comienza un proceso de despoblación del barrio (al igual que en el resto de arrabales), en parte producido por la dejadez institucional, que buscaba forzar a los vecinos a su abandono.
A pesar de ello, San Antón resiste, debido, en parte, a la llegada de inmigrantes (en general, de pueblos de la provincia) que ocupan los barrios populares. Sin embargo, este fenómeno de despoblación ocasiona que el barrio se vaya envejeciendo respecto al resto de la ciudad. Muchas casas se quedaron (y aún siguen) abandonadas. El barrio perdió vida.
Fue en los años 90 cuando se inició una lenta recuperación de la población, fundamentalmente con inmigrantes. Fue en este tiempo, en los albores del actual milenio, cuando desgraciadamente se intensificó la mala imagen del barrio, asociándolo con la marginalidad y la drogadicción. Es obvio que aquellas zonas urbanas donde vive gente de menor capacidad económica presentan mayor tasa de delincuencia. Pero la verdad es que la mala imagen no es debido a esto. El estigma que (aún a día de hoy) arrastra el barrio se debe en gran medida a la tapada xenofobia normalizada en nuestra sociedad, así como la gitanofobia y, aquello de lo que por desgracia nunca se habla: la aporofobia.
Tomando datos del año 2005 (detallados en la memoria del proyecto URBANA de 2008), nos encontramos con un barrio con una población envejecida, con bajo nivel educativo y una elevada presencia de personas originarias de otros países. Este informe también recalca la existencia de zonas en el barrio con graves problemas de drogodependencia.
Unido a esto, a pesar de la notable mejoría de los últimos años, los problemas del barrio siguen siendo varios, desde la dificultad de accesibilidad (agravada para los residentes de mayor edad), los problemas de limpieza o el deficiente transporte público. Aún queda mucho por trabajar.
Este artículo forma parte del trabajo “Servicios de investigación etnográfica y diseño de rutas culturales en el tramo urbano del río Júcar”, financiado por los fondos europeos FEDER y el Ayuntamiento de Cuenca.
Vestal es una consultoría que apuesta por el fomento del turismo cultural en el medio rural.
Vestal busca recuperar aquellos saberes ancestrales en riesgo de desaparición, así como poner este patrimonio etnográfico al servicio de la población de una manera atractiva, sirviendo de cimiento para el turismo cultural y la repoblación rural.