RECUPERANDO LA MEMORIA
Hace no muchos días conocimos la noticia de la implantación de una placa en recuerdo a Alfredo Ruescas Fernández en un pueblo de nuestra provincia, Olmeda del Rey. Esta iniciativa, llevada a cabo por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Cuenca, buscaba dignificar la figura de un hombre, como muchos más en aquellos años aciagos, que luchó por la justicia y la libertad y como recompensa fue deportado a Mathausen y asesinado por los nazis en el campo de Gusen el 28 de octubre de 1941.
Una placa puede parecer poco, incluso insignificante, pero no lo es. Porque este acto, aunque humilde, supone un enorme salto para un pueblo que, con ello, se adentra en una normalidad democrática de la que no se debería dudar. Cierto que fueron tiempos convulsos, y no debemos analizarlos desde los ojos de hoy en día, pero hubo gente que murió por defender unos valores que ahora consideramos indiscutibles (al menos la mayoría de la población). En parte se lo debemos a personas como Alfredo. Reconocer eso no sólo lo dignifica a él, sino a nosotros y nosotras como sociedad.
Nuestra historia, mal estudiada aún en nuestros días, debe ser enseñada con franqueza, no con franquismo. Yo, con sólo 27 años, he sido de aquellos alumnos que estudiaron nuestra Guerra Civil desde el discurso de la equidistancia, en los que rojos y azules eran lo mismo y contrapuesto (valga el oxímoron). Sin querer justificar, ni mucho menos, las numerosas atrocidades que también se produjeron en el bando republicano, lo cierto es que no es lo mismo. Unos, los rebeldes, defendían un Golpe de Estado ilegítimo y una posterior dictadura. Otros, cierto que con matices, luchaban por mantener la legalidad vigente, inestable, sí, pero democrática. Defendían los resultados de las elecciones de febrero (en el caso de Cuenca, repetidas en mayo) de 1936.
Y de la Guerra Civil pasamos a la Transición, un tiempo difícil en el que no se reparó correctamente a las víctimas de aquel Golpe de Estado y posterior Dictadura. No voy a entrar en debates infértiles sobre si los responsables de aquello pudieron hacerlo mejor o no. No es tan importante como plantearnos qué podemos hacer hoy en día para conseguir reparar este dolor y construir un futuro cimentado en los valores que la Segunda República quiso defender.
Hasta el año 2007, en el que el gobierno socialista aprobó la denominada Ley de Memoria Histórica, con gran revuelo del en aquel momento partido de la oposición, el Partido Popular. Criticaban al gobierno de “abrir viejas heridas”, como si mirando para otro lado se cerraran solas. Es triste pensar que 70 años después del Golpe aún haya partidos que no condenen abiertamente el mismo y se denominen al tiempo democráticos (perdonen el oxímoron de nuevo).
Sin embargo, a pesar de haber sido esta ley un claro avance en cuanto a recuperación de la memoria significa, era incompleta. No contemplaba, por ejemplo, la apertura de fosas comunes. De hecho, consideraba a las víctimas como individuales, sin hacer constar dichos crímenes como crímenes contra la sociedad y la humanidad. Por ello, actualmente se está tramitando la Ley de Memoria Democrática, ladrada por los mismos perros, pero ahora con distinto collar, el de la ultraderecha no cobarde, pero sí inconsciente. Según el texto, “el objeto de esta Ley es el reconocimiento de los que padecieron persecución o violencia, por razones políticas, ideológicas, de conciencia o creencia religiosa, de orientación e identidad sexual, durante el período comprendido entre el golpe de Estado de 1936, la Guerra Civil y la Dictadura franquista hasta la promulgación de la Constitución Española de 1978. Se trata de promover su reparación moral y recuperar su memoria e incluye el repudio y condena del golpe de Estado del 18 de julio de 1936 y la posterior dictadura”. Que cada uno considere en que lado de la historia, no de la pasada, si no de la presente, quiere estar.
Desde nuestra provincia hay colectivos que lo tienen claro. Uno de ellos se encuentra en Santa Cruz de Moya, un pueblo que comparte alma conquense, turolense y valenciana. Se trata de La Gavilla Verde.
LA GAVILLA VERDE
La Gavilla Verde es una asociación sociocultural que tiene por objetivos la preservación de la cultura rural y el desarrollo social y económico de las comarcas de Montaña. Así, buscan preservar, comprender y valorizar el patrimonio humano, natural, histórico y cultural de las comarcas rurales de nuestra Serranía.
Su propio nombre, Gavilla, ya nos transporta al pueblo de nuestros abuelos, cuando la siega aún era manual. Conversando con José Gorgues, presidente de la asociación, conocemos la razón de este nombre: “Una gavilla es un conjunto agrupado de sarmientos, cañas, mieses, ramas, hierba, etc., mayor que el manojo y menor que el haz. Nos gustó la idea de que, como en una gavilla campestre, era importante sumar esfuerzos y personas para conseguir los objetivos de nuestra asociación y, dado que hemos nacido como entidad en el entorno rural y queremos preservar el territorio y defenderlo de agresiones de todo tipo, somos de alguna manera ecologistas y le pusimos el adjetivo Verde”.
Esta asociación, nacida en el año 1998, y que cuenta con más de 230 miembros, ha desarrollado una gran cantidad de proyectos relacionados con la preservación de la cultura serrana. Pero por si algo se ha destacado es por su incansable actividad a favor de la recuperación de la memoria histórica.
Es el organizador de las ya referentes Jornadas El Maquis, en las que se rememora la labor realizada por este conjunto de guerrilleros antifranquistas en la posguerra, siendo la Serranía de Cuenca uno de los puntos destacados de actuación de los mismos, tanto anarquistas, como comunistas a través de la Agrupación guerrillera de Levante y Aragón (AGLA).
Otras de las actividades destacables son la organización de los Senderos de la memoria, que tienen por objetivo la recuperación de los caminos tradicionales portadores de una rica cultura rural y que, a su vez, son espacios simbólicos de la lucha guerrillera y su represión. También es relevante toda la labor de reivindicación que ha llevado a cabo con otras asociaciones conquenses como Ciudadanos por la República Cuenca, junto a los cuales celebraron en 2020 una Mesa en el seno de las jornadas titulada Aportación de la Gavilla Verde al proyecto de modificación de la Ley de Memoria Histórica. También redactaron conjuntamente en 2016 la Proposición de Ley de Memoria Democrática de Castilla-La Mancha.
Pero este año, si por algo se destaca, es por la esperada noticia de que la Fosa de Pajaroncillo había sido incluida oficialmente en el Mapa de fosas de todo el territorio español en el que constan los terrenos en que se han localizado restos de personas desaparecidas violentamente durante la Guerra Civil o la represión política posterior, así como la concesión de una subvención de 14.000 euros para iniciar los trabajos de la exhumación. El Ministerio de la Presidencia señala que “esta fosa contiene los restos de soldados que habían sido atendidos en el Hospital de ‘El Cañizar’, el cual formaba parte de la retaguardia del frente republicano en Teruel”. Ya se ha comenzado la primera fase, consistente en la prospección, búsqueda y localización de la fosa. “Una vez comenzados los trabajos de campo tenemos previsto realizar entrevistas y toma de muestras biológicas indubitadas a los familiares de las víctimas y digitalizar la información. Todo ello nos permitirá la gestión de banco de muestras de indubitadas de ADN. Esta primera fase de localización y de muestreo está previsto que acabe en otoño”, nos comenta José.
Otro pequeño paso, para algunos también insignificante, como la placa en recuerdo a Alfredo Ruescas, pero de gran simbología. Empezamos a despertar del sueño, a recuperar nuestra memoria, bloqueada como si de un trauma infantil se tratara. Todo ello gracias a la labor de vecinas y vecinas de nuestra provincia. Gracias a La Gavilla Verde.
CONCLUSIONES
A veces, por desgracia, parece que en España vivimos continuamente en la película de Christopher Nolan Memento, teniendo que levantarnos cada mañana sin recordar nada de lo ocurrido ayer. Lo vemos cuando internamos en Centros de Internamiento de Extranjeros (eufemismo de cárcel por no ser europeo) a aquellas personas que sólo huyen de la pobreza o la persecución por sus ideas, y no recordamos lo que supuso para nuestros antepasados aquellos campos de concentración de Argelès-sur-Mer o, para otros muchos, directamente Mathausen.
Lo vemos cuando cerramos fronteras y colocamos vayas a los que ansían un futuro mejor, y no recordamos a Antonio Machado, Rafel Alberti o Luis Cernuda, que tuvieron que huir de nuestro país, junto a muchos más artistas, debido a la intolerancia fascista. México fue capaz de acoger a muchos de ellos, y nosotros, ahora receptores de inmigrantes, en vez de henchirnos de orgullo y solidaridad, nos atrincheramos construyendo muros que, en definitiva, nos aíslan de la realidad.
Recordar, comprender y reparar. Con memoria quizás mucho de lo que sucede hoy en día no ocurriría. Recordemos porque queremos, porque debemos para construir futuro, y no porque sea lo único que nos queda. Para aquellos exiliados, llamados aún en día por algunos grupos antiespañoles, sólo quedó la memoria, el recuerdo. Les obligaron a ello. No dejemos que esa injusticia caiga en el olvido.
Las playas, parameras
Al rubio sol durmiendo,
Los oteros, las vegas
En paz, a solas, lejos;
Los castillos, ermitas,
Cortijos y conventos,
La vida con la historia,
Tan dulces al recuerdo,
Ellos, los vencedores
Caínes sempiternos,
De todo me arrancaron.
Me dejan el destierro.
Una mano divina
Tu tierra alzó en mi cuerpo
Y allí la voz dispuso
Que hablase tu silencio.
Contigo solo estaba,
En ti sola creyendo;
Pensar tu nombre ahora
Envenena mis sueños.
Amargos son los días
De la vida, viviendo
Sólo una larga espera
A fuerza de recuerdos.
Un día, tú ya libre
De la mentira de ellos,
Me buscarás. Entonces
¿Qué ha de decir un muerto?
Un español habla de su tierra, poema de Luis Cernuda