El generalísimo de todos los ejércitos venía con frecuencia a cazar a la finca de María de la O, que era propiedad de uno de sus ministros Manuel Arburúa. Un coto de dos mil hectáreas, perteneciente al término de Villarejo de Fuentes, al que se llega por la carretera que va de este pueblo al de Fuentelespino de Haro, que linda también con el término de Villar de Cañas.
Por la finca pasa un río que entonces tenía hasta tres molinos: el de don Juan, el de la Granja y el que daba luz a Villarejo de Fuentes. Venía con mucha corriente el agua. Además de producir electricidad, en otros molinos del río se molía el trigo.
Toda la comarca se movilizaba cuando iba a venir el Caudillo. Toda la carretera desde Madrid a la finca, que son 144 kilómetros, estaba llena de guardias. Antes la guardia civil visitaba los pueblos limítrofes y los aledaños. Los recuerdo venir también a Villaescusa de Haro, no sé si inspeccionaban el pueblo o solo vigilaban la carretera, pero los veíamos apostados allí varios días, no se iban hasta que no lo hacía el último coche de la comitiva.
Nunca pasó nada, pero es que no veas la vigilancia que había. Primero venían los policías con perros a detectar explosivos y luego compañías de los requetés, con sus uniformes de borla roja en la gorra, que se quedaban uno en cada puerta de la hacienda sin moverse.
El guardia me contó que un día tenía escondida una caja de cartuchos en un escondrijo de su casa y un perro la olió. Salió al patio, orinó y volvió otra vez adentro. Volvió a oler y allí se quedó sin moverse. Los guardias la encontraron y me la dieron cuando les dije que era mía, ya no me acordaba donde la tenía. La recompensa para el perro era darle un hueso. Los tenían muy adiestraos para buscar explosivos.
Después del registro se apostaban allí los guardias con cables, emisoras y vigilancias por toda la casa y por el campo, ya no se iban hasta que no acababa todo.
Por los pueblos de alrededor se buscaban ojeadores para levantar la caza. Se apuntaba mucha gente, aunque pagaban muy poco. Querían sobre todo chicos jóvenes. Lego, en las últimas cacerías que se organizaron después de muerto Franco, que ya era el rey el que iba, también admitían chicas y todas que rían ir, aunque era peligroso, porque podían darte un tiro los cazadores. Pero era un trabajo fácil y se pasaba bien porque se iba en grupo. Te llevaban y te traían, desde el pueblo a la finca y a la inversa, en un camión o en el remolque de un tractor. Los guardas hacían grupos y repartían el terreno. Cuando daban la orden, había que salir gritando y removiendo la maleza donde se escondían las perdices y los cazadores resguardados en puestos les disparaban. Se produjo algún accidente, algún ojeador recibió alguna posta, pero afortunadamente, nunca hubo muertos ni heridos graves, en estas cacerías.
Julián fue guarda en la finca durante más de cuarenta años. Cuando se jubiló volvió a vivir a su pueblo, Villaescusa de Haro, donde recordaba aquellas cacerías de varios días, que luego salían en el NO-DO y en algunas revistas, con fotos en Blanco y Negro. Tiempos gloriosos, porque era joven y no le arredraba el trabajo.
“¿Qué quieres que te cuente? ¿De cuando venía Franco? Bueno, también ha venido el rey. Al rey le tuve que marcar una cruz en una tierra muy llana para que estuviera a resguardo. Tres o cuatro veces ha venido a cazar. Y Franco, muchas más.
No veas la que se liaba cuando venían”.