No es la Covid-19 la epidemia más peligrosa a la que se ha enfrentado el ser humano desde que empezó a congregarse en asentamientos cada vez más habitados por bípedos y cuadrúpedos allá por el IV milenio a.C. al sur del actual Irak. A nuestro favor juega la medicina moderna y las condiciones de salubridad que hemos conseguido a golpe de experiencia. Son, pues, numerosos los documentos históricos y arqueológicos que delatan a quienes sufrieron el regalo envenenado de la domesticación del ganado y el calor humano. Conocemos la Peste de Atenas gracias al duro relato de Tucídides, quien posiblemente la sufriera en sus carnes, es uno de los casos más didácticos, pues los primeros en infectarse y morir fueron los médicos al entrar en contacto con los enfermos sin ninguna protección.
Una de las enfermedades que más ha afectado al ser humano en los últimos siglos es el cólera. Esta es una enfermedad causada por el consumo de alimentos o agua contaminada con el bacilo Vibrio cholerae1. La persona infectada no suele presentar síntomas entre el primer y el décimo día tras infectarse, pero puede propagarlo a través de las heces si no hay un sistema higiénico óptimo. El bacilo que, como nosotros, también ha aceptado las reglas del juego de la evolución, trata de sobrevivir de esta manera. Los síntomas son diarreas y vómitos que, en los casos más graves, pueden provocar la muerte por deshidratación en cuestión de horas.
Originario de los deltas del Ganges y el Indo, su expansión fue posible gracias al colonialismo y los inicios de la globalización. Desde la Joya de la Corona se desplazó hasta Inglaterra en 1831, donde murieron 130 mil personas a lo largo del siglo XIX, nada en comparación con los 25 millones de la India. A España llegó dos años después, y desde entonces hemos sufrido siete epidemias de cólera. La de 1885, la cuarta, se extendió por la ribera mediterránea alcanzando algunas ciudades del interior, causando la muerte a 120 mil personas. Solo en la provincia de Cuenca fallecieron 3459 (384 en la capital).
Pero, ¿cómo pudo una enfermedad que se extiende en aguas contaminadas y vertederos infectar y matar a tanta gente en un país como España? La respuesta es difícil de aceptar: las condiciones higiénicas de las ciudades y pueblos hasta hace relativamente poco eran más parecidas a las del delta de los grandes ríos indios que a las de hoy en día. España, si se hubiera aplicado el adjetivo (des)calificativo “tercermundista” en aquella época, se lo llevaría con todos los honores. El Ayuntamiento de Madrid, en un orden del 7 de junio de 1885, donde se establecían las medidas preventivas contra la epidemia, habla de que son la falta de limpieza, la aglomeración de personas en las viviendas y la mala calidad de los alimentos las causas que influyen más en la higiene pública y social. Por lo tanto, habitar en una ciudad española del siglo XIX (y ¡ojo!, también del XX), significaba compartir minúsculos cuartuchos con tus numerosos hermanos, incluyendo entre estos algunos plumados y peludos de dudosa apariencia humana. Pero esto no es baladí. Las enfermedades hay que estudiarlas desde la perspectiva de clase. Está claro que la desigualdad existe. Hoy en día lo seguimos viendo: en plena pandemia de coronavirus, observamos cómo las más afectadas son las clases trabajadoras. Simple y llanamente, no es lo mismo teletrabajar que rozarte durante 8 horas con las compañeras en un matadero. Habrá que esperar a los pertinentes estudios pormenorizados de la Covid-19 y sus estragos en las clases bajas.
Teniendo claro que las enfermedades y epidemias no son igualadores sociales como algún prestidigitador nos querría hacer creer, ¿cómo afectó a la población de la capital conquense el cólera de 1885? Como hemos comentado más arriba, en Cuenca fallecieron 384 personas, de las cuales –siendo este el grueso de la proporción– 102 eran jornaleros. Estos representan el 37% de los muertos. Les siguen artesanos y obreros con un 19,9%; hortelanos, labradores y pastores bajan hasta el 12,7%. Por otro lado, profesionales liberales y burócratas representan un 3,3% del total. Los propietarios representan un 2,2% y el clero un 1,8%.
Aunque estos resultados pudieran explicarse desde el plano estadístico observando las proporciones totales de cada uno de los grupos sociales (siendo mucho más alto en el caso de los jornaleros que en el del clero, por ejemplo), hay que tener en cuenta el modo de vida que llevaba cada uno de ellos. En primer lugar es esencial en estos casos el aislamiento. Los últimos tres grupos lo tenían (y lo tienen) más fácil que los primeros, pues no es igual, como hemos dicho, vivir en una habitación apiñado con la familia y otros animales, como diría Gerald Durrell, que en el Palacio Episcopa (donde cuentan, además, con la providencia divina). Así mismo, y de manera directamente relacionada, las condiciones de salubridad y dieta son evidentemente peores en el primero de los casos.
Desde el punto de vista espacial, la ciudad alta (el Casco Antiguo) sufrió mucho menos las consecuencias del cólera. Los beneficios de vivir en un lugar elevado son conocidos desde los orígenes de la civilización, pues la gravedad ofrece el empujón que necesitan las excreciones humanas y animales para alejarse del hábitat humano. Es esta la razón por la que, en el siglo XIX, las clases altas seguían habitando la parte alta de la ciudad. Los que habitaban las orillas del río Huécar (al que podríamos denominar, aparte de río, cloaca) tenían que lidiar con el regalo que les ofrecían sus conciudadanos.
Estos problemas, que pueden parecer tan distantes a nuestro mundo actual, siguen vigentes. Las clases trabajadoras siguen sufriendo las desigualdades socioeconómicas del mundo moderno. Este desequilibrio estructural condiciona el modo de vida de los más desfavorecidos, siendo más vulnerables a las enfermedades.
Para saber más
- Alquézar Penón, Javier: El cólera de 1885 en España y en la comarca Andorra-Sierra de Arcos, Celán.
- Ayuntamiento de Madrid: Memoria sobre la invasión de cólera de 1885 (disponible en la Biblioteca Digital Hispánica).
- La Marea: La COVID-19 sí entiende de clases sociales (https://www.lamarea.com/2020/05/11/pobreza-covid-19/.
- Troitiño, Miguel Ángel (1982): La epidemia colérica de 1885 en Cuenca, Revista Olcades, Cuenca.
- Watts, Sheldon (2000): Epidemias y poder. Historia, enfermedad, imperialismo. Andrés Bello Editorial.
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