Como sociedad siempre disponemos de referentes comunes que nos ilustran diferentes momentos de la vida de un país y que pueden ser, o no, significativos para un colectivo. Como compatriotas siempre tenemos en mente diversos reyes, generales, científicos, referentes de la cultura o demás personajes que a nadie les son indiferentes, bien por ideología, bien incluso por el desconocimiento de sus acciones, pero a todos nos suenan de algo. Y siempre se buscan buenas cualidades para esos personajes: se destacan por su valentía, fuerza, atrevimiento, innovación, liderazgo, y un largo etcétera de facultades que hacen de estas personas ejemplos para la sociedad. El caso del que hablamos en estas líneas, no recoge ninguno de estos preceptos, más bien al contrario, los incumple todos con mayúsculas. Y a pesar de ello, sigue siendo un referente social de la ciudad de la que proviene. Hablamos de Agustín Fernando Muñoz y Sánchez, más conocido como el Duque de Riánsares.
Tildaremos a esta persona de personaje, y cierto es que se le conoce por muchas cosas, aunque en la lista no hay demasiadas precisamente buenas. Proveniente de una familia de clase media taranconera, su ascenso social se debió a una única y exclusiva circunstancia: ser el principal visitante de los reales muslos de la reina María Cristina de Borbón, aquella que fue viuda de nuestro tan querido rey Fernando VII. Agustín, que fue guardia de corps de la pareja real, vio su oportunidad de oro cuando esta quedó viuda y su alcoba vacía. A partir de ahí todo fue en ascenso, casándose con la reina madre y convirtiéndose de facto en el marido de la regente de España y el padrastro de la reina Isabel II. Le concedieron todos los títulos habidos y por haber: fue Grande de España, Teniente General del Ejército, senador vitalicio y hasta le dieron el Toisón de Oro y la Legión de Honor francesa. Imaginamos que tantos títulos procederían de alguna buena acción —como todo referente que apuesta por serlo—, aparte de dar a la Reina Madre más hijos que su anterior esposo.
En cuanto a los hijos, que fueron unos cuantos, una famosa coplilla rezaba: “Clamaban los liberales que la reina no paría, y ha parido más muñoces que liberales había”; en cuanto a las buenas acciones….dejémoslo ahí. Si prevaricar, comerciar con esclavos o malversar con fondos públicos para intereses privados están en esa categoría, podemos decir que nuestro hombre sí fue modélico. Para la España del siglo XIX, católica, cínica y romana, los asuntillos dentro de las sábanas del palacio pasaban desapercibidos.
El Duque de Riánsares se aprovechó de su posición principalmente para una cosa: negocios poco escrupulosos. Hubo pocos sectores de la España de mediados del siglo XIX que no tocara. Con una serie de socios y la Reina Madre como mediadora fundó una sociedad en Cuba con una finalidad de obras públicas que en el fondo enmascaraba un ingente tráfico de esclavos entre diversos países con cuentas corrientes en Londres. Cómo sería la cosa que el Parlamento británico, en un momento de política antiesclavista, se quejó varias veces formalmente de los tejemanejes de la familia real española. Pero no sólo esclavos, también concesiones de ferrocarriles y minas de carbón que se repartieron entre el Marqués de Salamanca y él, adjudicaciones a dedo cuya mejor garantía fueron las sábanas calientes de la Regente. Lógicamente esto le reportó una enorme riqueza de capital que invirtió en propiedades en España, Francia e Italia, y también fue mecenas, quizá la única virtud que puedo llegar a tener.
Pero mejor fue lo de su hijo el mayor, otro Agustín Muñoz —en este caso ya Borbón—, a quien quiso colocar como rey en Ecuador gracias a las maniobras diplomáticas de su madre. Un plan perfecto que sólo fue desbaratado cuando se dieron cuenta de la que se podía venir encima.
No era nuestra intención mezclar en las mismas líneas el apellido Borbón y delitos de diversa índole, sino poner de manifiesto el orgullo de un pueblo hacía un paisano que nació en sus calles. Todos tenemos referentes, símbolos sociales que nos identifican como pueblo o comunidad, pero quizás en algunos sitios es preferible elegir a otros, a ilustres personas que destaquen por su buen hacer. No estamos aquí para analizar a nadie, y será el lector quien juzgue al ilustre Duque de Riánsares, el cual lleva un colegio con su nombre en la ciudad que lo vio nacer. Esperemos que ninguno de esos niños se le ocurra algún día preguntar por qué.