En el país del turismo, estamos de sobra aleccionados sobre las bondades del mismo. Sin embargo, en las costas de nuestro país empezamos a ver los dientes al lobo, con las preocupantes consecuencias de un proceso de turistificación del centro de las ciudades que ha dificultado el día a día a sus habitantes. Pero, ¿eso hace del turismo algo perjudicial?
El enfoque que apliquemos nos lleva a diferentes respuestas. Dicho de otro modo, según cómo se mire, depende. La clave está en la estrategia que busquemos como sociedad, lo que queramos obtener del turismo. Si el objetivo es generar dinámicas de dependencia que nos hagan poco resilientes, vamos por el buen camino. Si queremos desarrollar una actividad económica sostenible medioambiental y socialmente, debemos apostar por otro tipo de turismo, en el que el viajero reciba, pero también aporte más allá de lo puramente económico. Sin duda, en España, el fomento del turismo rural es una tarea pendiente, que puede dinamizar el interior de nuestro país y descongestionar las costas.
Porque estas regiones tienen mucho que ofrecer: el contacto con la naturaleza, la gastronomía o el patrimonio local, entre muchas otras, además de un ritmo de vida más sosegado, adaptado a los tiempos naturales.
Para el territorio, este impulso económico trae, sin duda, muchos beneficios, como la mejora de infraestructuras o la revitalización de los productos y comercio local. Pero, sobre todo, trae nuevas interacciones que generan comunidad y armonizan nuestra sociedad. Ese es el verdadero poder del viajero o, al menos, nos gustaría que fuera.
Crear turismo en la Serranía de Cuenca
Para que exista turismo en la serranía debe, antes de todo, existir un mínimo de infraestructura turística, sobre todo lo relacionado con la hostelería. Pero, a pesar de que haya voces que consideren que todo ha de surgir de la iniciativa privada, no es tan sencillo esto cuando te propones emprender ideas que son nuevas en el territorio. La serranía conquense carecía, hasta hace apenas unas décadas, de ninguna infraestructura turística, siendo necesario el apoyo institucional para abrir camino en este arduo viaje de recuperar la vitalidad en el territorio.
Por ello, desde Prodese han financiado multitud de propuestas en este ámbito a través del Programa Leader a lo largo de los últimos 30 años. Más de 100 iniciativas han sido apoyadas por este programa, destacando ante todo la etapa de Leader II, de 1994 a 1999, en la que 64 proyectos fueron financiados.
En total, más de dos millones y medio de euros enfocados en la ayuda a esta actividad productiva, para apoyar el desarrollo de un turismo rural sostenible y respetuoso con su medio.
Al tratarse de un sector tan complejo, existe gran variedad de iniciativas apoyadas, desde ecoturismo, turismo activo, casas rurales o restaurantes. Pero también campamentos, campings o incluso estudios que han favorecido la elaboración de una estrategia. Iniciativas que van desde el agroturismo, el gastroturismo o el turismo cultural.
Por ello, si realmente creemos en la idea de que el turismo rural tiene un valor diferencial en la manera de relacionarse con el entorno y la calidad humana, se necesita apostar por un turismo de mayor calidad, que profundice en los conocimientos que nos arraigan con nuestro entorno y en el rico patrimonio con el que cuenta esta región. De esta manera atraeremos más viajeros, deseosos de recibir nuevos conocimientos y aportar ideas ilusionantes, que turistas, más interesados en la desconexión del estrés urbano que en el vasto patrimonio del lugar que visitan.
Muchos son los casos en los que iniciativas de este estilo, que aportan un gran valor humano y ambiental a su proyecto, han sido apoyadas por Prodese. Uno de esos casos es el de la Casa Rural “La Puentecilla”, en Valdemeca.
Esta casa rural, regentada por Moisés y Amparo, apoyada por Prodese hace ya más de 20 años, en 1998, no es un alojamiento más, así como tampoco lo son sus dueños. Con su taller de artesanía de talla de madera y sus innumerables objetos etnográficos, ir a La Puentecilla no busca sólamente la desconexión con los quehaceres diarios del urbano, sino que profundiza en la cultura de esta tierra, reflexionando sobre aquellos conocimientos que sería de interés recuperar o, al menos, que sirvan como base de reflexión. Ese es el verdadero valor del turismo rural, el que debería ser el eje de las estrategias que sigamos como sociedad.
Pero si Moisés y Amparo son ejemplo claro de aquellos que abrieron camino, una generación más joven debe evitar que la maleza crezca hasta cerrarlo. Es el caso del Albergue de Tejadillos “Serranía de Cuenca”.
El albergue de Tejadillos
Este espacio, en un lugar inigualable entre Poyatos, la Vega del Codorno y Las Majadas, pero enclavado en el municipio de Cuenca, es responsable de muchas de las actividades artísticas que se han desarrollado en la serranía en los últimos años.
La idea de este proyecto nació hace años por parte de Alberto, uno de los promotores, al salir a licitación pública el albergue, pero no se hizo realidad hasta que no empezaron las obras de acondicionamiento a partir del 2018, donde Prodese tuvo un papel crucial, aportando más de 13.000 euros para que esto fuera posible.
“Desde el inicio nos hemos apoyado mucho en las ayudas de Prodese, además del asesoramiento y el apoyo personal que nos han brindado”, destaca Carmen García, promotora del albergue.
Pero este lugar no es un alojamiento más. Más allá del entorno que le rodea, si algo hace de este lugar algo inolvidable es su afán de aportar algo más allá del turismo. De crear cultura, de potenciar vida. En su corto recorrido, ya se han organizado variedad de actividades, desde talleres, retiros hasta encuentros de carácter universitario.
“El objetivo es que venga gente de Cuenca y de otros lugares y que puedan realizar actividades de medioambiente pero complementar con actividades artísticas”, destaca Javi Collado, otro de los promotores. Todo ello se suele gestionar desde lo que ellos denominan como Aula de Naturaleza.
Destacan, sin duda, los encuentros enfocados al yoga, la danza o la creación, vinculados con la naturaleza. Pero también de música folclórica o de oficios tradicionales, más vinculados a la exploración etnográfica. “Uno de los elementos positivos es que estamos recibiendo público de todo tipo, ya que el albergue ofrece muchas posibilidades de turismo, más allá del turismo familiar convencional”, recalca Carmen.
El perfil de personas que reciben es, como puede deducirse, diferente del típico con el que solemos asociar al turista de costa. “Uno de nuestros objetivos es que la gente que llega al albergue visiten los pueblos de alrededor, que se conviertan en viajeros, así como que la gente de los pueblos llegue al albergue”, comenta Javi. “Aunque lo ideal sería contar con viajeros, me conformo con que sean turistas respetuosos con el entorno”, añade Carmen.
Para ello, colaboran con agentes del entorno, como empresas de multiaventura, pero también con colegios o grupos que repiten de manera asidua, como el grupo de yoga de Naturalma o asociaciones de senderistas o dulzaineros.
En busca del viajero perdido
Es difícil encontrar la solución para vencer a este Goliat que es la despoblación, dar con la piedra idónea y atinar con el proyectil. Quizás, simplemente es que esta metáfora no es buena. Lo mismo debemos alejarnos de lo alegórico y acercarnos a lo terrenal. Pensar en cómo conseguimos construir un edificio podría valer.
Desde la idea de crear el edificio, se van desgranando cada uno de los elementos (aislamiento, sistema eléctrico, agua, estructura, materiales, etc.) para buscar la solución idónea, siempre en función del objetivo común: el edificio. Después, ladrillo a ladrillo, cable a cable o tubería a tubería hacemos lo que en su día fue simplemente una idea realidad.
Pues bien, si suponemos que la lucha contra la despoblación es el edificio, incentivar la economía o mejorar las infraestructuras son sólo algunos de sus elementos (unos de los principales, sin duda). Pero faltan cables y tuberías que hagan la vida más confortable, más aceptable. Aquí entran la cultura y el ocio. Sin ellos, sin el dinamismo social que generan, los pueblos no tienen salvación.
Al igual que hoy sucede con las costas, el turismo rural puede ocasionar, a largo plazo, problemas en el medio rural, generando situaciones de dependencia absoluta del turista, convirtiendo nuestros pueblos en parques de atracciones de desconexión del estrés diario. Esto nunca solucionará el problema de la despoblación. Para conseguirlo, debe de venir de la mano de una planificación más holística, en la que turismo y cultura sean inseparables. Ofrecer algo más que paseos y comidas copiosas. Introducir al viajero en nuestra comunidad, en nuestra cultura y compartir experiencias junto a él. Por ello, enfocarse en el turismo cultural, con talleres, foros o encuentros de artistas dinamizará nuestro territorio, quizá convertirá aquella idea de devolver la vida a los pueblos en realidad.
“Es fundamental recuperar esa educación cultural desde pequeños, trabajar esa educación en valores. Al final, el saber popular está en los pueblos, es de donde partimos todo el mundo”, reflexiona Javi. “Queda mucho por hacer, la gente joven debe implicarse más para evitar que los pueblos desaparezcan. Además, desde la administración central deben preocuparse de manera real por las problemáticas de los pueblos”, concluye Carmen.
Establecimientos como La Puentecilla, el Albergue de Tejadillos u otros tantos más en la Serranía lo saben y trabajan en ello. Prodese es consciente y les apoya. Esperamos que estas semillas se sigan esparciendo.
Vestal es una consultoría que apuesta por el fomento del turismo cultural en el medio rural.
Vestal busca recuperar aquellos saberes ancestrales en riesgo de desaparición, así como poner este patrimonio etnográfico al servicio de la población de una manera atractiva, sirviendo de cimiento para el turismo cultural y la repoblación rural.