Hacia una reformulación de la violencia de género laboral, Patricia Espejo Megías, Wolters Kluwer, 2018.
Si la cortesía del filósofo, según Ortega, es la claridad, bien puede extenderse la máxima sobre todos los ámbitos del conocimiento, en especial sobre el jurídico. El lenguaje puede ser un espacio de encuentro o una barrera infranqueable y muchos científicos sociales han jugado a esto segundo en demasiadas ocasiones. Por eso es de agradecer que este libro, tan necesario, contenga una primera virtud: se entiende; y esto a pesar de abordar un tema complejo, con muchas aristas, vertientes y ramificaciones. Una persona lectora con interés y una formación no especializada, lo encontrará comprensible y muy esclarecedor.
A lo largo de los cinco capítulos del libro vemos cómo resuelve con solvencia la maraña de variables procedentes de otras disciplinas (historia, filosofía, sociología…) y nos explica, con relativa facilidad, las directivas, planes de gobierno de las empresas, sentencias, votos particulares y, sobre todo, la importancia (siempre el lenguaje) de la elección de las palabras: cuando se promulga una norma en la que se insta, se exhorta, en definitiva, solo se recomienda cualquier cosa, los destinatarios no verán, lógicamente, la obligatoriedad de hacerlo. Y en muchos casos no lo harán.
Comienza la autora con un objetivo, que encontremos cómodo, usable, el término violencia de género laboral. No es poco. Recordemos que toda ola de feminismo que se precie tiene su reflujo, su reacción, y esta no es menos. El cuestionamiento, ya solo al concepto de género, resuena todos los días como eco de ese reflujo y, por si fuera poco, se oye también desde los espacios de lucha por otros derechos. No es tarea fácil.
Si además le añadimos el análisis de esa violencia en el ámbito laboral, la cosa se complica más. La gender violence at work es un término consolidado en el ámbito anglosajón, mas no aquí. Pero Patricia Espejo Megías parte de la idea de que, sin independencia económica, el sometimiento de la mujer es inexpugnable y que esa violencia económica no es únicamente un drama humano terrible, sino una pérdida económica inasumible para cualquier sociedad. La obviedad explicada nítidamente en un libro. Es obvio, porque a nadie se le escapa, pero hay que explicarlo. Hay que explicar cómo y por qué, cuál es el funcionamiento del derecho y de la economía empresarial, por qué aquí no siempre y en otras latitudes sí, en qué se ha avanzado y en qué se ha retrocedido. Eso es lo que hace también este libro.
Leeremos cómo en España nos hemos incorporado después a la democracia y eso pesa, incluso después de 40 años. Jurídica y económicamente, cultural y socialmente, pesa. Que no siempre lo queramos ver es también una muestra clara de la importancia que tiene. Nuestro país presenta unas particularidades, comunes a otras sociedades del sur, que dificultará mucho la implantación efectiva de normas que funcionan muy bien en otras sociedades con otra historia política y que aquí, mientras no cambie el entramado social en el que actúan, no pueden funcionar igual. Lo vamos a ver con el concepto de flexiseguridad, en el capítulo IV, una idea combinada de flexibilidad laboral y seguridad económica y social, que, en nuestro caso, al carecer de esa seguridad, no puede aplicarse y, de hacerse, derivará en una mayor precariedad e inseguridad para las personas trabajadoras, en especial para las mujeres.
Todo está relacionado y hay que escudriñar mucho y de manera muy inteligente, para ver todas las variables; para, así, constatar cómo interactúan unas con otras. El modelo y la fortaleza del Estado del Bienestar importan, el sistema productivo, basado o no en inversión o en sectores de alta o de baja cualificación, importan. Una directiva europea no puede per se cambiar las condiciones del país en las que va a actuar. Más bien al contrario, serán estas las que determinen el éxito de tal directiva. El modelo de conciliación laboral, como otros, no se erige solo con nombrarlo, se necesitan unos cimientos educativos, económicos y sociales en los que se puedan sembrar normas jurídicas fructíferas.
“Una mirada a la economía en general desvela un abanico interminable de sesgos de género (…) Por ello es tan importante sitiar la economía en el centro de la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres, ya que podemos afirmar que la mayoría de las políticas económicas existentes en la actualidad se mantienen en las estructuras patriarcales.” 1
¿A qué se refiere el libro cuando habla de sistema estatal androcéntrico o de modelo patriarcal? A esto: en el Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas español es mayor la deducción para la economía familiar si uno de los cónyuges no trabaja. Es incluso más rentable (económicamente hablando) que tener menores a cargo. El falso universalismo, del que han hablado otras feministas antes, como la española Celia Amorós y que nos recuerda Patricia Espejo, alegará que es una norma equitativa entre hombres y mujeres, puesto que no habla de sexos. Y por eso mismo, explica ella, es discriminatoria. Contribuye a aumentar la brecha salarial (que existe, como demuestra con datos este libro) e incide en el empobrecimiento de las mujeres, como así ha pasado en esta crisis, con pérdidas porcentuales más graves en el caso de los ingresos de las mujeres.
Es, como otras muchas normas, igualitaristas, de las que llaman gender blind. Y estas, en un país con una coeducación real, una sociedad laica de verdad, con cobertura social sobre la maternidad, ayudas tangibles a la manutención y cuidado de las hijas e hijos, protección social en el empleo y en caso de desempleo o las excedencias, podrían funcionar, pero sin ellas, no son más que otro golpe de gracia a la igualdad.
La impresión al leer los datos y el análisis que realiza Espejo sobre la comparativa con muchos países de Europa es que ni allí está todo hecho y que aquí nos queda mucho camino por recorrer. Aún con todo lo que se ha avanzado en los últimos años, el esfuerzo legislativo, la lucha feminista y el avance político innegable, salimos perdiendo. Y esto no es un destino, como bien explica ella. Antes bien, es el resultado de una estructura social que está sustentada sobre una ideología concreta (sorpresa: no solo el feminismo es una ideología). Una ideología patriarcal, que valora más aquello que hacen los varones, porque son los varones los que mayoritariamente elaboran esa misma valoración en la cúspide de las empresas y consejos de administración. Existe la segregación vertical de género y, a medida que subimos peldaños en las grandes empresas, los números en femenino decrecen a pasos agigantados. Y existe el techo de cristal, porque los números no engañan, existe la “sensación de la impostora”, los males psíquicos y físicos en el trabajo con una incidencia abrumadoramente femenina… existe y persiste, en definitiva, la discriminación, porque el modelo con el que se miden las cosas sigue siendo el masculino.
¿Que hemos avanzado? Sí.
¿Que hay mujeres ya que han llegado muy lejos? Sí.
¿Que son ejemplos valiosos? Depende, no tienen por qué serlo siempre.
Esta lucha no es un asunto simplón de mujeres buenas y hombres malos, sino de un modelo, una estructura profundamente desigual y discriminatoria, que culmina en lo que todos vemos en las noticias de sucesos, pero que tiene un recorrido anterior muy largo y que merece ser sacado a la luz.
La lista de las violencias sobre niñas y mujeres es extensísima y dolorosa, muy sangrante, todas y todos lo sabemos. Y existe un acuerdo de mínimos en nuestra sociedad para cambiar este estado de cosas, por eso son tan necesarias obras como estas que, como hemos dicho, pongan en relación causal muchos datos que de manera desagregada no serían más que casos aislados y anécdotas luctuosas. Y la bondad de este libro es que señala los caminos para cambiar el rumbo de nuestras sociedades y que mujeres y hombres podamos vivir mejor.
Por ello, no sorprende que la autora dedique un apéndice final a lo que es su pasión, a la educación, como el punto de partida para la igualdad. Sabe que no hay otro camino, que sin una educación que apueste decididamente por la coeducación, la corresponsabilidad, el respeto, las nuevas masculinidades, así como una educación sexual libre y empoderada, no habrá libertades y derechos con mirada de género. El futuro son nuestras niñas y niños, nuestra juventud y es este el terreno que hay que cuidar con mimo y sembrar para después poder recoger frutos.
Pilar Rojo Arias
Docente y secretaria de la asociación 1, 2, 3 EducaFem
1 Ibid, p. 84