Voy a contaros la conversación que escuché el otro día yendo al trabajo.
- ¡Mari! ¡Que ya llega la Semana Santa!
- Calla, ni me la nombres que voy fatal.
- ¿Mucho curro?
- ¡Qué va! ¿Recuerdas que después de Navidad te hablé de la dieta esta superefectiva que hacía mi vecina? Pues al final entre unas cosas y otras la empiezo 47 veces, pero siempre hay algo que me hace saltármela y claro, al final no consigo mi objetivo y en dos días estamos en verano y tú verás la playa, el bikini y todo… ¿qué te voy a contar? ¡Me agobia bastante!
- Jolín, ya siento que estés pasando por esto… ¿pero tú estás cómoda con esa dieta tan exigente? Es que veo que ni vas a poder ir a cenar fuera y hasta vas a tener miedo a la comida.
- Pues no… ¿pero es que hay otra forma de estar delgada?
- Te cambio la pregunta. ¿Quién quiere que tú estés delgada?
- Pues yo, hija, ¿quién va a ser? Ya sabes que yo soy muy feminista y que me quiero ver guapa yo a mí misma.
¡Menudo melón!
¿Quién no se siente identificada con esto? Esta conversación la hemos tenido más de una vez, y en diferentes entornos. Aquí al menos existe un atisbo de esperanza en el futuro con la chica que ponía un poco de cordura a la situación intentando que su amiga no se sintiera tan mal con su cuerpo, haciéndole ver que quizás no tendría que verse como la culpable de esos “pecados”. Nos pasamos el año -y la vida- haciendo comentarios sobre los estilos de alimentación sin pensar en lo que psicológica y emocionalmente supone para mucha gente, empezando por nosotras mismas: compensar, pecar, saltar, recortar, volver al redil, perder… son verbos – siempre con connotaciones negativas – que tenemos totalmente interiorizados y que usamos cada vez que nos sentimos mal por comer.
Llega el verano: operación bikini. ¿Es que acaso las gordas no podemos ponernos un bikini sin que se nos llame valientes? ¡Perdónanos, Jose Manuel!; pasa Navidad y es El Propósito de año nuevo por excelencia; llega el finde y como te llevas “portando bien” toda la semana… ¡Te lo has ganado!
Y, para que no te relajes, además de los éxitos de cada temporada tenemos pildoritas diarias: en la oficina cada vez que hay un cumpleaños – Esta tarde doble de carrera para quemar los dos bombones – o en el gimnasio – ¡Vamos, vamos, que hay que preparar el cuerpo para lucirlo en verano! o en el médico – Uy, ¿y ese sarpullido? Igual deberías adelgazar – o con tus amigas – Tía, me encanta el top de las flores amarillas pero mejor me pongo el vestido negro que disimula más…. y así podríamos seguir hasta mañana.
Porque, queramos o no, el sistema nos quiere – de momento – delgadas. Igual luego cambia la moda y vemos a pobres delgadas comiendo por las esquinas y a escondidas para que no se sepa el esfuerzo que hacen por ser unas buenas gordas que encajen con el modelo que se exige socialmente, suena absurdo, ¿verdad? Pues hacer lo contrario también lo es.
Todo esto genera a nuestros cuerpos y mentes un cacao de 3 pares de narices en el que nos vemos divididas entre la NECESIDAD de comer y nutrirnos, y (¿quién dice que no?) disfrutar haciéndolo y la IMPOSICIÓN de vernos bien, o sea, delgadas. Por lo visto hay un bien y un mal socialmente aceptado y por supuesto disfrazado de una paternal y falsa preocupación por la salud de las demás (mientras te lo cuenta con su piti en la mano, o cuando lleva 17 horas sin comer porque el trabajo se lo impide).
Cuando nos damos cuenta de todos estos peligros, posiblemente gracias a dar el paso e ir a terapia, vamos viendo que estar toda la vida restringiendo algunos alimentos es como respirar a través de una pajita; en el momento que te dicen que ya no tienes que respirar a través de ella, las primeras bocanadas de aire son muy grandes, pero luego tu respiración se va a regular sola, no vas a estar toda tu vida tomando esas bocanadas tan exageradas. Pues con la alimentación pasa algo parecido: si hemos estado restringiendo alimentos, en el momento que “nos damos permiso” para comer lo que queramos, seguramente vamos a tirar de alimentos más calóricos y menos interesantes nutricionalmente igual que pasa cuando vamos de rebajas: nos gusta lo de nueva temporada aunque sepamos que es más caro. Esto no nos debe de dar miedo, es parte del proceso y siempre es recomendable hacerlo de la mano de personas expertas en nutrición, y sabiendo que es mucho mejor a todos los niveles (no nos olvidamos de la salud mental) que enseñen una alimentación consciente, sin “regímenes”.
Otro hábito que debería desaparecer de la rutina de muchas personas sería pesarse a diario, o como dicen ahora, el “body checking”, que nos indica si ese esfuerzo/castigo que tanto nos ha costado mantener durante la semana ha tenido repercusión (a la baja) en nuestro peso, aun sabiendo que fisiológicamente puede aumentar o disminuir por muchos motivos que se escapan a ese estricto control (retención de líquidos, haber ido más o menos al baño, la fase del ciclo en el que estés, etc..).
Lo más triste de todo esto es que acabamos validándonos y validamos a quien tenemos al lado en función del cuerpo o más bien del tamaño del cuerpo que se tiene en ese momento. Vamos a poner otro ejemplo para que veamos lo crudo de la situación. Imagina que tu amiga empieza a engordar. ¿Te enfadarías con ella? ¿La castigarías sin comer o compensando con un ejercicio desproporcionado? ¿Dejarías de verla guapa y de valorarla como persona? ¿La querrías menos? ¿Llegarías a esconderla?
Evidentemente, has contestado con un rotundo “NO” en tu cabeza a todas y cada una de las preguntas; entonces, ¿por qué sí lo haces con tu propio cuerpo? La sociedad nos ha puesto unos cánones de belleza que son totalmente arbitrarios y que además van cambiando según la época en la que vivamos (véase la Venus de Willendorf de hace unos 30.000 años o Las tres gracias de Rubens hace unos 300). Es como pedirle a una cebra que es mejor y más bonito que se parezca a un colibrí. Totalmente ilógico. Es algo cultural, antinatural, cambiante, doloroso y por qué no decirlo capitalista y patriarcal. Tu cuerpo es válido y funcional tal y como es; debes cuidarlo, respetarlo, ejercitarlo y quererlo porque lo amas, no porque lo odias. Cada cuerpo es único y diferente al de los demás y es el templo donde vas a vivir toda tu vida.
Ahora, con la llegada de la Semana Santa y una vez adelgazado lo que habíamos engordado durante las Navidades, empieza la temida operación bikini, recordemos que por lo visto sólo los cuerpos delgados pueden ir a la playa. Da igual que tu salud y tu energía o incluso tu menstruación se queden por el camino. Lo importante es estar delgada. A toda costa. Cueste lo que cueste. Y ya si eso, cuando estés delgada y se cumplan todos tus sueños, empezarás a alimentarte mejor, se te solucionarán todos los problemas y serás feliz.
Y mientras tanto, se nos ha pasado la vida entre dieta definitiva y dieta milagrosa, esa que iba a ser la última porque has leído en todos los posts de tus influencers favoritas que esta sí que funciona…y cuando nos pregunten que qué hemos estado haciendo diremos que intentar que una cebra se parezca a un colibrí.