“Sí, en mi vida, pues así hay que llamarla, hubo tres cosas: la imposibilidad de hablar, la imposibilidad de callarme, y la soledad.”
El innombrable, S. Beckett.
Nuestro mundo se encuentra abarrotado de historias. Las narrativas hace tiempo que colmaron su vaso y están desbordándose; desbordándonos. Se trata de una parte fundamental de la alta producción cultural en la que vivimos inmersos. El consumo masificado se ha ultra especificado, alcanzando todos los ámbitos de la vida humana contemporánea. Algunos nos preguntamos qué rincones quedan sin explotar, si queda espacio para la creatividad en la era del remake.
Desde luego la producción cultural encuentra siempre caminos inesperados. La emergencia de nuevos medios ha dado lugar a nuevos formatos, géneros y tipologías: YouTube, Instagram, Twicht, Tik-Tok son algunas de las innovadoras herramientas al servicio de incipientes creadores que sin duda marcarán el futuro del medio audiovisual. De otro lado pero en la misma dirección se encuentran las grandes compañías de entretenimiento por subscripción que todos conocemos. Sin olvidar el apabullante mundo de la narrativa en los videojuegos. Todas estas plataformas han cambiado para siempre nuestra manera de entender el consumo de cultura. Se trata de la culminación de un proceso que comienza a principios del siglo XX con la capacidad para reproducir mecánicamente las obras de arte.
Lo que pienso que ha que promovido el exponencial desarrollo de estos formatos y productos culturales en las últimas décadas es una mezcla del interés económico en el ámbito cultural de masas, que antes sencillamente no existía, y la actualización de nuestra forma de entender la teología. Decir que la producción y consumo cultural han reemplazado a la religión en las sociedades modernas occidentalizadas quizá sea aventurar demasiado, pero sí es muy posible que hayan cambiado nuestra forma de enfrentarnos a la ineludible cuestión de la finitud humana.
No poder hablar y tampoco poder callarse. Esa es la condena humana a la que nos lanza Samuel Beckett en su obra. En su conocida trilogía: Molloy, Malone muere y El innombrable, nos encontramos con personajes estáticos o que tan solo deambulan, sin perseguir ningún fin claro y evidente, pero sin embargo eso es todo a lo que aspiran; a poco más que simplemente estar. Esta inmovilidad incrementa hasta que en El innombrable todos esos personajes se convierten en una única voz que habla de su incapacidad para hablar, con el único objetivo de no dejar de hablar.
Esta manera de afrontar lo narrativo en las tres novelas mencionadas (aunque es algo que se repite en casi toda su obra) ilustra a la perfección nuestra relación con la apabullante disposición de narrativas hoy en día. Todas estas formas narrativas hacen de dique de contención frente al silencio, que no es otra cosa que la presencia de la idea de la muerte. Actualmente, la ineludible finitud humana se ve ocupada y ocultada por una cháchara infinita. Para la voz que habla en El innombrable lo importante es hablar, no importa de qué, con tal de no sucumbir al tedio y al abismo que se abre ante la perspectiva de la muerte. O tal y como dicen estos versos de León Felipe:
“que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre
ha inventado todos los cuentos.”
Las narraciones, de una forma u otra, han desplazado siempre nuestras dudas y miedos a la finitud humana: tradicionalmente, las religiones han inventado narrativas de la salvación; actualmente, la sobre disponibilidad de diferentes productos culturales nos libra de la presencia de la finitud, precisamente en un momento histórico en el que los discursos religiosos se están viendo mermados. De ahí el creciente desarrollo de la industria del entretenimiento que estamos experimentando. Heidegger habla del aburrimiento como de una atalaya desde la que contemplar el paso del tiempo y la llegada inevitable de la muerte, como de un fenómeno fundamental que nos acerca al mundo y sus condiciones esenciales. No resulta sorprendente entonces que la gestión industrial del entretenimiento vaya directamente en contra de ese aburrimiento.
Las historias son un engaño. Nos sostenemos sobre ficciones minuciosamente elaboradas. Pero se trata, al fin y al cabo, de un engaño necesario. Es nuestra forma de lidiar contra el tedio mortal. No nos queda otra opción que seguir hablando, contando, aunque al mismo tiempo no tengamos nada realmente importante que decir.