Dentro del museo Daniel siente algo extraño: a pesar de los enormes muros, de las altas columnas, de las puertas imponentes, la luz que penetra por ventanas y claraboyas hace que todo parezca ligero, que todo flote arrastrado por una brisa de brillos y colores. Recorre con su padre lentamente, cuidadosamente la colección de cuadros: galopes detenidos, miradas inquietantes, gestos, colores, movimiento, quietud.
Miran y quizás se dejan mirar…De pronto, algo llama la atención del muchacho. Unas palabras del programa de mano lo confunden.
-Papá, aquí habla de la poesía de las pinturas ¿No se hace la poesía con palabras?
-También, Dani. Pero la poesía es como un hilo casi invisible con el que, quien sabe mirar, oír, tocar, puede atar las palabras, los colores, los sonidos con las emociones.
Mira ese muchacho con su perro. ¿Qué miran? ¿Qué ven? Están concentrados, detenidos en algo que los demás no vemos. Pero está claro que algo vibra en su interior.
Acabada la visita, llenos sus ojos de sensaciones, salen al atardecer del paseo del Prado. Caminan silenciosos hasta que Daniel se detiene de repente y lanza otra pregunta mirando a lo alto de un castaño enorme.
-Vaya lío que forman los pájaros. ¿De qué hablarán? –dice riendo.
-Pues de lo mismo que nosotros: de pintura, de poesía, de música…
Y los dos se detienen. Distraídamente el padre coloca su mano en el hombro del chico: ¿se apoya, lo protege? El pequeño se deja caer sobre el padre: ¿lo sostiene, se refugia en él?
Y sus miradas se dirigen a un punto lejano (¿?) que los demás no vemos, y una dulce vibración parece tensar sus figuras detenidas.
Las luces de los coches y las primeras sombras de la tarde difuminan a su espalda los colores y, a veces, hacen brillar delicados hilos que vuelan en la brisa y se enredan en los ojos, en las manos, en los oídos de los transeúntes que sin saber por qué sienten que una luz se les enreda en la pupila, un color les acaricia el corazón o, incluso, que un pájaro les ha querido decir algo…
E. Escamilla. Conil, noviembre de 2011