EL BUJE (Buxus sempervirens)

EL BUJE (Buxus sempervirens)

  “Entraron en su celda, encalada y desnuda. Tenía dos sillas de paja; un sillón de cuero; encima un grabado en boj de un esqueleto sentado mirándose los gusanos con los ojos vacíos.
¡Mi retrato, hijito!”
(Gabriel Miró, Libro de Sigüenza)

Arbusto conquense y genuino de nuestra Serranía, amante de los pinares y del suelo calizo, llega y traspasa los alrededores de Cuenca.  Abunda, incluso, en la Hoz de Alarcón. En la península es una especie sobre todo pirenaica y prepirenaica. Se va volviendo cada vez más escasa hacia el sur y hacia el oeste con algunas excepciones, entre ellas la nuestra. Aquí es frecuente y familiar y goza de una de sus mayores superficies. Lo encontramos en el sotobosque y márgenes del pinar albar y negral. Aparece también en solitario, como única especie visible, formando bujedas extensas en terrenos desarbolados y laderas soleadas, muy llamativas cuando el follaje, por falta de agua, toma esas tonalidades cobrizas y anaranjadas de hierro oxidado y metal viejo.  Así lo vemos por los alrededores de Valdemeca o Laguna del Marquesado.

Extensa bujeda en Valdemeca. Fuente: Autor

Buje” es un conquensismo con más cuerpo y solera que “boj”, que es el término habitual de los libros y de la mayor parte de las regiones de España. Si te oyen decir “buje” ya saben que eres de por estas tierras.

Como es un arbusto tan apretado y espeso, tan resistente ante cualquier poda y tan longevo, resultaba ideal para ser moldeado a capricho en los jardines más refinados. La topiaria es el arte de podar árboles y arbustos dándoles formas artísticas y decorativas. El buje es una las especies topiarias más emblemáticas y usadas. Así que una planta tan montaraz se volvió palaciega y aristocrática. Los jardines de los mejores palacios de Europa ofrecen interminables setos y esculturas vivas en boj. El Escorial y Aranjuez en Madrid, La Granja en Segovia, Versalles en Paris, Schönbrunn en Viena. 

El boj es un material vivo del arte. Aporta los tonos de verde más intensos y brillantes en las composiciones florales de los parques. Sus setos delimitan paseos y parterres, configura laberintos, es esculpido en esferas, pirámides o conos, incluso adopta formas de personas en multitud  de actitudes o acciones, animales de toda especie o artilugios de lo más variado.  En Vigo un seto de boj en forma de tiranosaurio se ha convertido en emblema de la ciudad: el Dinoseto. No han tenido que quebrarse los cascos para ponerle nombre. Se ha hecho tan famoso que no hay turista que no se acerque para hacerse una foto con él.

El Dinoseto de Vigo. Fuente: https://www.vigoe.es/vigo/mas-vigo/la-soledad-del-dinoseto-de-vigo/

Los setos o matorrales de boj desprenden un olor a bosque muy peculiar y característico. Olor que evoca parajes de bosques antiguos y umbrosos. Es curioso, porque no parece proceder de ninguna parte en concreto de la planta. Es un efluvio sutil y etéreo que emana de toda ella. Cuando camino entre los setos y arriates del Retiro o del Botánico no puedo evitar que en pleno cogollo histórico de la capital del Reino me asalte y me inunde toda la esencia a monte profundo de nuestra Serranía.  Olor a Tragacete, a Uña, a la Vega del Codorno.

Covarrubias, conquense adoptivo, nos ofrece en su diccionario una detallada e interesante descripción:

Arbol y madera conocida; es el boj arbusto que no crece mucho y está siempre verde. Su madera es tan dura que no se carcome y tan pesada que se hunde en el agua. De esta madera se hacen flautas y otros instrumentos músicos, peines, vasillos para olores, que tomando el nombre de la materia se llamaron “bujetas” y las demás cosas que se hacen de ellas bujerías, y el que las vende bujonero y corruptamente bohonero (buhonero). El zapatero tiene un cierto instrumento de que usa para muchas cosas de su oficio, y por ser de esta madera le llamaron el boj. Las tablas lisas de boj son a propósito para escribir en ellas y borrar. Y porque delinean en ellas los pintores sus figuras las llamaron dibujos,y el tal delinear, dibujar. Y como es madera sin pelo y tan dura, lo que en ella se dibuja se puede abrir para estampar, y aunque se abre en otras maderas ésta es la más común”.           

Bien es verdad que algunas de estas etimologías tan curiosas y amenas plantean discrepancias entre los estudiosos,  pero en la mayor parte de lo que afirma acierta.

Capullos florales incipientes del boj. Fuente: Autor

Es un arbusto denso, de ramas apretadas y verticales, que no pierde la hoja en invierno, de ahí lo de sempervirens, siempre verde en latín. Corteza acorchada de color claro tirando a amarilla, frecuentemente recubierta de musgo y líquenes policromados. Hojas de verde intenso y reluciente por arriba y algo amarillentas bordeadas de verde por abajo.  

Planta antigua, de las primeras que tuvieron flores, en los últimos tiempos de los reptiles gigantes, allá por el Cretácico.

A finales del verano o principios de otoño nacen en la raíz de las hojas unos gurullos de granejos que son agrupaciones de capullos florales incipientes. Así, apretados y chiquitines, atraviesan los días más fríos y cortos del año esperando que éstos se alarguen. Al final del invierno engordan y se abren en unas florecillas amarillas, muy pequeñas y poco llamativas. Hay flores masculinas y flores femeninas. En el centro de cada pelotoncillo hay una única flor femenina de protagonista y alrededor, en posición inferior y rodeándola, muchas masculinas. Una humilde vedete con su cortejo de humildes admiradores.

Boj en flor. Fuente: Autor

El buje crece lentamente, sin prisas.  Lo hace en primavera y luego se para. El invierno le gusta al boj más que el pleno verano y cuando vuelve el frescor del otoño empieza a crecer otro poco.

El fruto, en su posición vertical, resulta una urna coronada por tres picos. Tumbado parece una hucha de cerdito, en la que los picos serían las dos orejas y la jeta. Cuando madura y se seca, estalla y lanza las semillas. Entonces queda abierto en tres piezas semejantes a tres búhos que se miraran en corro. Hay un cuentecillo al respecto que explica la curiosa similitud. El último boj que quedaba en el mundo confió a un jabalí la dispersión de sus semillas. Le entregó el único fruto del que disponía. El jabalí se lo quiso comer, pero estaba muy duro, así que lo llevaba en la boca para que se le fueran remblandeciendo. El boj que fue informado de la traición pidió ayuda a los búhos. Tres búhos despertaron al jabalí y lo persiguieron durante la noche. Lo asustaba uno desde un lado, otro desde el otro, cuando huía le ululaba y le cortaba el paso el tercero. De aquí para allá huía el cerdo salvaje y los búhos lo acorralaban.  Acobardado, terminó por soltar el fruto que al caer se abrió y soltó las seis semillas. Y en su momento, germinaron. ¡Gracias a los búhos aún hay bujes! ¡Y gracias al buje aún hay búhos (en sus frutos al menos)!

Fruto del boj con los tres búhos. Fuente: Autor

A pesar de ser arbusto, puede vivir durante cientos de años. Más que muchos árboles. El boj fue muy explotado a lo largo de los siglos, por lo que no es frecuente encontrar grandes ejemplares. Los vemos de uno o dos metros normalmente, pero podrían llegar a 5, incluso a 8. Si se encuentra alguno de 4 en suelos fértiles de lugares apartados e inaccesibles ya es una rareza.

Tengo anotada una noticia, publicada por la revista Quercus en junio de 1998, en que la organización ecologista Gurelur denuncia que “Empresas alemanas están cortando bojes de forma masiva e incontrolada en montes navarros como los del puerto de Loiti para elaborar coronas funerarias”. Esto da una idea de lo buscado que fue y del uso frecuente que de él se hacía. 

La madera es muy dura, de hermoso color dorado. La podemos apreciar, contrastando con maderas oscuras como el nogal, en antiguas taraceas de bargueños, mesas y muebles. En piezas y tableros de ajedrez. En pequeñas tallas y cachas de navajas y cuchillos. En las ruecas de nuestras abuelas. Y en badajos de cencerros y tangarros.

Fajardo, Verde, Rivera y Obón recogen muchos usos tradicionales de por aquí. A un paisano de Tragacete le oyen una leyenda que parece extraída del venero de las Mil y una noches. Cuento de genios metidos en cachuchos o lámparas prodigiosas. En un canuto de buje se introducen la noche de San Juan flores de hierba falaguera (1). Esas “flores” se convierten en diablillos que obedecen y hacen realidad todo lo que les ordenes. En El Tobar, a una mujer, desesperada porque tenía a su marido en la cárcel y la cosecha sin recoger, le solventaron la siega y la trilla en un santiamén durante la noche. Y le dejaron todo bien recogido: el trigo en las trojes y la paja en el pajar. Como el genio oriental de la lámpara, así son los genios o diablillos serranos del canutillo de buje. En muchos pueblos de la Serranía se bendecían y repartían ramos en Semana Santa. Los de Enguídanos lo recolectaban para engalanar las calles durante el Corpus. Para las fiestas de Cardenete se levantaban arcos  en las puertas de las casas. Y en Pajarón los bolos se hacían con varas de sabina o de buje.  Las mujeres de la Serranía, cuando cocían en común en el horno del concejo, marcaban sus panes con cuños de su madera. Y todavía hoy se tallan cucharas y cucharones. Documentan  también  cubiertas de buje en chozos de pastores.

Sotobosque de boj bajo pinar albar en Laguna del Marquesado. Fuente: Autor

El medicinal fue un uso popular, ahora trasnochado y poco recomendable. Se ha aplicado en multitud de dolencias, entre ellas para bajar la fiebre, para purgar el organismo y evacuar el vientre, para combatir el paludismo y como sustituto de la quinina, incluso como crecepelo, propiedad ya descartada por médicos y botánicos del Siglo XVIII como José Quer. El buje puede ocasionar, por el contrario, intoxicaciones graves, incluso mortales, debido a la presencia en sus hojas y corteza de muchos alcaloides, principalmente la buxina. No podría llamarse de otro modo esta sustancia.

(1) Helecho común (Pteridium aquilinum). Realmente esta planta no tiene flores, pero se refiere a los esporangios, órganos reproductores donde se contienen las esporas y que ocupan el envés de las grandes hojas.

BIBLIOGRAFIA: 

 – Flora Ibérica. Plantas vasculares de la Península Ibérica e islas  Baleares. Volumen VIII. Real Jardín   Botánico, CSIC. Madrid, 1997.

 – Etnobotánica de la Serranía de Cuenca. Las plantas y el hombre. José Fajardo, Alonso Verde, Diego Rivera y Concepción Obón. Dip. Prov. Cuenca. 2008

– Tesoro de la lengua castellana o española. Sebastián de Covarrubias. 1611. Edición de Martín de Riquer. Ed. Altafulla. Barcelona, 1989.

– Diccionario etimológico de la lengua castellana. Joan Corominas. Ed. Gredos. Madrid, 1980.

– Flora Española o historia de las plantas que se crían en España. José Quer Martínez. 6 Tomos. Madrid. 1784. Biblioteca Digital RJB CSIC.

– El blog de la tabla, https://www.elblogdelatabla.com/

– Quercus. Nº 148. Junio 1998.

 

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