El límite entre el meso y supramediterráneo en la Serranía de Cuenca.

El límite entre el meso y supramediterráneo en la Serranía de Cuenca.

Imagen de cabecera: Muela de la Madera, en el paraje llamado “La Peña del Acebo” a más de 1400 metros. Elaboración propia.

Donde algo acaba, algo empieza. Y si a mí algo me sorprendió fue la primera vez que estuve en los Pirineos navarros y pude observar el final del bosque. Como si un dibujante hubiera trazado una línea, todos los árboles empezaban a desaparecer a la misma altura abriendo paso a los verdes y frescos pastizales que, para aquella época de principios de verano cuando en nuestra provincia reinaba el seco y polvoriento amarillo, refrescaban mi mirada como si de un manantial se tratara. Nunca había imaginado que el bosque pudiera terminar. Con el tiempo aprendí que este fenómeno se denomina límite del bosque o de crecimiento de los árboles y que puede ser altitudinal (alpina o de alta montaña) o latitudinal (ártico o antártico), y determina el tipo de vegetación que vamos a encontrar. Nosotros, esta vez, hablaremos del altitudinal, que aunque varía mucho dependiendo de la región y de las condiciones climáticas a lo largo y ancho del planeta, es el que encontramos en la provincia de Cuenca.

Porque no es necesario viajar a las montañas de Alaska, a los alpes suizos o a los pirineos navarros para observar estos límites altitudinales que configuran los pisos bioclimáticos1. En la carretera de Uña a Las Majadas, subiendo a la Muela de la Madera, en el paraje conocido como “La Peña del Acebo”, ocurre uno de estos espectáculos de la naturaleza donde los dioses del sol y el agua, en su forma de temperatura y precipitaciones, imponen sus leyes sin piedad.

La carretera entre estos dos municipios es estrecha y, en algunos tramos, sinuosa. En estas fechas invernales suelen surcar el aire bandos de pinzones y zorzales; y la tierra, corzos y ciervos. El escaramujo en los zopeteros enseña sus frutos carmesíes para adornar la monotonía cromática del monte y los reclamos de lúganos y carboneros garrapinos para alegrar el silencio del bosque. El sol de invierno ilumina los musgos perlados con rocío. Pero si alguien reina en este paraje son los pinos. En Uña, situada a unos 1200 metros de altitud, el pino negral (Pinus nigra) es el auténtico protagonista. Su corteza es gris metálica y parece estar compuesta por láminas de papel. En esta época del año, y con una abundancia más que llamativa, están llenos de bolsones de la procesionaria que parecen disfrazar a los pinos de árboles de navidad. Sin embargo, subiendo por “La Peña del Acebo”, a una altura alrededor entre 1350-1400 metros, además de llamarnos la atención la cantidad de acebos que dan nombre al paraje, observamos como las cortezas de los pinos comienza a cambiar a una textura mucho más escamosas y de color, que comienza a ser anaranjado, especialmente en la mitad superior. Si nos acercáramos, también veríamos que sus hojas, llamadas acículas, y sus piñas son más pequeñas. Pero si hay algo llamativo, es que desaparecen los bolsones de la procesionaria y su espacio lo toma la rama dorada: el muérdago (ver artículo en la sección de Flora). Se trata del pino albar (Pinus sylvestris).

Al llegar a lo alto de la muela, es momento de pararse y disfrutar del paisaje. Las espinosas siluetas de los agracejos y escaramujos; los piramidales enebros y la cantidad de zorzales completan las maravillosas vistas a la sierra. Aquí el protagonista es el pino albar y lejano queda el pino negral. Pero, ¿en qué momento aparece uno y desaparece otro? Y… ¿Será la gran cantidad de muérdago la que determine la cantidad de zorzales?  ¿Aquellos pinares del fondo del valle fueron un pastizal? ¿Por qué los acebos están tan raquíticos? Entre tantas preguntas en el aire, un ruido grave rompe el silencio y un enorme camión, luchando con la anchura de la carretera, baja lleno de troncos de madera de pino albar que no muy tarde calentarán algún hogar o serán esculpidas por el carpintero.

Al menos contestaremos a la primera pregunta. Este fenómeno, que se observa perfectamente en el cambio de estas dos especies de pinos, pino negral y pino albar, sucede en todos aquellos rincones de la Serranía de Cuenca donde se sobrepasan los 1400 metros y se denomina el límite entre el piso mesomediterráneo y el supramediterráneo. El descenso de temperatura (0.6 grados cada 100 metros), el aumento de riesgo de heladas y las nevadas más frecuentes en invierno son algunas de las causas para que este fenómeno suceda alrededor de esta altitud en el clima mediterráneo. Estos factores físicos determinan también la vegetación asociada a estos bosques. Mil cuatrocientos metros: un número que es recomendable recordar.

Por tanto, los límites del bosque -o de crecimiento de los árboles-, me abrieron las puertas de los límites dentro del propio bosque como sucede en este tramo de la carretera entre Uña y Las Majadas, y me enseñó cuántos secretos esconde la naturaleza. Las condiciones climáticas, como la temperatura y las precipitaciones determinan las especies que nos vamos a encontrar y, como consecuencia, las relaciones entre ellas: la procesionaria y el pino negral; el muérdago y el pino albar; los zorzales y el muérdago; el ser humano y la madera del pino. En el saber, como en los pisos bioclimáticos: donde algo acaba, algo empieza. 

1 Según Rivas Martínez (1987), se entiende por piso bioclimático cada uno de los espacios que se suceden altitudinalmente, con las consiguientes variaciones de temperatura. Las unidades bioclimáticas se delimitan en función de las temperaturas, de las precipitaciones y de la distribución de ambas a lo largo del año. A cada piso bioclimático le corresponden, una serie de comunidades vegetales que varían en función de las regiones biogeográficas, pero que mantienen grandes rasgos en común.

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