Arquitectura y poder en las vistas conquenses de Van den Wyngaerde

Arquitectura y poder en las vistas conquenses de Van den Wyngaerde

En los estrechos límites de un artículo como éste, resulta obligado circunscribirse a un objetivo adecuado a su extensión, y lo centraremos en algunas arquitecturas vinculadas con el poder de los linajes que las erigieron. Hablar de edificios de carácter civil en la ciudad de Cuenca significa referirse, ante todo, a fragmentos de una arquitectura mixtificada por el paso del tiempo. Los vestigios conservados apuntan a inmuebles que han sufrido múltiples reformas y cambios de uso, testimoniando todavía su valor de documentos de una época merecedores de la mayor estima. Precisamente, para la valorización de tales vestigios el apoyo de las dos panorámicas de Van den Wyngaerde resulta imprescindible, ya que recrean cómo eran esas mansiones en su origen. Como podrá comprobarse, en las vistas de 1565 abundan especialmente las realizaciones bajomedievales, no demasiado transformadas por el Renacimiento, lo que no puede extrañar si tenemos en cuenta la fecha de la visita del maestro flamenco a Cuenca.

Iniciamos nuestro recorrido con la panorámica de Cuenca desde la hoz del Huécar. Justo al lado de la catedral, pueden verse los muros arruinados del palacio-fortaleza de los Albornoz, uno de los linajes nobiliarios más influyentes de la Castilla bajomedieval. Entre las mansiones fortificadas conquenses, este denominado Solar de los Albornoces sería la de mayor relevancia. El venerable edificio, hoy desaparecido, constituye una de las revelaciones más sorprendentes ofrecidas por el artista flamenco. Muestra dos cuerpos cuadrangulares construidos con mampostería. El de la izquierda aparece bastante más elevado, con restos de almenas coronándolo y sin aberturas visibles en sus hoscos muros. Su aspecto es el de un donjon de la arquitectura militar del Medievo. El segundo cuerpo, pegado al anterior, es más bajo y presenta varias ventanas, una de gran tamaño y remate aparentemente semicircular. Se distingue en él un muro próximo al acantilado de la hoz del río Huécar, al haz del otro bloque constructivo, y otra pared más alejada dando a la actual calle de Julián Romero. El estado que revela el conjunto es de completo abandono; no parecen conservarse las cubiertas, al menos en el bloque menor, y solo quedan en pie los muros perimetrales.

Figura 1: Solar de los Albornoces, indicado por la flecha, con sus muros arruinados.

El historiador Mártir Rizo atribuye a Álvaro García de Albornoz la construcción de la morada tras la conquista de Cuenca, así como la fundación de la capilla familiar de los Caballeros en la catedral. Este aserto no puede ser aceptado con los datos actuales, aunque la resolución del problema tal vez exija fundir fortaleza-palacio y recinto funerario en un mismo bloque cronológico. Los datos documentales sobre el “Sacellum Militum” son escasos pero suficientes, y apuntan como fundador a Garci Álvarez de Albornoz en el último cuarto del siglo XIII. A ese momento debe de pertenecer la fábrica retratada por Van den Wyngaerde. Como símbolos urbanos de poder de primera magnitud, capilla y mansión solariega revelarían la voluntad del linaje de iniciar o reforzar su radicación en Cuenca. La proximidad de ambas, en el costado norte de la catedral, también atestigua que solo como conjunto podrían ser entendidas.

Como queda dicho, la mansión se construiría a finales del siglo XIII por don Garci como un verdadero castillo ciudadano, que remite a uno de los momentos más brillantes vividos por la aristocracia conquense. En el siglo XIV, el apellido Albornoz se encumbra como parte de la nueva nobleza castellana favorecida por los Trastámara. La eclosión del linaje, como ha estudiado Salvador de Moxó, llega con los hijos de Garci Álvarez: el célebre cardenal Gil de Albornoz y Alvar García de Albornoz, que llega a ser considerado “rico-hombre”. Por su fidelidad al rey Alfonso XI, le cabe la honrosa responsabilidad de la crianza del infante don Sancho. Éste, como escribe Baltasar Porreño, “Criose en Cuenca, en casa del dicho Albar Garcia”. En esa misma morada nacería el citado cardenal don Gil, que luego desempeña un papel decisivo en Italia como pacificador de los Estados Pontificios.

El abandono de la vieja mansión se produciría en el transcurso del siglo XV, en correspondencia con el ocaso de la rama principal de los Albornoz. A mediados de dicha centuria, parte de su patrimonio y el título mismo pasan a los Carrillo en la persona de don Gómez, bisnieto de Alvar García de Albornoz. Este don Gómez, apodado el Feo, inaugura la línea de Carrillo de Albornoz, herederos tanto del Solar como de la capilla catedralicia de los Caballeros. Durante el primer tercio del siglo XVI, sus descendientes reconstruyen el “Sacellum Militum”, pero no así la antigua morada de sus antepasados. Lo prueban noticias documentales de la época y la imagen de Van den Wyngaerde. Sus casas principales ya no radicarían aquí sino en otras zonas de la ciudad, como tendremos oportunidad de tratar más adelante. Y es que las cerradas fábricas de la belicosa Edad Media casaban mal con la vida delicada del Renacimiento.

A la izquierda de la catedral asoma en la vista de Cuenca desde el este uno de los testimonios más venerables de la arquitectura gótica civil de Cuenca: el palacio episcopal. Es el más antiguo de todos los ejemplos reseñables, porque se remonta a los primeros años de la conquista cristiana de la ciudad. Pero, al tiempo, su conocimiento es el más reciente de todos, porque la primitiva fachada del siglo XIII surge bajo el revoco hace exactamente veinte años, en agosto de 2001. La panorámica de Van den Wyngaerde desvela la fachada oriental completa del primitivo palacio gótico de los obispos de Cuenca, prácticamente inalterada hasta entonces pero con claros signos de decrepitud.

Figura 2: Palacio Episcopal, indicado por la flecha, con los grandes ventanales góticos, descubiertos en 2001.

La trascendencia del hallazgo de 2001 es grande porque, al margen del estado de conservación de los restos, son escasas en España las muestras de arquitectura civil de esa centuria como las que pueden verse en Cuenca. La fachada gótica, de mampostería, contiene en dos niveles un conjunto de vanos apuntados de diverso tamaño y en desigual estado de conservación. En el nivel superior encontramos una de las joyas patrimoniales de la arquitectura de la ciudad: un gran ventanal del gótico radiante de unos 4,25 x 1,90 metros, con la tracería interior completa de lancetas con trilóbulos, dintel y óculo con cuadrifolio inscrito, todo ello cubierto con rica decoración vegetal de hojas de loto, higuera, etcétera. Otros vanos correspondientes a la misma planta se encuentran en peor estado de conservación. Los vanos del nivel inferior son del primer gótico. Los hallazgos se encuentran insertos en una fase constructiva llevada a efecto a partir de 1580 por el arquitecto Juan Andrea Rodi, cuando el obispo don Rodrigo de Castro le encarga la reedificación del Cuarto de San Julián. Hay que imaginarse detrás de esos muros las celdas de los condenados.

Cuando Van den Wyngaerde ejecuta su panorámica de la hoz del Huécar, el Santo Oficio ocupaba el Cuarto de San Julián. Tras su establecimiento en 1489 en la ciudad, el obispo don Alonso de Fonseca, que no residía en Cuenca, les cede el edificio. El uso se consolida en la época de su sucesor, el cardenal italiano Rafael Galeote Riario, que ni siquiera conocería físicamente su diócesis española. Después de su nombramiento (1518), el obispo don Diego Ramírez de Villaescusa entabla una dura pugna con los inquisidores por el dominio del edificio. En 1525 se alcanza un principio de acuerdo: en la sección occidental, el primer patio y las estancias adyacentes quedan para el prelado; en la sección oriental, el patio trapezoidal y sus dependencias permanecen en poder de la Inquisición, incluida la fachada gótica.

Figura 3: Casas Colgadas y Barrio de San Martín.

Si hay un edificio icónico en Cuenca, hasta el punto de haberse convertido en la imagen de la ciudad más conocida en los más remotos lugares, es el de las casas Colgadas. Van den Wyngaerde las representa acompañadas por otras viviendas similares, en un conjunto que permanece inalterable hasta los primeros años del siglo XX. Y es que Cuenca mostraba, en insólita topografía arriscada y vertical, uno de los conjuntos de arquitectura popular más sugestivos que pudieran encontrarse en Europa, correspondiente a la tipología de entramados de madera tan característica del Sistema Ibérico. Las cuatro casas de la derecha, las Colgadas propiamente dichas, albergan ahora, renovadas parcialmente o muy transformadas, el museo de Arte Abstracto Español y un restaurante. De las cuatro, la de mayor interés histórico es la de la izquierda, porque mantiene en lo esencial la estructura de los siglos XV y XVI. El protagonista fundamental es el bachiller Gonzalo González de Cañamares, canónigo de la catedral de Cuenca, que compra las casas en 1481 y las transforma en su morada. Los elementos artísticos que contiene, una escalera del gótico isabelino, la sala principal con un mural de banquete, y un hermoso artesonado gótico-renacentista en la que sería la capilla privada del canónigo, datan la morada a finales del siglo XV y principios del siguiente. Las fechas coinciden exactamente con las de máxima actividad eclesiástica de don Gonzalo, que en 1486 funda la capilla de Santa María y Todos los Santos de la catedral, y en 1528 otorga testamento.

Lo relevante en verdad es que el canónigo vincula las casas Colgadas con el patronazgo de la capilla de Santa María y Todos los Santos de la catedral. Ello produce consecuencias de gran calado: asegura su conservación en el curso de los siglos bajo una misma propiedad, y permite conocer a sus poseedores y habitantes de manera consecutiva y sin interrupción alguna. El edificio acredita su pertenencia a la arquitectura tradicional de Cuenca tanto en las fachadas a la hoz del Huécar como en las estructuras interiores: voladizos con los huecos ubicados entre los pies derechos, entramados de madera con relleno, galerías, etcétera. El modelo queda ya recogido en distintos pasajes del Fuero conquense, particularmente en el Códice Valentino. Otro factor básico atiende a la pertenencia de las Colgadas al grupo de los edificios a plomo sobre los acantilados de las dos hoces, configurando una escenografía espectacular en la cornisa de la calle de San Juan con sus traseras a la hoz del Júcar y, particularmente, en la del barrio de San Martín, en sus fachadas posteriores a la hoz del Huécar.

Figura 4: Palacio de los marqueses de Cañete.

Nuestro paseo imaginario por las piezas wyngaerdianas de Cuenca nos lleva ahora a la vista representada desde el oeste, donde localizamos la casa-palacio de los marqueses de Cañete encumbrada sobre los derrumbaderos del barrio del Alcázar que caen sobre el río Júcar. La fecha de 1440, en que fallece doña María de Albornoz y pasa el título al linaje Carrillo de Albornoz, señala también de manera simbólica el imparable ascendiente de los Mendoza en el territorio y en la misma ciudad. El primer señor de Cañete, Diego Hurtado de Mendoza, estaba casado precisamente con Beatriz de Albornoz, hermana de María, y ostentaba las prerrogativas de guarda mayor de Cuenca (que pasarían a sus descendientes). El lento deterioro del Solar correría parejo con el surgimiento como nuevo emblema representativo de las casas de los Mendoza: primero, las casas “antiguas” entre la plaza de la Merced y las calles Zapatería/Correduría; luego, las “nuevas” o principales del linaje entre la misma plaza y calle del Fuero, y las vertientes de la hoz del Júcar. Este conglomerado de edificios desempeña el mismo protagonismo, durante los siglos XV y XVI, que la fortaleza aledaña a la catedral durante la centuria anterior.

La denominación de “antiguas” que se les otorga solo parece tener una explicación: que constituyen la primera morada de los Mendoza en Cuenca, trasladándose después, aunque conservando la propiedad de la misma, al inmueble de la vertiente del Júcar. Mártir Rizo ha dejado escrito un sugestivo testimonio escrito de todas ellas. Tras referirse al que en su época era el palacio cardinal de los marqueses de Cañete, escribe: “Desde este edificio corre un passadizo, que le junta con otras casas de los mismos dueños, que llaman las Antiguas…Y es cosa de maravillar, ver, que por una parte, que sale à la calle, que llaman de la Correduria ay algunas casas pertenecientes a los mismos Marqueses, que tienen quatro, y cinco quartos, y en lo eminente dellas un jardin con su fuente, como se dize de los muros de Babilonia”. De estas casas “antiguas” perdura un monumental torreón, incrustado entre viviendas normales a la entrada de la calle de Mosén Diego de Valera (antiguamente, la Zapatería). Aparece adosado a la muralla del Alcázar, que asoma de arriba abajo en el fondo de todas las habitaciones. Su erección corresponde al último tercio del siglo XV, en la época de Juan Hurtado de Mendoza, segundo señor de Cañete. Quedaba agregado orgánicamente a otros cuerpos cuyas fachadas daban a la plaza de la Merced, en un nivel superior, frente al ligeramente más tardío palacio principal del linaje.

Como queda dicho, los Hurtado de Mendoza levantan después otro núcleo constructivo muy próximo, al otro lado de la plaza de la Merced, en posición dominante sobre la hoz del Júcar. Quedaba unido al anterior por un pontido, ampliando sus dependencias de modo considerable. Anton Van den Wyngaerde deja testimonio tal como era en su tiempo. Este palacio “nuevo” representa el prototipo quizá más evidente, en la Cuenca del siglo XVI, de lo que significa la creación de emblemas arquitectónicos de poder. Según la hipótesis que planteamos, su construcción tendría que ver con el logro del marquesado de Cañete por parte de la estirpe. Los Reyes Católicos conceden el título a Juan Hurtado de Mendoza en 1490, pero dos días después de su muerte. Al fallecer en el mismo año su hijo Honorato, el auténtico primer marqués es Diego Hurtado de Mendoza, hijo y nieto de los anteriores. Las casas “nuevas” de los Mendoza se construirían desde finales del siglo XV y durante el primer cuarto de la centuria siguiente. En 1525 se encontraban prácticamente finalizadas. El punto de inflexión histórico más importante del inmueble tiene lugar en el último cuarto del siglo XVII, cuando los Mercedarios Calzados reciben en donación el edificio de manos de la titular entonces del marquesado de Cañete, doña Nicolasa Hurtado de Mendoza. Ampliado con una iglesia y otras dependencias, y adaptado a otra función, el palacio “nuevo” de los Marqueses de Cañete permanece ante nuestros ojos como una de las fábricas históricas más venerables de Cuenca.

Figura 5: Palacio de los Carrillo de Albornoz

El palacio Carrillo de Albornoz destaca sobre los edificios populares del tercio inferior de la cuesta que baja hacia el río Huécar, compitiendo con los volúmenes de las construcciones religiosas. Su fachada principal, resplandeciente bajo ese sol vespertino que ilumina la panorámica, emerge monumental entre dos compactas torres cuadradas. Su relevancia no pasa inadvertida para Wyngaerde: con las casas de los marqueses de Cañete, son las únicas residencias domésticas que se acompañan con rótulos explicativos. Una equiparación similar efectuaría Mártir Rizo, unas décadas después, destacando que las casas de los Carrillo de Albornoz eran “obra verdaderamente insigne y digna de aquellos señores: estan edificadas en parte mas baxa, pero no por esso de menor lustre y grandeza”.

No parece que ese “en parte mas baxa” deba interpretarse como una mera localización geográfica. Como buena ciudad alta con empaque militar, el prestigio mayor del suelo radicaría en la cresta culminante. Allí asientan sus residencias los linajes superiores, Albornoz y Mendoza. Los Carrillo, descendientes de los primeros pero en tono algo menor, se muestran en 1565 en la principal arteria de acceso al centro histórico, si bien en zona más baja. Desde luego, es una elección voluntaria, porque podrían haber rehabilitado el  viejo solar de la estirpe adyacente al costado norte de la catedral. Por otra parte, en nuestra opinión, el palacio dibujado por Wyngaerde pertenecería inicialmente a la familia de doña Inés de Barrientos. En septiembre de 1512, Luis Carrillo de Albornoz firma sendas cartas de dote para su esposa doña Inés, nieta, a su vez, del célebre obispo don Lope de Barrientos. Entre otras partidas de la cuantiosa dote, reconoce “dos pares de casas en esta çiudad de Cuenca, que son las prinçipales en que beuimos y las otras que son en la calle que desçiende de la plaçuela de Santo Domingo al Postigo”. En este momento, Luis contaría al menos con veintiséis años de edad, y era el titular del linaje por el temprano fallecimiento de su progenitor. En 1512, ya se encontraría construido el patio isabelino, que es el único elemento de la época que ha llegado a la actualidad (restaurado y embutido en el moderno edificio de Justicia). La morada pasaría con toda probabilidad a los Carrillo a través del mayorazgo instituido por doña Inés en favor de su hijo Pedro.

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