… Y VOLVERÁN LOS COLORIDOS SONIDOS DE LA PRIMAVERA Documentación y salvaguarda del patrimonio sonoro de El Hito

… Y VOLVERÁN LOS COLORIDOS SONIDOS DE LA PRIMAVERA Documentación y salvaguarda del patrimonio sonoro de El Hito

Si cerráramos los ojos hay algo que parece confundirse con los siglos y las generaciones. Momentos que podrían ser compartidos por otros que antes nos precedieron. Aquella alondra pudo ser la misma que escucharan los primeros pobladores de Contrebia Carbica, los mismos ababoles de carmín que cogieron los comerciantes romanos camino de Segóbriga, el mismo trompeteo del vuelo de las grullas mientras blandían sus espadas musulmanes y cristianos en estas llanuras, el mismo regreso de las golondrinas a sus calles mientras sus gentes se marchan, el mismo resplandor de las malvas mientras el pueblo se marchita…

Lo mismo ocurre con los coloridos sonidos que a lo largo de generaciones trae la primavera a El Hito. Colores de canciones, ritmos y sonidos herrumbrosos que retumban en el mismo precipicio de la historia. De un modo mágico, la celebración que rodea a la Virgen de la Encarnación cala en lo profundo de nuestros huesos por esos sonidos y colores que tocan y dibujan las dulzainas, los paloteos y los cencerros. Música y danza que, transmitiéndose a lo largo de los siglos, ha fraguado un tesoro del patrimonio cultural de nuestro territorio. 

El chirriante sonar de la dulzaina y el rítmico redoblar del tamboril nos llevan a pasadizos de otros tiempos. A calles de barro donde una lejana melodía se acerca y que al doblar la esquina, alegra el alma. Un rodar de notas, entre burros y mulas, como ruiseñores en la ribera. Ecos de chirimías en salones, de la antigua flauta de Pan en busca de alguna ninfa, de los tambores de guerra, de noches de baile ante la luna y mañanas de pasacalles como lagartos al sol. La dulzaina y el tambor, al son de El Borreguito, Las Modistillas, La Gallina o La Nación, mueven la sangre de nuestras articulaciones para, al mismo tiempo, mover la de tantas generaciones que por esta tierra han pasado.

Ocho hombres que un día fueron niños. Ocho niños que luego fueron hombres. Y como el mismo viento los empujó al etéreo baile de la eternidad para que fueran ocho distintos. Otro alcalde también. Entre sus manos se entrechocan los sonidos de los árboles. Madera perenne que suena a las entrañas de la naturaleza.  

Hoy, una savia nueva y joven ha comenzado a crecer entre los agonizantes pasos acompasados de su danza y el chocar de sus castañuelas y paloteos. Son niñas y mujeres que han comenzado a bailar y aprender el ritmo de los paloteos. Que se han sumado al reto de no dejar marchitar esta cultura inmemorial. Porque ya no hay hombres suficientes y son pocos los que recuerdan cuando iban aquellos ocho danzantes más el alcalde. En estos tiempos de incertidumbre, es necesario que las nuevas generaciones tomen el relevo, permitiendo además que las mujeres sean partícipes. Con esta llama de esperanza, aún queda danza que bailar y ritmo que palotear. Más allá de todo, es un reconocimiento y un deber.

Y por último, el ruido. Ese zumbido que roba el silencio y rompe la armonía de las melodías. Zumbido, no de abejas ni de moscardones, sino de cencerros. Es aquí donde se refleja el caos del que nace la música y la danza. El vaivén de badajos entre las herrumbrosas campanas retumban por los caminos de estos campos de aroma manchego. Sonidos ilegibles e inentendibles que cuentan los primeros secretos del ser humano. Aquellos donde la religión y la naturaleza eran parte del mismo misterio y donde la vida y la ganadería eran el mismo respirar. Luego fueron los llamados diablos los que se echaron a las espaldas estos cencerros para ahuyentar los malos espíritus. Y para no olvidar quienes somos, comenzaron a cruzar las calles y campos de El Hito como veredas en el monte.

Música, danza y ruido para ahondar en lo más profundo del alma de El Hito. Por ello, cada mayo se regresa a Villas Viejas. Con la romería no sólo se viaja a este verde otero sino a la tierra sobre la que se levantó la mitológica Contrebia Carbica y que luego sería frontera de las grandes comarcas de Huete y Alarcón. La cuna donde reencontrar la esencia del territorio y la pureza del recuerdo. Por un momento, al escuchar la Salve en lo alto del palomar, mientras se vislumbra el rumbo del Cigüela el minutero se para. Después, “El borreguito”, “Las modistillas”, “La nación”, “La gallina”, “Las palomas de Madrid”, “Las migas”, “Camino de los moros”, “El río de Carmona” o “Los quintos” irán colando nuestros pensamientos entre las rendijas del tiempo. Cruzarán los pasillos que pisaron tantas generaciones  y llenarán las habitaciones donde tantas miradas se posaron. De rueda o de esquina, los paloteos chocarán contra el paso del tiempo como embistes de fuertes cornamentas en un otoño eterno.

Hoy, El Hito, con apenas 150 habitantes, es un municipio afectado duramente por la despoblación. Cada vez es menos la gente que atesora este patrimonio cultural transmitido durante tantas generaciones. Una población envejecida que carga con la ausencia de gente joven. Ello influye directamente en la conservación de estos ritmos y canciones. Las melodías de dulzaina y tamboril requieren estudio y técnica. Los paloteos y sus danzas requieren brío y relevo generacional. Por ello, es de esencial interés su estudio y salvaguarda.  Es una honrosa recompensa a nuestros antepasados y un estimulante cultural para nuestras futuras generaciones y pueblos. Un ámbar donde guardar, como un tesoro común, la esencia cultural del ser humano.

Si cerráramos los ojos hay algo que parece confundirse con los siglos y las generaciones. Una melodía, un ritmo, una danza y un murmullo de cencerros. Una fiesta que con sus sonidos y colores marca en el almanaque una cita inmemorial donde celebrar la magia que conecta la naturaleza con el comportamiento humano. Por un instante, el cielo, los caminos, las calles, los campos y el profundo silencio de nuestra alma se vestirán de coloridos sonidos. Quizás, como si de una absurda o divina inmortalidad se tratara, siempre volverán los coloridos sonidos de la primavera.

Por fin trajo el verde Mayo
Correhuelas y albahacas
A la entrada de la aldea
Y al umbral de las ventanas.
Al verlo venir se han puesto
Cintas de amor las guitarras,
Celos de amor las clavijas,
Las cuerdas lazos de rabia,
Y relinchan impacientes
Por salir de serenata.
En los templados establos
Donde el amor huele a paja,
A honrado estiércol y a leche,
Hay un estruendo de vacas
Que se enamoran a solas
Y a solas rumian y braman.
Campea Mayo amoroso
Que el amor ronda majadas,
Ronda establos y pastores,
Ronda puertas, ronda camas,
Ronda mozas en el baile
Y en aire ronda faldas
Miguel Hernández

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