El barrio de San Antón está lleno de pájaros, pero uno destaca por excelencia. Es hembra y tan excelente que algunos la consideran la reina del lugar. Soberana macarra llamada Dora, una graja doméstica que pulula por la zona en libertad, camuflada entre el paisaje y el paisanaje. Una pájara muy avispada cuyo comportamiento y astucia supera con mucho al de algunos humanos. Seña de identidad de esta zona castigada… por las cuestas, incluida la de enero.

A punto de cumplir dos años de su hallazgo, bajo un puente de Huete, su propio dueño ignora por qué recibe el nombre de Dora. ¿Tal vez por su condición de exploradora que sobrevuela el entorno con la pericia de un caco y aterriza sobre su presa? La pájara en cuestión esconde sus capturas sobre una señal de tráfico y entre el ramaje de un árbol, en el que hallaron un variopinto botín cuando le tocó la poda. En un hueco, el hábil córvido había escondido monedas, mecheros, cucharillas y hasta alguna que otra china, no precisamente oriental. A más de uno ha dejado el cigarrillo sin sustancia.
Y es que esta especie, insaciable y voraz al igual que las urracas, acude al brillo, lo atrapa con el pico y lo lleva a su jefe, libre de impuestos. En efecto, a su dueño Juan le ha llegado a poner un billete de 10 € a sus pies con una maestría que hubiera querido Hitchcock para rodar “Los pájaros”. Según el propietario de Dora, no es tan difícil domesticar a un ave como ella porque basta darle comida para convertirla en la amiga más fiel. Y es tal su grado de fidelidad que permanece a las puertas del bar hasta que su dueño abandona el local y es entonces cuando la extraña pareja inicia el regreso a casa para dormir bajo techo. Mañana será otro día y de nuevo vuelta a empezar. Perfecto trasunto de la milana bonita que inmortalizó Mario Camus en los Los Santos Inocentes.
Esta peculiar vecina de San Antón no sólo vela por su amo, también sabe cuidarse a sí misma y por ello es temida en las terrazas de los bares colindantes. Los parroquianos ya están acostumbrados a que arramble con las tapas. Causa perplejidad asistir al momento en que el ave gorrón se sitúa estratégicamente a poca distancia de la mesa seleccionada y se abalanza sobre su presa: un torrezno, sin ir más lejos. Lo que se llama vivir a cuerpo de reina. El astuto animal es capaz hasta de succionar chupitos; que lo pregunten al grupo de jubilados que no ha perdonado la partida diaria ni en pleno confinamiento y sufría esta rapiña de la ávida graja. Quizás le quede fumar, no por falta de colillas ni de mecheros si no de las dotes de prestidigitación necesarias para darse fuego.

La camarera de la Cafetería San Antón dice en su parco castellano que Dora es muy mala porque le pica los tobillos no contenta con picotear las tapas…y eso que el ave en cuestión es el único cliente que usa con propiedad el verbo picotear. Entre bromas y veras hay quien dice también que su dueño es más pájaro que ella. Todo se pega.
Dora es única, pero no la primera pájara que ejerce el papel de mascota. Hubo más aves de su misma especie antes que ella, debido al pasado cetrero de su propietario. La anterior se llamaba Rosita y emigró hacia un destino incierto después de posarse sobre el hombro de un desconocido que entró en su coche y se alejó con su nueva compañera de copiloto. También a Dora le gusta posarse en los espejos retrovisores y darse una vuelta por el barrio hasta que estima suficiente la excursión y vuelve a su predio.
La presencia de esta ave en el barrio de las bicicletas suscita división de opiniones entre los vecinos, de ahí que el colectivo más libertario llegue a votarla para presidenta en las asambleas de barrio. Lo que viene a ser vota a Dora en lugar de vota a Rita. Incluso un estudiante de Bellas Artes, de los muchos que habitan la zona, ha inmortalizado al pájaro con tanta pericia que su obra cuelga en varios establecimientos de la zona. El dueño de un bar cercano está tan orgulloso del cuadro colgado en su pared que alaba al artista por haber reproducido al córvido con gran fidelidad: una hembra, como puede apreciarse por el plumaje grisáceo de la cabeza, totalmente negra en los machos.
Dora es ya, por derecho propio, el símbolo de San Antón, reducto emblemático de Cuenca, tanto por acoger la alfarería de Pedro Mercedes como por albergar la Iglesia de la Virgen de la Luz y tener el Júcar a sus pies, como el Albaicín tiene al Darro. Un barrio que iluminado de noche bien podría ser escenario de un Belén. De día, ya se encarga Dora de montarlo.

Me encanta esta escritora por su lenguaje y descripción de la historia y el suspense hasta el final.