Un recuerdo con la Ranra de Albaladejo del Cuende

Un recuerdo con la Ranra de Albaladejo del Cuende

Apoyado en su garrota de almez, ven los ojos del pastor desperezarse este viejo rincón castellano. Los caminos solitarios parecen arrugas del paisaje. La fría oscuridad de la noche aún cala los huesos y el puntiagudo aire baja del monte hacia la vega adormeciendo las tierras pacientes de granos, olivas, azafrán y uvas.

Camino de la taina para ver cómo se encuentran los pequeños corderos, ha hecho un alto en la “torre” para ver despertar a su pueblo. A sus espaldas la sierra, su destino, y a sus pies, el pueblo. Sus casas se clavan a sus costados mientras sus calles irregulares se descuelgan hacia la vega. Una blanca y fina niebla cubre los tejados y los aromas inertes de la leña comienzan a perfumar sus cuatro costados. Es el alba de un domingo de febrero, tres días antes del Miércoles de Ceniza que abrirá el período de Cuaresma. Es Domingo de Carnaval en Albaladejo del Cuende.

Imagen nocturna de Albaladejo del Cuende. Fuente: Cristian Culebras

De repente, un redoble de tambores rompe el amanecer y agiganta el misterio y la niebla. Su densa blancura impide ver al pastor de qué lugar proceden. Un redoble viene por una calle y otro va por otra. Al poco se van sumando a ellos, diferentes voces de hombres. Hasta qué en un claro, junto a una esquina de la plaza, los redobles cesan y las voces se vuelven intensas. Nueve figuras, abrigadas con chaquetas de pana y todas con un sombrero sobre la cabeza, se abrazan. En ese instante, canta el gallo, rebuzna un borrico y los cerrojos se desclavan y abren los portones del día.

Bien conoce el pastor quienes son. Forman estas gentes La Ranra, la cofradía que cada año al llegar el domingo de carnaval, visten su negro sombrero adornado con una flor, y al son del tambor, van hilando tiempos perdidos de voces olvidadas por las calles del pueblo. Él también lo fue años atrás, así como lo fue su padre y su abuelo. Por ese motivo había subido y esperado en la “torre”. Porque a pesar de que tiene Albaladejo del Cuende en su propia voz la mezcla árabe y cristiana estas figuras ahondan en las raíces más profundas y lejanas.

Dibujo del pueblo de Albaladejo del Cuende en 1752. Fuente: Catastro de la Ensenada

Aunque, para ser precisos, la Ranra con sus nueve ranreros y los dos cestilleros, llevan ya saliendo por las calles, de puerta en puerta, desde Navidad. Porque su verdadero objetivo es recaudar dinero para ofrecer oraciones, misas y, sobre todo, cuidar el cementerio y las almas que allí moran. Pedir limosnas para que las almas del purgatorio se ganen el cielo, dirían en otros tiempos. Para ello, los ranreros, salieron los tres sábados anteriores a Carnaval con el sombrero florido en la cabeza, mientras que los dos niños cestilleros, con su cesta de esparto cargada con anís y caramelos, salieron a pedir todos los días festivos desde Navidad.

Cementerio de Albaladejo del Cuende. Fuente: Autor

La Ranra es el nombre popular que aquí se le da a la  Cofradías de las Ánimas, Esta Hermandad tiene sus orígenes en el siglo XVI, desde que el Concilio de Trento ordenó que para ayudar a las almas a salir del Purgatorio era necesario pedir limosnas y ofrecer oraciones y misas. Desde entonces, se crearon numerosas Cofradías de las Ánimas en todo el país, de las cuales aún quedan en Guadix, Casar de Cáceres, Villafranca de los Caballeros o en la misma provincia, Las Pedroñeras o El Pedernoso. 

Pero aquí, en Albaladejo del Cuende, sus primeros documentos oficiales, hasta ahora, son del siglo XVIII. Ellos se encuentran en el grabado de las dos bacías doradas que portan los albaceas y posteriormente, una década después, en el Catastro de la Ensenada donde se menciona que la “Cofradía de las Ánimas y pobres corre a cargo de Juan López y Pedro Rodrigo”.

Bacía que lleva grabado: “Hermandad de las Ánimas siendo albazeas Miguel Chicano y Domingo Olibares Zamora, año de 1744”. Fuente: Autor

Con la mañana aclarada y anaranjada, el pastor observa como los nueve ranreros, junto al bandera y los dos jóvenes cestilleros, entran en una casa. Al salir se multiplican las palabras y la entonación. Al poco,entran en otra. En los ojos del pensamiento Imagina a los ranreros levantando los porrones de vino junto al brasero, templándose por fuera y calentándose por dentro. Junto a la lumbre del hogar tomarán algún dulce, beberán y reirán, como queriendo burlar al tiempo.  

Ya en la calle de nuevo, los ranreros forman dos filas paralelas, colocándose dependiendo de su mando y su función. En la fila de la derecha, la llamada Compañía del Cuatro: teniente y alférez con sus respectivos bastones; el capitán con su tambor, y el albacea, con su dorada y vieja bacía. En la fila de la izquierda, la llamada Compañía del Cinco, a los mismos mencionados puestos se le añade el paje, quien, con su sable y su escudo, manda y ordena. Y delante, a un par de metros, guiándolos, el de la bandera. En total, diez hombres casados más dos niños cestilleros.

La Ranra por las calles de Albaladejo. Fuente: Cristian Culebras

Acompañan las voces y el sonido del tambor, el martillo sobre el yunque de la fragua, la mirada de los labradores, las carcajadas de las mujeres, el cacarear de las gallinas y, allá a lo lejos, quizás queriendo llamarlo, el balar de los corderos. Y La Ranra con su mezcla militar y feligresa, parece un paso de enlutada soledad entre los oficios cotidianos de la gente de Albaladejo. ¡Qué imagen volver a ver La Ranra por las calles de Albaladejo desde lo alto del cerro, bajo el viejo olmo a la vera de la torre!

Durante tres días, domingo, lunes y martes, no cesará La Ranra en Albaladejo del Cuende. Serán días de fiesta, frías noches y poco sueño. Habrá tiempo de levantar el porrón de mistela y vino bajo los órdenes del paje en la casa de los nueve ranreros; de bailar y apostar lo que a cada ranrero se le ocurra en el “baile de la peseta”; pero también de rezar el rosario y de implorar a San Antonio por las tantas almas que fueron, son y serán. Luego el miércoles de ceniza se ajustarán las cuentas, se anotarán en el libro de actas y, tras la comida, se “disfrazarán de oso” embadurnándose de hollín para asustar a los niños y niñas del pueblo.

Cementerio de Albaladejo del Cuende. Fuente: Autor

Porque al final de eso trata La Ranra, de recaudar dinero para las difuntas almas. Humilde limosna para prepararse para el viaje sin regreso. Cuidar el cementerio y asegurarse un buen descanso eterno. Una fiesta para ganarse el cielo. 

Y tras ver las filas de ranreros, hilando y deshilando las calles, el pastor con su garrota de almez da la vuelta y toma rumbo hacia la taina. Con él también se va su pensamiento hacia aquellos lejanos recuerdos de cuándo fue ranrero. “¿Dónde queda aquel madrugar temprano para tocar el tambor y recoger a los oficiales y mandos? ¿Y el año de aquel nevazo? ¿Dónde los interminables tragos de vino hasta que el paje ordenase? ¿Qué queda de los paseos alicorados que hacían perder el paso y rodar las bacías?¿Y de las traviesas apuestas en el baile que terminaban en riñas? ¿Y de aquel año que el cura, por estar con nosotros, se le olvidó atender un entierro? ¿Cuántas generaciones no habrán repetido y recordado este descosido andar por las calles del pueblo durante tantos febreros? ¿Ahuyentábamos malos espíritus, salvábamos a nuestros muertos o llamábamos a la primavera?”

La Ranra. Fuente: Cristian Culebras

Siempre tuvieron estos viejos pueblos castellanos la costumbre de tomar culto a la muerte. Por eso en estas largas y frías noches de invierno se cuidaba y se recordaba. Pero con alegría. Y era precisamente, en una de estas noches, en Carnaval, cuando la inerte melancolía del paisaje se disfrazaba de colorida y ruidosa fiesta. Para brindar con los muertos. Para entender que tras el invierno vendrá siempre la primavera y que la vida, quizás, no hay que tomársela tan en serio.

BIBLIOGRAFÍA:

  • Catastro de la Ensenada, PARES.
  • La Ranra en Albaladejo del Cuende, Coral Rodríguez Sánchez
  • Entrevistas realizadas por Vestal Etnografía:

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