Hablar del barrio de San Antón implica hablar de sus tradicionales cerámicas y, sobre todo, de su insigne alfarero: Pedro Mercedes. Son recuerdos aún atesorados por muchos y muchas vecinas. Sin embargo, su origen se remonta a épocas muy lejanas.
Es más que probable que la tradición alfarera de nuestra ciudad se remonte al origen constatado de Cuenca: el periodo musulmán. El hecho de que el Fuero de Cuenca, redactado tras la conquista cristiana, haga referencia al oficio de los “olleros” al hablar sobre la artesanía, confirma una existencia previa.
El barrio de San Antón recibió el nombre de “Las Ollerías” tras la conquista cristiana. Antes se llamaba “Los Alfares”, término de origen árabe, teniendo alfares en propiedad tanto musulmanes como cristianos.
La ubicación, datada desde época árabe, se debe a la cercanía de la leña para los hornos en los montes aledaños, así como por la abundancia de agua del río Júcar para hacer el barro. Además, estaba situado al abrigo de los vientos del norte, totalmente nocivos para el secado de las vasijas.
Sumado a ello, la alfarería tradicional de Cuenca ha sido de una gran importancia por la calidad de las arcillas. Además de las piezas utilitarias para almacenar fluidos, se trabajaba con éxito el vidriado, con una amplia gama de colores anaranjados, marrones y verdes.
Al estar situado el barrio de San Antón fuera de las murallas, el comercio era más fluido, siendo más sencillo la adquisición de los materiales para la realización de las piezas (principalmente, cántaros y tinajas), así como la venta de las cerámicas. Por tanto, el arrabal del puente y la margen derecha del río Júcar eran, en el aspecto productivo, el barrio de los alfareros. La mayor parte de los edificios construidos en la ribera eran ollerías.
Con todo ello, llegamos al siglo XV, donde ya abundan en el barrio curtidurías, tenerías y alfarerías (algunas aprovechando cuevas existentes). En definitiva, se trata de un barrio altamente productivo, que ya destaca en estos tiempos por sus oficios. En el siglo XVI, la alfarería siguió cobrando protagonismo, siendo la edificación propia de los alfares la mayoritaria del lugar: casas con corrales y porches.
En el siglo XVIII, concretamente en 1752, hay registros de cinco alfares en la ciudad de Cuenca, estando tres de ellos en posesión de la Iglesia. Si tenemos en cuenta toda la provincia conquense, en 1780 había 42 fábricas de alfarería de barro vidriado y ordinario, que producían 400.000 piezas anuales.
Pero la alfarería no se ceñía solamente a este barrio. La margen derecha del Júcar contenía más ejemplos, en los barrios de Buenavista y de la Guindalera. Hay constancia de la existencia de pequeños alfares en estos emplazamientos en el siglo XX, aprovechando en muchas ocasiones las cuevas existentes en esta ladera.
No obstante, este siglo supuso, prácticamente, el fin de la alfarería como profesión. La introducción de nuevos recipientes de metal o plástico, obtenidos mediante procesos industriales, empujaron a la artesanía del barro a su desaparición. Los pequeños ejemplos hoy existentes (como Tomás Bux, Luis del Castillo o Sandra Ruiz) han quedado limitados a un aspecto artístico, sin pretenderse, en general, un uso utilitario de la cerámica. Sin duda, fue Pedro Mercedes el gran impulsor de este cambio.
El proceso de obtención de la cerámica.
La obtención de los delicados recipientes de cerámica es producto de un proceso que comienza días antes: la recogida de la arcilla. Los alfareros, junto a sus ayudantes, buscaban y recolectaban la materia prima fundamental, el barro. Paralelo a la recolecta de la tierra, se adquirían las demás materias primas para la obtención de los productos deseados, como los minerales necesarios para la decoración posterior. Se sabe que Pedro Mercedes recogía tierra para el alfar cerca de Nohales, próximo a una plantación de olivos. Para él, uno de los puntos de extracción preferidos fue la de “Los Barreros” o “Terreros”, llamada así por las características de la tierra, entre las que destacaba su poderoso color. Estas se encuentran a la salida de Cuenca, a las orillas de la carretera de Madrid. Sin embargo, a Pedro Mercedes le gustaba más el terreno de Valtardío, situado en pleno campo entre dos caminos.
El material recogido era transportado por las mulas hasta los alfares, donde comenzaba el proceso de amasado. En la artesa, se mezclaba la arcilla (o pella) con el agua, para después estrujar la masa, apretando con las dos manos hasta que se conseguía desmenuzar y triturar todo el barro, consiguiendo que afloren todas las propiedades plásticas del material. Cuando se quería hacer piezas más grandes, se echaba menos agua para que la masa saliera más dura.
Al sentir el alfarero el barro en un estado óptimo procedía al moldeado. Las piezas se transportaban hasta los tornos, que ofrecían el movimiento giratorio necesario para moldear las piezas. Activando la rotación con el pie, mediante las manos se le proporcionaba la forma necesaria, cuidando de mantener un grosor adecuado para que la cocción fuera idónea. Tras el moldeado, pueden añadirse ciertas capas a la pieza. Si se le pone manganeso, la superficie queda negra. Con plomo en cantidades variables, queda con más o menos brillo, terminando la operación con un baño de alcohol de hoja.
Tras ello, llegaba una de las operaciones más delicadas: colocar las piezas en el horno. Se colocaban por camadas, superponiéndolas en pisos. Abajo las piezas más grandes y arriba los objetos más pequeños. Entre los arcos se dejaban unas troneras, llamadas parrillas, para que entrara el aire caliente, tapándose con cascos para que no penetrara la ceniza y se adhiera a las piezas. Las piezas rayadas o más delicadas se metían en recipientes de barro ya cocido de forma cilíndrica con el fin de que no se estropee ni el dibujo ni la cubierta al ponerse en contacto directo con el fuego o con otras piezas, evitando así que se peguen. También se utilizan cajas de barro en forma trapezoidal donde se introducen los platos para ser cocidos. Una vez completada la operación de proteger las piezas se pasa a cocer la hornada, dejando en manos del fuego meses de trabajo.
Con ello, se llega a la cocción, momento crucial de todo el proceso. En la primera fase (el temple) de cocción el humo cubre las piezas inferiores de una capa de negro terciopelo de manera uniforme. Después llega la fase de caldas, cuyo objetivo es conseguir una temperatura estable y uniforme en su interior.
La cocción completa dura entre treinta y treinta y cinco horas, el tránsito que va desde que arde toda la leña hasta que se han consumido las brasas. Para asegurarse, el alfarero hace una cata del horno, operación que consiste en levantar un casco del centro con un gancho y con otro sacar una jarrita pequeña, debiendo comprobar que la superficie del barro no tiene burbujas adheridas.
Una vez sacadas del horno, se limpian con sumo cuidado una a una. Tras ello, pasan por las manos nuevamente, para revisarlas y arreglar los desperfectos observados. Las piezas en buen estado reciben una pátina de barniz satinado rebajado con petróleo para darle viveza. Finalmente, la pieza está lista.
Pedro Mercedes y su Alfar
Tratar sobre la alfarería en Cuenca es hablar sobre su representante más conocido: Pedro Mercedes. Igual de importante que el artista, es su lugar de trabajo: el alfar u ollería. Restaurado recientemente por el Consorcio Ciudad de Cuenca, está el Alfar de Pedro Mercedes, actual sede del Centro Cultural y Artístico “Alfarería Pedro Mercedes”, gestionada por LAMOSA.
Pedro Mercedes destacó por su creatividad en las formas y técnicas decorativas. La capa de engobe con barro de Valdecabras que utilizaba para proporcionar esos colores tan característicos, así como el uso de mezclas de óxidos para proporcionar diferentes colores, lo hicieron ser reconocido en este arte.
Visitando su Alfar podemos sentir su manos trabajando, sus hornos rugiendo. Podemos conocer la evolución de su proceso creativo.
Accediendo al alfar desde el patio central, se observan, rascados en yeso por Pedro Mercedes, los borriquillos que sirvieron para acarrear las tierras, la primera de las tareas de todo alfarero. Tras ello, los tornos tradicionales con los que conseguir el movimiento rotatorio necesario para moldear. Junto a los tornos, puede verse otro mural a modo de altar con un jinete ibérico armado con arco y rodeado de sus perros que caza un jabalí.
Cerca, encontramos la “sobadera”, donde se amasaba el barro o “pella”. Tras ello, se llevaba a la zona de bañado y secado, para su decoración. De ahí, como se ha comentado, las piezas van al horno.
El horno tiene la misma forma y exige las mismas condiciones de trabajo que los originales utilizados por los árabes en Cuenca. Está compuesto por un hueco de corte circular construido con adobe cuya forma se asemeja a un pozo con unas dimensiones máximas de dos metros y medio de diámetro por dos metros y diez centímetros de altura. Es el tamaño adecuado para cocer piezas pequeñas como botijos, cántaros y demás vasijas de arcilla. Para la fabricación de tinajas se utilizaban de mayor tamaño, si bien estas piezas nunca se realizaron en Cuenca y sí en los alfares de La Mancha y también en los de Priego. El lugar donde se introducen las vasijas es llamado por los alfareros “vaso”, existiendo en su base unos agujeros o “troneras”, que es por donde penetra directamente el fuego y calor de la caldera.
El duende que Pablo Picasso percibió en Pedro Mercedes, en sus obras donde lo cotidiano se fusiona con lo mitológico, continúa presente en este espacio. En las piezas, aún percibimos su alma.
”Decorar una pieza es como desenterrar el cuerpo de la vasija, empleando la imaginación y el sueño“.
Pedro Mercedes
Este artículo forma parte del trabajo “Servicios de investigación etnográfica y diseño de rutas culturales en el tramo urbano del río Júcar”, financiado por los fondos europeos FEDER y el Ayuntamiento de Cuenca.
Vestal es una consultoría que apuesta por el fomento del turismo cultural en el medio rural.
Vestal busca recuperar aquellos saberes ancestrales en riesgo de desaparición, así como poner este patrimonio etnográfico al servicio de la población de una manera atractiva, sirviendo de cimiento para el turismo cultural y la repoblación rural.