Recuerdos y leyendas del agua duz. Pozos, fuentes y arroyos de Quero

Recuerdos y leyendas del agua duz. Pozos, fuentes y arroyos de Quero

Decía Madoz, a mediados del siglo XIX, al describir Quero en su diccionario, que “se surte de aguas potables con abundantes pozos y de buena calidad”. Enclavado en plena llanura manchega, este municipio es testigo del encuentro de dos de los ríos más importantes de La Mancha: el Riánsares y el Gigüela, que juntos discurren hasta juntarse al Záncara y, por último, al padre Guadiana.

Por tanto, en esta planicie, las aguas se extienden y permean a las masas de agua bajo nuestros pies. En Quero, el agua dulce nunca fue un problema pues, como ya decía Madoz, había surgencias por doquier. Esto se manifiesta hoy en día en multitud de pozos domésticos, manantiales urbanos, así como parajes de fontanillas, fuentes o juncadillas que rodean el pueblo. Todo con una gran excepción, la laguna endorreica conocida como Laguna Grande que, como una isla, se mantiene distanciada del acuífero.

Ya en uno de los primeros puntos donde se conoce un asentamiento humano en el municipio, en el Cerro Molino, se menciona el pozo “de la Vieja”, como una de las primeras referencias (al menos, toponómicas) de la presencia de aguas dulces.

Arte Rupestre de Casa del Oro, junto a Cerro Molino. Fuente: Vestal

Desde entonces, multitud de pozos han ido abriéndose para permitir el asentamiento de una población creciente. La abundancia de aguas de buena calidad relegó a un segundo nivel, como norma general, la captura de aguas pluviales mediante aljibes. De hecho, el IGN sólo remarca uno en las cercanías del municipio a mediados del siglo XX, en las inmediaciones de la Laguna de los Carros. No obstante, está situado dentro del término de Alcázar de San Juan, con quien se comparte esta laguna.

Los pozos del pueblo

Más allá de la multitud de pozos que se despliegan en cada una de las casas del pueblo (muchos de ellos afectados por la contaminación de “pozos negros”), han sido dos los mencionados de manera constante a lo largo de la historia: el Pozo Duz y la fuente de la plaza de la Villa.

Pozo duz de Quero. Fuente: Vestal

El primero de ellos podría definirse, sin duda, como el pozo histórico de mayor importancia. Situado en la parte alta del pueblo, a las afueras, en dirección a la Ermita de la Virgen de las Nieves, ha mantenido su recuerdo en la calle que lo unía con la Plaza de la Villa: la Calle Real del Pozo Duz. Este pozo se conectaba con un acuífero muy somero, con aguas de buena calidad. De ahí, el famoso dicho “qué quieres que te traiga que voy a Quero, una jarrita de agua del pozo nuevo”, que aún recuerdan y recitan vecinos y vecinas. Esta zona estaba rodeada de huertas que anidaban el pueblo, conociendo su existencia desde al menos el siglo XVIII, pues en 1736 se menciona un quiñón (porción de tierra) de una fanega de cebada junto al pozo duz, propiedad de las Benditas Ánimas. Del mismo modo, en las Relaciones Topográficas de Felipe II, en 1575, se menciona un pozo local de abastecimiento que, muy probablemente, se trate del mismo.

El Pozo Duz era el principal foco donde recogían las aguas los aguadores, que con su carro agujereado donde cargar los cántaros, se encargaban de llenar las tinajas de las casas. Así lo recuerda Paca Corrales Serrano, vecina del pueblo: “los lunes no daban abasto, porque era el día que se lavaba”.

Estas aguas eran conducidas después hasta la fuente de la plaza de la villa, zona donde se aglutinaba la nobleza local. Esta fuente contaba con un aguadero para los animales, que se juntaban a abrevar. Aún hoy en día se mantiene la fuente allí, aunque la actual es una obra del año 2000.

Pozo junto a la Iglesia. Fuente: Vestal

Por tanto, toda la vertiente norte del pueblo, donde hoy están los molinos de viento y la Ermita de la Virgen de las Nieves, es un gran depósito de agua. Testigos de ello son los pozos asociados a los singulares silos o casas-cueva construidos durante el siglo XIX, así como la presencia de depósitos de agua alrededor. Prisco García Consuegra, ex-guarda de El Masegar y Arroyo Morón, dice: “si fuéramos allí ahora mismo, seguro que encontraríamos pozos con, como mínimo, metro y medio de agua”. Paca refuerza esta idea: “desde el pozo duz hasta la Virgen salían muchas fuentecillas de agua”.

Sin embargo, el uso de estos pozos se desdibujó con la instalación del sistema de distribución domiciliaria. Por si hubiera duda sobre el año en que se implantó, una copla conserva la memoria: en el año 60 siempre, en memoria se tendrá, porque las aguas potables, por el pueblo corrían ya.

Las aguas de una santa ya olvidada

Otro pozo histórico de gran importancia ha sido el Pozo de La Pila, junto a una ermita, la de Santa Ana, hoy desaparecida. Al igual que sucedía con el pozo duz, era habitual la presencia de huertas alrededor del mismo, como la que se menciona en el año 1764, propiedad de la capellanía de Pedro López Toledo.

La Ermita de San Ana, mandada construir en el año 1575, se encuentra en el tramo final del arroyo de Santa Ana. Las aguas de este arroyo se extienden por un terreno húmedo, marcado por un acuífero ampliamente agujereado en busca de agua. Estos parajes, al sureste de la Laguna Grande, se caracterizan por la existencia de muchos pozos, como puede verse en los últimos mapas, principalmente cerca de los parajes de Casa de Baldomerillo y Casa de Jaro, próximos a la Dehesa de Donadío.

Esta zona es también conocida como El Mirador, por la vista panorámica que ofrece de todo el pueblo. Se trata de una zona originalmente de prado (hoy cultivo) atravesado por el citado arroyo de Santa Ana (también conocido como Anafría). Este riachuelo era el espacio elegido por los jóvenes del pueblo para bañarse, como recuerda Julio Sepúlveda García, antiguo trabajador de la sal. También fue aprovechado por las mujeres para el lavado, aunque lo habitual era lavar en las casas, utilizando los pozos de las propias viviendas.

Balsas de inundación, zona por donde pasaba el Arroyo de Santa Ana dirección a la Laguna Grande. Fuente: Vestal

El arroyo tenía su fin en los salobrales al este del pueblo, para acabar definitivamente en la Laguna Grande. Una laguna que, como recuerda Prisco, era de vaso, recogiendo todas las aguas de lluvia del pueblo. Julián Ruiz Villanueva, vitivinicultor del pueblo, detalla: “el agua, que había mucha, en torno al pueblo, moría casi toda en la Laguna de la Sal”. Por tanto, las aguas de lluvia y fuentes se iban aglutinando en torno a arroyos como el de Santa Ana u otras ramblas para culminar en la Laguna Grande.

Las fuentes en el imaginario popular

Del mismo modo que la zona sureste del término municipal, la parte norte, en la zona más elevada, también es origen de muchas aguas de calidad, en especial en torno a la Cañada Real Soriana (rama oriental, también llamada Cañada Real de Alcázar). Multitud de pozos y fuentes, usados para riego y como abrevaderos para los animales, son prueba de la presencia de un acuífero deseoso de manar.

Es en la loma que actúa de barrera entre la parte norte del municipio y el propio pueblo y su laguna donde se conserva la leyenda que ha ligado de manera más evidente a quereños y quereñas con su agua: la leyenda de la Peña de la Mora.

Panorámica desde la Peña de la Mora. Fuente: Vestal

Cerca del paraje de Las Fuentes, en las inmediaciones del Camino a la Ermita de la Virgen de Palomares (el camino a Quintanar de la Orden), se cuenta cómo “en el interior de la peña hay un tesoro guardado por una mora muy bella, y para encontrarlo es necesario soñar con él durante tres noches seguidas“. Este tesoro señala, sin duda, a una serie de manantiales en torno al paraje de Las Fuentes, protegidos por la piedra caliza simbolizada en la figura de la mora. Una serie de afloramientos de agua que se extienden a lo largo de las peñas que rodean la nava inferior donde se sitúa la laguna y el pueblo.

De estas fuentes surgían pequeños arroyos que, rodeados por juncos, albardinales y algunas plantas aromáticas como tomillos, se dirigían hacia los salobrales, donde se juntaban con el arroyo de Anafría o Santa Ana, de casi seis kilómetros de longitud. Por desgracia, la bajada del nivel freático ha ocasionado que desde finales del siglo XX este paraje esté seco, siendo los juncales los últimos cronistas de esta historia.

El agua va a ser una constante en las creencias y leyendas de la población de Quero. Otro ejemplo sería la leyenda sobre la figura de pedernal de la Virgen: “los muchachos fueron a cortar leña y teniendo sed, pidieron agua a la Virgen. Al dar el siguiente hachazo al pie de la encina, brotó agua de este nuevo manantial. Al mirar dentro, vieron una pequeña piedra de pedernal con la imagen grabada de la Virgen. Sacaron la imagen, la metieron en el zurrón y la llevaron a la iglesia de Quero”.

Tanto en la fantasía como en la realidad aparece el agua en la memoria de quereños y quereñas. Ya sea en forma de leyendas, o de pesadas crónicas, la historia de sus pozos, fuentes y arroyos se muestra continuamente. Pozos duz, abrevaderos y norias para riego que inundan los recuerdos.

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El proyecto “Quero: entre elagua y la sal”, financiado por el Ayuntamiento de Quero y la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha a través de los fondos de la Unión Europea-Next Generation UE, tiene como objetivo principal la puesta en valor de todo este patrimonio cultural, oficios y conocimientos ecológicos tradicionales asociados al ciclo del agua en el municipio de Quero.
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