“Luengos tiempos ha, valeroso caballero don Quijote de la Mancha, que los que estamos en estas soledades encantados esperamos verte, para que des noticia al mundo de lo que encierra y cubre la profunda cueva por donde has entrado, llamada la cueva de Montesinos”
Capítulo XXIII, II Parte Don Quijote de la Mancha
El Campo de Montiel está vestido de carrasca, sabina y enebro. Altiplano de extensas tierras rojizas y pedregosas de cuyo nombre sí quiso acordarse Cervantes. Al contrario de La Mancha, que siempre quedará envuelta en un misterioso halo literario. Si ya en el segundo capítulo sale Don Quijote hacia el Campo de Montiel en busca de aventuras, fue en la segunda parte del Quijote cuando menciona algunos de sus lugares más icónicos: la Cueva de Montesinos de Ossa de Montiel. Esta cueva, seguramente visitada por Cervantes, tuvo que inspirar el pensamiento del escritor pues allí Montesinos desvela a Don Quijote como el mago Merlín había transformado a Ruidera, a sus siete hijas y dos sobrinas convirtiéndolas en las Lagunas de Ruidera.

Pero como mudos testigos de un tiempo olvidado, la entrada a la cueva, la misma a la que se asomaron Don Quijote, Sancho y el primo anónimo y humanista del licenciado está rodeada de quizás los mismos seres con los aquellos andantes caballeros se encontraron. Son encinas, sabinas y enebros que, aromatizados por tomillos y romeros y relevo de antiguos pastos, parecen aún esperar a que salga de la cueva el mismo Caballero Andante y ser contada de nuevo la soñada historia de Montesinos, Durandarte, Merlin y las hijas de Ruidera. Es este monte mediterráneo rojizo y pedregoso, desagradecido para el cultivo de viñas y cereales, desconocedor de las azules lagunas ribereñas y guardián de su profunda alma y razón de ser.
Recursos de la tierra para las gentes y las tantas generaciones de Ossa de Montiel. Por ello, su historia es áspera y pedregosa y, en 1575 (1), cuatro décadas antes de que Cervantes la inmortalizara en la segunda parte del Quijote, aparece descrita como “fundada en tierra fría, en un hondo”. También heroica y valiente. Pues hicieron de la carencia una virtud, en el mismo documento de 1575 alardea de la que “es tierra de grandes montes (…) con abundancia de leña de encina, sabina y romero, para quemar en invierno; en los dichos montes se crían liebres, perdices, conejos, lobos y marotos”.

Monte de leña y caza que acoge un instinto ancestral y primigenio de supervivencia. Y aún en 1855, cuatrocientos años después (2), repite que “en todas direcciones se encuentra monte poblado de encina , roble , enebro y otras matas”, y que el único comercio que tiene Ossa de Montiel es la “exportación de carbón y miera”. También plantas aromáticas que alimentaban colmenas y colmenares.
Y es que fue el monte cuna de leña, carbón y miera. Recursos de supervivencia como hechizos perennes. De la leña de encina (Quercus ilex) se ha alzado victoriosa la población de Ossa. Tanto para la lumbre del hogar tallada por el hacha como para carbón vegetal calcinado en las grandes carboneras alzadas en los claros del monte por el fino y sabio ojo de los carboneros. La vigorosidad de la madera se calcinaba hasta quedar en pequeñas briznas azabaches.
Ante los inviernos, las guerras, las epidemias y las falta de cosechas siempre se alzó la madera arrugada, de lento quemar, recia de la encina. El calor del hogar doblegando las injusticias de la Historia. La achaparrada encina, como un Quijote apaleado, dibuja el paisaje con su verde azulado, crea un horizonte ancho y deshace los entuertos de la propia vida.

Y junto a la encina, a sus pies, su fiel escudero. Lugareños de laderas soleadas y secas. Sabedor de refranes, da sombra al romero y la toma de la encina. De mediana altura, es pinchudo y en su interior de su madera atesora el aroma profundo de la tierra. Y un secreto por contar. Es el oxicedro o enebro de la miera (Juniperus oxycedrus), emblema del monte mediterráneo y que en Ossa de Montiel ha escrito uno de sus pasajes imprescindibles.
Sus hojas son agudas y pinchudas, en cuya parte delantera o haz, tiene dos franjas blancas divididas por una verde. Y tras florecer en la primavera, se adornará con esféricas guirnaldas, llamadas gálbulos, de color marrón tierra. Estos dos atributos la diferencian de hermano, el enebro común (Juniperus communis) quien no viste la franja verde en el haz y sus gálbulos son azulados.

Pero el oxicedro guarda su esencia en su madera fuerte, resistente y de olor profundo. Del corazón de ella se obtiene un aceite llamado miera, voz latina de pix mera, pez pura (3). Es la miera un alquitrán vegetal que se obtiene de la destilación seca de las cepas de estos enebros. Un líquido oscuro y viscoso, de fuerte olor y sabor ardiente, que ha sido base de la medicina popular y de la albeitería, madre de la veterinaria, hasta hace unas décadas. Sus propiedades ya descritas hace dos mil años por Dioscórides sirvieron como elemento indispensable en el zurrón del pastor y en las cuadras de las casas hasta el principio del siglo XX con la llegada de nuevos productos sintéticos como el Zotal. Con la miera se sanaba la roña y la sarna del ganado; de las heridas en las pezuñas y piernas de las trabajosas caballerías, así como suministrada en agua para prevenir otras enfermedades. De ahí el dicho de “si los mayorales quieren gozar una buena paridera, denles sal y miera”. (4)
Pero si divina era su virtud, sacrificada era su elaboración. Al golpe incesante de hacha y azada, durante los meses más fríos y los días más crudos del invierno, se extraían y recolectaban las gruesas raíces, troncos y tocones. Tras ello, se acarreaban hasta las mereras u hornos de miera donde se cocía y destilaba. Estas estructuras bien podían ser de mampostería y piedra, o bien hornillos efímeros y temporales. Pero siempre con una misma arquitectura: una cámara de cocción para el enebro y una zona de combustión para la leña. Ambas herméticamente separadas aisladas. Y es que era el separado y lento quemar con sus largas y largas horas, el que hacía sudar a la resinosa madera, deshidratándola, y extrayendo su oscuro y preciado aceite. Este salía por un canal hasta llegar al depósito.

Y la historia de Ossa de Montiel está impregnada de miera. En 1752 (5) “hay trece mereros tratantes en hacer este aceite de enebro para la curativa de los ganados menudos que fabrican…” y tres décadas después, en 1786 (6), se detalla la ubicación y el nombre de dos hornos de miera. El primero “enfrente de la Casa de la Salcedilla (…) y se nomina el de Agibes” y el segundo “entre la Caseria de Hortigosa, y Camino de Villa Robledo mirando à el Norte (…) llamado el Marañal”. Tal es su importancia que en 1855 (7), se aclara que la única industria de La Ossa es “la agrícola, la estraccion del aceite de enebro, el carboneo”. Ossa de Montiel, está ligada al enebro y su miera. Hasta hoy mismo.
Resulta que mientras en el resto de nuestro país, los nuevos productos sintéticos y el fin de una ganadería extensiva sepultaron a la miera en el olvido, no ocurrió lo mismo en Ossa de Montiel. Aquí, con las tierras desamortizadas y arrebatadas a la Encomienda de la Orden de Santiago se crearon grandes fincas privadas y en ellas se siguió recolectando, cociendo y extrayendo de los enebros, la miera.

Y a nuestros días ha llegado viva y ardiente con el trabajo y sabiduría de Gabriel Muñoz y los Hermanos Nieto. Ellos con sus familias han guardado el legado inmemorial del enebro. En sus ojos se atesora ese campo rojo, pedregoso y en sus manos los aromas del romero y el espliego.
Cuenta Gabriel como siendo apenas un muchacho, al igual que tantos otros jornaleros en aquella España de la posguerra, trabajó en aquellas fincas privadas que abrían el estéril monte para potenciar la fecunda agricultura. Ahí conoció los tocones del enebro y las plantas aromáticas. Años después, tras viajar y formarse en distintos lugares, creó, en los años 60, una fábrica de destilación.
Hoy se llama la fábrica del Alto Guadiana y junto a Los Piconeros de los Hermanos Nieto son negocios familiares reconocidos y únicos. No sólo por trabajar la miera sino por saber comprender y aprovechar los recursos del monte aledaño y afanarse en la obtención de aceites esenciales de romero y espliego.
En las palabras de Gabriel Muñoz reaparecen imágenes como la de los pastores echando miera al agua la Fuente de la Glorieta, junto a Los Caños, para que abrevase y así prevenir enfermedades al ganado. También la figura de un tal Martín, comerciante que venía a la Ossa desde la Sierra de Aracena a comprar miera para luego venderla a ganaderos y pastores de aquella zona.
Y es que la miera está ligada íntimamente a la ganadería. No había ganadero o pastor que no tuviera cerca su frasco de miera. Porque Ossa de Montiel, al igual que el Campo de Montiel, ha sido tierra de ganados. Casi tres cuartas partes del término han sido tierra para pastos. Como dice Gabriel, “no había un palmo de tierra que no se pastase (…) y se reñían por los pastos”. Lejanas e inconcebibles quedan esas supuestas riñas hoy en día. Ni hay pastos ni hay ganados. Pero para entonces, era la miera, como bálsamo de Fierabrás (5), la que curaba múltiples heridas del ganado.

Ossa de Montiel, tierra roja de carrascas y enebros, ha sido frontera de árabes y cristianos, de romances en el Castillo de Rochafrida, de leyendas en sus Lagunas de Ruidera, de sueños quijotescos en su Cueva de Montesinos. Pero su más pura realidad se ha escrito en parajes como El Sabinar; el Cerro de la Carrasca; la Mesa del Enebral; el Cerro Carbonero; la Atalaya del Madero; Las Mereras o Los Toconares. Su historia maderera, colmenera y ganadera. La anónima, la insignificante.
Rincones que asombraron e inspiraron a Cervantes para escribir una de sus grandes, sin duda la más onírica y mágica, aventuras. Diferentes de las que escuchó Don Quijote en aquel profundo palacio cristalino de la boca soñada del Caballero Montesinos. Pero hoy el aroma de tomillos, mejoranas y romeros siguen envolviendo a las encinas y enebros, que como Quijotes y Sanchos, son mudos testigos de un tiempo sufrido, valiente y, por nuestra mala memoria, olvidado.
(1) Relaciones Topográficas de Felipe II (1575)
(2) Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de Ultramar (1845-1850).
(3) Diccionario de la Real Academía Española (DRAE): Aceite espeso, muy amargo y de color oscuro, que se obtiene destilando bayas y ramas de enebro. Se emplea en medicina como sudorífico y depurativo, y lo usan regularmente los pastores para curar la roña del ganado.
(4) Fajardo J. y Morcillo, T. (2020). Miera y mereras de enebro (Juniperus oxycedrus L.) en Albacete. Sabuco, 14: 71-101
(5) Respuestas Generales del Catastro de la Ensenada. (1752). Portal de Archivos Españoles (PARES).
(6) Relaciones geográfico-históricas de Albacete (1786-1789) de Tomás López.
(7) Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de Ultramar (1845-1850).
BIBLIOGRAFÍA
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- Fajardo J. y Morcillo, T. (2020). Miera y mereras de enebro (Juniperus oxycedrus L.) en Albacete. Sabuco, 14: 71-101. http://doi.org/10.37927/sabuco.14_4
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- Rodríguez de la Torre, F. y Cano Valero, J. (1987). Relaciones geográfico históricas de Albacete (1786-1789) de Tomás López. Ed. Instituto de Estudios Albacetenses. Diputación de Albacete. Albacete. 364 pp.
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- Villanueva, Juan (1782). Plan Geographico de las Lagunas de Ruidera y curso que hacen sus aguas sobrantes con el nombre de río Guadiana. Madrid: Biblioteca Nacional Inventario 48906.

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