¿Qué fue del Tío Urbano, el Tío Doroteo o el Tío Tomás? ¿O de los Patatunas, los Roscaos, los Filangas o los Colaches? No sabemos qué andarán haciendo, perdidos en la inmensidad del tiempo, pero sí sabemos que siguen esperando en sitios concretos de las sierras de Huélamo. Siguen viendo, entre bujes y quejigares, los montes y valles descolgándose a las limpias aguas del Júcar y Valdemeca. Siguen escuchando el bramido del venado, los trinos de los petirrojos y el crujir de las hojas otoñales. Nombres de vidas pecuarias que siguen contando un modo de vida milenario entre las ruinas de las parideras.

Estos nombres de carne y hueso parecen viejos fantasmas desterrados a un tiempo remoto y casi inentendible. Es difícil de imaginar la vida de estos vecinos hoy en día. Poca es la gente que reconoce su nombre y contada aquella que los recuerda. Son sombras, como sus modos de vida, condenadas a un exilio eterno. Sin embargo, durante años pisaron y trabajaron la tierra de Huelámo y dejaron una parte de su esencia atada a las parideras. Estas construcciones primitivas, que destilan la sabiduría ancestral y neolítica del ser humano, albergan las vidas, con sus tantas vicisitudes, penurias, alegrías y anécdotas, del Tío Fausto, de la Tía Julia, del Tío Jacinto o de los Calatravas.

Las parideras, como reservorios de un conocimiento primigenio que aprovecha los justos pero nutritivos recursos del entorno, se encuentran en laderas altas donde el viento serrano airea las potenciales enfermedades y encaradas hacia la solana para aprovechar el calor natural del sol. En general su estructura es corral, cobertizo y casilla de pastor. En el caso de que no aparezca cobertizo y casilla de pastor, estas construcciones abiertas a la intemperie se denominan de forma correspondientemente natural, corral. Es de especial interés, como en ocasiones aprovechan los abrigos de las paredes calizas de lo alto de las sierras. En este caso son llamadas covachos y algunas adquieren una bella y natural estética. Arte camuflado en naturaleza y naturaleza camuflada en arte.

Su nombre, que en otros lugares de la provincia se sustituye por tinadas, tainas, majadas o barracas, está asociado al prodigioso momento del origen de la vida. Es entre los meses de enero y marzo cuando sucede ese mágico instante en que los corderos aterrizan sus frágiles pezuñas sobre la fresca tierra serrana. Desde este momento hasta que a finales de verano se convierten en adultos, los corderos son cuidados por su madre entre la protección que otorga el cobijo de los muros de las parideras.
Huélamo y su término, con 78 km2, ejemplifica su tradición y cultura ganadera con la amplia cantidad de parideras que alberga. En total, y gracias a la labor desarrollada por Mariano Cámara, quien ha testificado todas estas construcciones, geolocalizándolas y conservando su toponimia, se han documentado ciento treinta y cinco elementos entre parideras, corrales y covachos. El máximo esplendor acaecido durante los siglos XV y XVI, cuando la lana de la oveja merina castellana propició la más fuerte industria textil, aún se aferra en los muros de estas parideras, corrales y covachas.

El monte de Huélamo se dividía en cinco quintos: La Muela, Resinero, La Serrezuela, Valdeminguete y las Salinas o las Molatillas. Estos coinciden, de manera aproximada y uniendo los quintos de La Muela y Resinero, con los actuales Montes de Utilidad Pública. Los mejores y frescos pastos se encontraban en Valdeminguete, Las Salinas y La Serrezuela. Los más pobres en La Muela y Resinero. Por tanto, aunque dispersas por todo el término de Huélamo, las parideras se podrían estructurar en estos cinco quintos. Comenzando, en el margen derecho del río Júcar, por los más paupérrimos quintos de La Muela y Resinero encontramos treinta y cinco parideras entre las que se encuentran las parideras de Chamela, del Tío Fausto, del Tío Hipólito, del Tío Farfallas, de Feliciano o el Corral de Francisquillo. Siguiendo la ladera del mismo monte, en el quinto La Serrezuela aparecen un total de treinta y dos parideras, entre ellas las parideras de la Tía Orea, la Paridera del Tío Segundo, el Corral del Tío Calores o la Covacha de los Miguelitos. Si cruzamos el río Júcar, en su margen izquierdo, es donde encontramos Huélamo como si de un huerto de casas se tratara. En este margen, se encuentra el extenso quinto de Las Salinas o Las Molatillas y donde mayor densidad de parideras encontramos. Un total de cincuenta y cinco estructuras ganaderas como las parideras del Tío Esteban, del Tío Fausto, Eugeniete, Corral de los Colaches o Covacho de los Castos. Por último, entre la ribera del río Valdemeca y la franja aragonesa, se localiza el quinto de Valdeminguete. En este abrupto paraje encontramos, con apenas ocho estructuras, las parideras del Tío Urbano, del Tío Aniceto, del Tío Jacinto de Feliciano, el Corral de los Filangas o el Covacho de los Palencias. A los pies de este quinto y donde confluyen las aguas del Valdemeca con el Júcar se encuentra La Finca de la Serna, de propiedad privada, y en la cual no se encuentran restos de parideras.
Pero si existe tal número no es mera casualidad. La importancia histórica de Huélamo como punto ganadero de gran importancia en la Serranía de Cuenca no sólo se ejemplifica en las ciento treinta y cinco parideras documentadas. Las parideras y covachas solían tener un carácter más local y asociados al ganado estante de las gentes de Huélamo. Pero también están asociadas al paso trashumante de los ganados. Huélamo, bordeado por la Cañada Real de los Chorros y atravesado por el Cordel de Huélamo, es una pieza clave a la hora de entender la trashumancia y la implicación de sus gentes en este viaje estacional es abrumador históricamente. Los veranos llenaban estos parajes de grandes ganados y es por ello, que numerosas parideras y corrales están cercanos también a estas vías pecuarias, especialmente al Cordel que acompaña el curso del Júcar. Es interesante también el caso de los corrales que al estar descubiertos a la intemperie servían, en numerosos casos, para guardar el ganado pasajero de forma temporal.

Pero, el devastador tiempo ha sentenciado toda esta cultura colectiva que se extendía a través de los siglos. El estado de conservación de estas construcciones es, en términos generales, ruinoso. La agonía de la ganadería tradicional, el éxodo rural y el abandono de las parideras han transformado profundamente estos parajes. Hoy, mientras que los muros van cayendo y los tejados casi han desaparecido en su totalidad, la vegetación va devorando el entorno de las parideras y escondiéndolas entre la maleza arbustiva y arbórea.

Pero no sólo eso. Se está escapando un hilo de sabiduría asociado a nuestro entorno que son parte de nuestra memoria colectiva. El Tío Germán, el Tío Urbano, la Tía Julia, el Tío Doroteo, Feliciano, los Calatravas, los Roscaos o los Filangas son los últimos representantes de conocimientos y saberes que se han ido trasmitiendo de generación en generación desde tiempos inmemoriales. Hombres y mujeres que ejemplifican un tiempo en ruinas. Hoy, que cada vez todo es más precariamente individual y buscamos la identidad en perfiles virtuales, estos nombres nos siguen devolviendo a la familiaridad y a una primitiva comunidad desterrada al olvido. Sus vicisitudes, penurias, alegrías y anécdotas, enviadas a un exilio incierto, se esconden imperecederas entre las ruinas de las parideras de Huélamo.
Este artículo forma parte del proyecto “La Ganadería en Huélamo. Estudio y documentación de las infraestructuras tradicionales ganaderas del municipio de Huélamo”, desarrollado por Vestal Etnografía, y financiado por el Ayuntamiento de Huélamo y la Diputación Provincial de Cuenca.
Para visitar:
https://www.youtube.com/user/056mariano/videos
http://camara1123.blogspot.com/?view=classic

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