MUJERES DE AGUA Y BARRO: La Cantarería de Mota del Cuervo

MUJERES DE AGUA Y BARRO: La Cantarería de Mota del Cuervo

Al visitar Mota del Cuervo, uno puede respirar los aromas lejanos de un oficio ya perdido. Los nombres de sus calles nos recuerdan la actividad más importante de la que ha vivido este pueblo hasta hace apenas unos años: la alfarería. O, mejor dicho, la cantarería. Y más que un pueblo, un barrio: el Barrio de las Cantarerías.

Porque la historia de La Mota no puede entenderse sin el trabajo del barro. Se tiene constancia del mismo desde el menos el año 1478, cuando es mencionado en los registros de las Visitas de la Orden de Santiago a la localidad. Pero es probable que se remonte mucho tiempo atrás, desde los primeros pobladores del lugar, pues el método empleado aún a día de hoy es el más arcaico en cuanto a la elaboración de cerámica que se conoce.

No obstante, la influencia árabe es notable, pues el mencionado Barrio de las Cantarerías fue en otro tiempo el lugar donde habitaban moriscos (antes mudéjares) y judeocristianos. De ahí la “enemistad” con el resto de barrios del pueblo, repoblados por cristianos “viejos”. A pesar de la expulsión de los moriscos en el 1611 (desplazando a unas 250 personas fuera de Mota del Cuervo), la tradición alfarera continuó.

Tanto fue así que, a mediados del siglo XVIII, en el Catastro de la Ensenada del año 1752, se mencionan 56 familias cantareras (unas 227 personas) y tres hornos de cocción del barro. Una tradición que siguió y creció hasta conseguir su máxima expansión a mediados del siglo XX. “Hasta mil personas pudieron llegar a vivir de la cantarería”, recuerda Evelio López Cruz, cantarero e hijo de Dolores Cruz Contreras, una de las cantareras referentes del siglo pasado.

Alfar de Evelio López Cruz. Fuente: Vestal Etnografía SL

Y es que por aquel entonces la vida sin el cántaro y la tinaja no era posible. Objetos fundamentales en un tiempo en el que no existían grifos en las casas. Y en el caso de Mota, ni fuentes donde beber, pues el único agua dulce estaba en los pozos de las afueras. Pero también eran necesarios otros elementos, como la botija, necesaria para llevar el agua al campo; o el búcaro, para conservar alimentos.

Pero, ¿cómo se conseguía elaborar el cántaro?

Del barro al cántaro

“Lo principal es tener el barro”, recalca Evelio. Y, para ello, había que ir a recogerlo a los barreros, una especie de minas con diversas galerías situadas, en general, en torno al paraje de El Valle, un lugar con gran presencia de arcillas.

De ahí, los hombres (conocidos también como barreros) extraían la greda, es decir, la arcilla arenosa que se iba a utilizar para elaborar la cerámica. Una vez encontraban agua en alguna galería, empezaban otro barrero (otra mina). Era habitual que cada familia cantarera tuviera su propio barrero, siendo los hombres de la familia quienes se desplazaban para recoger el barro. En algunos casos no era así, teniendo que comprar la greda a alguno de los otros barreros.

Una vez es transportado el barro al pueblo con la ayuda de las caballerías, se extiende en el suelo para secarlo. Una vez seco, se machaca para hacer una mezcla homogénea y, tras ello, verterlo en un barreño para dejarlo remojar toda la noche. A la mañana siguiente, se extiende de nuevo la mezcla por el suelo, echando ceniza para evitar que se pegue, y se empieza a pisar. Así, se va amontonando y juntando hasta formar un bloque llamado pisa. Tras ello, se va repellando en piezas que se enjurullan (amasan) para evitar que haya imperfecciones que formen caliches en el horneado.

Pisa del alfar de Evelio López Cruz. Fuente: Vestal Etnografía SL

Teniendo preparada ya la masa, empieza el proceso de elaboración propiamente dicho. Se crean rollos que se depositan en el rodillo para empezar a urdir. El proceso de urdido es el principal, pues la cantarera utiliza sus manos para transformar los rollos y crear la pieza buscada, en general, un cántaro.

En este punto aparece una de las grandes singularidades de la alfarería moteña, que la distingue de otras cercanas como la conquense. Y es que en Mota del Cuervo utilizaban unos tornos primitivos, diferentes de aquellos que imaginamos al hablar de cerámica. Estos rodillos no tenían pedal, por lo que no podían girar a la velocidad de los convencionales. Por ello, el proceso para elaborar la pieza es de urdido más que de moldeado, haciendo girar el torno sólo en la fase final, cuando se abocaba (dar forma a la boca) y se formaba el asa.

Una vez se obtenía la pieza, se dejaba secar para llevarla a hornear. Y es que, en Mota, a mediados del siglo pasado, llegó a haber siete hornos: el de Jorquilla; el del Zato; los dos de Gil Calonge, que se situaban en la Sendilla Alta; el de Salomón Estirazaba, en la calle de Las Cuevas; el de Vete en la calle de Las Afuera; y el horno de la Plaza de la Cruz Verde, propiedad del abuelo de Evelio López Cruz. Algunos hornos eran de 200 cántaros (de capacidad), mientras que los más grandes eran de 400 cántaros.

Horneros extrayendo los cántaros del horno. Fuente: Fotografías del ayer. Obtenidas de https://motadelcuervoturismo.es/index.php/es/historia/fotografias-del-ayer

Una vez se llevaba al hornero, éste se encargaba de enhornar (cargar el horno con las piezas), añadiendo también piedras de cal para contar con un aprovechamiento más. El hornero encendía el horno aprovechando la barda (leña de vega, principalmente masiega) que había comprado a quienes se dedicaban a su recolección. Una vez obtenidas las piezas cerámicas, cobraba la poya, un cobro en especie por su trabajo. “Una poya solía rondar los 25 cántaros para un horno de 200”, recuerda Evelio.

Pero una vez que estaban los cántaros, había que venderlos. Aquí el trabajo volvía a ser responsabilidad de los hombres, como la recolección de la greda o la barda, así como la cocción. Así lo narraba Evelio: “No podía irse una mujer con un carro y una mula y el marido quedarse en la casa. Antes, la mujer tenía menos derecho de vivir que los hombres. Parece mentira, cuando son las madres las que traen las criaturas”.

El moteño Gregorio Fortuna Villaescusa marchando a vender con el carro repleto de cántaros. Fuente: Fotografías del ayer. Obtenidas de https://motadelcuervoturismo.es/index.php/es/historia/fotografias-del-ayer

Con los carros a rebosar de cántaros, y con la ayuda de las caballerías, partían en todas direcciones para afamar la alfarería de su pueblo. Los pueblos de La Mancha y Madrid eran los lugares más visitados por los moteños. Como anécdota, cuenta Evelio López como su padre iba a Madrid con los cántaros elaborados por su madre, tardando unos 20 días en hacer la labor. Recuerda cómo era habitual llevar dos carros, pues para subir algunas de las cuestas más empinadas, debían valerse del doble de animales para tirar de la carga, subiendo en dos tiradas.

El agua y el cántaro

“Tanto va el cántaro a la fuente que se rompe”, dice el refrán. Pues un cántaro sin agua no tiene razón de ser. Necesaria tanto para ser creado como para desarrollar su valor.

Y es que el agua es un elemento fundamental a la hora de remojar la greda previamente secada. Para ello, se utilizaban los pozos de las casas, de agua salobre. Se extraía el agua hasta que se apuraba, teniendo que esperar unos días hasta que se recargaba y podían seguir elaborando cántaros.

Pero cuando el agua de los pozos domésticos escaseaba o para aquellas familias que no tenían, se usaban algunos de los pozos públicos del pueblo. Principalmente, el Pozo Nuevo de las Cantarerías, en pleno barrio homónimo.

Pozo Nuevo de las Cantarerías en la actualidad. Fuente: Vestal Etnografía SL

Mientras que para elaborar el barro se usaban los pozos salobres compartidos por los ganados, el cántaro estaba destinado para albergar el agua para consumo humano. El agua dulce, que emanaba en el Pozo Seco, La Pozanca o el Pozo de la Fuentecilla. Los aguaores, cargados con agua dulce, volcaban estos cántaros en las grandes tinajas que la gente almacenaba en sus casas. Pero no tenían mucha faena en el Barrio de las Cantarerías, pues en este barrio solían ser los mismos vecinos y vecinas quienes se desplazaban a por el agua.

Decadencia y futuro

“Un día apareció una garrafa de plástico para recoger el agua de la fuente. Desde ese día, en dos años desaparecieron todos los cántaros”. Con esta anécdota resume Evelio cómo desapareció de un plumazo la cantarería de Mota del Cuervo. Eran los años 60 y el plástico comenzaba a ser habitual en nuestras vidas. Un material liviano, adaptable y, sobre todo, que no se rompía si se te caía al suelo. La cerámica estaba ya herida de muerte. Así, a finales de los 80, sólo sobrevivía un horno de los siete que llegó a haber y cuatro cantareras: Ascensión Contreras Cañego, Ascensión Contreras García, Juliana Calero Higueras y Dolores Cruz Contreras, la madre de Evelio.

Ascensión Contreras Cañego. Fuente: Museo de la Alfarería de Mota del Cuervo.

Con ello se sumió en el olvido esta incansable tarea donde las mujeres, siempre invisibilizadas, eran las protagonistas. Pues ellas dirigían el taller y daban personalidad a las piezas, haciéndolas únicas. Tal era el empoderamiento de las mujeres de este barrio que “preferían trabajar el barro antes que irse a servir a alguna capital”, dice Evelio. Sin duda, fue un elemento que impidió que en Mota del Cuervo se produjera el fenómeno de la despoblación rural a mediados del siglo pasado. Pues si las mujeres permanecen, el pueblo sobrevive.

Detalle de cántaros elaborados por Evelio López Cruz. Fuente: Vestal Etnografía SL

Con la cantarería se fueron otros tiempos en los que el agua era un regalo, un bien incalculable que debía transportarse con delicadeza para evitar que el cántaro se rompiera y el preciado líquido se desparramara. Tiempos en los que cada gota de agua o cualquier trozo de tierra valían.

“El futuro es más negro que un tizón. Negro porque hay que vivirlo y apreciarlo para vivir de ello”, responde Evelio al pensar sobre el mañana de la cantarería. Quizás es cierto que nunca volverá a ser lo que en su día fue. Pero, ¿debemos olvidarnos del todo? ¿debemos separarnos tanto de nuestra tierra? ¿debemos dejar de apreciar los escasos recursos vitales que nos rodean? Cada cual que busque su conclusión.

Referencias

–          González Mujeriego, J. M. (2018). Pozos y vías de agua en Mota del Cuervo. Obtenido de https://motadelcuervoellugardelamancha.com/2018/11/15/pozos-y-vias-de-agua-en-mota-del-cuervo/

–          Oficina de Información Turística de Mota del Cuervo (2014). Alfarería Ayuntamiento de Mota del Cuervo. Obtenido de https://www.youtube.com/watch?v=a6UbIE3EVxI

  • Vestal Etnografía, SL (2025). La Cantarería en Mota del Cuervo, con Evelio López Cruz. Obtenido de https://www.youtube.com/watch?v=1OgTFyLlJv0
  • Vestal Etnografía, SL (2025). El Complejo Lagunar de MANJAVACAS, con Ernesto Aguirre Ruiz. Obtenido de https://www.youtube.com/watch?v=1y66BaaMIZM
  • AA. (1990). Alfarería popular en Mota del Cuervo. Publicaciones de la Diputación Provincial de Cuenca. Serie DIVULGACIÓN CULTURAL, nº 2.

Este artículo forma parte del proyecto “Lana y agua: vida de nuestra memoria”, financiado con cargo al programa de subvenciones en la Reserva de la Biosfera de la Mancha Húmeda, en el marco del Plan de Recuperación Transformación y Resiliencia financiado por la Unión Europea-Next Generation EU

Deja una respuesta