Hace muchísimos años existía un pueblo ubicado entre Garcinarro y Jabalera. Su nombre ha sido olvidado, pero de él pervive una leyenda que explica por qué Garcinarro tiene un término mucho mayor que Jabalera. Este pequeño pueblo era de una hermosa dama árabe, a la que la tradición dedica el nombre de Reina Zobeya.
Feliz y dichosa, querida y respetada de sus súbditos, vivía la hermosa Reina Zobeya. Ella se complacía atendiendo con el mayor cariño a todos los habitantes, que vivían de la agricultura de aquellos terrenos, en paz y buena amistad con los pueblos cercanos, habitados por cristianos.
El tiempo, en este pequeño idilio de paz y prosperidad, pasaba dulcemente hasta que un día… Los vigilantes de la torre divisaron avanzar hacia el pueblo una masa negra. No eran guerreros, ni figuras humanas; sino una avalancha compacta, negra, que lentamente caminaba hacia el pueblo. Era una plaga de hormigas.
La Reina, al ver la catástrofe que se avecinaba, ante la cual no tenía ninguna defensa, rápidamente ordenó a todos sus súbditos que, tomando de sus hogares únicamente lo más indispensable, huyeran.
Como pueblo más cercano se encontraba Jabalera. Dispuso la Reina que tres de sus súbditos pasaran a parlamentar con las autoridades del pueblo cristiano, pidiendo que los admitieran, ante la catástrofe irremediable que padecían.
La Reina, al frente de todos sus súbditos, quedó a una prudente distancia esperando la respuesta.
- Señora, nos niegan la entrada.
- No nos acobardaremos por esta inhumana negativa. Veamos lo que dicen en Garcinarro.
- Marchad –dijo la reina– y con los debidos respetos, como en el pueblo anterior, suplicad si nos pueden admitir, ya que de haber permanecido en nuestro pueblo todos habríamos fenecido.
- En Garcinarro nos reciben y amparan.
- ¡Alá sea bendito y los colme de bendiciones! –exclamó emocionada la reina.
Adaptado de Leyendas Conquenses. Tomo IV, de María Luisa Vallejo, ed. 1ª.

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