Si por algo destaca el ser humano sobre otras especies es por su gran capacidad para el reconocimiento de patrones. A veces, incluso, algunos que ni existen, pero imaginados por cierto interés o utilidad en determinada época histórica (queda ahí la astrología como ejemplo). En esencia, esta capacidad es la base de la ciencia moderna: identificar relaciones causales entre diferentes eventos (o variables, si ya nos ponemos muy técnicos).
Esta capacidad de identificación de patrones nos ha ayudado a lo largo de nuestra historia a adaptarnos de una manera excepcional a nuestro entorno. Entre tantas otras cosas, nos ha permitido dilucidar lo que sucedía a través de los cruces genéticos de otras especies que nos rodeaban. Eso nos dió la llave a la selección artificial. Uno de los muchos aspectos en los que el ser humano ha modificado el medio ambiente. A veces, en nuestro beneficio; muchas otras, quizás sin ser conscientes (o quizás, algunos sí), atentando contra nuestra propia supervivencia.
Si hablamos de trashumancia, hablamos, sin duda, de la oveja merina. Y, sorpresa, esta raza ovina no podría existir (o no tendría sentido, mejor dicho) sin la acción humana. Entre las muchas hipótesis sobre su origen, parece que surge del cruce de ovejas churras (nombre genérico de las razas autóctonas ibéricas) con carneros italianos en época romana, ovejas africanas en el medievo y carneros ingleses en el siglo XV. Una sucesión de mezclas dirigidas a un solo objetivo: la obtención de la lana de mayor calidad.
La trashumancia en Cuenca
Durante siglos, han sido estas ovejas, las merinas, las mayores senderistas de nuestros montes. Y es que el lanar merino era, en general, trashumante, frente a un ganado estante en el que predominaba la raza churra, destinada al consumo de carne y leche. La comarca de Molina-Albarracín-Cuenca es considerada una de las primeras trashumantes de España.
Impulsada por el auge de la industria textil a partir del siglo XV, la trashumancia ovina crece de manera desmesurada hasta alcanzar su máximo a mediados del siglo XVI, cuando se contaba con unas 600.000 cabezas ovinas trashumantes en la cabaña mesteña de Cuenca. Esta cifra, a partir de las crisis que se sucedieron desde el siglo XVII, no paró de descender, contando con unas 100.000 a mediados del siglo XVIII y menos de 50.000 a finales del XIX.
Si pensamos en los veranos serranos del siglo XVI, los pueblos de la Serranía Alta debían ser un hervidero de actividad, frente al sosiego de los inviernos. Cientos de miles de animales arribaban en busca de frescas tierras donde pastar durante el estío: los agostaderos. Tras un largo trayecto desde Andalucía, Valencia o Ciudad Real, los ganaderos arrendaban tierras en la serranía para que su ganado reposara. Sobre todo, destaca el arrendamiento de los quintos de verano propios de Cuenca. La cabaña ganadera trashumante de las Tierras de Cuenca era, sin duda, la más importante de la provincia. Sin embargo, este dato se puede malinterpretar, pues a pesar de ser ganados de Cuenca, no se encontraban junto a la ciudad, sino en las inmediaciones de pueblos como Beamud, Tragacete o Huélamo, que contaban también con quintos propios, aunque en menor medida a la capital. A la vuelta de los ganados al sur, se remarcan como destinos primordiales Andalucía y Valencia, sobre todo al observar la más importante de las cabañas ganaderas del siglo XVIII, la de los Cerdán.
Pero no todos los trayectos eran tan largos. Porque en la provincia conquense también se producía otro importante proceso: la trasterminancia, es decir, la trashumancia en la que los movimientos son inferiores a 100 kilómetros. Y es que a veces, el invernadero no estaba en tierras murcianas o andaluzas, sino mucho más cerca. Por ejemplo, en Yémeda o Enguídanos, por sus características climáticas únicas, más templadas y con menos heladas.
Estos afamados movimientos, que en ocasiones implicaban una cabaña de 8.000 o más cabezas (formada por varios ganados), requerían de una compleja organización. La figura del pastor no era sólo la romántica imagen que llega a nuestras mentes: existían muchos puestos y funciones. A la cabeza de todos ellos destacaba el Mayoral, responsable de la cabaña, respondiendo únicamente ante los propietarios de los ganados. Sus funciones son la de dirigir al resto de pastores, suministrar de dinero y alimentos a los empleados, llevar las cuentas y encargarse de la búsqueda de pastos de invierno y verano, entre otras cosas. Era el jefe de la expedición. A las órdenes de cada mayoral estaban cinco o seis pastores por ganado: un rabadán, a la cabeza de dicho ganado, en general el pastor más experimentado; los zagales primero y segundo, que sustituyen al rabadán en su ausencia; el sobrado y el ayudador, con salarios muy inferiores; y, por último, los temporeros, ayudando puntualmente, especialmente en época de parir.
Las vías pecuarias de Huélamo
Si nos centramos en el municipio de Huélamo, lo más relevante es, sin duda, el paso por su límite municipal de la Cañada Real de los Chorros (o Conquense), la más importante y conocida de la provincia, pues vertebra el movimiento pecuario de la cuadrilla conquense. Además, es la conexión de esta región con las cabañas ganaderas pirenaicas, a través del enlace con Albarracín por el Barranco del Judío. Esta vía, deslindada y amojonada, queda recogida en apeos de la Mesta en el siglo XVIII, y aún a día de hoy tiene uso. En su recorrido, es destacable el paso por Socuéllamos, donde se situaba un importante Puerto Real (también llamados puertos secos) donde se cobraba el impuesto de “Servicio y Montazgo”. El pago de impuestos deja una huella de gran valor para el análisis de los hechos históricos y este caso no es una excepción, pues se detallan pagos de ganados procedentes de Huélamo en antiguos registros. Por ejemplo, el ganado de Gonzalo Sanz y Domingo Ayala, originario de Huélamo, pasó en el 22 de noviembre de 1708 (se dirigían al sur, a los pastos de invernada) por el Puerto Real de Socuéllamos, con un total de 1107 cabezas. Aún hace apenas unas décadas se cobraban impuestos por pasos de ganado, como en el Viso del Marqués (Ciudad Real), donde cobraban 5 o 6 pesetas por cabeza, según nos relataba Juan Martínez, pastor trashumante jubilado de Huélamo.
Y de esta cañada surge el recorrido que identifica Huélamo, su cordel. Desde el abrevadero y descansadero de Cañada Honda, junto a la Herrería de los Chorros, surge esta vía que vuelve a unirse a la Cañada Real en el Prado de los Esquiladores, como si de una vía de servicio se tratara. Deslindada completamente desde el año 2009, en apeos antiguos se le considera una cañada (es decir, con el doble de anchura legal), constituyéndose como cordel, probablemente, debido a las demandas de terreno por parte de los labradores del pueblo.
Por último, casi como anécdota, una vereda atraviesa Huélamo al sureste, en el límite con Valdemeca, siendo precisamente esta vía la que divide los términos municipales: la Veredilla de la Casa del Cura.
Como elementos asociados, son de especial relevancia los descansaderos y abrevaderos, cruciales para la trashumancia, pues servían como lugares de descanso de largas jornadas de camino. Dos eran de especial importancia: la mencionada Cañada Honda, junto a la Herrería de los Chorros, al norte del cordel; y la Fuente de El Medio, junto a la Venta de Juan Romero, al sur de Huélamo. Como relata Mariano Cámara, pastor trashumante en su juventud, durante los veranos, al aumentar tanto la cabaña ganadera, se utilizaban estos espacios para dar cobijo a los animales, construyendo corrales, que se diferencian de las parideras (o tinás) en que no cuentan con ninguna parte cubierta, teniendo la única función de agrupar a los animales y protegerlos de alimañas. Para los ganados que llegan desde Albarracín, la zona de la Herrería de los Chorros es una pernocta muy común, aprovechando el refugio forestal construido en el siglo XX.
Incontables rebaños recorrieron las tierras de Huélamo, llegando a contar con un impuesto de paso trashumante propio, más allá de los de Servicio y Montazgo, destinados a la Corona. El beneficiario de este impuesto era la Villa de Huélamo, es decir, el Ayuntamiento. En 1496 desapareció por una sentencia sobre el libre paso de los ganados por el término. Además, Don José Arcamendi, vecino de la localidad, también cobraba otro impuesto hasta 1695 a los ganados de la Hermandad de Albarracín, especialmente.
Pero no sólo eran ovejas las que poblaban estos campos. La sierra alta era propicia para el vacuno, por lo que muchos ganados trashumantes de vacas y bueyes se dirigían a veranear a estas zonas. Como comentaba Mariano Cámara, es interesante cómo estos ganados iban prácticamente al doble de velocidad en la trashumancia que las ovejas y cabras, siendo necesario que los vaqueros se desplazaran a caballo.
Aun pareciendo cuentos de épocas lejanas, en los años 90 todavía quedaban 5 ganados ovinos y 1 vacuno trashumantes, contando con 3439 cabezas ovinas, 154 caprinas y 54 vacunas. Queda lejos del total de cabezas admitidas (7956) en el municipio por la superficie pastable disponible (unas 5.500 hectáreas). A día de hoy, algunos ganados aún hacen ese camino al sur, aunque la manera de hacerlo haya cambiado.
Y es que en los años cincuenta del pasado siglo se generaliza el uso del ferrocarril entre los ganaderos trashumantes; primero solamente para la ida, en el mes de noviembre, cuando la climatología es más adversa. Sin embargo, los ganaderos seguían prefiriendo regresar a pie, en el mes de mayo, aprovechando los pastos primaverales de los caminos pecuarios. En las siguientes décadas este sistema de transporte se generaliza para ida y vuelta, abandonando muchos pastores el uso de las principales vías pecuarias. No obstante, aún se utilizaban las vías, aunque en menor medida, para trasladar al ganado hasta el apeadero habilitado más cercano (en muchas ocasiones, la propia ciudad de Cuenca). También se utilizaba la estación de Chillarón, en las ocasiones que se utilizaba la Cañada Real de Rodrigo Ardaz como enlace desde la Serranía, como recordaba Juan Martínez. A pesar de ello, a partir de los años ochenta se comienza a utilizar el transporte en camión, siendo el medio más utilizado hoy en día. De esta forma, no tienen que ir por la vía pecuaria hasta el apeadero más cercano, ahorrando tiempo. Sin embargo, las ovejas sufren mucho más con este sistema.
Juan Martínez recuerda bien su experiencia como pastor trashumante. Junto a su hermano Juan Pablo han trasladado durante muchos años al ganado desde Huélamo a tierras sureñas, en el entorno de Despeñaperros. A veces en Ciudad Real, otras en Jaén. Siete meses en aquellas tierras y cinco solamente en su pueblo. Pero a pie lo recuerdan sólo en su juventud, pues pronto sustituyeron el largo camino por el tren y, más tarde, por los camiones. El invierno en Despeñaperros no era sencillo, pues se juntaban en humildes chozas dentro de la finca que arrendaban para pastos, de grandes terratenientes como norma general. Una dura existencia hoy propia de cuentos.
A pesar de ello, las cañadas y cordeles aún tienen su uso tradicional, aunque cada vez sea más anecdótico. En los años 90, la Cañada de los Chorros era utilizada por unas 13.000 ovejas en el mes de mayo desde Cuenca capital hacia las serranías. En sentido inverso, han pasado unas 3.000 ovejas en el mes de noviembre. Además, una manada de vacas de lidia sigue recorriendo esta vía aún a día de hoy.
Una Historia de historias
La Serranía de Cuenca no puede entenderse sin las dos industrias que la han impulsado durante siglos: la maderera y la textil. Ambas en profunda crisis, nos han dirigido a donde estamos, con una región en constante agonía, perdiendo población cada día.
La industria textil impulsó la ganadería en Cuenca. Y, ante todo, la trashumante, con la oveja merina como principal protagonista. Huélamo, enclavado en el más profundo corazón serrano, no fue una excepción. No podemos comprender su Historia sin entender las historias de aquellos que la hicieron posible. Su huella queda en todos los elementos que dieron vida a sus pobladores: fuentes, parideras, descansaderos o abrevaderos que ocupan este territorio. Recuperar estos espacios para dotarlos de nuevos significados, acordes a los tiempos de hoy, debe ser nuestra tarea para evitar que estas historias sean solo ecos sumidos en el olvido.
Este artículo forma parte del proyecto “La Ganadería en Huélamo. Estudio y documentación de las infraestructuras tradicionales ganaderas del municipio de Huélamo”, desarrollado por Vestal Etnografía, y financiado por el Ayuntamiento de Huélamo y la Diputación Provincial de Cuenca.
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