Hay algo hechizante en Uña. Algo que embelesa y asombra constantemente a los sentidos. ¿Será escuchar el susurro del Júcar mecido bajo las silenciosas muelas? ¿o el rumor de la inamovible roca donde nace la inquieta agua y de la inquieta agua donde nace la inamovible roca? ¿ Será observar el pinar sobre un viejo mar y las choperas como el rastro de un barco a la deriva? ¿el vasto territorio soldado al cielo estrellado? ¿o las líneas que dibuja el sol reflejadas sobre la mansa laguna? Hay algo espeluznantemente bello en Uña. Esa danza macabra entre lo firme y lo fugitivo que encierra el misterio de los misterios: el tiempo.
Desde el Puntal de San Roque a Peña Rubia, formando una herradura, pezuña o uña, la piedra parece deslizarse sobre las alturas y, creando un muro inexpugnable, abraza la laguna de Uña. Los colores anaranjados y cremosos de la piedra, decorando el frío gris, aparecen como una franja etérea entre el verde de los pinares y el azul de la laguna.
Y son estas laderas bajo los cortados, desde el Puntal de San Roque a Peña Rubia y luego hasta la presa del embalse de la Toba, lo que incluye este sector del Monte de Utilidad Pública 151. Se denomina como Dehesa Boyal, cuyo significado remite a su carácter histórico comunal. La laguna y el Júcar marcan el límite por el sur con los terrenos privados del término de Uña y los cortados por el norte con los montes “Solana de Uña” y “Candalar”, ambos del término y propios de Cuenca. Para comprender su patrimonio, caminaremos por esta ladera que transcurre bajo la Muela de la Madera y bordea la legendaria laguna.
Comenzaremos, bajo la siempre atenta mirada de los buitres leonados, desde el puntal de San Roque. Este puntal que inicia el MUP 151 y el perímetro de la laguna, es sinónimo de devoción y cultura popular ya que representa al patrón de Uña. Cada agosto, los vecinos de Uña celebran sus fiestas a su patrón, inmortalizado en este puntal rocoso. San Roque, protector de las enfermedades que producen llagas y de la terrible peste, fue santo de gran devoción en Cuenca durante el siglo XVI. Hoy, en la iglesia de San Miguel Arcángel de Uña, aún se conserva la figura de San Roque junto a su perro, ya que también se considera protector de estos y devuelve a la memoria el popular trabalenguas infantil “El perro de San Roque no tiene rabo, porque Ramón Ramírez se lo ha cortado”.
Siguiendo la franja rocosa de la solana, encontramos una fina pero sutil apertura en la piedra: la entrada de la raya. Este abrupto sendero entre los cortados es uno de los pasos de comunicación históricos entre los municipios de Las Majadas y Uña. Las huellas de las ruedas de los carros sobre la roca nos cuentan otros tiempos, el testimonio de siglos y siglos que conectaron estos dos pueblos serranos. Tras atravesar los peñascos, el sendero discurre como una línea horizontal bajo los elevados cortados y dibuja una raya en la roca. Sintiendo la fuerza y volumen de la roca sobre los hombros va descendiendo por estas laderas soleadas ricas en boj, aromáticas, quejigos y pino laricio al fondo del valle, junto a la laguna de Uña.
Sebastián de Covarrubias, en 1611, al hablar sobre Uña escribió: “Tiene un valle angosto, que de una parte y de otra están los riscos muy altos, y a plomo y se va a dar a un rincón, a donde estos peñascos se juntan; debajo dellos, salen diferentes arroyos y fuentes, y dellas manan las truchas que van a caer a la dicha laguna.” Este rincón, es el rincón de Uña. El agua de precipitación se infiltra por la roca caliza de la Muela de la Madera bordando galerías, simas y cuevas subterráneas. En uno de estos bordes, al pie del cortado, surge sobre una capa de margas impermeables. Una de las surgencias más importantes es la de Los Borbotones que da origen al arroyo del Rincón que alimenta el río Júcar y crea la laguna de Uña. Su agua limpia y fresca ha servido para regar huertas, abastecer a la población y, en las últimas décadas, para que en sus aguas se instale la Piscifactoría Regional, para la cría de truchas comunes, y la Escuela Regional de Pesca.
Tras dejar el Rincón de Uña, comienza la umbría y bajo los miradores del Refrentón, siguiendo la vuelta a la herradura que forman los cortados, encontramos el puntal de la bandera. Este puntal abriga la conocida ruta de “El Escalerón”. Esta vía, que conecta con “La Raya”, es otra histórica vía de comunicación entre el municipio de Huélamo, el alto de la Muela de la Madera y la profundidad del valle del Júcar donde se encuentra Uña. Además, a principios del siglo XX se instaló sobre el puntal un cable de gran tamaño para bajar los troncos de madera desde lo alto de la muela a Uña y posteriormente, al río Júcar, donde sería transportada por los gancheros.
Y así llegamos al final de esta herradura que envuelve a la laguna de Uña: Peñarrubia. Quizás el lugar más misterioso y trascendental del entorno. Debido a su orientación, material y forma, este emblemático puntal esconde los orígenes de este lugar y simboliza un tiempo lejano y perdido. Sobre Peñarrubia se posan los últimos rayos de luz del día. En sus laderas donde termina la umbría y vuelve la solana, aflora un conglomerado de areniscas rojas y granates que chocan con la homogeneidad caliza del paisaje. En estos roquedos de arenisca se forman abrigos y cuevas que invitan a refugiarse en otros tiempos ya perdidos. Será por ello que en sus laderas aparecen tumbas antropomórficas que datan de época visigoda y dos ermitas históricas mencionadas como de gran devoción en el siglo XVI: las ermitas del Espinar y La Magdalena, hoy conocida como “La Malena”. En la actualidad, sólo la del Espinar permanece en pie y activa. Aguas arriba del Júcar, la Dehesa Boyal continúa bajo los puntales de la Antillas y de Canto Blanco y siguiendo el canal, encontramos la Fuente del Abrevadero y, finalmente, el complejo residencial de la Toba y la presa del embalse.
Pero no serían estos puntales sobre los altos muros de roca caliza apenas nada sin la laguna que se encuentra en su interior. El agua, procedente del arroyo del Rincón, en su caída hacia el Júcar creó una masa tobácea que actuó de presa natural originando la laguna de Uña. La laguna es símbolo del municipio y de la propia Serranía de Cuenca. En sus aguas se atesora el poder del proceso kárstico y se refleja la vida de tantas generaciones que han habitado este entorno. Todo ello queda reflejado en documentos históricos como el ya citado de Sebastián de Covarrubias en 1611: “Uña, villa en el obispado de Cuenca, y aunque es pequeña tiene cosas muy notables; entre otras una laguna muy grande, con tanta abundancia de truchas, que están perpetuamente saltando sobre el agua (…) y la laguna es hondísima” y, dos siglos después, en 1878, Torres Mena explica que “La superficie líquida que presenta, es de más de dos hectáreas, de figura próximamente elíptica; creyéndose que ha debido ser mucho mayor, por los depósitos de toba que se ven en sus orillas, y también porque sus aguas bajan al río en vistosa cascada, salvando un dique natural, para dar movimiento á un molino harinero y hasta hace pocos años a una herrería: su profundidad máxima es de quince metros”. Con la construcción del canal, en 1924, de la Toba al Salto de Villalba se levantó un muro que eliminó el paso natural, la cascada sobre las tobas, de la laguna al Júcar. Desde entonces, la laguna ha triplicado su extensión y sirve como suministro de agua al Salto de Villalba.
La laguna encierra una leyenda que se ha ido ahogando en el olvido: la presencia de una isla movediza en mitad de la laguna que parece desplazarse sobre las aguas. Covarrubias dice que la laguna “Tiene otra particularidad, que parece mentira: una isla con hierba que se apacienta en ella ganado, y algunos arbolicos; ésta corre por toda la laguna, siendo llevada de los vientos. Está fundada en cierta manera de piedra esponjosa, que es como toba”. También tres décadas después, Martir Rizo (1642) vuelve a nombrar este extraño caso exponiendo que en “la laguna de Uña, del Marqués de Cañete, a donde ay muchas y buenas truchas, y enmedio della un cesped de más de cuarenta pies de circuito, con yervas y árboles, que andan por encima del agua: de forma, que con razón se puede llamar isla movediza.» Sin embargo, en 1878, parece que ya no existe la isla tal como indica Torres Mena: “hace tiempo que la isla flotante se adhirió á una de las orillas de la laguna, y lo que aquel elevaba entonces á la categoría prodigiosa, hoy lo esplica, como muy natural, la ciencia”. En la actualidad, queda como una remota leyenda exclusiva para algunos vecinos locales de avanzada edad.
Ese “llano cercado de altas escarpas cretáceas”: la laguna de Uña y sus muros inexpugnables calizos. La primera besando las entrañas del suelo, los segundos acariciando los cabellos del cielo. Sus puntales como atalayas con vistas a un paisaje de cuento infantil que escuchábamos antes de dormir. Las truchas y la isla movediza como símbolos de este remoto escondite. Peñarrubia con su imperecedero y cálido atardecer. Los pinares y quejigares atesorando los cantos en primavera. Las bojedas bordando las siluetas de buitres y rapaces. Mar, montaña, lluvia, toba y piedra que con humildad susurran los misterios del tiempo. Una danza macabra entre la roca y el agua donde no llega la memoria. Un juego infantil que vuela y nada. Una espeluznante belleza entre lo firme y lo fugitivo.
Vestal es una consultoría que apuesta por el fomento del turismo cultural en el medio rural.
Vestal busca recuperar aquellos saberes ancestrales en riesgo de desaparición, así como poner este patrimonio etnográfico al servicio de la población de una manera atractiva, sirviendo de cimiento para el turismo cultural y la repoblación rural.