La Tarasca: de la lucha por el bien a la libertad de expresión en Torrejoncillo del Rey

La Tarasca: de la lucha por el bien a la libertad de expresión en Torrejoncillo del Rey

Es un fresco atardecer de finales de verano. Pero no aquí, sino en los bosques provenzales en torno al río Ródano. Y no ahora, sino en los albores de nuestra era, a mediados del siglo I.

Aldeanos de la cercana villa de Tarascón visitaban habitualmente estos bosques en busca de lumbre, frutos o caza. Pero siempre cautelosos, pues sabían de un mal que desde tiempos inmemoriales asediaba esas tierras: una bestia similar a un dragón, con patas de caballo, un torso similar al de un buey con un caparazón de tortuga a su espalda, cabeza de león y una escamosa cola que terminaba en el aguijón de un escorpión.

Tras innumerables intentos de caza fallidos por parte de los habitantes del lugar, apareció al fin Marta de Betania, discípula del propio Jesús, para domar a la bestia. Pues la Tarasca, sinónimo del propio mal, vió en la santa el signo de redención necesario para convertirse.

Obediente, siguió la Tarasca a Santa Marta hacia Tarascón, como un cordero sigue a su pastor. Sin embargo, los habitantes, que seguían atemorizados, aprovecharon la oscuridad de la noche para acabar con la bestia, a pesar de su conversión al bien.

Al día siguiente, tras ver Santa Marta lo ocurrido, decidió dar un discurso a la gente de Tarascón, aleccionándoles sobre la maldad de su acción, pues habían dañado a una criatura de Dios. De la fuerza de sus palabras surgió el arrepentimiento de las gentes, y de este su necesidad de redención y su encuentro con Dios. El pueblo de Tarascón se había convertido al cristianismo.

Santa Marta, obra de Luis de Madrazo. Fechado en 1884, se conserva el negativo en la Fototeca del Patrimonio Histórico con el número de inventario VN-03934 y la tira explicativa: "Luis de MADRAZO._2508._Sainte Marthe.". Obtenido de la colección del Museo del Prado.

Un cuento con moraleja

Las leyendas son eso, leyendas. Pero tienen un por qué, una intención moralizadora, una lección para quien las escucha. Este cuento se recoge por primera vez en La Leyenda Aúrea, una recopilación de hagiografías escritas en el siglo XIII por el italiano Santiago de la Vorágine (ya aparece con anterioridad en el Vita Beatae Mariae Magdalenae et sororis ejus Sanctae Marthae del siglo XII). Forma parte de la multitud de casos que ejemplifican el sincretismo cristiano y las culturas paganas previas, como las endiabladas, los danzantes o los gigantes y cabezudos. En parte, se buscaba unir el credo oficial con creencias previas, así como desterrarlas y desautorizarlas identificándolas con el propio mal. Pero quizás, también, simplemente buscaban hacer más divertida y colorida la fiesta.

Infierno representado en el misal de Raoul du Fou (Normandía, Francia), ca. 1479-1511 (Biblioteca Municipal de Evreux, Ms. lat. 99, fol. 90r).

Por tanto, La Tarasca ejemplifica, en un inicio, el mal, lo ajeno al cristianismo. Por eso se asocia con los bosques, con lo salvaje e indomable. Es lo contrario a la civilización. La aparición de Santa Marta, capaz de domar a la bestia, ejemplifica el poder de Dios y el acto necesario de redención  y subyugación del infiel (en este caso, La Tarasca). Sin embargo, la gente sigue rechazando este antiguo mal y lo destruye. No acepta la reconversión del mal al bien. Tras el discurso de Santa Marta, se dan cuenta de su error y se arrepienten, y por ello se convierten al cristianismo, sinónimo del bien y la piedad.

En fin, es una alegoría de la imposición de la virtud sobre el pecado. La Tarasca, como sinónimo de pecado, aguarda los siete pecados capitales que hay que combatir: sobre la pereza, la diligencia; sobre la ira, la paciencia; sobre la lujuria, la castidad; sobre la humildad, la soberbia; sobre la avaricia, la generosidad; sobre la gula, la templanza; y sobre la envidia, la caridad.

La Tarasca en España

Por supuesto, si de moralejas cristianas trata el asunto, no puede pasar La Tarasca sin sembrar en nuestra católica península ibérica.

La fiesta de representar a La Tarasca, como tal, comenzó en el siglo XV en la Provenza, en Francia. Sin embargo, algunos autores apuntan a una influencia anterior, proveniente de la Roma clásica: el “Tragón” que desfilaba con una desmesurada boca y haciendo ruidos.  Independientemente del origen, esta tradición se extendió rápidamente hacia el sur, tanto a Italia como sobre todo a España. No se sabe cómo ocurrió exactamente, aunque es posible que el culto a Santa Marta fuese introducido a finales del siglo XI por los primeros arzobispos de Toledo, todos ellos originarios de Francia.

Postal en la que se muestra La Tarasca de Tarascón, a principios del siglo XX. Postal cedida por Carlos Cuenca.

En el año 1507 ya hay referencias sobre La Tarasca en Toledo, pues se documentó que se rehizo completamente ese año. Más tarde, en el año 1525, se documenta la de Alcalá de Henares por primera vez para el Corpus Christi (complementando esta fiesta ya se instaurada en muchas ciudades españolas desde el siglo XIII). Desde entonces, hay multitud de ejemplos por toda España, muchos de ellos de la segunda mitad del siglo XVI (fruto probablemente de la Contrarreforma), como Barcelona, Lorca, Zamora o Madrid, entre muchos otros. También se registra la llegada de esta fiesta a la América española durante este siglo.

También en Torrejoncillo del Rey

Claro está que la Tarasca, más allá de las grandes capitales de nuestro país, también decidió internarse por los territorios más apartados. En la provincia de Cuenca se estableció en el pueblo de Torrejoncillo del Rey, llegando su cobijo hasta nuestros días.

Si bien se desconoce el año concreto del comienzo de esta fiesta, se podría deducir que surgiera a finales del siglo XVI, como en tantos otros lugares del país.

La fiesta de la Tarasca está asociada, en este caso, a la festividad de San Blás, cada 3 de febrero. Este santo fue acogido como Abogado por parte del pueblo en el año 1535, pues fue asolado con una epidemia que producía unas “secas” en los cuerpos de los niños, produciendo que se ahogaran. 60 años después, en el 1594, se le nombra Patrón del pueblo, formándose la Cofradía de San Blás, la cual, según reflejan varios documentos, contaba con una cofradía de Soldadesca y Endiablada. Es probable que ya existiera en aquellos años La Tarasca, aunque no hay documentación que pueda avalarlo.

Cabeza de la antigua Tarasca de Torrejoncillo del Rey. Fuente: Vestal

La prohibición de La Tarasca

Por supuesto, la existencia de danzas y procesiones de bestias no era bien vista por todos los ojos, pues se entendía como un acto ajeno al acto religioso y, por tanto, hereje. Este pensamiento fue creciendo hasta que a finales del siglo XVIII, en el año 1772, Carlos III ordenó que cesasen en Madrid las fiestas de Gigantones, Gigantillas y la Tarasca. En Cuenca, el obispo prohíbe las endiabladas en el año 1764, afectando sin duda a la festividad de Torrejoncillo del Rey, cuya Cofradía de San Blas contaba con una endiablada.

Boceto de la Tarasca para el Corpus de Madrid de 1749. Obtenido de la Biblioteca Digital de la Memoria de Madrid

Desde entonces, la celebración de La Tarasca fue despareciendo de muchas ciudades españolas, sobreviviendo hasta nuestra fecha unas pocas que pudieron burlar las prohibiciones. En muchas ocasiones, se decidió retirar La Tarasca del día del Corpus (como era tradición en la mayoría del país) y asociarlo a la fiesta patronal de cada lugar. Quizás también fue el caso de Torrejoncillo, pasando a celebrarse en San Blás en aquellos años. Sin embargo, la hipótesis de su celebración en estas fechas desde finales del siglo XVI parece más fiable.

Las fiestas de San Blás

Más allá de los vaivenes de la historia, ha sido tradición que La Tarasca hiciera su aparición en Torrejoncillo del Rey todos los años para San Blás.

Se cuenta que el monstruo reposaba durante todo el año en la mina de Lapis specularis “La Mora Encantada” para, tras la misa del día 3 por la mañana, aparecer en la Puerta del Sol de la iglesia, habiendo sido domada por su acompañante, que recitaba una sería de versos con los eventos más dispares ocurridos durante ese año. Tras ello, La Tarasca recorre las calles del pueblo asustando a niños y niñas. O, como recuerda Juliana Hoyuela Rubio, “para quitar las boinas a los viejos”.

En definitiva, se trata de una especie de armazón portado por cuatro o cinco mozos que iban dentro, la cual parecía una serpiente enorme con una boca enorme que se abre y cierra con unos resortes. Según recuerda Andrés Cuenca Elvira, “la Tarasca primitiva se formaba con los huesos de la cabeza de una mula, atados con una cuerda para abrirla y cerrarla, y decorados con pelo de mula. Los huesos se sacaban del muladar de La Vizcaína”. La actual es diferente, según apunta Andrés.

La Tarasca de Torrejoncillo del Rey en el año 2016. Autor: Sergio Rubio

Tras el recorrido de La Tarasca, se hacen unos rollos y zurra para repartir a todos los vecinos y vecinas. Y, antiguamente, también participaban los tunos y los danzantes a ritmo de dulzaina y tamboril. Hoy en día los danzantes aparecen en las fiestas de la Virgen de Urbanos. Pero aún queda una canción que recuerda el pasado musical y danzarín de la fiesta de San Blás. La primera estrofa dice:

Si vas a Torrejoncillo

a la fiesta de San Blas,

echa pan en el bolsillo

que, si no, no comerás.

Empiezan entonces las fiestas, amenizadas antes por una orquestina durante los tres días que se alarga, recordados como los días de San Blás, San Blasillo y su hermanillo. La fiesta es avisada su víspera por una hoguera y una cena popular que, como destaca Juliana, “antes era mucho más humilde”.

Desgraciadamente, debido a la acuciante despoblación del territorio conquense, cada vez hay menos gente en Torrejoncillo, menos aún en San Blás, en pleno invierno. Por ello, el futuro de La Tarasca se ha visto muy comprometido durante las últimas décadas. De hecho, en los años 90 dejó de celebrarse, siendo recuperada en 2016 por la Asociación Cultural Alonso de Ojeda, teniendo vaivenes en los últimos años, también por culpa de la pandemia. Sin embargo, hoy en día sigue celebrándose, gracias al esfuerzo de vecinos y vecinas por evitar que desaparezca esta tradición tan singular.

Los vates, juglares contemporáneos

La Tarasca, como hemos visto, se celebra en varios lugares del sur de Europa. En cada lugar con su singularidad. Y si un elemento es destacable en el caso de Torrejoncillo del Rey, es el de la figura del acompañante, también llamado vate.

Este vecino aprovechaba la fiesta para componer unos versos que eran aclamados ante todo el pueblo. En ellos, se contaban historias ocurridas durante el año, con muchos cotilleos y, también, una buena dosis de crítica política. Pues, como recuerda Andrés Cuenca, se hacían críticas tanto sociales como políticas, que eran aprovechadas en tiempos de la dictadura para poder hacer opinión política, aunque siempre dentro de la ironía y el humor.

Algunos de los últimos vates han sido: Daniel Feijoo García (Gorrufos), Anastasio Barranco (Ferrelo), Francisco Cuenca (Cañero), Gilberto Araque (Cascabel) y Juan Blás. Algunos iban andando, aunque Anastasio Barranco iba sobre un caballo, y Francisco Cuenca sobre un burro llamado Restituto. 

Como ejemplo de broma entre amigos y vecinos, uno de los versos de Francisco para su amigo conocido como el gordo del Rompisaco:

Muy contento el Gordo está

con su mujer y su hija, 

más contento se pondrá 

cuando para la borrica.

También hay cierta crítica política, como en un verso en el que Francisco comenta que Franco quiere adquirirle La Tarasca que él había capturado:

Franco me la quiere comprar,

me ha hecho sus pretensiones

y me ha llegado a ofrecer

por ella cuarenta y cuatro millones

Pero yo no se la vendo

le he dado mi resultado:

que coja una como ésta;

para eso, es Jefe del Estado.

Hoguera de las fiestas de San Blás en Torrejoncillo del Rey en el año 2016. Autor: Sergio Rubio

El poder de la libertad

Una tradición que en sus comienzos nació como una alegoría del triunfo del bien sobre el mal, ha mudado su objetivo inicial para ser un ejemplo de libertad de expresión en Torrejoncillo del Rey.

Si bien hoy las críticas de los vates son más moderadas, esto se debe precisamente a que gozamos de una sociedad en la que la libertad de expresión está garantizada. Porque esta libertad de expresión siempre se abre paso, por mucho que haya gente que quiera amordazarla.

Agradecimientos

A Andrés Cuenca Elvira y Juliana Hoyuela Rubio, que nos han regalado su tiempo para poder comprender mejor esta fiesta.

A Carlos Cuenca, por compartir con nosotros el resultado de su investigación, facilitarnos documentos fundamentales para el estudio y cedernos sus postales sobre La Tarasca.

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