La mora de Garcinarro

·Tierra y Memoria
Los Ojos

La mora de Garcinarro

Zobeya, la bella reina mora que vivía entre los habitantes de Garcinarro, le dijo un día a su dama preferida:

  • Leila, tengo que hacerte una confidencia, si me prometes guardar el secreto hasta mi muerte.
  • Señora, sabes que tu fiel Leila hará gustosa cuanto ordenes.
  • Solo te pido el secreto…
  • Por Alá, prometo guardarlo.
  • Como ya voy siendo mayorcita y un día tendré que partir de esta vida, voy a confiarte un secreto muy importante. Mahoma me ha revelado que mi destino es formar parte del paraíso de Alá, con las Huríes. Me dijo: “Allí lucirá tu espléndida belleza, entre las frondas de aquel edén, donde entre los ríos de leche y miel (que dice el Corán) recibiréis a los mahometanos merecedores de este destino.” Pero yo quedé pensativa, así que continuó: “¿No te agrada el destino que te espera?” “Es que siento dejar a estos buenos amigos de Garcinarro, que tan amables han sido con nosotros”, le dije. “¿Preferirás quedarte entre ellos a partir para otro camino?” “Al menos una temporada quisiera quedarme.” “Pero el hilo de tu vida está próximo a extinguirse… Decide, ya que por excepcional privilegio”, me anunció. Así que le dije: “Pues… quedarme por algún tiempo con mis protectores.” “Sea como quieras… ¡Durante varios siglos no morirás, sino que quedarás encantada!”

Y así sucedió: nadie logró encontrar a la bella Zobeya en el palacete donde vivía, con su pequeña corte.

Leila, la dama de honor preferida de Zobeya, comunicó a los de Garcinarro lo que su señora le había manifestado.

***

Pasó una temporada sin que nadie lograra volver a saber nada de la reina mora, como todos ellos la llamaban. Todos sintieron su ausencia, conservando la esperanza de poderla ver si se cumplía el vaticinio que hiciera a su dama de honor.

Pasó tiempo. Volvió la primavera a vestir de verde los campos con los brotes de árboles y arbustos. Un buen día, un zagalillo que cuidaba su pequeño ganado se dispuso a conducir sus corderitos a la vega del río Veguillas.

Los primeros fulgores de la aurora empezaron a teñir el cielo de Oriente.

  • Aquí es un buen sitio –musitó el pastorcillo mirando al firmamento.

Había llegado a las orillas del río Veguillas. Miró hacia una elevada piedra en lo alto del monte, bajo la cual hay una cuevecita reducida, casi inaccesible.

De pronto, vio que una hermosa mujer salía de la cueva y con paso decidido y ágil, bajaba con presteza.

Deslumbrado, sin atreverse a decir palabra, vio como la dama llegaba hasta la orilla de Veguillas y llenaba su artístico cántaro. Por un momento miró el asombrado pastorcillo, son proferir palabra, y tan airosa como había bajado subió hacia el monte, entrando con su cantarito lleno de agua en la cueva.

***

¡Era el amanecer del día de San Juan!

El pastorcillo contó en Garcinarro lo que había visto. La fiel Leila volvió a referir la confidencia de su señora.

  • ¿Por cuánto tiempo estará encantada?
  • Nadie lo sabe.
  • ¿Qué significaría el cantarito, que llenó de agua en el río?
  • Quizá recordando que únicamente hay que tomar lo necesario, que es agua para el camino…

Por eso, para recordar su gratitud y amor a Garcinarro, todos los años bajaba al río, airosa y decidida, a llenar su cantarito de agua, la mañanita, al amanecer, el día de San Juan. 

Adaptado de Leyendas Conquenses. Tomo IV, de María Luisa Vallejo, ed. 1ª.

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