La elaboración de licores en Campillo de Altobuey

La elaboración de licores en Campillo de Altobuey

Este artículo ha sido escrito por el historiador Santiago Montoya Beleña y digitalizado por Campillo Pueblo Vivo.

Estamos ante otra de esas labores artesanales que han desaparecido de la intrahistoria de Campillo de Altobuey, donde sus jóvenes generaciones apenas habrán oído comentarios sobre el asunto, pero bien es cierto que hasta los años cincuenta y primeros sesenta del siglo pasado se fabricaron determinados licores, aunque fuese a nivel doméstico. Hubo algunas familias que disponían de alambique y que lo alquilaban a sus convecinos para la destilación de la brisa o de las heces de la vendimia, para obtener alcohol y elaborar mistelas, orujos y otros espirituosos.

Al parecer también salían a los pueblos de los alrededores, donde ponían a disposición de los lugareños sus alquitaras y sabiduría alquímica destilatoria para la fabricación de elixires tradicionales. Eran otros tiempos, donde todo se aprovechaba al máximo y nada se dejaba perder, porque tampoco había de muchas cosas. En la actualidad existe a disposición del consumidor cualquier clase de vinos, licores o productos que le apetezcan, pero en tiempos pasados, recién salidos de una guerra y con una posguerra más dura aún si cabe, no existía esa oferta tan amplia y el ingenio de las gentes, especialmente de las laboriosas y sabias amas de casa, buscaban soluciones muy aceptables para cualquier necesidad que se presentase.

Y en varias ocasiones tenían la posibilidad de poner a prueba su buen saber hacer en relación con la química de los alcoholes, que, a decir verdad, tampoco era muy difícil. Por ejemplo, con ocasión de ser “sanantoneros”, o por la comunión de un hijo o nieto, o en los preparativos de alguna boda, etc., se preparaban licores en las casas con el fin de agasajar a familiares y amigos echando una copilla de algún bebedizo que no era habitual catarlo en el resto del año.

Para ello, se compraba en la farmacia el alcohol etílico necesario y, en la proporción adecuada, se mezclaba con las esencias que previamente habían adquirido, haciéndose licores de menta-pipermint, licor cuarenta y tres, calisa y, anisetes, licor de plátano, de fresa, de ponche, de café, de hierbas, etc., a gusto del consumidor y según lo que se podía adquirir en el comercio.

A día de hoy, al hablar de licores espirituosos en Cuenca, enseguida sale a la conversación el famoso resolí, y uno único parece ser el que se elabora, pero en Campillo se fabricaron una buena cantidad de ellos y distintos entre sí.

La documentación histórica del convento agustino recoleto habla de la elaboración de resolís, en plural, que los hacían los frailes al disponer también de alambiques en sus dependencias. Ellos los preparaban y con ellos invitaban y cumplimentaban a las visitas, autoridades, superiores, a los mozos que les trabajaban las tierras, a las personas que asistían al refresco que daban por San Antón o por la fiesta de San Agustín o de la Virgen de la Loma, y sobre todo para los enfermos, necesitados, mal nutridos y enfriados, que llamaban a sus puertas en demanda de auxilio y atención.

Una copichuela de resolí resucita a un muerto y hacía entrar en calor a las personas en caso de enfriamiento y tiritona, es decir, que casi se usaba como si de un medicamento reconstituyente se tratara. Los hacían de canela, vainilla y otras especias, de naranja y de diversas frutas, de cortezas y raíces que solo ellos conocían y cuyas recetas secretas y medicamentosas han desaparecido para siempre.

No olvidemos que los frailes han sido históricamente unos grandes conocedores y practicantes de la destilación de las plantas, eran verdaderos maestros en la fabricación de jarabes y licores, como por ejemplo el Benedictine de los benedictinos, el Chartreuse de los cartujos, el licor Carmelitano de los carmelitas o el método achampañado del fraile Dom Perignon.

Monjes trapenses (de la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia) destilando licor. Foto probablemente tomada en Francia alrededor de 1910

Es una lástima que en Campillo haya desaparecido esa tradición licorera y destilatoria del convento de otros siglos y que solo conozcamos pequeños retazos de esta historia, aunque nos dan pie para incidir en esta curiosa tradición que, como podemos comprobar, se remonta a siglos anteriores en su origen, al siglo XVIII al menos, y ha llegado hasta la actualidad más reciente.

En una casa de Campillo me regalaron un libro viejo y desvencijado, que iban a tirar a la basura, y mi sorpresa fue mayúscula al descubrir que se trataba del famoso prontuario del doctor Vicente de Vera titulado «Tratado de la fabricación de aguardiente y alcoholes de vino, orujo, patatas, cereales, patacas, melazas, manzanas, higos, regaliz y demás materias feculentas y azucaradas«, del que ya su título nos da una idea aclaratoria de su contenido.

Es muy sintomático encontrar este libro del año 1900 en un domicilio particular, lo que viene a corroborar esa tradición a la que me refiero de elaborar licores de alta graduación. A eso debo añadir la existencia, en otra biblioteca de Campillo, de la obra en tres tomos «La pequeña industria al alcance de todos«, del año 1935, en la que se enseña a fabricar licores escarchados, licor de vainilla, licor americano de Bolívar, esencias diversas, vermouth y zarzamora, esencia de uva, esencia de almendras amargas, bebidas espumosas y bebidas sin alcohol, coñac y curaçao, licor de guindas y jarabes licorosos, esencia de malvavisco, mistelas varias, licor de membrillos, ponches, ratafías, vinos amargos, elixires, ginebras, rones, vinos compuestos y vinagrillos, vinos imitados de Oporto y Burdeos, hielo artificial, preparación de agua de Vichy de imitación, aguardiente de bayas de saúco, etc., etc.

En los años en que se editaron estos libros, su publicación y precio eran caros, y si se compraban era porque se tenía previsto sacarles partido y fabricar algo de lo que allí se explicaba con la intención de conseguir beneficio económico.

Para finalizar, es preciso comentar que hay algunas personas en Campillo, pocas todavía, que están retomando esa tradición destilatoria y licorera de otros tiempos, aunque sea con una intención momentánea de simple pasatiempo, pero que ya consiguen esencias aceptables, aguardientes logrados y un licor o vino de nuez de muy alta calidad. Así que cuando traen a Campillo orujo con miel de la sierra de Cuenca o veo tomar a la gente un golpecillo de espirituosos, no puedo dejar de pensar y decir para mis adentros que mejores se han hecho en Campillo, de siempre.

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