El horno de Vindel y la fábricación de vidrio
El vidrio se asemeja a la propia vida. Elástico y moldeable en su infancia y, de una aparente resistencia en su madurez. Sin embargo, se destruye, en un fino instante, por su mortal fragilidad. Nace del fuego; su alma es de arena; y su personalidad de sosa y cal. El sofocante juego entre estos elementos se consuma en una cerámica resistente y transparente, de frágil firmeza, que revolucionó la Historia. Un tipo de arte imperecedero, que, al brotar de la arena y el fuego, marca el paso caduco del tiempo.

La noble delicadeza del vidrio ha sido admirada por el ser humano desde sus inciertos orígenes. Aunque según Plinio el Viejo fue el azar quien descubrió su arte, lo más probable es que ya se trabajara en época egipcia y se comerciara a lomos de las olas fenicias. Ya, desde entonces, se conocía que al fundir la vítrea sílice de la arena; la fundente sosa o potasa, y la estabilizante cal en grandes hornos, a temperaturas monumentales entre 1400 y 1600 grados, se formaba una pasta, llamada vítrea, que estaba lista para volver a fundirse y moldear. Si a este vidrio se le añadía plomo, sería lo que conocemos como cristal.
Aunque aparecen vestigios de vidrio desde época egipcia, su trabajo y fabricación se consolida en épocas romanas, donde fue un recurso de gran importancia socioeconómica. Ya entonces se documenta la revolucionaria técnica de soplado y se mencionan diferentes hornos de vidrio en la Península como Alicante, Valencia y Tarragona. Durante la época árabe el principal centro de producción fue Andalucía, donde destacaba Almería, y a partir del siglo XIII comienza el gran esplendor en la costa catalana. Es en este mismo siglo cuando se escriben dos obras de gran importancia: el Diversarum artium schedule y El lapidario. En ellos se precisan conocimientos sobre la tecnología del vidrio: colorantes, esmaltes, hornos, crisoles, vidrieras y, de nuevo, la imperante técnica del soplado.

El soplado, entre otras técnicas más antiguas y rudimentarias, destaca en la historia y artesanía vidriera. Esta técnica permite moldear el vidrio fundido mediante una caña de soplar. Esta caña solía ser un tubo de hierro, de una longitud entre uno y dos metros y un centímetro de diámetro interior. Con la nariguda punta se tomaba la pasta vidriosa y se aplicaba en el interior de diferentes moldes que, a continuación, se templaban o enfriaban lentamente, en un horno. Acompañada del uso de pinzas y tijeras, mediante este procedimiento se obtenían piezas más grandes, más finas y en menor tiempo. Una vez formada la pieza podía ser decorada a través del grabado a la rueda, la talla, el esmalte o el dorado.
A partir de los siglos XV y XVII, aunque siempre a la sombra histórica de los vidrios catalanes y andaluces, surgen centros de producción castellanos que ejercieron gran influencia en la meseta castellana y en los puertos cantábricos. Entre ellos, hubo uno, escondido en los extensos y espesos montes entre el Tajo y el Guadiela, entre Cuenca y Guadalajara. Se trataba de una comarca formada por una serie de pueblos como Arbeteta, Alcantud, Armallones, El Recuenco, Priego, Villanueva de Alcorón y Vindel. Entre ellos, destacó El Recuenco donde, entre 1582 y 1594, se fabricaron incesantemente vidrieras y cuadros de vidrio para el palacio de El Escorial.
Esta tierra serrana, con sus extensos montes de pino y encina, es rica en uno de las dos materias primas para fabricar el vidrio: la leña para alimentar el horno. Además, posee una diversidad geológica que permite que haya numerosos afloramientos para el alma del vidrio, la arena. Sólo faltaba un ingrediente más, la barrilla. Las cenizas de estas barrillas, o plantas barrilleras del género Salsola sp. o Suaeda sp., tienen alta cantidad de sosa o carbonato sódico y por tanto, eficaz para la mezcla. Sin embargo, al ser extraña de estos lugares, la barrilla era traída desde tierras manchegas y murcianas.

Esta comarca, arriera y olvidada en la geografía, vivió de la dura fragilidad del vidrio y su industria representó un retazo indispensable de su historia. Aunque todos estos municipios pertenecieron al obispado de Cuenca hasta 1810, en la actualidad, sólo tres pertenecen a su provincia: Alcantud, Priego y Vindel. De todas ellos, Vindel fue el centro de producción más importante y el que atesoró con mayor detalle los procesos de fabricación y transporte del vidrio.
La fábrica u horno de Vindel está documentada, a través de disputas y pleitos con El Recuenco y Alcantud por la leña de los montes circundantes, desde el año 1555. Situada en un edificio de la plaza, su principal fuente es el Catastro de la Ensenada, de 1752, donde se detalla su funcionamiento y organización. La fábrica constaba de varias zonas o estancias Una, de almacenaje, donde depositar los ingredientes principales: arena, leña y barrilla. Otra, trasera al horno, donde se molía la arena y la barrilla mediante grandes piedras circulares movidas por el trabajo de una mula. Aún hoy, se conservan algunas de ellas en el municipio. La arena, tras ser molida, era cribada hasta adquirir una textura fina y harinosa. Posteriormente, al realizar la mezcla, se necesitaban treinta arrobas de arena por cada una de barrilla. El horno, alma y cuerpo de la fábrica, era hondo y en su interior se encontraban cinco morteros, especies de cubos o crisoles arcillosos, donde se fusiona la mezcla y se deposita el nuevo material vidrioso. A continuación, de ellos se extraía con la caña de soplar el vidrio fundido, para moldear y fabricar las piezas. El horno también estaba formado por dos arcas contiguas, una que servía para el temple, es decir enfriar progresivamente la pieza, y otra para cocer la barrilla. Para la combustión, se consumían treinta cargas de leña, por horno, en 24 horas. En la fábrica se encontraban, tal como vienen descritos en la de El Recuenco, otros utensilios que eran necesarios como el sillón o banco del vidriero, mable o mármol donde girar las piezas, pinzas, tijeras, moldes…

También quedan reflejados en el Catastro de la Ensenada, los nombres y los oficios desempeñados en la fábrica. Constaba, en 1752, con un total de diecisiete trabajadores: nueve maestros y oficiales del vidrio, un velador, un moledor de barrilla, una arenadora, un aprendiz y cuatro muchachos que llaman de horno. Las piezas de vidrio obtenidas, en principio ordinario y sin formas ni decoraciones, se comerciaban por toda la geografía española. Mientras que pueblos aledaños, como El Recuenco y Arbeteta, suministraron grandes cantidades de vidrio a Madrid y Toledo, Vindel y su sociedad arriera viajaba a los puertos cantábricos, como el de Bilbao, a través de las llamadas ruta de los vidrieros que partía desde Priego hacia el norte peninsular.
Pero para comprender la importancia que obtuvo la Fábrica de Vidrios de Vindel hay que navegar en su relación con la Real Fábrica de Cristales de la Granja de San Ildefonso, principal centro de producción del país durante el siglo XVIII. Aquí llegaron en la década de 1750, desde Vindel, Simón López, oficial de la conquense fábrica, y su hijo Gabriel, seleccionados seguramente por su exquisito conocimiento y manejo del vidrio. Poco sabemos de Simón, pero su hijo Gabriel López, en 1775, trabajaba ya como oficial primero y, nueve años más tarde, en 1784, se había convertido en el maestro de entrefinos de la Real Fábrica. Con motivo de la Guerra de la Independencia, en 1808 se cierra y se decide traspasar la Fábrica de Cristales a la Villa de Coca, donde Gabriel López, convertido entonces en una de las figuras más importantes del siglo XVIII en el campo del vidrio, tenía bajo su completa dirección, uno de los dos hornos allí presentes.

Pero como un añejo vaso hecho añicos tras caer de la repisa y golpear el suelo, la centenaria fábrica de vidrio de Vindel se deshizo, en algún momento, a lo largo del siglo XIX. Aunque seguía abierta en 1857, como afirman los documentos municipales, posiblemente su decadencia pudo ser consecuencia de las segundas guerras carlistas, pues en 1840, la propia fábrica fue utilizada por los milicianos de Beteta como almacén de armamento. (3). Lo mismo ocurrió con el resto de fábricas de vidrio de Alcantud, Arbeteta, Armallones, Priego, Villanueva de Alcorón y en 1915, la última y más importante históricamente, la de El Recuenco. Paulatinamente, como un horno de temple, la industria que había nutrido a toda la comarca durante cinco siglos se fue enfriando hasta congelarse en el tiempo. Para siempre, se cristalizaron aquellos delicados herreros que soplaban a la ardiente dureza de la temperatura y hacían que, del interior de un volcán arenoso, surgiera una lava cristalina.
Por todo ello, la historia de esta comarca serrana es como su propio vidrio. Durante siglos supuso una firme y rígida forma de vida. Un arte que parecía imperecedero. Sin embargo, en menos de un siglo, se ha quebrado en afilados pedazos. La arena y el fuego, alma y cuerpo de la pasta vidriosa, son relojes macabros que marcan el paso del tiempo. La vida como la memoria, es frágil. El olvido, como limpio vidrio, transparente.
BIBLIOGRAFÍA
Historia del vidrio. Antonio Sorroche Cruz y Asunción Dumont Botella
GLOSARIO ART_520_2. MINISTERIO DE EDUCACIÓN, CULTURA Y DEPORTE
A.H.M.C. leg. 1518-1º Ayuntamiento de Cuenca, 10 de enero de 1553
Catastro de la Ensenada (1752). Vindel.
Madoz, Pascual (1850). «Vindel». Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar XVI. Madrid.

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