Se antoja complicado, desde el ordenamiento territorial actual, hacer una valoración o afirmar con certeza cuáles son los límites de la región manchega, de denominar categóricamente y sin margen de error qué fronteras tiene La Mancha. Tras la transición, se quedaron sin voz ni voto muchos territorios que, por sí mismos, tenían una identidad común y resultaron agrupados por ciertos intereses estratégicos dentro de Comunidades Autónomas con mayor o menor parentesco histórico. Esto hace que, en nuestros días, resulte una tarea ardua y farragosa dar respuesta sin el conocimiento adecuado a preguntas como, ¿desde cuándo existe La Mancha? ¿Cuáles son sus fronteras? ¿Quién acuñó el término de La Mancha?
Parece haber un consenso en que la primera mención a La Mancha data del siglo XII, siendo todavía un concepto abstracto y sin el alcance que iría alcanzando posteriormente, suponiendo apenas un germen que derivaría en las teorizaciones posteriores, algunas voluntarias y otras accidentales. Otra discusión sería la etimología del término, que parece no quedar clara, aunque es muy probable que derive del árabe en palabras como Manxa o Al-Mansha. El término fue popularizado por Miguel de Cervantes, sin el cual, muy probablemente no habría resonado en el futuro con tanta fuerza y quizás no habría llegado a nuestros días, pero cómo obviar una cita tan potente a nivel mundial como es la novela más universal jamás escrita. Este eco, ya consolidado, siguió extendiéndose a lo largo de los siglos incluso fuera de España, asentándose La Mancha como una región completamente independiente frente a Castilla. Prueba de ello, es la mención que en 1829 hace el escritor estadounidense Washington Irving en su celebérrimo libro Cuentos de la Alhambra que, además de destacar a sus trabajadores del campo y calificarla como tierra de arrieros, hace la siguiente descripción: “Las inmensas llanuras de las dos Castillas y de La Mancha, que se extienden hasta donde alcanza la vista, llaman la atención por su auténtica aridez e inmensidad, y poseen, en sumo grado, la solemne grandeza del océano”. Es, por tanto, indiscutible la existencia diferenciada de una región con características propias desde tiempos lejanos y que parece haberse diluido con el progreso de las últimas décadas.
En la actualidad, podemos considerar cuatro provincias como poseedoras de territorio manchego (Albacete, Ciudad Real, Cuenca y Toledo) en mayor o menor medida, pero si nos remontamos unos siglos atrás encontramos la existencia de la provincia de La Mancha, que se extendió entre los años 1691 y 1833, siglo y medio de reconocimiento de una identidad propia. Es esto precisamente, la identidad manchega, lo que se pone de manifiesto ahora para determinar los límites de La Mancha. Una identidad dispersa y difícilmente medible, pero que puede brindarnos la mejor aproximación a lo que somos en un ordenamiento territorial rígido como el actual. Podemos encontrar sentimiento manchego en las fronteras de Murcia e incluso Jaén y digresión del mismo en el corazón del campo de Calatrava.
En lo que a mí respecta, la pertenencia manchega depende de nuestras costumbres y tradiciones comunes, de nuestra forma de ser con epicentro en la llanura asemejada al océano como mencionamos anteriormente, allí donde haya una casa pintada de añil y blanco existirá siempre La Mancha.