En busca del Záncara: la etnografía de Villarejo de Fuentes

En busca del Záncara: la etnografía de Villarejo de Fuentes

Cada año, la Virgen de Fuentes se desplaza en romería hasta su ermita, junto al Castillo de Fuentes, siguiendo la calzada romana que atraviesa el término de Villarejo de Fuentes. Esta romería, con el camino que une lo antiguo y lo nuevo, es símbolo de los conocimientos y saberes folclóricos de este.

En este punto de cruce de caminos se encuentra el origen de la población del lugar. El paso de una calzada romana, con miliarios que lo atestiguan, da constancia de lo antiguo del camino que se ha de recorrer. Es el paso que nos une con nuestra historia.

Multitud de conocimientos han sido olvidados con el paso del tiempo. Saberes que han unido a villarejeños y villarejeñas con su entorno, con su pueblo, con su historia.

Los agujeros olvidados

Siguiendo el camino que nuestros antepasados romanos recorrieron, la existencia de pozos y manantiales no debería ser ninguna sorpresa. Los caminos no eran seleccionados al azar, pues el transporte y la ganadería precisaban de puntos de agua, especialmente para abrevar a ganados y bestias de carga. La desaparición de la ganadería extensiva y la proliferación de profundos pozos que desecan el acuífero nos han hecho olvidar la importancia de los manantiales y pozos someros.

El Pozo de la Miera, la Fuentecilla, la Fuente del Tejar Viejo o el Pozo del Pobre son sólo algunas de ellas. Sin embargo, fruto de la concentración parcelaria, y el paulatino abandono de la ganadería extensiva, fueron desapareciendo muchos pozos elementales para la vida.

Ubicación del extinto Pozo de la Miera. Fuente: Vestal

De entre todas ellas, la mayoría eran usados para que el ganado abrevara, pues eran aguas duras, como la del Pozo Mocolo, la Fuente del Obispo o la Fuente Juanjordana, ya lodada. Pero en algunas fuentes el agua era excepcional, tanto que el mismo pastor se agachaba a saciar la sed. Tal es el caso de la Fuente Arrugado, al noreste del municipio, con aguas muy buenas y disponibles durante todo el año; o el Pozo de La Rinconada, quizás el más antiguo del pueblo, pues se dice que ya era usado por los romanos. Este pozo, enclavado entre el Castillo y el Molinillo del Tío Jesús, a escasos metros del río Záncara, recoge sus aguas de una ladera cercana que hace de este manantial de aguas claras uno de los elementos de mayor importancia histórica asociados a la calzada romana.

Ubicación del Pozo de la Rinconada. Fuente: Vestal

Pero si un pozo debe ser destacado, ese es el pozo duz, en la intersección del Camino del Pozo y la Calzada Romana. Hoy se encuentra escoltado por unas grandes cisternas que alimentan los campos de Villarejo, donde el pistacho y el almendro dominan el paisaje. En tiempos no muy lejanos, era el cultivo de secano el que gobernaba estas tierras, con hectáreas de trigo, cebada, centeno o avena y, ante todo, grandes extensiones de eriales.

Durante siglos, los vecinos y vecinas de Villarejo, con sus carros agujereados con los que cargar los cántaros, se dirigían al pozo duz, donde un hombre se encargaba de bombear manualmente el agua mediante una manivela. En los últimos años, el vecino apodado como Jorobal era el encargado de esta tarea. Como era costumbre antaño, 2 olmos señalaban la localización exacta del pozo, para que el transeúnte pudiera identificarlo. Uno de ellos fue devastado por un rayo en una tormenta de verano hace décadas.

Pozo duz. Fuente: Vestal

A piedra seca

Pero si el agua era un elemento tan preciado era por la necesidad de cara a las actividades básicas: la agricultura y la ganadería. Y, también, estas precisaban de cobijos, especialmente para los pastores en las frías noches. Aquí aparecen los corrales y los chozos, símbolos de la arquitectura vernácula del lugar.

Pues algo tan simple como un chozo atesora infinidad de conocimientos fruto de la adaptación al medio de los villarejeños y villarejeñas que nos precedieron. Estas construcciones, simples en apariencia, requieren de un alto grado de conocimiento de construcción en piedra seca, teniendo en cuenta factores como la orientación, la inclinación del terreno o la presencia de agua en la cercanía. 

Se estiman más de doce chozos cónicos repartidos a lo largo del municipio, donde los pastores descansaban mientras sus ganados reposaban en los corrales contiguos. Sólo tres quedan en pie hoy en día, desaparecidos el resto fruto de la concentración parcelaria. Los chozos de los Moriscos, del Mosquito o Crisóstomo aún se conservan en la memoria de antiguos pastores, hoy retirados, que vivieron otros tiempos en los que el ganado gobernaba estas tierras.

Ruinas del Corral del Peloto. Fuente: Vestal

Se contabilizan más de 30 ganados en diferentes épocas históricas, siendo la norma la crianza de razas ovinas destinadas a la leche, la cual nutría los famosos quesos manchegos. Era habitual que los pastores bajaran de la sierra o se acercaran desde la ribera al pueblo cargados de cántaros de leche recién ordeñada para vender a los queseros que se desplazaban hasta Villarejo para comprarlas.

Por ello, era habitual que estos ganados fueran estantes, es decir, no practicaran la trashumancia. Sin embargo, sí era habitual que pasaran por el municipio ganados procedentes de las sierras, siguiendo en ocasiones la Calzada Romana (coincide con una colada pecuarias) y, sobre todo, de paso junto al propio Castillo, pues era punto de unión de cuatro vías pecuarias: Colada de la Calzada, Colada del Carril de las fuentes, Colada del Carril de las Carretas y Colada del Camino de Fuentes a Villar de Cañas.

Interior del Castillo, usado ocasionalmente en el pasado como corral. Punto de unión de cuatro vías pecuarias. Fuente: Vestal

Arcilla y yeso, teja y mortero

Las construcciones tradicionales populares, como estos corrales y chozos, pero también las casadas del pueblo, no eran más que piedra, tierra y madera. Piedra en seco, tapiales y adobes, vigas y columnas. Todo ello protegido por tejas y revestido con mortero de yeso, aislando térmicamente el interior. Y, lo más importante, usando sólo los recursos del entorno.

De la tierra y la piedra del propio municipio se obtenía todo lo necesario. Para la obtención de las tejas, había dos tejares en el municipio: el Tejar Viejo, no muy lejos del pozo duz; y otro, pegado a la antigua Calzada Romana. Tras el moldeado de la arcilla, se secaban las piezas al sol, que más tarde se colocaban en cobija y canal para mejorar el aislamiento. Ambos dejaron de funcionar hace varias décadas.

Finca donde se encontraba el tejar junto a la Calzada Romana. Fuente: Vestal

Para la obtención del mortero que uniera las piedras y revistiera las paredes, la piedra de yeso era crucial. Este mineral, que cristalizado daba lugar al preciado Lapis specularis con el que los romanos fabricaban ventanas, ha sido crucial en la arquitectura popular de la región. En el caso de Villarejo de Fuentes, las canteras más importantes se encontraban apenas a un kilómetro del pueblo, dirección Fuentelespino, estando en funcionamiento hasta finales del siglo XX. Allí, con barrenas y dinamita, extraían la piedra que, tras ser cocida en los hornos que ahí mismo se encontraban, era molida con rodillos en eras para obtener el polvo del yeso, que mezclado con agua y arena daba lugar al buscado mortero.

La fuerza del agua

La búsqueda del Záncara, pero también de arroyos que desembocan en él, ha sido una constante en la población de Villarejo con un claro objetivo: asegurarse el pan.

La fuerza del agua y el ingenio del ser humano ha sido el origen de los molinos: estructuras que nos han permitido moler el grano, abatanar nuestras telas, fabricar el papel, moldear el hierro o producir luz. Villarejo de Fuentes no ha sido una excepción, con su circundante río Záncara como protagonista.

Ya en el siglo XVIII se mencionan dos molinos de agua sobre el río Záncara, propiedad del Colegio de Jesuitas y de los Condes de Cifuentes, respectivamente. Estos, unido a un tercero que se instaló siglos después, dan lugar a los tres molinos recordados por vecinos y vecinas en el río: el Molinillo del Tío Jesús (junto al Pozo de la Rinconada), el Molino de La Granja y el Molino Don Juan, cerca ya de Alconchel de la Estrella. Estos dos últimos fueron los últimos en seguir moliendo grano.

El Záncara a su paso por el Molino de la Granja. Fuente: Vestal

Además de los mencionados, ya desde el siglo XVIII se tiene constancia de otro más en el Arroyo de la Peñuela: el Molino del Cubo. Propiedad en aquel entonces de los Jesuítas también, tras la desamortización pasó por varios propietarios hasta recaer en manos de la Señora Francisca y su marido Melchor, últimos molineros. Se represaba el agua del arroyo en mediante un caz, formando una balsa de unos 3 metros de profundidad donde se bañaba la gente. Una vez lleno, se abrían las compuertas para hacer caer el agua unos 15 metros para hacer funcionar el molino. De hecho, este fue reconvertido en Molino de Luz, siendo el responsable de iluminar por primera vez las casas de Villarejo de Fuentes.

Ruinas del Molinillo del Tío Jesús. Fuente: Vestal

Pero otros molinos existieron en el propio pueblo. Uno de ellos, el Molino del Lagar, era accionado con la fuerza de unas mulas, y se usaba para exprimir el aceite de la oliva. El otro fue un molino de viento, que se instaló en el pueblo en el año 1788, para evitar así que vecinos y vecinas se tuvieran que desplazar tanto para moler el grano, especialmente en aquellas épocas en las que el Záncara no traía suficiente agua para accionar las muelas.

Un encuentro con nuestro pasado

Al camino que une Villarejo de Fuentes con su origen, en el Castillo de Fuentes (s.XIV), para el cual hay que recorrer una calzada romana, principal vía de transporte del Lapis specularis, simboliza a la perfección la conexión de los tiempos actuales con los que fueron.

Pozos, fuentes, chozos, corrales, tejares, yesares y molinos decoran un paisaje que hoy se mostraría irreconocible para unos ojos de hace 2000 años. Pero también para unos de hace 50. En apenas 6 kilómetros, se resumen los abruptos cambios que ha sufrido nuestra sociedad y, con ello, nuestro medio natural, del que antes dependíamos y del que hoy, poco a poco, nos alejamos.

Ermita de Nuestra Señora de Fuentes desde el Castillo de Fuentes. Al fondo, la Calzada Romana. Fuente: Vestal
Este artículo se enmarca en el proyecto “En busca del Záncara: Historias asociadas a la Calzada Romana a su paso por Villarejo de Fuentes”, desarrollado por Vestal, y financiado por el Ayuntamiento de Villarejo de Fuentes y la Diputación de Cuenca.

Deja una respuesta