“Entonces toda agua era buena, hasta bebíamos en los charcos”. Tomás “Cubillo” Gómez González
Tomás “Cubillo”, pastor retirado de Lillo, dice: “agua duz significa que la bebes y dices: si esta agua está dulce, si esto da gusto beberlo”. Para acto seguido añadir que, a pesar de ser conscientes de la existencia de ese agua y trabajar por conseguirla, la mayoría de las veces se conformaban con lo que había, con el agua de cualquier charco.
Aunque hoy, al abrir el grifo en Lillo, el agua que nos encontramos proviene del embalse de Almoguera, del río Tajo, a más de 80 km. de distancia, hasta hace pocas décadas esto sería impensable, por la dificultad que supondría el transporte para la recogida.
Para obtener ese agua, en un entorno sin ríos cercanos y con un gran acuífero bajo los pies, la solución es clara: empezar a cavar en busca de ella. Una vez alcanzado el nivel freático, más elevado antes que ahora, tenemos un pozo con el que suplir todas nuestras necesidades. Pero no es un agujero mágico, necesita de lluvia y cuidados para recargarse. También necesita respiros utilizando otros.
Pero hay otro problema más allá de no contar con ríos cercanos. Está en un terreno salino, por lo que la mayoría de pozos someros de menos de 5 metros de profundidad, a pesar de alcanzar el nivel freático, surten agua salobre, no apta para el consumo humano, aunque sí para otros menesteres, como el riego o el consumo animal.
Para conseguir pozos de agua duz hay que alejarse del pueblo, en busca de terrenos más propicios, pero sobre todo hay que cavar más profundo. El diccionario de Madoz, en referencia a esta localidad, relata cómo “[…] se surte de aguas potables en dos pozos bastante distantes, porque esta villa es verdaderamente un pueblo de La Mancha, por la aridez de su terreno… sin aguas”. Estos fueron el Pozo de la Guijosa y, ante todo, el del Indiano. Ya en el siglo XVI, en la Relaciones Topográficas de Felipe II, se habla de estos dos pozos, situados a una media legua del pueblo (unos 3 km. de distancia).

El agua de las personas
Los pozos de agua duz estaban, por tanto, lejos del pueblo. El ya citado Pozo de la Guijosa (en ocasiones citado como de La Hinojosa) era de propiedad municipal y tenía buena calidad en sus aguas, al ser un terreno de guijos. Al estar cerca de la carretera de El Romeral, en el medieval Camino de las Pueblas, no sólo se abastecían los vecinos de Lillo, siendo compartido por ambos pueblos. Aún hoy conserva el brocal construido de mampostería de cal, pudiéndose observar en las piedras calizas las marcas o hendeduras dejadas por las sogas al tirar de los cubos. Más lejos aún, en este caso al norte del municipio, había algunas fuentes, como la Fuente del Arrope, que también proveían de agua duz.
Pero el pozo más importante, o como decía Cubillo, el “pozo de verdad”, era el Pozo del Indiano. Situado a orillas de la carretera que une Lillo con la Villa de Don Fadrique, fue perforado en el siglo XVI por orden de Luis Quero de Alarcón, un hidalgo que marchó a las Indias e hizo fortuna. De ahí, el nombre que llega hasta nuestros días.
Desde entonces, era habitual ver caravanas de gente, acompañadas de carros tirados por mulas, y equipados con multitud de cántaros de barro, que recorrían diariamente el camino que unía el pozo de Lillo, hasta que en el año 1914 el Ayuntamiento aprobó la solicitud de captación y traída de agua potable hasta el pueblo desde el Pozo del Indiano. Durante esos años, se construyó un depósito elevado, aún hoy en pie, al que se bombeaba el agua del pozo, para transportarla después por gravedad hasta la fuente de la plaza del pueblo. Décadas más tarde, en 1958, se construyeron dos fuentes más en la Puerta de la Guardia y en la Esquina de Dancos, facilitando el acceso a todos y todas las vecinas, a cambio de un pago simbólico por cántaro que rellenaban, como recuerdan Benita Valero Almagro y Antonia Mancheño Mora, vecinas del pueblo.

Sin embargo, en ocasiones aparecían incidencias en la cañería, lo que ocasionaba falta de agua en las fuentes del pueblo. Entonces, como antaño hicieran sus antepasados, lilleros y lilleras recorrían de nuevo el largo camino hasta el Pozo del Indiano junto a borricos y cántaros. Eso, los que podían al tener animales o carros. El resto de mujeres, como Benita y Antonia, se agolpaban junto a la fuente, esperando largas horas para poder llenar sus cántaros en el chorrillo de agua superviviente.

La rotura de cántaros era más que habitual, ya fuera por el transporte o por disputas entre las mujeres del pueblo. Tiempos más oscuros en el que “las mujeres de derechas cogían el agua antes, apartando a las de las izquierdas, rompiendo algunos cántaros”, como recordaba Cubillo.
Recuerda Benita cómo, con los cántaros a la cadera, volvían a casa y rellenaban las tinajas. Para lavar, cada mujer en su propia casa, calentaban el agua en una caldera y la volcaban en una artesa de madera.
En los años 70 todo esto cambió radicalmente con el proceso de abastecimiento domiciliario de agua potable, dejando las fuentes para juegos y decoración. Más tarde, con el cambio hacia el abastecimiento del embalse de Finisterre (y después el de Almoguera), el Pozo del Indiano quedó abandonado, despojado de su tarea centenaria con los vecinos de Lillo. Hoy, un depósito herrumbroso y una “alberca” oculta en la maleza son los únicos testigos de tiempos en los que el agua era un bien por el que había que luchar.
El agua de las ovejas
Pero si hablamos de acuíferos, el abastecimiento humano, aunque es, sin duda, el más prioritario, no es, ni por asomo, el principal en cuanto a volumen de consumo.
El ganado, especialmente ovino y, obviamente, en extensivo, ha sido un recurso fundamental en la España rural hasta hace apenas unas décadas. A mediados del siglo pasado, había en Lillo más de 35 ganados, que en general eran guardados en los corrales que rodeaban las diferentes cuevas o “bóvedas” del término. Todos estos animales, a los que habría que sumar los tan necesarios de labor, tenían que beber.
Por ello, prácticamente todas las casa de pueblo tenían pozo, ya que cuenta con un nivel freático muy cercano al terreno, a pesar de resultar aguas salobres. Sin embargo, era apta para el consumo de ovejas y borricos.

En ocasiones, ya fuera por falta de pozo o indisponibilidad del mismo, debían recurrir para abrevar al ganado al Pozo de la Villa, de propiedad municipal. Este pozo está situado en el propio pueblo, en la calle Santa Quiteria (antes conocida como de Las pastoras), pudiendo abastecerse gratuitamente cualquier persona en momentos de necesidad.
Caso aparte era la multitud de pozos y abrevaderos repartidos por todo el término. Aun usando improvisadas albercas, el río Riánsares, el arroyo de Tesillos o antiguos aljibes, como el del Manzano, había al menos 16 abrevaderos en el término, muchos de ellos rodeados con un corral para encerrar al ganado. La mayoría han llegado hasta nuestros días mediantes los hidrotopónimos que conservan muchos parajes: casilla del Charco, las Ontanillas, los Pilones, las Pozales, el Pozo, los Pozos, pocillo Ventrudo, pozo Abrevadero, pozo de La Hijosa, pozo de La Nava, pozo de La Sierra, pozo de Los Chinches, pozo de Los Tablones, pozo de Navalblanca, pozo del Hondo del Campo, pozo del Indiano, pozo Dulce, pozo Nuevo, los Pozuelos, Ondo del Pozaño, Arenal del Pozo, Bóveda del Pozaño, Nava El Arenal, Navablanca, Navajillo, Navajillo Marica, Navajo Calera, Navajo Santo, Navalcaballo, Navaonda, Navarredonda, Navazo Calera, Cuesta de Navalcaballo, Cueva de Navalblanca, Salobrar Redondo o el Aljibe del Manzano (Fidalgo Hijano & González Martín, 2015).

De esta lista, cabe destacar el Pozo de los Tablones, a orillas de la Laguna de El Longar, en uso hasta hace pocas décadas, como remarcaba Tomás “Cubillo”. Respecto al pozo de Navalcaballo, se trata del único vestigio de un antiguo poblado situado en dicho paraje citado por las Relaciones de Felipe II. Además, muchos otros no se reconocen por el toponímico, como es el caso de Los Capotejos, de gran interés por su localización en la Cañada Real Soriana, en el límite municipal, sirviendo de abrevadero para los ganados trashumantes. Además, muchas fincas privadas, como el Silo Perguices, disponían de pozo propio del que abastecerse.

El agua de las zanahorias
Lo que en otros tiempos estresaba al acuífero, la ganadería, hoy ha sido sustituido por la agricultura. La inmensa multitud de terrenos que ocupan el término, en otros tiempos en su mayoría eriales, hoy están poblados de almendros y viñas de regadío, con innumerables pozos que llevan al acuífero a su límite.
Pero no siempre fue así. Tradicionalmente, el riego ha estado limitado a las huertas, siendo el resto de cultivos (en general, cereales y legumbres) de secano. Estas huertas, por practicidad, se situaban en el anillo que rodea el pueblo, para evitar largos desplazamientos, pues la huerta debe ser diariamente atendida, siendo utilizada para los dos cultivos estrella: la barrilla y, sobre todo, las zanahorias. Para regarla, se hacían pozos rectangulares someros, con agua salobre, equipados con norias que facilitaran su extracción.

Este ingenio tiene como función elevar el agua de manera continua, atrapándola mediante sus cangilones (arcaduces) de cerámica o metal y depositándola en el inicio de las acequias, desde donde se regaban las huertas.
Estas norias eran activadas por la fuerza de una mula o borrico que giraba alrededor del pozo activándola. Para evitar que el animal se parara, era habitual encargar a un muchacho que lo vigilara. Tan común fue la existencia de las norias, que ya en el siglo XVI, en las Relaciones de Felipe II, se habla de más de 300 norias de riego solo en Lillo. Estuvieron en funcionamiento hasta la mecanización del campo, cuando fueron sustituidos por las bombas hidráulicas y el uso de combustibles fósiles.
Era habitual que, junto a las huertas, en la orilla de estos pozos, se plantara un olmo, referencia visual que permitía orientarse, así como diferenciar pozos y huertas.
Un depósito que agoniza
Como los pozos no son agujeros mágicos en los que nunca falte el agua, lo mismo ocurre con su reino, el acuífero. Su sobreexplotación ocasionará en un futuro (o en un presente) falta de agua. En un terreno como La Mancha, donde la obtención de agua ha sido siempre un reto, debemos ser aún si cabe más cautelosos con su uso. Recuperemos el secano y el erial que han gobernado nuestras tierras durante siglos y las han dejado en buen estado. Porque antes llovía más, sí, pero, sobre todo, se consumía menos.
Referencias
- Álvarez, J. (1576). Relaciones histórico-geográfico-estadísticas de los pueblos de España hechas por iniciativa de Felipe II: Reino de Toledo. Universidad de Castilla la Mancha.
- Cifuentes y de la Cerra, N., del Pozo Manrique, M., Maza Vera, M., Martínez Tobarra, A., González Gómez, D., Ramia, F., Castelló, T., Lacomba, I., Sancho, V., García, F., Almenar, D., García, I., Llorens, G. La Mancha Húmeda. Confederación Hidrográfica del Guadiana.
- Fidalgo Hijano, C., González Martín, J. A. (2015). La evolución del paisaje natural a través de la toponimia: Lillo (La Mancha, Toledo). Cuadernos Geográficos 54(2), 220-244.
- Gómez Díaz, J. (1996). Lillo, mi pueblo, su gente.
- Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. Protección del patrimonio arqueológico en el Planeamiento Urbanístico de Lillo (Toledo). Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha.
- Madoz, P. (1845-1850). Diccionario Geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar.
- Pérez Fernández-Carnicero, A. (2015). La Ganadería en Lillo. https://blog-historia-de-lillo-toledo.webnode.es/
- Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo (2018). Patrimonio arquitectónico e inmaterial de Lillo. Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo
- Respuestas Generales del Catastro de la Ensenada. (1752). Portal de Archivos Españoles (PARES).
- Sánchez Casas, J. (2019). La Fundación María Antonia de la Maza en la historia de Lillo. Ilmo. Ayuntamiento de Lillo.
- Sociedad Española de Historia de la Arqueología. Ermita de la Virgen de la Esperanza. Yacimientos arqueológicos de Dancos (Lillo, Toledo). Elementos para su puesta en valor. Sociedad Española de Historia de la Arqueología.
- Vestal Etnografía S.L. (2024). El agua en la historia de Lillo, con Juan Gómez Díaz. Vestal Etnografía S.L. https://www.youtube.com/watch?v=bNC5bofLmJU&t=34s
- Vestal Etnografía S.L. (2024). Pastoreo, pozos y norias, con Tomás “Cubillo” Gómez González. Vestal Etnografía S.L. https://www.youtube.com/watch?v=c56MkN6OLUs&t=460s
- Vestal Etnografía S.L. (2024). La vegetación acuática en los humedales de La Mancha, con Santos Cirujano Bracamonte. Vestal Etnografía S.L. https://www.youtube.com/watch?v=TpN_LQgAyjw
El proyecto “Lillo: en busca del agua entre cuencas”, financiado por el Ayuntamiento de Lillo y la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha a través de los fondos de la Unión Europea-Next Generation UE, tiene como objetivo principal la puesta en valor de todo este patrimonio cultural, oficios y conocimientos ecológicos tradicionales asociados al ciclo del agua en el municipio de Lillo.






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