Testigo pedestre del cambio climático, mientras pastorea su rebaño, Cesar García asiste perplejo a la transformación de la Naturaleza. Sus ojos incrédulos, de azul inquietante, no dan abasto observando el cúmulo de “novedades” que encuentra en su camino. Cada día, desde los 19 años, presencia el vaivén climático al frente de los 800 ejemplares ovinos de su propiedad, compartida con el hermano. Y de ese periplo cotidiano da puntual cuenta en las redes sociales, porque a él eso de comunicar en primera persona le atrae tanto como su oficio de ganadero. Por eso, a diferencia de Miguel Hernández que llevaba en el zurrón papel y lápiz para escribir sus poemas, Cesar atiende al ganado sin descuidar el móvil, como buen pastor 2.0. Y todo lo graba y da rienda suelta por esas redes que conectan su ámbito local con lo universal. Miles de seguidores le siguen en Instagram.
Nunca como ahora, a sus 51 años, había visto tamañas rarezas en el entorno de las 400 hectáreas de pastos vecinales donde se mueve: desde el cambio de hábitos de los animales, como encontrarse serpientes en enero o milanos aficionados a las patatas fritas, hasta florecimientos de plantas fuera de temporada, como el hallazgo de un rodal de margaritas en diciembre. Y esta última frase, margaritas en diciembre, puede acabar siendo el título de la película que protagonizará bajo la dirección de Arturo Mombiedro, avezado realizador conquense que a los 11 años ya había filmado su primer mediometraje. Un tándem de ganadero y cineasta que pretende poner en solfa los desmanes del hombre con la Naturaleza.
Mediante una ayuda de la Junta de Comunidades de Castilla La Mancha, la película ha iniciado su andadura y, aunque en fase preliminar, ya ha metido a Cesar el gusanillo mediático: “dicen que la cámara me quiere”. Pero el amor es recíproco, porque hace dos años que este pastor graba con una cámara de video los problemas que aquejan a los ganaderos. Y el material grabado, sacado de la realidad, se intercalará con la ficción para denunciar “la muerte del campo” pero –asegura tajante- “con la esperanza de que no muera, porque se están cargando el sector primario”.
En opinión de este hombre, que pastorea apegado a la tradición, la ganadería extensiva basada en los recursos naturales “es inviable por el precio de los cereales y porque obliga a emplearse de día y de noche llevando a pastar a los animales”. En verano, las jornadas van de seis de la mañana a diez de la noche, sin descanso, y en invierno, de ocho a siete de la tarde. Se trata de encerrar a las ovejas cuando el sol comienza su declive. De frente a este sistema de crianza sostenible, se encuentra la ganadería intensiva, que hacina a los animales en macrogranjas a base de alimentación industrial, con las consecuencias que conlleva el consumo de esas carnes y el derivado impacto ambiental. Según su criterio, los que practican la ganadería como él son quienes más se preocupan por la ecología y no algunos que van de ecologistas: “Las cúpulas de algunas organizaciones han hecho del ecologismo una forma de vida y desde sus despachos, en grandes edificios urbanos con aire acondicionado, sólo se dedican a gestionar ayudas”.
Sabedor de que este oficio “tiene que ser vocacional” lo ejerce con la pasión del que ha encontrado su lugar en el mundo; justo en el pueblo conquense de Zarzuela, al flanco de un rebaño que va destinado a nueve países árabes “para el cuchillo”, como se denomina en jerga a la meta de estos animales. Pese a la dedicación plena y voluntaria que dedica a sus “ovejos” -dicho en argot conquense- admite que ese trabajo “es como cumplir condena en una cárcel, con la puerta abierta”. Bien es verdad que esa esclavitud “me permite sacar mi casa adelante y tener a los hijos en la Universidad”; porque así como ha heredado el oficio de sus mayores –va por la tercera generación-, Cesar no desea pasar el testigo a su descendencia. Una condena así no la quiere para los suyos. Puede que en la ficción ocurra lo contrario…quien sabe.
La sensación de libertad que experimenta a diario es su gran recompensa. Y le satisface también la soledad de su oficio (perros mediante): “puedo pasarme tres meses sin ver a una persona en la dehesa”…¡y tan contento! Porque la alegría de César no se la quita cualquier contratiempo. Incluso casi se alegra de las veces en que desaparece algún ejemplar durante las fiestas del pueblo: “es casi una tradición que me quiten algún cordero, es que si no lo hacen es como si faltaran al ritual”. Sin embargo, el semblante se vuelve serio para aludir al verdadero peligro que corren sus ovejas cuando merodean por la zona los búhos reales o esos zorros acechantes en espera de que algunas se aíslen para parir, y poder así devorar a sus crías. Las parideras tienen tanta relevancia en los rebaños que las ovejas se clasifican en dos categorías: las que no han parido, llamadas vacías y las paridas. Cuando Cesar las encierra en el redil al atardecer, un sistema de apertura de puertas le permite conducirlas a su lugar del aprisco, según sean paridas o no.
De sus animales lo sabe todo, sin llegar a conocer los nombres porque los suyos son demasiado numerosos, “antes se conocían hasta en el balar”, pero los cuidados se prodigan como si sus ejemplares pertenecieran al ámbito familiar. A propósito, y en referencia al concepto “oveja negra” como la excepción del rebaño, Cesar comenta que esa particularidad sucede desde hace solo unos años porque antes las negras eran mayoritarias: “pero poco a poco se ha ido prefiriendo la blanca para vender su lana, más fácil de ser teñida”. Un requisito más de la voracidad del Mercado que encima ahora desprecia ese material, en aras de lo sintético. Aquella lana, que sirvió hasta de colchón, se arrumba en un apartado del aprisco, ya sin valor comercial.
Este personaje quijotesco, que ha sustituido la lanza por el cayado, no da crédito ante esa riqueza depreciada y vaticina que “llegará el día en que tengamos que pagar nosotros para que vengan a recoger lana”. Y no será ésta la única profecía porque seremos testigos de otras más en primera linea, frente a la pantalla, siguiendo la senda de este pastor singular que con su móvil se enfrenta a las jaurías de lobos, algunos cubiertos con piel de cordero.