El monte de Gestalgar y sus oficios perdidos: la madera, la ganadería y la fornilla

El monte de Gestalgar y sus oficios perdidos: la madera, la ganadería y la fornilla

El Turia borda Gestalgar. Le ha dado cobijo, comunicación y riqueza. Colores en la ribera y una fértil huerta. Aguas arriba, por Peña Maria, aún se percibe el alegre eco de los gancheros al contemplar Peña María y haber superado el mortal Salto de Chulilla. Ya en el pueblo, aún perduran el sonar de las piedras de los molinos. Pero aunque ha sido el Turia el que ha forjado su imagen y su superficial personalidad, Gestalgar y su Tura están ocultos entre montes.

Tres cuartas partes del término de Gestalgar, escaso en tierras de labranza y de cultivo, es monte. Grandes extensiones montañosas decoradas de abruptos picachos, resuelta de empinados barrancos y agujereada por simas y cuevas. Cuna de la leña para el hogar, del ganado del que mamaba el pueblo, de las vigas para la construcción, de la piedra, del yeso, o de las ramas de rápida combustión para alimentar los hornos. Es este terreno agreste y montés el que ha levantado el pueblo de Gestalgar.

El pueblo de Gestalgar y sus montes desde el Castillo de Los Murones. Fuente: Autor

Este extenso terreno forestal, se abre, al cruzar el río, desde el pueblo. Y su particularidad es que es un espacio comunal, por y para las gentes de Gestalgar. Con anterioridad fue el pueblo y desde 1880 ha sido la Sociedad de Montes, órgano público formado por vecinos de Gestalgar, quien ha gestionado y administrado las aproximadas cinco mil hectáreas que ocupa. Su función: arrendar pastos, el aprovechamiento de montes y los posibles daños causados por el ganado. Por este último, poco trabajo hoy iban a poder desarrollar. 

Este terreno está dividido en cuatro cuartos: La Aldenia, La Casa Suay, El Gabaldón y El Campillo. Este último, sumergido entre las bellas y enervadas sierras de Los Bosques y Santa María. Y todos ellos barnizados con el aroma del romero, la gracia del lentisco, la textura de la aliaga y, allá donde crece, la sombra altiva del pino. Un monte bajo, con manchas de pinares, donde han andado y vivido pastores, carboneros, hacheros y fornilleros. 

El cuarto de la Casa Suay con la Sierra de los Bosques, al fondo. Fuente: Autor

En este entramado serrano, de aromas mediterráneos, ha sido el pastoreo, como bien plasma la Sociedad de Montes, una de sus principales actividades. Con cierta pesadumbre e infortunio, su presencia inmemorial en estos montes ha quedado hoy relegada a las ruinas de los corrales de ganado. Corrales levantados piedra sobre piedra que hablan de un tiempo que parecía eterno. Sólo sus piedras y sus nombres parecen aferrarse y no querer marcharse. 

Escuchar la voz, de sabor añejo y colmada de posos de sabiduría, de Joaquín Martínez revive al pronunciar aquellos, no tan lejanos, tiempos, cuando Gestalgar estaba lleno pastos y  ganados. Explica cómo, en contraste con otros lugares, en Gestalgar primaba una cabaña de ganado cabrío. Los barrancos, las empinadas laderas y el abundante alimento de monte bajo, propiciaba un escenario para estas cabezas saltarinas y traviesas que ramoneaban sus abundantes ramas y de paso, sin saberlo, desbrozar el monte y limpiarlo. 

El corral de Martín en el Canjalar. Fuente: Autor

Al escuchar las palabras de Joaquín repasando los usos y los secretos de las plantas, se encandila el pensamiento. El lentisco y sus frutos, las algarrobas para alimentar a la corte del cerdo y a las caballerías, la miera del enebro para curar las heridas o sanar la “moscarda” de las cabras… Pero quizás las plantas que más acompañaban al pastor era el esparto y el palmito. Sus flexibles hojas se trenzaban continuamente entre las manos con las que se harían cestas, sogas, cuerdas, sillas o alpargatas. Por los caminos, por los montes se hacía un arte humilde, hoy difícil de imitar.  Los pastores, como Joaquín, los que con él coincidieron y los tantísimos otros que a él le precedieron, fundían sus saberes y sentidos con la naturaleza. 

A la cabaña de cabrío, había que sumar unos visitantes invernales. Por las históricas vías pecuarias como la vereda de Chiva a Chulilla o la Colada de Cheste a Chulilla, que de las gélidas tierras castellanas se adentraban en las templadas valencianas, cada otoño bajaban numerosos ganados trashumantes de ovejas. Ganaderos y pastores conquenses de Landete, Talayuelas, Salvacañete o Zafrilla convivían con las gentes de Gestalgar hasta que la primavera levantaba sus faldas. Cuenta Joaquin como “alquilaban” los corrales de la sierra para pasar allí el invierno y, cuyo pago, era la sirle, o “girle” como aquí la llaman. Estos excrementos acumulados y fusionados con la paja eran el abono para la huerta y los cultivos de los vecinos de Gestalgar. Ni el territorio comprendía de fronteras ni el cobrador de tarjetas bancarias.

Mata de lentisco con un corral de ganado, al fondo. Fuente: Autor

Pero si ha sido la ganadería el alma histórica e imperecedera de Gestalgar, su oficio más relevante en el último siglo ha sido otro distinto. Eran el lentisco, romero, brezo, tomillo, coscoja o la aliaga, cunas del saber para los pastores, las que hicieron de esta comarca un punto ineludible en la historia. Los ramajes de estos protagonistas del monte bajo, conocidos  como Fornilla, servían para alimentar los hornos.  Y si podían ser utilizados para los hornos de pan y yeso de Gestalgar, lo que hizo a este oficio movilizar al propio pueblo fue otro distinto destino: los grandes hornos de cerámica de Manises. La cerámica de Manises ha sido símbolo del Reino de Aragón y del Mediterráneo. Su reflejo dorado, marca única y brillante de esta tierra, ha embelesado a las cortes y a los salones de tantos países de España y de Europa. 

La historia de la cerámica en Manises se remonta al siglo XIII, herencia de la sabiduría que afloró en las alquerías árabes ya existentes. Con documentación de producción de loza dorada (1) desde 1325, su fama fue reconocida a lo largo y ancho del Mediterráneo especialmente durante los siglos XV y XVI, cuando papas y emperadores se nutrieron de ella (2). La expulsión de los moriscos, en 1609, supuso una grave crisis de la alfarería valenciana, especialmente de la loza azul y dorada, que se alargó hasta el siglo XIX. En 1851, la fábrica de Rafael González Valls participa en la Exposición Universal de Londres. Este hecho, junto la llegada del ferrocarril en 1889, fue decisivo para reanudar la producción de azulejos, ausente aquí desde el siglo XVII. Un siglo después, las fábricas, ya modernizadas de Manises, supieron aprovechar la apertura del comercio exterior y en 1982, Manises contaba con 84 industrias de cerámica. En 2021, Manises consiguió que la UNESCO apruebe su ingreso en la Red de Ciudades Creativas en la categoría de «Artesanía y Artes Populares». La memoria artística que mana de la tierra, se convierte en imperecedera.

Azulejo de Manises. Fuente: Museo Arqueológico Nacional

Hoy son las voces de Miguel, Elisa, Jose María y Joaquín las que recuerdan el largo, duro y costoso proceso que llevaba hacer fornilla. Se trabajaba desde que el sol salía hasta que el sol se iba, sin importar el frío, el viento, la pendiente del terreno ni las peligrosas espinas de las plantas. Se recogía con hoz en mano, evitando los pinchazos, y formando garbones. Estos garbones se ataban con una cuerda o soga de esparto, la cual se medía en mercaderas (1) y que era la que otorgaba la medida del propio garbón. Veinticinco garbones era un tercio, que era la unidad de medida en el trabajo de la fornilla. Esto parece ser porque al día se hacían tres tercios, es decir, 75 garbones. Aunque como cuentan las voces de la experiencia podían llegar a ser muchos más. 

Era aquello una labor plena de pobreza pero llena de saberes y curiosidades. Había trucos como al hacer el garbon, cubrir las aliagas con romero para no poder pincharse; se comía donde se pillaba y, como cuenta Miguel Giménez, vecino de Gestalgar, siempre patatas en caldo, arroz con bacalao, arroz con patatas o patatas con arroz; si había que ir a la escuela sería al regresar por la tarde, y, fue tan importante, que se llegó a construir un cable desde lo alto del cerro, encima del rincón de Maduro, para transportar la fornilla. Luego, en caballerías o en las propias espaldas, había que cargar el carro, luego serían los camiones, hasta arriba de garbones. De ahí lo llevaban hacia Manises. 

Fornilleros de Requena. Fuente: Ayuntamiento de Requena, del portal web: https://www.requena.es/pagina/sabias-que-fornilla-fornilleros

Hasta que ardían incesantemente en los hornos de Manises había un oficio severo y renegado. De sol a sol, pinchazos, agachados los lomos y sin parar de sol a sol. El exquisito y refinado arte plasmado en los azulejos tenía su origen en los apartados montes de Gestalgar y los municipios de alrededor. La belleza refinada y requerida en palacios y catedrales tenía su origen en los ásperos suelos del Campillo o de Gabaldón. Y era su llama ligera, vivaz y de pocas ascuas las que lo forjaban. Lo invisible era lo esencial.

Es el monte de Gestalgar, cuna de madera y salvaguarda del invierno. Materia prima del hogar que siempre fue requerida, seleccionada y cortada por el hacha y la sierra del leñador. La leña abastecía la lumbre del hogar, necesaria constantemente en la cocina y alma de las noches del invierno. Y, donde un día primó la ganadería y el monte bajo, las repoblaciones de pinos, en los años sesenta y setenta, cambiaron el paisaje y el pino se convirtió en dueño de la mirada. No pasó así con el carbón que alimentaba braseros y otros tantos utensilios cotidianos ni las carboneras donde se obtenía. Hoy son manchas negras en los claros del monte y manchas negras en la memoria. Cómo se construían, cómo se quemaban y cómo se cuidaban quedan sólo perennes en la voz de Joaquín.

Hoy los montes de esta comarca de Gestalgar y los Serranos han quedado vacíos y desamparados. Sin embargo, la madera y el fuego siguen siendo protagonistas. Esta vez, de un modo muy distinto. Los incendios forestales se adueñan cada vez más de estos parajes monteses y la falta de guardianes, como aquellos pastores, y la creciente maleza, los convierten, en ocasiones, en sucesos cada vez más frecuentes e imparables.

Sólo la hoja del lentisco o de la coscoja, el aroma de la flor de la aliaga y del romero nos hacen revivir por un instante. También la textura arrugada de la leña o en el silencio de la tarde el hueco sin ocupar de los balidos de las cabras. Y con una suerte privilegiada, escuchar las sabias palabras de Joaquin nos hacen viajar en un sueño.  En su voz rezuma la zamarra y el balido del cabrito. El caer de las tardes. El llegar de los trashumantes en otoño. Las despedidas en los albores de la primavera. 

Un sueño que fue tan real como estas palabras que aquí terminan. 

(1) En 1440 se fabrican en Manises azulejos para pavimento con la heráldica del papa Eugenio IV; entre 1446 y 1458, por encargo del rey Alfonso V de Aragón y I de Nápoles, Johan Almurcí realiza 44.300 azulejos «de obra de Manises» para el castillo nuevo de Nápoles y el castillo aragonés de Gaeta y en XX se fabrican en Manises los azulejos con heráldica del papa Alejandro VI para los pavimentos de las salas borgianas del Vaticano. 

(2) Una mercadera eran doce vueltas de rodilla

Bibliografía

  • Ayuntamiento de Requena. La fornilla y los fornilleros. 
  • Botella, J.V., Mateo Sanz, G. (2014) Referencias Etnobotánicas en la Obra de Clemente “Historia civil, natural y eclesiástica de Titaguas” Flora Montiberica 57: 24-30. ISSN 1138-5952 edic. digital: 1998-799X 
  • Cavanilles, A.J. (1797) Observaciones sobre la Historia Natural, Geografía, Agricultura, Población y Frutos del Reyno de Valencia. Reproducción Facsímil. Ediciones Albatros, Valencia, 1983. 2 vols.
  • Madoz, P. (1845-1850). Diccionario Geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar.
  • Rozalén Igual, F. (2016). La memòria dels oficis perduts: Els fornillers de Llíria*. La Veu de Lliria (12/01/2016)
  • Pastor i Madalena, M. (2008). La carta Puebla Medieval de Gestalgar: estudio y transcripción. 
  • Pérez Camps, J (2021) Historia de la cerámica: 105 hitos y hechos documentados (1237-2021) https://manisescityofceramics.es/historia-de-la-ceramica/
  • Pardo Pardo, F. (2008) El carbón y la fornilla en el Campo de Requena-Utiel: el aprovechamiento del bosque. En: Historia del ferrocarril en las comarcas valencianas: La Meseta Utiel-Requena /Inmaculada Aguilar dir. Valencia, Conselleria d’Infraestructures i Transport, p. 111-125.
  • Vestal Etnografía S.L. (2024). Oficios del monte y del río, con Joaquín Martínez Sánchez. https://www.youtube.com/watch?v=pShU-buC_zE&list=PLGln1xZjbxFjPI7GEINjNLEJGFx1-yVOV&index=4
  • Vestal Etnografía S.L. (2025). Al rescate de la memoria de Gestalgar, con Virtudes Albertos Pérez. Vestal Etnografía S.L. https://www.youtube.com/watch?v=ZcwnAVgTcdA&list=PLGln1xZjbxFjPI7GEINjNLEJGFx1-yVOV&index=2
  • Visor de Cartografía del Institut Cartografic Valenciá – https://visor.gva.es/visor/?capas=spa_icv_fore_vias_pecuarias

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