Existe una bella tradición legendaria en el pueblo de Villares del Saz de Navalón, sin que se haya podido fijar fecha exacta de la misma. Solamente se conserva el nombre de la señora propietaria del pueblo: Doña Beatriz.
En el antiguo tiempo al que pertenece esta leyenda, había en Villar del Saz de Navalón un alcalde, pariente de Doña Beatriz, el cual tenía una jovencita de singular belleza en la que su padre había cifrado grandes esperanzas.
Como era costumbre en aquella época, a la mansión de Doña Beatriz de vez en cuando acudían muchos nobles, bien a recepciones que daba la señora, bien a cacerías, etc.
El alcalde, su pariente, como persona principal del pueblo, máxime por ser familia de Doña Beatriz, no podía faltar a ningún acontecimiento. Cada vez que había algún suceso importante en Villar del Saz, se movilizaba todo el vecindario, especialmente los jóvenes, deslumbrados ante la elegancia y vistosidad de los aristócratas visitantes. ¿Y cómo había de faltar la bella Leonor, hija del alcalde?
Un joven aristócrata se enamoró de Leonor y decidió pedir la mano de la joven a su padre:
- Gran honor es para mí que solicitéis en matrimonio a Leonor. Por mi parte, con mucha satisfacción veré esa alianza. Expondré vuestra petición a mi hija, que espero y deseo acepte.
El alcalde llamó a su hija para exponerle este fausto acontecimiento:
- Os llamo, querida hija, para daros cuenta del honor que el hijo y heredero del conde X ha tenido de pedir vuestra mano.
Leonor, bajando sus bellos ojos, toda emocionada y ruborosa, contestó a su padre:
- Señor, soy muy joven para pensar en matrimonio…
- Dentro de unos días cumpliréis quince años. Pensad en el alto honor que se hace a la familia al solicitar vuestra mano caballero tan principal.
- Cierto, pero yo no deseo casarme tan pronto…
- Es la edad en que se casó vuestra madre.
Leonor rompió en llano, sin poder articular palabra. El alcalde, hombre autoritario, orgullos de su nobleza familiar, ansioso de mando y de figurar entre la aristocracia, ante la actitud de su hija, que en vez de alegría rompió en llanto, no encontró más motivo que el que lógicamente había: su hija debería estar enamorada. ¿Y de quién? ¡Ah…! Ahora se daba cuenta de pequeños detalles, a los que antes no había concedido importancia… Quizá el joven Miguel…
Leonor fue interrogada nuevamente por su padre:
- Deseo saber qué ha decidido mi bella hija respecto a la petición de matrimonio propuesta por el señor conde.
- Padre, no me quiero casar.
- ¿No te quieres casar? ¿Por qué motivo?
- Ya se lo dije, soy todavía muy joven, no me considero capaz de llevar las obligaciones de ama de casa, máxima de un aristócrata. Forzosamente ha de ser mucho más complicada que la nuestra.
- No es motivo suficiente. Aparte de que vuestra buena madre me consta que os ha instruido lo suficiente.
- No insistáis, querido padre. Es que no me quiero casar.
Nuevamente rompió a llorar, con lo que el padre, ya desesperado de poder convencer a su hija, con rabia mal contenida, le dijo:
- No pongáis pretextos. Me parece adivinar vuestros motivos de negar tan honrosos y conveniente enlace. Forzosamente será… ¡Que estáis enamorada de otro galán! ¿No es eso?
El copioso llanto de Leonor fue la inequívoca respuesta.
No fue difícil al alcalde enterarse de los secretos amores de su hija. Aunque con mucha precaución, los enamorados Leonor y Álvaro, cuando podían tenían sus entrevistas amorosas. Bien dice el refrán que ni el amor, ni la lumbre, ni el dinero pueden estar ocultos.
Desde niños, el hijo del administrador de la Señora, Leonor y sus hermanos, en sus juegos infantiles les unió gran amistad. Después esa simpatía entre Álvaro y Leonor se transformó en ardiente amor. Ambos jóvenes se recataban porque presentían la oposición del alcalde, máxime cuando el administrador era considerado el orgulloso señor, como criado, aunque distinguido. Y él soñaba para su bella hija el príncipe encantador que sin duda vendría a solicitarla por esposa.
De esos amores estaba enterado todo el pueblo menos él. Así que le fue fácil saber quién era el galán por el que su hija suspiraba.
El alguacil dijo a Álvaro que el señor alcalde le esperaba en su despacho y que fuera al momento. El joven temía la oposición de sus amores, pero en el acto obedeció la orden. Tras el saludo de rigor, el alcalde dijo:
- Tengo noticia de tus escarceos amorosos con mi hija.
- Señor, la amo con toda mi alma y ella me corresponde.
- Pues ese juego tiene que terminar.
- No es un juego, señor. Vuelvo a deciros que es amor entrañable, al que nunca renunciaré.
- ¿Que no renunciaréis nunca?
- ¡NUNCA! Primero renunciaría a la vida que a mi dulce Leonor.
- Piensa bien lo que dices…
- Haced lo que tengáis por conveniente; pero jamás renunciaré a Leonor… Prefiero cien veces morir a perderla.
El autoritario alcalde, obrando como si fuera señor de horca y cuchillo, prevalecido, quizá, por su próximo parentesco con la Señora, mandó matar al fiel enamorado, ejecución que, según la leyenda, se efectuó en el cerro, próximo a Villar del Saz de Navalón, quedando desde entonces el recuerdo trágico de esta leyenda que denominó al cerro donde había sacrificado al enamorado por haber sido fiel a su amada: el Cerrillo de la Horca.
Adaptado de Leyendas Conquenses. Tomo IV, de María Luisa Vallejo, ed. 1ª.
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