El Arroyo Alarconcillo, origen de vida de Ossa de Montiel

El Arroyo Alarconcillo, origen de vida de Ossa de Montiel

El origen de Ossa de Montiel es, sin duda, incierto. Esto no es algo aislado, pues sucede, habitualmente, en todos los pueblos y ciudades de nuestro país. Y es que hablar de la fundación de un poblamiento, con una fecha concreta, es asunto difícil. Otro tema es hablar de los primeros registros.

Si algo sí conocemos de Ossa de Montiel es su origen en el paraje de San Pedro, en las inmediaciones del Castillo de Rochafrida, por parte de los romanos. Con el Arroyo Alarconcillo como fuente de vida de sus habitantes. Escalando este manantial, aguas arriba, se asentaron siglos más tarde los primeros pobladores de la actual Ossa de Montiel.

El Arroyo Alarconcillo a su paso por Ossa de Montiel. Fuente: Vestal

Esta línea de vida simboliza la existencia de una población que aseguró sus huertas en torno a ella, que abrevó sus bestias domésticas en las fuentes que la alimentan. Porque oseños y oseñas exploraron su entorno para poder obtener de él todo lo necesario para vivir, asegurando que los recursos se pudieran legar a sus hijos y nietos. Desarrollo sostenible, lo llamamos hoy en día.

Un municipio, el de Ossa, con infinidad de manantiales de agua dulce, que han propiciado el desarrollo de la ganadería en sus montes y la proliferación de cultivos en sus vegas, arroyos y lagunas. Un monte protagonizado por un paisaje kárstico que actúa de filtro a las lluvias que dan a luz unas lagunas cristalinas que verán nacer a un incipiente Guadiana.

Arroyos y lagunas, fuentes de la agricultura

Al igual que la mayoría de campos del interior peninsular, y en tiempos en el que el secano predominaba nuestras tierras, el cereal y la legumbre gobernaban el cultivo de Ossa de Montiel, aunque con escasa superficie y rendimiento en este caso. Ya en registros del siglo XVIII, en el Catastro del Marqués de la Ensenada, se remarca cómo 4.412,2 ha. eran de labor (un 28% del término municipal), de los cuales 4.409 ha. se destinaban a secano. En definitiva, el regadío ha sido, durante muchos siglos, algo anecdótico. Dicho catastro dicta: “que las especies de tierra que hay en este término son de secano, por lo general, de sembradura de trigo, cebada y centeno, a excepción de una pieza de tierra como de dos fanegas de sembradura que pertenece a D. Antonio Montoya, vecino de Villarrobledo, y está en la ribera de San Pedro, distante de esta villa una legua poco más o menos”.

En las Relaciones Topográficas de Felipe II, dos siglos antes, se atestigua la pobreza de esta tierra, pues detalla que “esta villa es muy pobre de cosecha de pan”. A ello hay que sumarle que la mayoría de vecinos eran simples jornaleros, sin tierra en propiedad, lo que agravaba su pobreza. La huerta, de uso doméstico, tenía un papel crucial en esta economía de subsistencia.

Este regadío, esta huerta, siempre asociada a las inmediaciones de los lugares donde la gente habitaba, proveía de las verduras y hortalizas que la población precisaba. En primera instancia, las huertas asociadas al citado arroyo Alarconcillo, en las inmediaciones del campo de fútbol actual, como las huertas del Hermano Perico y del Hermano Chicharrones (en Ossa de Montiel, se utiliza el apelativo Hermano como en otros lugares es usado el Tío, para referirse a vecinos y vecinas reseñables de la población) donde sembraban patatas, panizo o habichuelas. De hecho, aún quedan dos norias de riego en esta zona que testifican esta realidad, así como una fuente, la de Los Caños, que desde al menos el siglo XIX ha asegurado el consumo humano con un agua de gran calidad, pudiendo ser la misma “fuente manantial” mencionada en el siglo XVI. Pues como recuerda Soledad Oliver Vitoria, vecina de Ossa de Montiel, “en la Glorieta había un pozo con un pilón para los animales, pero nosotras íbamos a recoger al agua a Los Caños, al lado”. Rememora cómo, al haber escalones para descender, sólo bajaban las chicas jóvenes a rellenar los cántaros, quedándose los mozos abajo para poder verles las piernas al subir. Ir a por agua era una de las pocas ocasiones en los que novios y novias podían dar un “arrastre”, expresión coloquial para referirse a un paseo.

Los Caños. Fuente: Vestal

Respecto a las norias, la primera de ellas, la del Colmenar, de los siglos XIX-XX, situada a la margen derecha del arroyo, detalla el proceso de elevación del agua para el riego de las huertas, con un acueducto para la conducción del agua. Algo más abajo, en la margen izquierda, se encuentra la Noria de la Vega, de los siglos XVIII-XIX. Se trataba de una noria de cangilones activada por un animal de tiro, habitual en las tierras manchegas, de la que hoy sólo queda visible el pozo que la alimentaba.

Restos de la Noria de la Vega. Fuente: Vestal

A finales del siglo XV se mencionan varios frutales y hortalizas asociadas a estas huertas. Pero no sólo las cercanas al pueblo. Si no también aquellas que rodeaban el paraje de San Pedro o las propias lagunas, donde vivían pescadores, molineros o pastores. De hecho, queda demostrado cómo, en algunas ocasiones, era sembrada la propia Laguna Conceja (o del Concejo) en los años en los que se encontraba desecada. También se atestigua la existencia de almendros en torno a la aldea de San Pedro, cerca de la laguna homónima. Soledad recuerda que la zona cercana al Castillo de Rochafrida era zona de huerta, pues conservaba la humedad en verano. También el paraje del Ossero, al comienzo de las lagunas, que aprovechaba el agua del caz del Molino del Ossero para el riego.

Más recientemente, si algo es reseñable en cuanto a la agricultura del lugar, es la aparición de plantaciones de arroz. En plena posguerra, cuando el hambre dominaba nuestra tierra, un empresario valenciano, conocido como el Señor Ripoll, llegó a Ossa de Montiel para empezar a cultivar este versátil alimento.

Tras contactar con la propietaria de los terrenos para su arrendamiento, comenzó a cultivar el arroz en las inmediaciones de la aldea y laguna de San Pedro, cerca de la Cueva de Montesinos. Por otro lado, también consiguió aprovechar las tierras que van desde la Central Hidroeléctrica de El Ossero hasta la Laguna Conceja. De hecho, allí se propone la creación de una Casa del Arroz, que hiciera las veces de vivero e invernadero de las plántulas de arroz.

Laguna Conceja, donde se plantó arroz y la cual era cultivada cuando se secaba. Fuente: Vestal

Del mismo modo, Ripoll trataría con otros terratenientes, cuyas fincas estaban junto a la laguna Colgada. También en terrenos de El Sabinar, las vegas de La Jacidra o las vegas de la Fuente La Cagurria, ya en el municipio de Alhambra.

El monte, paraíso ganadero

El monte de Ossa de Montiel, filtro monumental que tiene la ardua tarea de conducir las lluvias por sus entrañas para parir las espectaculares Lagunas de Ruidera, ha sido, a lo largo de su historia, aprovechado por infinidad de rebaños que de él se alimentaban mientras lo desbrozaban.

Un bosque mediterráneo que domina un “queso gruyere” en forma de roca con multitud de pozos y manantiales que permiten a ese ganado abrevar. En las citadas Relaciones Topográficas del año 1575, se menciona que en la ribera del Guadiana (Lagunas de Ruidera) “hay muchas fuentes de donde se provee a la gente del campo y ganados para beber”. En el mismo documento, se cita que en la villa de Ossa “se crían ganados lanares y cabríos”. Como era de esperar, en pleno apogeo de la industria lanar castellana, Ossa de Montiel no podía quedar atrás. A esto habría que sumarle las caballerizas necesarias para la labor. Sin embargo, al igual que sucedía con la agricultura, la producción siempre fue muy humilde.

La existencia de pastos es la clave del desarrollo ganadero tradicional en extensivo. En el siglo XVIII se hace un exhaustivo inventario de las dehesas del término, que llegan a ocupar 10.895,8 ha., es decir, en torno al 70% del terreno municipal. 9 son las dehesas descritas: Los Cotos, Cañada La Manga, Hoyo Redondo, El Soldado, El Sabinar, Espinillos, Baldío, El Marañal y la Carnicera.  Las primeras siete son propiedad de la Encomienda, es decir, de la Orden de Santiago, disfrutando el Común de la Villa en propiedad de las dos últimas, la Dehesa El Marañal y el coto carnicero. Todas ellas están pobladas de encinas y sabinares.

Vacas pastando a orillas de la Laguna de San Pedro, en el año 1930. Fuente: Enciclopedia gráfica La Mancha y el Quijote / Ángel Dotor. - Barcelona: Cervantes, 1930. 80 p.: il. Número de página: 51

Respecto a la influencia trashumante de Ossa de Montiel, ha sido ciertamente escasa. Sin embargo, no se puede decir lo mismo del vecino Ruidera, pues por allí discurre, aún hoy en día, la Cañada Real Conquense o de los Chorros, que comunica la Serranía de Cuenca con las tierras más allá de Despeñaperros, en Jaén, donde el ganado pasaba los inviernos. Juanito, un trashumante de la localidad conquense de Huélamo, recuerda cómo en una ocasión, al paso por el pueblo de Ruidera, las reses comenzaron a precipitarse, formándose una verdadera estampida en las calles del pueblo.

Es más que probable que en Ruidera hubiera vías pecuarias menores que se unieran a la Cañada Real, como cordeles, coladas o veredas. De hecho, a principios del siglo XVI, existía un derecho de pontazgo para el paso por un puente situado sobre el canal principal de los molinos, ya en el propio término de Ossa de Montiel. El pago era una oveja en la ida y una res de cabeza menor a la vuelta.

El ganado estante ha dejado su huella en esta tierra con tinadas y cucos que han refugiado a animales y pastores. Algunos ejemplos son la Tinada de las Hazadillas, en funcionamiento al menos desde el siglo XVIII; la Tinada del Cerro Moro; o el Cuco de las Viñas, una construcción circular pequeña en piedra seca que servía de refugio para el pastor, y estaba rodeada de una cerca para el ganado.

Paraje de las Hazadillas, donde se encontraba la tinada homónima. Fuente: Vestal

Pero el ganado necesita algo más que pastos. El acceso a fuentes de agua en abundancia es obligatorio. Y en eso, Ossa de Montiel, sí que no tiene problema. Más allá de la fuente manantial cercana al pueblo (Los Caños) que utilizaba la población para beber, muchas otras, así como pozos, dominan el paisaje oseño. Pues, como se dice en el escrito del año 1575, “esta villa y sus términos es abundosa de agua”.

Sin duda, la más reconocida es la Fontefrida, junto al Castillo de Rochafrida, al ser protagonista de uno de los romances medievales más conocidos del siglo XV. Pero muchas más pueblan estos montes. La Fuente de la Telesfora, como manantial que rodea el Molino de Ruipérez, alimenta con sus aguas la Laguna Tinaja, fortaleciendo el caudal del futuro Guadiana. Su nombre proviene de la que fuera propietaria de esas tierras, Telesfora Martínez.

Detalle de la Fontefrida. Fuente: Vestal

Aguas arriba, al inicio de las Lagunas de Ruidera, en el entorno de la Laguna Blanca, encontramos unas cuantas más, responsables de impulsar la creación de estas lagunas. Se encuentran la Fuente del Borbotón, la Fuente de la Puerca, la Fuente Verdeja, la Fuente de El Sabinar, la Fuente del Arroyo de la Parra, la Fuente del Medio o la Fuente de la Cagurria, todas ellas fuera del término de Ossa de Montiel. Estas se juntan en el nudo hidrográfico conocido como Vado Blanco, un humedal que dirige las aguas desde la Laguna Blanca hasta la Conceja.

Otros puntos de agua están hoy prácticamente relegados al olvido, ya que su uso ganadero ha desaparecido. Es el caso del Pozo del Cerro de la Plata, en las inmediaciones de la aldea de San Pedro; el Pozo de la Salud, en el antiguo camino de la Laguna Colgada con Ossa; o el Pozo de la Cuadras, al norte del municipio. En este último, además, encontramos una serie de aljibes junto al pozo, encargados de almacenar el agua de la lluvia para usos ganaderos y agrícolas. Pero, sin duda, el elemento más destacado en este sentido es el Aljibe de la Ortigosa, de planta rectangular y bóveda de cañón, que fue construido en el siglo XIX.

Pozo de la Salud. Fuente: PROVER. Catálogo de bienes y espacios protegidos. Plan de Ordenación Municipal de Ossa de Montiel.

El Alarconcillo, un hilo de memoria

Hoy, las Lagunas de Ruidera, dada su innegable belleza, eclipsan el resto de patrimonio extraordinario con el que cuenta Ossa de Montiel. Un patrimonio material e inmaterial que narra la vida real de sus pobladores pasados, el día a día de aquellos antepasados.

El arroyo Alarconcillo, como símbolo de la unión entre las lagunas, la aldea de San Pedro y el propio pueblo de Ossa, atestigua en sus vegas y riberas el paso y trabajo de multitud de generaciones que lo cultivaron y recorrieron junto al ganado. Es un hilo de agua que refresca nuestra memoria.

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