“Almez: Arábigo, árbol conocido del cual se hacen instrumentos músicos, y de su raiz cabos de cuchillos y otras cosillas menudas, delicadas; y todos los que escriben de plantas dicen ser el loto;…”
Tesoro de la Lengua Castellana. Sebastián de Covarrubias.
Cuando se trillaba en las eras se usaba un instrumento imprescindible para darle la vuelta a la parva y aventar la mies: la horca. Una horca de una sola pieza que se asemejaba a un tenedor gigante de madera blanca. Aún se conservan en muchas casas labradoras de pueblo junto con la trilla, los harneros y cribas, celemines y barchillas, hoces y zoquetas. Reliquias de un mundo agrario y milenario ya extinguido del que aún sobrevivimos muchos protagonistas y testigos. La horca era, como el marfil, de una claridad y nitidez impolutas. Nos preguntábamos de qué extraordinario árbol brotaría esa caprichosa horquilla, esa herramienta tan humilde y, sin embargo, tan pulcra y tan hermosa.
Se pasaron bastantes años hasta que mi curiosidad por las plantas me llevó a descubrirlo en los rincones rocosos de la hoz del Júcar y del Huécar. Y luego lo he encontrado en muchos otros lugares. Abunda cobijado entre los peñascos, a los pies del Pico de la Muela, proa de la Hoz de Valera. Y en muchos parques y jardines. Se trata del almez, o mermez como lo llaman en Cuenca. El almez es resistente al calor y a la sequía pero flojea ante el frio excesivo. Por eso se abriga en nuestras hoces. Le gustan las riberas o al menos envolverse en un entorno de cierta humedad. Escasea cada vez más subiendo a la Sierra.

El árbol de las horcas se ramifica en un sólo plano, como los dedos de la mano. Pero no sólo es la naturaleza la que las crea. Se necesita la habilidad de un artesano que las perfeccione: el forcaire. No hay término en castellano, al menos reconocido por la RAE, capaz de traducirlo del catalán. Podría ser horquero, pero perdería toda su armonía sonora. En Cataluña y Levante se elaboraban la mayor parte de las horcas usadas en España. Los “forcaires” seleccionaban las varas y las iban guiando y podando antes de cortarlas en las lunas menguantes de invierno. Y después tenían que tostarlas, pelarlas, sumergirlas durante un tiempo en agua, moldearlas, pulirlas y seguir trabajándolas hasta que quedaban perfectas. Era un largo proceso de unos seis o más años. Se necesitaba la paciencia de un asceta y los conocimientos de un sabio. Cortadas las varas, el tocón volvía a rebrotar. Las que no valían para horcas valían para garrotas, para mangos y astiles o para palmas del Domingo de Ramos. Chelva, Cofrentes o Jarafuel en Valencia, Segorbe en Castellón eran localidades muy reconocidas en este oficio, pero la más famosa era Alentorn (Lérida), muchos de cuyos vecinos se dedicaban a ello, como lo remarca Madoz a mediados del siglo XIX: “...ocupándose considerable número de personas en fabricar horcas (….) de primorosa hechura, como si fuesen elaboradas a torno, y por lo mismo muy estimadas en el Principado, Huesca, Zaragoza y hasta en Navarra, á donde se llevan crecidas porciones, cuya venta es el único comercio que se conoce en este pueblo, y sirve de gran recurso para la subsistencia de los habitantes.”
A principios del siglo XX salían anualmente de Alentorn muchos miles de horcas embaladas por docenas. Como si de árboles frutales se tratara, los plantíos de almeces ocupaban numerosas parcelas del término. El último forcaire profesional de Alentorn fue Casimir Brescó i Durany. En 1996 aún trabajaba. Y también elaboraba preciosas palmas sacándole a una vara numerosas virutas enroscadas en forma de tirabuzones o caracolas (1).

Muchos escriben que el tronco del almez, como el de la higuera, se parece a una pata de elefante. Debe ser por la superficie lisa y gris y por el ensanchamiento que tiene en su base. Da buena sombra, porque la amplitud de su copa puede ser tanta como su altura: hasta 30 metros. Las ramas principales que nacen del tronco se dirigen hacia arriba. Las ramillas jóvenes y vellosas, por el contrario, son colganderas, del mismo modo que las hojas, las flores y los frutos.
Al tacto, las hojas del almez se perciben algo gruesas o correosas, de cuero algo áspero. El borde se contornea a base de dientes de sierra dobles o sencillos, y cada dientecillo termina en una punta como de cristal blanco y traslúcido. Muestran una mitad algo más grande que la otra, configuración que comparte con las de sus parientes más próximos, los olmos. El almez es un olmo más refinado y primoroso: tronco de seda gris bordada de líquenes de muy variados colores, hojas estilizadas, menos ásperas, diminutas florecillas y frutos de carne comestible (2).

Las flores, solitarias y casi inapreciables, nacen en el arranque de las hojas. Los frutos son redondos como canicas, primero verdes, luego rubios y finalmente negros. Tienen, como las flores, un rabillo demasiado largo para su tamaño. “En mis mocedades – recuerda Pio Font Quer- la consideraba la mejor de las frutas; aunque ahora reconozco su ruindad, sobre todo por tener mucho hueso y muy poca carne; es fruto para aves y muchachos, que no daña, ni aún comiéndolo en cantidades grandes”.
Juan Valera nos regala en Juanita La Larga la minuciosa descripción de una feria en una ciudad cordobesa, con todo el colorido y variedad de sus tenderetes: “Ni faltaban tampoco allí puestos de exquisitas frutas; pero los que más atraían la atención de los chicuelos eran los de almecinas, ya que, además del gusto de comérselas, proporcionaban la diversión de ejercitar la puntería tirando al blanco. Cada muchacho que compraba almecinas, compraba también un canuto de caña, cerbatana por donde, después de haberse comido la poca y negra carne de la fruta, disparaba soplando el huesecillo redondo y duro. Estos proyectiles corrían silbando por el aire como las balas en una reñida batalla, salvo que eran mucho más inocentes, pues apenas hacían daño, si por una maldita y rara casualidad no acertaban a darle a alguien en un ojo, pues entonces bien podía dejarle tuerto.”

El almez es el famoso “loto” de la antigüedad, como atestigua Dioscórides y nos recuerda Covarrubias en su cita. Estaba asociado a la mitología griega. Ante el continuo acoso de Príapo, dios deforme, lujurioso y obsceno, la ninfa Lotis rogó a los dioses que la trasformaran en un árbol. Ruego inmediatamente otorgado. Este árbol resultó ser el almez. Se decía que quien comía de sus frutos olvidaba su patria y su familia y, por tanto, el deseo de regresar al hogar. Así les ocurrió a los compañeros de Ulises en la isla de los Lotófagos, comedores de almecinas. La mitología del almez está relacionada con la de la carrasca. Resulta que la ninfa Dríope cortó unas flores del almez y los tallos cortados comenzaron a sangrar. En realidad, el almez era la ninfa Lotis. Cuando quiso echar a andar para volver a casa, Dríope notó que no le era posible moverse del sitio. ¡Y es que echaba raíces! Se estaba trasformando de abajo hacia arriba en una carrasca. Así fue castigada Dríope por derramar la sangre de Lotis. De loto o lotón viene lodón, y de aquí Torrelodones (Madrid), lidón y lledó, que dan nombre a sendos pueblos de Teruel, latonero o lidonero, lledoner y otros nombres locales parecidos.
El almez y su madera fueron muy valorados en Al-Ándalus y de aquí procede su nombre árabe, al meys. Teofrastro ya había alabado las bondades de su madera incorruptible, sin nudos y de corazón duro y compacto. Los andalusíes lo plantaban en jardines, en las márgenes de acequias, en las lindes de sus huertas y alquerías para sombra y compañía. Hacían uso frecuente de su madera para emparrados, para norias, toneles, carros y remos; para instrumentos musicales, como rabeles, tambores y flautas; para husos de hilandera o para sillas de montar.
Los niños jugábamos con chompos (3) sin saber que eran de almez. Del almez, allí donde los había, se sacaban también las mejores horquillas para gomeros.
Las virtudes del almez serían interminables. Como planta curativa pertenece a la farmacopea universal. Así califica Dioscórides su fruto: “bueno para comer, confortativo de estómago y constrictivo de vientre”. Y añade que las raspaduras de su madera cocidas son buenas contra la disentería y el flujo menstrual. Hoy se sigue estimando eficaz contra las hemorragias y las diarreas.

Se plantaba cerca de las viviendas humanas para ahuyentar a los espíritus nocivos y atraer a los benefactores. Incluso se asociaba a la divinidad. La patrona de Castellón es la Virgen del Lidón (Mare de Dèu del Lledó) desde que en 1366 una yunta de bueyes, labrando junto a un almez, extrajo de entre las raíces su imagen.
Los pájaros comen los frutos y propagan la especie por rincones y lugares apartados. Así lo observó y nos lo recuerda el agrónomo andalusí Al-Awam “El huesecillo que comió el tordo con su fruta y arrojó en el excremento nace en la primavera; cuya planta (quien lo quisiere) puede trasponer cuando estuviere para ello; ni tampoco es malo dejarla estar en su propio sitio, si fuere proporcionado.”
Es un árbol tan hermoso, tan resistente y tan longevo (4) que ha sido muy requerido a lo largo de los siglos en los mejores jardines de España. “De este grande árbol se crian muchísimos en el Jardín de la Isla, en el Real Sitio de Aranjuéz y de tan grande magnitud y corpulencia, que algunos apenas pueden ser ceñidos de tres o cuatro hombres unidos. También se crian algunos en el Parque del Palacio del Buen-Retiro” nos dice José Quer en el siglo XVIII.
Actualmente son impresionantes los almeces del Jardín Botánico de Madrid y del paseo del Prado colindante, a los que se refiere también el botánico. Puede que alguno de los que vio él en su tiempo esté todavía en pie y lo podamos admirar nosotros ahora.
(1) – https://www.youtube.com/watch?v=BmNnRjhv4XY
– Revista Quercus, nº128, octubre 1996.
(2) Mamachocho es un conquensismo para referirse a la sámara o fruto seco de los olmos que cuando son muy tiernos tienen un gusto muy agradable y fresco con un suave amargor.
(3) Chompo: Trompo o peón. Conquensismo no reconocido en el DRAEL. El gomero es en Cuenca el tirachinas. Este sí está reconocido pero como usado en Argentina no recoge el conquensismo.
(4) Puede llegar hasta los 600 años.
BIBLIOGRAFÍA:
Flora Ibérica. Plantas vasculares de la Península Ibérica e islas Baleares. Real Jardín Botánico, CSIC. Madrid, 2017.
Revista Quercus, nº 128, octubre 1996.
https://elblogdelsenyori.blogspot.com/2021/01/nissaga-de-forcaires.html
El Libro de Agricultura de Al Awam. Volumen I y II. Junta de Andalucía. El arado y la red. Edición y notas de José Ignacio Cubero Salmerón
Juanita la larga. Juan Valera. Clásicos Castalia. Ed. Castalia Madrid, 1986. Pp 123-124.
Diccionario de la Mitología clásica. VVAA. Alianza Editorial. Madrid, 1981.
Flora Española o historia de las plantas que se crían en España. José Quer Martínez. Madrid. 1784. Biblioteca Digital RJB CSIC.
Años y leguas. Gabriel Miró. BBS Biblioteca Básica Salvat. Salvat Editores S.A. 1982.
Tesoro de la lengua castellana o española. Sebastián de Covarrubias. 1611. Edición de Martín de Riquer. Ed. Altafulla. Barcelona, 1989.
Plantas medicinales (El Dioscórides renovado). Pio Font Quer. Editorial Labor,S.A. Barcelona, 1985.
Pedacio Dioscórides Anazarbeo, acerca de la materia medicinal y de los venenos mortíferos. Traducido y anotado por Andrés de Laguna. Amberes 1555. Biblioteca Digital Hispanica. Biblioteca Nacional de España.
Diccionario etimológico de la lengua castellana. Joan Corominas. Ed. Gredos. Madrid, 1980.
Los bosques ibéricos. Una interpretación geobotánica. VVAA. Ed. Planeta 1998.