Uno que quiere reencontrarse con la historia podría preguntar a aquel balijero de El Acebrón, cuando tres veces por semana recogía la correspondencia en Tarancón para llevarla a su pueblo, y que él mismo pudiera contarle las curiosidades del lugar.
Después de recorrer unos cuantos kilómetros por esas tierras de secano, por entonces llenas de cebada y centeno en su mayoría, cruzaba ese curioso puente de piedra y mampostería con arco bajo que sobre las aguas del río Bedija se apareja. Esas aguas, de corriente de norte a oeste, daban vida a un molino donde sus represadas a una piedra hacía en el llamado del Cobo, el revolotear de una corriente un poco dormida.
Al poco tiempo, se oían las campanas de su torre que llamaban a la oración diaria y en su sola nave en cruz latina se oía clamar a Santo Domingo de Silos, su patrón, para mantener la fe de sus doscientos devotos.
Todos, o casi ninguno para decir verdad, se acuerdan de cómo funcionaba la Cofradía de la Vera Cruz, la más antigua de las hermandades cristianas de una Castilla dañada por el infiel, sin olvidar que aquellos parroquianos de El Acebrón, habitantes del siglo XV y principios del XVI, también devocionaban a San Miguel y a las ánimas de la Rota, con cabildo incluido, por ser santo benefactor.
Este lugar pertenecería a la Orden de Santiago, dependiente de Ocaña, la cual tenía una población de 500 habitantes en el año 1574. Esos 83 vecinos del Censo de Castilla, de los que 81 pechaban y 2 eran clérigos, dedicaban su tiempo a la agricultura y un poco de ganado.
Un año después, para las “Relaciones” que mandase pedir la Corona, la referencia escrita que se hace de este lugar es muy curiosa y cito textualmente:
“El dicho pueblo de El Acebrón es muy antiguo y de más antigüedad que ninguno de la comarca y se tiene que es tan antiguo como la villa de Uclés, cercana del, más que no se sabe cuánto tiempo ha que se fundó, ni quién lo fundó, pero que ha oído leer escrituras que dicen haberlo ganado de los moros cuando se perdió España, el Cid Ruy Díaz, gran capitán. Y que este pueblo es Villa once meses ha y es de la Orden de Santiago y su Majestad la hizo vender y enajenar a Gaspar Ramírez de Vargas, señor que agora es della y que primero era aldea de jurisdicción de Uclés. Su Majestad se la vendió o dio por razón que le debía de las salinas de Formellón (salinas situadas en la costa de Bagur, en Gerona) que le tomó por ochenta mil ducados, como se ha visto en las provisiones de su Majestad firmada de su Real nombre“.
Este lugar cuenta con Alcalde mayor que es nombrado por el señor de la villa, lo mismo que antes era nombrado por el gobernador de Ocaña de la Orden de Santiago, que es del Obispado de Cuenca de cuya ciudad le separan trece leguas, siendo del Arciprestazgo de Uclés.
Y según expresa:
“… que los justicias eclesiásticos son de la ciudad de Cuenca, cuando es menester, pero que lo que más falta tienen los vecinos de El Acebrón es de dineros, porque hay muy buenos gastadores y pocos trabajadores”.
“Que la gente de esta villa, la mayor parte de ella es muy pobre, y la demás no rica pero con mediana posada; y las granjerías de que tratan son pan y vino, y ganados y no de oficios; y lo que mejor en ella se cría es buen pan, y buen vino, y agua lo mejor de la comarca; y cavan y labran mal las viñas y viven bien”.
Otro hecho anecdótico al que también se hace referencia es la Capellanía que existe bajo el título de Nuestra Señora, la cual fundaría Martín Fernández, llamado “el Caballero de las malas abarcas” y que por nombre él se titulaba “El Marqués”, del cual decían los antiguos que era hijo del Rey de Aragón y que “huyendo de su padre se afincó en esta villa y fundó capellanía y le dejó buena heredad de tierras”.
El Visitador del Obispado por aquí llegó el 20 de mayo de 1655 y escribió que este lugar tiene iglesia con advocación a Santo Domingo de Silos, que aglutina una población de sesenta vecinos y que es del marqués de Flores Dávila. Además, las ermitas de San Sebastián y Nuestra Señora del Remedio están en muy buen estado.
Sin embargo, unos años después, vuelve el Visitador el 20 de mayo de 1569, siendo por entonces aldea de Uclés, y nos dice que el cura se llamaba Francisco García, natural de Torrubia del Campo y que su iglesia tiene una Capellanía que posee el licenciado Fernández, natural de Los Hinojosos, capellanía que tiene sesenta almudes de tierra.
La iglesia es de piedra y mampostería, con esquinales y cornisa de sillería, estando adornada por una torre de un solo cuerpo, de paramento liso para llamar la atención, con esa planta rectangular y sus cuatro huecos para campana. Durante muchos años hubo cuatro campanas, pero aquello fue hace tiempo –me advierte un vecino- alegando que él nunca lo vio.
En aquellos años del siglo XVI la iglesia ya necesitaba una nueva reparación. La puerta al sur era la principal, elegante con sillares unidos y arco de medio punto, pero las cornisas estaban deterioradas por las humedades. Se costeó por la vecindad, dejando su exterior en buen estado. Eran tiempos de cierta bonanza en las Tierras de Cuenca. Aquí se cita la existencia de buenos retablos, imágenes y algunos enseres importantes. Tal es el caso de la muceta de damasco carmesí bordada al romano que para la iglesia de El Acebrón hizo el bordador Juan Pérez, vecino de Cuenca.
En 1662 la parroquia del Acebrón tiene un estupendo órgano, realizado por el maestro de órganos Cristóbal Villalba. Se sabe con certeza de su existencia, por la petición que hizo el tal organero, vecino de Cuenca, al Provisor del Obispado para que inste al cura de El Acebrón, el licenciado Pedro Caja, a pagarle las trece fanegas de trigo que le renta del citado órgano.
En el siglo XVIII, el Censo del Marqués de la Ensenada, afirma que este lugar pertenece a la provincia de Toledo y al partido de Ocaña, que tiene 36 vecinos pecheros, 16 jornaleros y 2 pobres de solemnidad. No constan viudas y que conforman un total de 56.
A partir de 1833 pertenecerá a la provincia de Cuenca y a su Obispado.
Cuando la carlistada, las guerras civiles entre la regente María Cristina de Borbón y su cuñado Carlos María de Isidro por el trono de España, las tropas carlistas de Forcadell y Llangostera, en 1837, se atrincherarán cerca de Buenache de Alarcón a la espera de las tropas liberales del gobierno que se acercaban desde Madrid con el objetivo de dar caza al insigne Cabrera. Dos días llevaban por aquellos lugares, alertando con su presencia la tranquilidad de la zona. Ocuparon casas de aquellas poblaciones y, en algún caso, un pequeño grupo de la retaguardia comandada por el carlista Tallosa bajó hasta El Acebrón a coger agua de su pozo sin hostigar a la población, asustada por tanto soldado en sus calles. Después de alguna pequeña anécdota y cierto nerviosismo por las circunstancias, el grueso del ejército carlista se reunificó en Tarancón e inició su marcha hacia la población de Villar de Cañas.
La parroquial actual sigue teniendo esa acertada portada como entrada principal al culto por importancia y por única, alcanzando sus pináculos con bolas ese aletar de su cruz que vuelve a tener pináculos en su envoltura.
Ahora, el pueblo está bastante remozado. Su caserío ha alcanzado cierto gusto por la modernidad, aunque necesitarían algunos retoques en viviendas poco afortunadas. Sus gentes, son humildes y de buen carácter, haciendo de sus fiestas patronales el principal encuentro de regocijo, en tiempo y forma, donde los emigrantes –bastantes- allanan su vuelta para revivir aquellos años de infancia.
Ya no hay pozo de San Miguel para alardear, pero las gentes de El Acebrón siguen recordando sus quintadas, mayos y San Isidros. Los más atrevidos buscaron siempre en aquel cerro del Tenzo sus primitivas huellas históricas, ahora la vida reposa en torno a su fiesta del Cristo de las Misericordias, celebrado en tres veces al año, en Pentecostés, en tiempo de flores y en agosto, como patrón para hacer tradición, con profunda devoción y sentimiento.
El mantenimiento de la festividad hacia San Sebastián, el 20 de enero, es peculiar por su celebración donde los rollos de harina y huevo formando bolitas adornadas en miel provocan el delirio en esa subasta dentro de la propia iglesia.
Por Miguel Romero Saiz
Historiador y Correspondiente de la Academia Española de la Historia