¡EA!, LA PALABRA COMODÍN

¡EA!, LA PALABRA COMODÍN

   Decir ¡ea! es decir amén. Poner un broche definitivo a la conversación, un punto en boca, un se acabó. Se termina el discurso porque no da más de sí, porque no hay más que decir o no se sabe que añadir. Un vocablo ideal para indecisos. Cuando no sepas qué decir, pon un ¡ea! Porque también es una forma de salir por la tangente ante la hipótesis de un compromiso.

   Seña de identidad idiomática, moneda de cambio lingüística, el término viene usándose en Cuenca desde tiempo inmemorial, aunque no es la única provincia que lo usa… chovinismos, los justos. Nunca una palabra dio para tanto. Dos sílabas, dos vocales, han sido capaces de trascender tiempos y fronteras sin significar nada y expresar todo. Vocablo emocional, esta interjección es capaz de transmitir resignación, conformismo y hasta falta de argumentos, cuando no de interés, ante un asunto determinado. El pasotismo gramatical por excelencia. Un suspiro dialéctico, una genialidad del lenguaje para sincopar estados de ánimo, indescriptibles tal vez con palabras.   
 
    Pero no basta con decir ¡ea!, además se requiere un tono, una intención. Para enfatizar un sentimiento es preciso darle al término su correspondiente entonación e incluso acompañarlo con una mueca adecuada. Si se habla de un contratiempo, el ¡ea! debe acompasarse con un arqueo de cejas y un tono lastimero que se logra arrastrando la e (¡eeea!).  Si la ocasión lo requiere, el vocablo va precedido de un chasquido de lengua, reforzando así el “qué le vamos a hacer”, genuino significado de esta expresión.

   En el libro Conquensismos de Pedro Yunta Martínez se define ¡ea! como “una expresión típica de carácter indefinido”, lo que traducido al román paladino vendría a ser algo así como: “esta palabra se usa por aquí pero no se sabe exactamente cómo ni para qué”. Menos mal que el mismo autor editó un segundo volumen, ilustrado por él mismo, en el que la indefinición   se intenta aclarar en tres párrafos sustanciosos:

1-“Socorrida expresión, a modo de muletilla, que cualquier conquense tiene siempre a mano para “lanzar” un lamento, una queja, un suspiro y hasta un alivio, requiebro o comezón.

 2- El enfado o la sorpresa, y mil connotaciones más que tienen que ver con el estado de ánimo o la situación del momento.

 3- Así, entre el quedo “ea,ea” con que se acuna al bebé, y el estentóreo “¡ea!”, para arrear las caballerías en el trabajo, hay un sinfín de variantes donde elegir.”

   La Real Academia Española es más escueta y se limita a señalar que se utiliza “para denotar alguna resolución de la voluntad o para animar, estimular o excitar.” Fin de la cita.

   Por su parte, el Wikcionario, el diccionario libre, se esfuerza en sugerir un uso para estimular o animar a alguien o a uno mismo, arriesgando sinónimos como ¡ole!, ¡venga! o ¡vamos!; y comenta que es usada para expresar concordancia o condescendencia respecto a una opinión dada. También delimita el ámbito geográfico: en Andalucía y Cuenca (una página aún no creada, por cierto).

   El diccionario de Maria Moliner señala que “proviene del latín (“eia”) interj. Exclamación de énfasis con que se da más energía a algo que se acaba de decir o se va a decir. “He dicho que no, ¡ea! ¡Ea!, no tengo que darte más explicaciones”. Equivalente al “Vaya”. Se emplea también para animar”.

   Está claro que el término es ancestral, y su reminiscencia habría que buscarla en tiempos paleolíticos, cuando la estaca era elemento disuasorio   y el gruñido sistema de comunicación. Puede que ¡ea! fuera la palabra con más capacidad de persistir. De ahí a nuestros días es posible que el vocablo llegara a Cuenca en morrales de pastor por vía de la trashumancia. Y si la palabra ha sido capaz de agrupar a rebaños, no podía hacer menos por los humanos. Seguro que esta expresión, rotunda y mágica, lograba más de un consenso en foros de discusión. Como término diplomático no tiene precio y lo mismo sirve para no mojarse en política que para evitar polémicas que no llegan a ninguna parte o se malinterpretan. Nadie podría acusar a otro de haberle ofendido si se hubiera limitado a utilizar el vocablo comodín. Como dice el proverbio: jamás me arrepentiré de palabra que no dije.

   Una expresión parca ( viene al pelo  el latiguillo “ser parco en palabras”) que ocuparía un abecedario para ser descrita: Asertiva, Breve, Coloquial, Determinante, Enfática, Final, Gutural, Hiato, Interjección, Jaleosa, Lúdica, Llana, Modismo, Natural, Oportuna, Primitiva, Querida, Rotunda, Telúrica, Útil, Vehemente, Yugular y Zascandil.

   Todo esto y el mérito de haber trascendido límites geográficos y temporales convierten a este vocablo en una expresión digna de ser elevada a categoría patrimonial, sino de toda la Humanidad,al menos delas gentes que habitan la provincia de Cuenca. Sorprende que siendo parte de la idiosincrasia conquense no haya sido explotada para el turismo, en forma de merchandising. Solo una bodega del Provencio ha reparado en bautizar así a uno de sus caldos.

   Entre bromas y veras, tampoco sería desacertada la celebración de un Congreso del EA – y esta vez no son siglas-  capaz de reunir a lingüistas de aquellos lugares donde la expresión está en uso. Se evitaría así dar palos de ciego cuando se quiera hablar al respecto sin una base científica, como tal vez sea el caso.

   Llegando a este punto, conviene sacar a colación a Cervantes, el más certero con el castellano, que optó por un vocablo escueto para acabar su Quijote. Su descomunal obra termina con un vale por toda despedida. Así pues, y en su homenaje, este escrito no podía terminar de otra manera, ¡ea!

Deja una respuesta