Decir ¡ea! es decir amén. Poner un broche definitivo a la conversación, un punto en boca, un se acabó. Se termina el discurso porque no da más de sí, porque no hay más que decir o no se sabe que añadir. Un vocablo ideal para indecisos. Cuando no sepas qué decir, pon un ¡ea! Porque también es una forma de salir por la tangente ante la hipótesis de un compromiso.
En el libro Conquensismos de Pedro Yunta Martínez se define ¡ea! como “una expresión típica de carácter indefinido”, lo que traducido al román paladino vendría a ser algo así como: “esta palabra se usa por aquí pero no se sabe exactamente cómo ni para qué”. Menos mal que el mismo autor editó un segundo volumen, ilustrado por él mismo, en el que la indefinición se intenta aclarar en tres párrafos sustanciosos:
1-“Socorrida expresión, a modo de muletilla, que cualquier conquense tiene siempre a mano para “lanzar” un lamento, una queja, un suspiro y hasta un alivio, requiebro o comezón.
2- El enfado o la sorpresa, y mil connotaciones más que tienen que ver con el estado de ánimo o la situación del momento.
3- Así, entre el quedo “ea,ea” con que se acuna al bebé, y el estentóreo “¡ea!”, para arrear las caballerías en el trabajo, hay un sinfín de variantes donde elegir.”
La Real Academia Española es más escueta y se limita a señalar que se utiliza “para denotar alguna resolución de la voluntad o para animar, estimular o excitar.” Fin de la cita.
Por su parte, el Wikcionario, el diccionario libre, se esfuerza en sugerir un uso para estimular o animar a alguien o a uno mismo, arriesgando sinónimos como ¡ole!, ¡venga! o ¡vamos!; y comenta que es usada para expresar concordancia o condescendencia respecto a una opinión dada. También delimita el ámbito geográfico: en Andalucía y Cuenca (una página aún no creada, por cierto).
Está claro que el término es ancestral, y su reminiscencia habría que buscarla en tiempos paleolíticos, cuando la estaca era elemento disuasorio y el gruñido sistema de comunicación. Puede que ¡ea! fuera la palabra con más capacidad de persistir. De ahí a nuestros días es posible que el vocablo llegara a Cuenca en morrales de pastor por vía de la trashumancia. Y si la palabra ha sido capaz de agrupar a rebaños, no podía hacer menos por los humanos. Seguro que esta expresión, rotunda y mágica, lograba más de un consenso en foros de discusión. Como término diplomático no tiene precio y lo mismo sirve para no mojarse en política que para evitar polémicas que no llegan a ninguna parte o se malinterpretan. Nadie podría acusar a otro de haberle ofendido si se hubiera limitado a utilizar el vocablo comodín. Como dice el proverbio: jamás me arrepentiré de palabra que no dije.
Una expresión parca ( viene al pelo el latiguillo “ser parco en palabras”) que ocuparía un abecedario para ser descrita: Asertiva, Breve, Coloquial, Determinante, Enfática, Final, Gutural, Hiato, Interjección, Jaleosa, Lúdica, Llana, Modismo, Natural, Oportuna, Primitiva, Querida, Rotunda, Telúrica, Útil, Vehemente, Yugular y Zascandil.
Entre bromas y veras, tampoco sería desacertada la celebración de un Congreso del EA – y esta vez no son siglas- capaz de reunir a lingüistas de aquellos lugares donde la expresión está en uso. Se evitaría así dar palos de ciego cuando se quiera hablar al respecto sin una base científica, como tal vez sea el caso.
Llegando a este punto, conviene sacar a colación a Cervantes, el más certero con el castellano, que optó por un vocablo escueto para acabar su Quijote. Su descomunal obra termina con un vale por toda despedida. Así pues, y en su homenaje, este escrito no podía terminar de otra manera, ¡ea!