Quero, corazón de la Mancha Húmeda, es un escenario donde rememorar algunos de los pasajes literarios más importantes de nuestra lengua. Pero también donde contemplar vestigios de algunos de los paisajes históricos más importantes de nuestra tierra. En su Laguna Grande aún se percibe el ardor hiriente del agua y la sal. En sus blancas orillas, bajo el sol abrasador, se forman espejismos que recuerdan montones de este preciado mineral. Ya en el pueblo, la Calle del Salero Real nos invita a pasar bajo el dintel, ya solo en un juego de la imaginación, de este edificio histórico donde se depositó y administró la sal durante tantos siglos.
Y es que la sal y Quero van unidas de la mano. Y es que, aunque la sal, origen de la ubicua palabra actual “salario”, ha jugado un papel fundamental en la historia de nuestra tierra, en Quero ha sido cuerpo y alma. Este mineral ha coloreado, perfumado e influenciado el pueblo y sus gentes desde tiempos inmemoriales hasta las últimas décadas. Un producto indispensable para la supervivencia y codicioso para el comercio que en La Mancha, tierra de lunares de agua salina, encontró en pueblos como Villacañas, Villafranca, Lillo y Quero algunos de sus principales motores de producción.
Es importante aclarar que aunque se produjera esporádicamente sal común o halita, el mineral de cloro y sodio que se utiliza para condimentar las comidas, la sal que aquí se extraía era la Sal de Higuera, mineral de sulfato de magnesio y conocida hoy como Sal de Epsom. Sus propiedades eran variadas desde elaboración de abonos, tratamiento de la lana o, ya en el siglo XX, la industria farmacéutica. Cuenta Julio Sepúlveda, vecino de Quero, que también se tomaba en pequeñas dosis para aliviar el estreñimiento, produciendo resultados casi milagrosos.
Todo ello sucedía a partir de finales de mayo, si la laguna no se había secado. Entonces la laguna se dividía en partes como una tarta. Se podía llegar hacia el centro pero no pasar hacia los lados, pues pertenecía a otro trabajador. La sal “se hacía” no se sacaba. Y para ello se necesitaba una pala, cuidado y salero. Evitando que tocara la tierra y el cieno, se hacían pequeños montones. Después se llenaban espuertas de esparto que en las últimas décadas se transformaron en carretillas y a través de unas pasarelas de madera que unían el corazón de la laguna con la orilla, lugar donde se volcaban, formándose verdaderos cerros de sal. Desde aquí, primero en carros de mula y durante los últimos años en un camión, se llevaría al Salero o Alfolí donde se guardaba. De allí se administraba y comerciaba desde la estación de tren.
Era un trabajo duro, lleno de adversidades. El sofocante sol hervía el agua y la sal y su punzante ardor obligaba sólo a trabajar durante el amanecer y el atardecer. ¡Qué decir si eran las noches de verano con luna llena el momento más adorado! La lluvia disolvía la sal, la difuminaba en el cuerpo acuoso de la laguna y arruinaba todo el trabajo hecho. Y la sal… ¡Ay, la sal que al secarse la llamaban alfileres!
Sin documentos anteriores en cuanto a la forma de extracción, este es el procedimiento que al menos se usó desde 1918 hasta la década de 1970, tal como recordaban Miguel Bielsa e Higinia Sepúlveda en 2008 y Julio Sepúlveda en junio de 2024. Quizás siempre fue el mismo…
Pero lo cierto es que la extracción de la sal en Quero se remonta a través de los siglos. Aunque asociada a asentamientos prehistóricos, el primer documento que atestigua su explotación es de 1338. En este, la Corona de Castilla, a través del rey Alfonso XI, se convierte en la entidad encargada de la explotación de pozos, salinas y lagunas con sal del Campo de San Juan entre ellos los arrendamientos y la venta de sal de las salinas de Quero y Tírez. En el siglo XVI, la explotación de estas salinas pasaría a formar parte de la administración de Alcázar, al menos desde 1520. Durante este período parece ser una fuente, además de sal, de salitre para la fábrica de pólvora de Alcázar de San Juan. Un siglo más tarde, entre 1635 y 1639, encontramos que su administrador es el portugués Francisco Férnandez Méndez. Curioso es que se haya guardado su nombre no por él, sino por el juicio a su hija Ana Rodríguez, décadas después, acusada de judía por la Inquisición.
Para entonces, la sal, por su valor y necesidad, era uno de los principales e influyentes recursos de la Corona. Por ello, su precio, impuesto por esta, sufrió grandes y continuos cambios. Así, en 1633, la Corona lleva a cabo el estanco definitivo de la sal que supone la fijación del precio y se convierte, en este momento, en la principal fuente de ingresos del Tesoro. Sin embargo, esta medida de control y sus consecuentes sobreprecios, destinados a guerras y otras obras, generó un gran enfado en las clases sociales más bajas, provocando oleadas de contrabando.
En el siglo XVIII sigue formando parte indispensable de la Corona “la laguna de sal contigua a este ruedo, y una casa para el encierro de la sal que se labra y recoje”. Así menciona escuetamente la laguna el Catastro de Ensenada. El dibujo del ingeniero Domingo Aguirre en 1769 sirve para representar, humilde pero tiernamente, el abrazo inmemorial del pueblo de Quero y su Laguna de la Sal.
El siglo XIX supone la caída de la explotación salinera. Aunque es de especial interés, la cantidad de documentos donde aparece (1). En la década de 1820, Miñano menciona “una laguna salitrosa que se seca en el estío”; en 1832, se menciona que había un administrador, un guarda mayor, un teniente de administrador y un guarda de a pie; y en 1846 aparece que la Laguna Salada de Quero, propiedad del Estado, es administrada por las salinas de Madrid. Entre tanto, la primera guerra carlista (1833 – 1840) arruinó y despobló el pueblo de Quero. Unos años antes, entre 1821 y 1823, el Estado había intentado llevar a cabo el desestanco de la sal, cerrando salinas de baja productividad y elevados costes. Entre ellas la de Quero. Fueron tiempos convulsos, tristes e inciertos para el pueblo y su sal.
Pero fue la Desamortización de Madoz, en 1855, la que, definitivamente, tras cinco siglos, enajena a la Corona la Laguna Grande de Quero y la traspasa a manos privadas, en este caso a su primer propietario D. Leocadio Sánchez Guerrero. (2) Y finalmente, en 1869, debido a la agónica situación y el malestar popular, cuando las Cortes Constituyentes declararán definitivamente el desestanco de la sal. Esto supuso la enajenación total de todas las salinas y la implantación de una serie de medidas contributivas.
Y así, casi sin querer, llegamos a los vivos recuerdos de Miguel Bielsa, Higinia Sepúlveda y Julio Sepúlveda. Y es que el siglo XX ha recogido las voces y testimonios de la laguna y su sal. Para entonces era propiedad de la familia Cañamares, natural de Quero y descendiente de Leocadio Sánchez, quienes la administraron hasta la década de 1970 cuando la vendieron. Desde entonces, se transformó el modelo de producción y se terminó con aquella forma de extracción dura e inmemorial. Se construyeron balsas de evaporación alrededor de la laguna, aún hoy visibles, y se llevó a cabo un formato intensivo y comercial que finalmente fracasó.
Las salinas, tanto costeras o interiores como el caso de Quero, fueron desapareciendo como escenarios históricos e indispensables para la sociedad, la economía y el paisaje de nuestro país. También poco a poco, las voces que recordaban como con una pala “hacer sal”. El olvido las fue devorando como un fenómeno silencioso pero mortal.
Hoy, la laguna muestra sincera su alma, y también sus cicatrices. En su reflejo resplandeciente se dibuja el pueblo con su iglesia y sus casas. También las sombras de aquellas figuras que bajo la luz de la luna hacían la sal. Su rostro puro, blanco y brillante muestra las grietas abiertas de los últimos y desesperados intentos para extraerla. En su cada día más seca piel pasean y vuelan flamencos, chorlitejos y avocetas. También la digna memoria de las tantas familias y generaciones que clavaron en su piel tantos alfileres blancos.
(1) A través del Estado General de Hacienda encontramos nombres de algunos de sus empleados: en 1799, el Guarda Mayor, D. Manuel de Peralta y el Teniente, D. Juan Francisco Moñino y en 1808, sigue D. Manuel de Guarda Mayor, de Teniente aparece Félix Sáez y se añade un Guarda de a pie.
(2) Existe cierta confusión durante este período histórico. Durante esta década parece ser que se había cerrado pues en las memorias de las Salinas de España, de 1853, parece ser que ya no se explotaba la sal en Quero. Sin embargo, cinco años después, en 1858, se menciona que sigue existiendo la comandancia de Quero y hay un jefe con 18 empleados (14 dependientes y 2 cabos) en la laguna.
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