Algarra, el balcón del marquesado

Algarra, el balcón del marquesado

Todo te lo marca la devoción a la Virgen de Santeron.  Curioso lugar mariano, propio de aquel siglo XVI de alta tradición católica pero cuya raíz se alarga a la Reconquista en su afán propagandístico de la imagen de la Virgen María en todas sus acepciones.

En esta comarca muchos ejemplos, la Virgen de Tejeda, la de la Zarza, la del Pinar de Altarejos, muchas de ellas plasmadas en las cantigas alfonsinas y otras, como la de Santeron, con popular romería que desde el pueblo de Vallanca, en ese Rincón de Ademuz, adentra su tradición más festiva cada siete años desde su inicio allá por el 1718.

Origen

Pero la historia de Algarra es muy antigua. Tal vez antes de la llegada de los bereberes de la familia Ben Zennum, los mismos que hicieron feudo independiente del Califato de Córdoba en los albores del siglo X y que, haciendo capital en Aqaqla (Alcalá de la Vega), llegarían a dominar todo un vasto territorio serrano. Hasta aquí llegó su extensión, pues en lo alto del monte se elevó una pequeña fortaleza roquera, dejando a cuya falda, fueran ubicándose pequeñas viviendas de pastores que conducían buen ganado por aquellos excelentes pastos hacia Ademuz.

Las tropas santiaguistas ocuparon este lugar en la avanzadilla de Alfonso VIII, rey castellano que iniciaría el salto de la línea del Tajo en el siglo XII. Entre Moya y Cuenca, una serie de pequeñas torres dominaban los territorios de estos freires, levantando hospitales y pequeñas ermitas.

Edad Media

Durante este periodo, Algarra entrará a formar parte del alfoz de Moya, territorio que abarcará una extensa demarcación, desde el reino de Requena hasta el reino de Albarracín. Por estos lugares, tal vez más cerca de Salvacañete que de Algarra, cruzarían las tropas del Cid Campeador en su camino a Valencia.

Colgado en un monte con recubierta rocosa, pareciendo la quilla de un barco, de popa a proa, con sus restos de fortaleza llamada en tiempos “La Peligrosa” se acoge un caserío, no sé si al lado de una covachuela como dicen algunos por eso de buscar significado al término Alygarr o porque aquí tuvo que luchar, mucho y bien, Álvaro de Mariñas para su conquista después de tomar Moya.

Esta pequeña pero sobria fortaleza fue objeto de deseo del señorío de Albarracín y del reino de Requena, luchando a un lado y a otro, en función del destino de la historia.

Pues bien llamado “Balcón del Marquesado” por esa dependencia del marquesado de Moya, le hizo también pueblo de rica solera, basada en su rica vega y en sus pastos de buena cabaña ganadera.

Edad Moderna

Los tiempos de los Reyes Católicos determinaron la formación de Señoríos y Marquesados, agradeciendo con ello, los favores a la causa que estos lugares harían en la guerra civil castellana. Algarra tomaría partido por la infanta Isabel –Isabel I de Castilla o Isabel La Católica, por lo que –junto a las Tierras de Moya- formaría parte del marquesado de Moya a favor de Beatriz de Bobadilla y Andrés de Cabrera.

Los Comuneros, levantados en armas contra la llegada de los flamencos (Adriano de Utrech) que acamparon al pequeño rey Carlos I y V de Alemania en toma de posesión de la corona, tuvieron en estas tierras pasto de llamas con revueltas y altercados. Las tropas imperiales sofocarían las mismas, apresando a sus cabecillas y ahorcándolos frente a la iglesia de San Bartolomé de la villa moyana.

En estos tiempos, el pueblo alcanza su mayor población y se levantará la iglesia parroquial dedicada a la Asunción.

Edad Contemporánea

Más tarde, en los albores del siglo XVIII, las tropas austracistas del archiduque Carlos dominaron la zona frente a los partidarios de Felipe V, el Borbón, incendiando estos lugares y haciendo fuerte su fortaleza. Duró poco su dominio, pues fueron expulsados al cabo de unos meses, teniendo que marchar camino de Valencia.

Las guerras carlistas, sobre todo la primea de 1839, mantuvo a raya este territorio a favor de don Carlos María Isidro, fortaleciendo la zona, desde Cantavieja en el Maestrazgo, hasta Cañete y Beteta como baluartes frente al gobierno liberal de Madrid.

La facción de Valiente y también la de Marco, merodearon por toda esta zona, manteniendo su centro de operaciones en Garaballa y devastando la zona para recaudar tributos, víveres, caballos y “voluntarios forzosos”.

Mucho más intenso sería la intervención carlista en la tercera de las guerras, año 1873, cuando las tropas del brigadier Santés llegarían desde Chelva a dominar la ciudad de Cuenca y sus alrededores. Conquistada la ciudad y siendo perseguido por las tropas liberales del general Castillo, se refugiaría en estas tierras de Algarra, haciéndose fuerte en su castillo durante unos días. Después, tendrá que huir hacia Chelva, cuartel general del ejército carlista del entonces Carlos VII (Carlos María de Borbón y Borbón).

Durante la guerra civil de 1936-39, estas tierras formaron parte del frente de Teruel, estando ocupadas por los republicanos durante toda la contienda.

Patrimonio

Entre su patrimonio, la parroquial citada, cuya advocación a la Asunción le define con sobriedad y devoción.

Iglesia, de construcción pobre y rudimentaria, con muros de mampostería y cubierta a dos aguas. Orientado de este a este con la entrada en el muro meridional, descentrada hacia los pies.

Posee un atrio exterior y altos peldaños de piedra en la escalera de acceso con arco de medio punto adovelado en la entrada, cubierta por somero tejadillo. En la cornisa de la vertiente meridional destaca un alero con perfil de listel y canecillos, unos de caveto y otros como modillones de gola. Posee una espadaña de dos ojos para las campanas a los pies, en el lado de la Epístola.

Actualmente remozada, solemne y bien delineada se circunscribe entre los restos del lienzo amurallado que aún perduran, haciendo de este lugar un entorno curioso por su trazado donde el caserío lucha por mantenerse de pie en la ladera que le define. San Marcos es quien rige como santo por aquellos lares.

Esta iglesia que tenía su antigua entrada frente al muro norte donde queda como huella un arco ojival ligeramente apuntado con dovelas lisas, dedicada a la Asunción, cuyo templo aún guarda alfarjes en su techumbre con tablazón en sentido vertical, la misma que albergaba en tiempos antaños aquellas cofradías del Rosario y de las Ánimas, ahora desaparecidas.

Nos dice José Luis Rodríguez Zapata que “La  talla de la Virgen sedente con Niño es el prototipo de Virgen en Majestad o Trono de Dios. La talla no conserva policromía alguna y aparece sentada sobre un banco o escaño, frontalmente, con el Niño sobre su rodilla izquierda. La Madre, en actitud hierática, se cubre con velo ceñido a la cabeza y manto por encima, ambos sujetos por corona real; el manto cubre su hombro izquierdo, mientras que el derecho solo parcialmente, terciándose por encima de su rodilla y quedando desplegado hasta su pie; debajo luce túnica de escote redondo abrochado sobre el cuello, ceñida con cinturón, formando pliegues rectos y paralelos hasta los pies; con el brazo izquierdo sujeta al Niño, faltándole parte del derecho con el que sujetaría una manzana.  El Niño, al que le falta su brazo derecho, con el que bendeciría, así como su rostro, no obstante se aprecia que está coronado, que porta un libro cerrado, y viste con túnica ceñida a la cintura que le cubre incluso las piernas dejando al descubierto los pies descalzos frontales”.

Y quedan recuerdos de su ermita de San Cristóbal, porque ahora y siempre, sigue siendo su Virgen de Santerón, el santo y seña, esa imagen románica, de madera tallada, sedente, con el Niño Jesús en su rodilla izquierda, coronada con diadema tallada en la misma imagen, Dueña y Señora de toda esta serranía, a camino entre Cuenca y Valencia.

En su ermita, en ese amplio valle con montes que la circundan de extensos pinares y fuente de rico manantial acoge a las gentes de Castilla, de Valencia y de Aragón. En su interior, después de atravesar el porche, su ábside poligonal acoge a la imagen portada en sus andas a los sones de atabal y dulzaina. En lo alto, el artesonado mudéjar te abre la fiesta frente al coro de balaustrada de madera y afuera, la fiesta, el jolgorio, los bailes.

Pues toda esa vega, su devoción y su historia, bien pertenece al término jurisdiccional de Algarra. 

A mitad de camino, entre las viejas minas de caolín de El Cubillo, en otros tiempos deseado, cruzando pequeños rentos y caseríos, en tierras de raigambre íbera por ascendencia, recubiertos de la morisma y bienvenidos en pleitos de justicia por tierras comuneras en tiempos de los Cabrera como marqueses, Algarra soportó los tributos de sus señores y sigue siendo –a pesar de la acusada despoblación- un lugar de paso que mantiene interés por conocer y patear sus callejas.

Yo tuve la fortuna de diseñar su Escudo Oficial Municipal, y me siento orgulloso de ello porque me permitió investigar y hacer balance de sus tradiciones, costumbrismo y paisanaje de sus buenas gentes.

Visítenlo porque le enaltecerá el espíritu, seguro.

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