“Debemos desear que se establezca el cultivo por mayor de las zanahorias, ya que en ellas tienen los pobres labradores un alimento sanísimo, y los animales un pasto excelente; con la particularidad de que la tierra que dé zanahorias, producirá por esta causa en el año siguiente una cosecha riquísima de trigo”.
Francois Rozier, botánico y agrónomo francés (1734-1793)
Lillo es tierra de campo. Campo castellano y manchego levantado con el esfuerzo de la pobre prosperidad. Campesinos y labradores condenados al sudor, al cielo y al agua. Sobre la tierra esteparia del esparto y de las viejas encinas se fueron levantando el cereal, la vid y el olivo. La agricultura desde entonces fue, es y ha sido el eje fundamental de la vida de Lillo.
Pero en esta tierra llana, honda y larga, el agua escasea y se añora y se ruega piadosamente al cielo. Aunque su llanura y sequedad se refresca con las lagunas salitrosas del Longar, el Altillo y la Albardiosa son aguas salobres no apropiadas para su consumo. Por eso hay que abrir la tierra. Porque aquí el agua se esconde bajo el suelo, en galerías subterráneas, embolsadas en acuíferos. Aquí, en Lillo como en la Mancha, en lugar de mirar al cielo se comenzó a mirar el suelo. La falta de agua hace buscar el sueño en el subsuelo.
Así, gracias al ingenio humano de abrir las entrañas de la tierra y ahondar en sus misterios, se ha podido escribir el día a día de su propia historia. Es Lillo y La Mancha, reino de pozos y norias. Pozos excavados con las callosas manos del labrador y norias empujadas con el sudor de los burros para que, finalmente, el agua permita sembrar, crecer y cosechar huertas y cultivos.
Ya en 1565, a través de las Relaciones Topográficas de Felipe II, se habla que Lillo “es tierra de labores, aunque no es muy fértil; lo principal que en ella se coge es vino y trigo y cebada”. Pan y vino, seco estandarte de la vida castellana. Tiempos de escasez y tiempos de superstición religiosa donde se rezaba a Santa Inés para que guardara “por voto contra la langosta, gusanos y sabandijas que se comen las viñas y panes.” Y dos siglos después, en 1756, el Catastro de la Ensenada, distinguiendo entre tierras de cultivo de regadío y de secano, cita: “trigo, cebada, centeno, avena, vides y olivos, además de salicor y zanahorias.” ¡Zanahorias! ¡Zanahorias de Lillo!. Y es aquí donde comienza uno de los capítulos más sabrosos y curiosos de la historia de Lillo.
Aunque no numeroso ni expansivo, la zanahoria ha sido el cultivo identitario y singular de Lillo. En las Relaciones Topográficas se menciona misteriosamente que “hay cantidad de pozos, anorias de riego, donde se crían alguna hortaliza común.” Pero es dos siglos después, en el Catastro de la Ensenada donde se precisa que estas tierras regadas con agua de noria están “Reducidas a 160 fanegas cultivadas de barrilla un año y al otro se suelen sembrar de cebada, y cuando los años vienen escaso de granos se suelen sembrar de zanahorias para mantener el ganado de la labor y de estas habrá en este número como veinte fanegas que son de mediana calidad, y que solo sirven para solo cebada, y aunque se suelen sembrar algun tablar de hortaliza es para el consumo de sus dueños, en donde no puede pararse la consideración y en otras norias se hacen varios gastos.” Décadas después, en 1792, el cardenal Lorenzana menciona que la cosecha de hortalizas alcanza 30.000 reales. Por los precios indicados, no es atrevido aventurarse a pensar que las dichas hortalizas sean las zanahorias. Mucho menos al leer el Semanario de las Artes y la Agricultura de 1806.
Este histórico documento promovido por el ministro Godoy, entre 1799 y 1807, en las antesalas de la Guerra de la Independencia, refleja la singular importancia de las zanahorias en Lillo. Su autor es D. Vicente Ramírez de Arellano, vecino ilustrado de la villa del Corral de Almaguer y labrador de Lillo, quien comienza su escrito afirmando que “es la zanahoria una de las plantas más útiles que cultivamos, tanto por el poco dispendio, cuanto por el poco cuidado que exige al labrador y acaso la que le proporciona mayor ventajas. No son todo conocidos en nuestra Península sus usos y utilidades, ni su cultivo se halla tan extendido como debiera esperarse a vista del beneficio que rinde al labrador”.
Es tan singular y curioso el cultivo de zanahorias que Vicente Ramírez asegura que “solamente tengo noticia de que en Medellín, provincia de Extremadura, y en Lillo en la de La Mancha se crían con más abundancia las zanahorias, no porque los terrenos de estos pueblos sean más a propósito que otros de la Península para su cultivo, y sí porque sus moradores han conocido las utilidades de esta raíz.”
Zanahoria, divina lombriz. Prima del hinojo y el ajo, la zanahoria (Daucus carota) era bien conocida desde épocas antiguas. Ya mencionada por Plinio y Dioscórides en época romana, se impulsó su cultivo en época árabe en la Península. Sus flores blancas se transforman en minúsculos frutos. Pero su verdadero y preciado fruto es su raíz. Pero no se debe el pensamiento engañar con la zanahoria naranja que hoy viste y colorea tiendas y mesas. Esta variedad tiene un origen reciente: las huertas holandesas del siglo XVII.
Las variedades cultivadas en Lillo recuerdan a la remolacha. Robustas, bastas y azucaradas, así son descritas en 1806: “Cuatro son los géneros de zanahorias que se conocen y cultivan en Lillo: las unas blancas, otras con vetas encarnadas, otras amarillas o de color de oro, y las otras encarnadas borrachas que tiran a negras.” De estas cuatro clases se precisa que las dos últimas se cultivan con preferencia por ser “de mejor gusto, tiernas y sabrosas y embarnecen mejor que las dos primeras”.
El uso de la zanahoria en la vida cotidiana es tan interesante que merece mencionarlo en mayúscula. Es un manjar nutritivo para las caballerías. Así las describe D. Vicente Ramírez “Todos los animales domésticos comen gustosamente las zanahorias, de suerte que con seis o siete arrobas diarias se mantienen gordas y lucidas un par de mulas, sin dejar de trabajar, ni necesitar otro alimento” y añade que “es alimento excelente para los cerdos, así crudas como cocidas, y engordan mucho con ellas, siendo además muy sabroso”. La zanahoria, hortaliza divina de Lillo, manjar de la cuadra y el corral. Y relata un curioso caso ocurrido en 1802 cuando la Reina y su Regimiento permaneció en Lillo por Navidad y gracias a las milagrosas zanahorias “los caballos que tenian atrasadisimos, y en pocos dias se pusieron gordisimos, lozanos y lustrosos, a pesar de los fuertes yelos y frios que experimentaron en aquel tiempo”.
Pero no todo en las zanahorias era virtud y milagro, también eran ejemplo de escasez humana. Al igual que mulas y cochinos fueron consumidas por la propia población. Tiempos de miseria y supervivencia de los que perdura el cantar de la coplilla “Zanahorias de Lillo, pan de centeno, llenando la tripa todo es bueno”.
El siglo XIX es el gran apogeo de las zanahorias de Lillo. Y ello queda reflejado en algunos de los documentos oficiales más importantes de la época como el Estudio Geográfico de Miñano (1823) donde al describir la agricultura detalla “produce granos de toda especie y legumbres, sobresaliendo entre estas la zanahoria” o el Diccionario Geográfico de Madoz al confirmar “Trigo, cebada, avena, salicor, vino, aceite , y sobre todo la abundantísima de zanahorias, de las que puede sacarse azúcar por su dulce tan exquisito.”
De ella se dice que se llevaba a Madrid donde era especialmente requerida a la voz de “¡Zanahorias de Lillo!”. Esta fama de las zanahorias saltó incluso al panorama nacional y político de aquellos tiempos con la figura del Ministro de la Gobernación Venancio González “el de Lillo” (1821 – 1897). Este llegó a caricaturizarse en la prensa de la época montado en un burro con un manojo de zanahorias en la mano.
El siglo XX, aunque siguió la fama, fue el período de quiebra y olvido. De aquellas cuatro variedades de 1806 llegaron a nuestros días sólo las variedades blancas y tintas. Sin rastro de las doradas y de vetas encarnadas. Repuntó su cultivo en los años de escasez y miseria de la posguerra. Aún quedan registros fotográficos de carros y galeras atiborrados de zanahorias blancas y tintas, quizás camino de Madrid. En ellas quedó plasmada la mirada al infinito de las mulas y la mirada altiva de los mozos que las acarreaban.
Sin embargo, la cebada y la viña gobiernan hoy el campo de Lillo. El final del siglo XX fue el final de la zanahoria y son contados los labradores y agricultores que cultivan esta hortaliza a modo de homenaje a un tiempo extraviado. Y parece ser que la histórica semilla de las zanahorias de Lillo se ha perdido. Queda el recuerdo de algunos vecinos y sus bocas moradas al comer las zanahorias tintas. La zanahoria como el agua ha sido un sueño eterno que alimentó el esfuerzo y la pobre prosperidad de tantas generaciones de Lillo. Enterradas en el suelo han sido sus grandes tesoros. Dos tesoros enterrados bajo el dintel de esta puerta manchega.
BIBLIOGRAFÍA
- Álvarez, J. (1576). Relaciones histórico-geográfico-estadísticas de los pueblos de España hechas por iniciativa de Felipe II: Reino de Toledo. Universidad de Castilla la Mancha.
- Cuestionario de Tomás López. Biblioteca Digital Hispánica / Biblioteca Nacional.
- Girón-Pascual, R. (2018) Cenizas, cristal y jabón. El comercio de la barrilla y sus derivados entre España e Italia a finales del siglo XVI (1560-1610)
- Gómez Díaz, J. (1996). Lillo, mi pueblo, su gente. Madrid.
- Madoz, P. (1845-1850). Diccionario Geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de
Ultramar. - Miñano y Bedoya, S. (1826-1829) Diccionario geográfico-estadístico de España y Portugal.
- Respuestas Generales del Catastro de la Ensenada. (1752). Portal de Archivos Españoles (PARES).
- Semanario de Agricultura y Artes : dirigido á los párrocos de órden superior (1799)
El proyecto “Lillo: en busca del agua entre cuencas”, financiado por el Ayuntamiento de Lillo y la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha a través de los fondos de la Unión Europea-Next Generation UE, tiene como objetivo principal la puesta en valor de todo este patrimonio cultural, oficios y conocimientos ecológicos tradicionales asociados al ciclo del agua en el municipio de Lillo.
Vestal es una consultoría que apuesta por el fomento del turismo cultural en el medio rural.
Vestal busca recuperar aquellos saberes ancestrales en riesgo de desaparición, así como poner este patrimonio etnográfico al servicio de la población de una manera atractiva, sirviendo de cimiento para el turismo cultural y la repoblación rural.