Volver con la frente marchita,
las nieves del tiempo platearon mi sien.
…….
Y aunque el olvido que todo destruye,
haya matado mi vieja ilusión,
guardo escondida una esperanza humilde,
que es toda la fortuna de mi corazón.
……
Vivir con el alma aferrada
a un dulce recuerdo que lloro otra vez.
……..
Tango cantado por Carlos Gardel.
Durante el proceso de elaboración de un libro que empecé a escribir para narrar mi punto de vista en la experiencia del descubrimiento del yacimiento romano de Noheda, fui sintiendo paralelamente y con intensidad creciente toda una serie de sensaciones y de sentimientos que se configuraban y se acercaban a esa experiencia a la que conocemos con el nombre de exilio.
Ahora que el libro ya está terminado y podemos encontrarlo en las librerías y bibliotecas con el título “No sabe usted dónde se mete,” he querido incidir en todos esos sentimientos de los que hablaba anteriormente.
En la época de mi adolescencia, allá por los años sesenta, tuve que salir de Cuenca por razones fundamentalmente de tipo académico. Cuenca era la ciudad en la que había nacido y hasta entonces residido y la tuve que abandonar porque ya no podía ser el lugar para el desarrollo académico y personal que pretendía. A partir de ese momento ya no volví a residir en Cuenca, aunque he retornando intermitentemente por temporadas más o menos largas y también he mantenido el contacto con la familia y con los buenos amigos que de aquella época mantengo. Lamentablemente cada día se incrementan las bajas entre ellos.
Mi desarrollo profesional giró alrededor de la salud, más en concreto de la salud mental, en la que me desempeñé como médico psiquiatra especializado en psicoterapia. Parte de mi labor la dediqué a funciones didácticas impartiendo formación a médicos y psicólogos en el área de la psicoterapia.
En el año 2004 se me presentó la oportunidad de poder decidir el destino de algo de lo que se había tenido noticias en los años ochenta del pasado siglo: se trataba de unos indicios de mosaicos romanos que habían aparecido en tierras de la aldea de Noheda. Tomé la decisión de meterme a investigar lo que aquello pudiera ser, e inicié los trámites para conocer la entidad que podrían tener esos indicios de mosaicos romanos. Con la financiación del Instituto del Patrimonio de España, logramos iniciar una primera campaña de excavación en diciembre de 2005 que muy pronto confirmó el valor de los restos que allí se encontraban. Esa situación supuso para mí la posibilidad de ser útil a mi tierra de nacimiento, de poder retornar a ella para iniciar una relación en la que nos pudiésemos dar ambos lo mejor de nosotros mismos. Contaba con la posibilidad de que tanto mi desarrollo personal como el de mi ciudad de origen habrían tenido un curso paralelo: pensaba que si yo abandoné mi ciudad de nacimiento por la pequeñez de su tamaño y por su pareja pequeñez para las posibilidades académicas, y yo había conseguido un cierto grado de mi pretendida madurez, mi ciudad también se habría desarrollado y podríamos relacionarnos desde nuestras respectivas situaciones evolucionadas y maduras. No fue exactamente así.
En un principio las cosas parecían transcurrir con arreglo a ese guión y sentí, con una enorme satisfacción, que podía aportar a mi tierra lo mejor de los conocimientos adquiridos fuera de ella, manteniendo ambos una fructífera relación. Con el transcurrir del tiempo las cosas fueron cambiando y no para bien, ya que se fue introduciendo una desconfianza que inicialmente no existía y se fue produciendo un deterioro en mi relación con los responsables oficiales del yacimiento que tuvo su culminación en el año 2013 con el inicio de un expediente para la expropiación de los terrenos, que eran de mi propiedad. Aunque así pudiera parecerlo en un principio el mayor obstáculo que estábamos enfrentando no era la propiedad de los terrenos, ya que llevábamos ocho años de excavación sin apenas problemas, sino la enorme dificultad que manifestaba el establishment y la clase política para reconocerme como descubridor del yacimiento e iniciador de las campañas de excavación.
En esta situación, a diferencia de la anterior, no sentí que era yo el que abandonaba mi tierra, sino que sentí que era expulsado de un proyecto que radicaba en la misma, que se había iniciado por mi decisión y con mi iniciativa, que se iba desarrollando más o menos adecuadamente, pero en el que parece que a partir de un determinado momento ya no tenía cabida por no sé qué extrañas razones.
Sentir que eres expulsado de un proyecto que ha sido ideado, desarrollado y llevado a la práctica con tu significativa colaboración, no es una situación demasiado fácil de asimilar y las sensaciones que se tienen se empiezan a asemejar mucho a lo que conocemos como exilio. En ese aspecto me he sentido exiliado en mi propia tierra porque abandonar lo que ha sido tuyo y lo has sentido y querido como tal – no me refiero a la propiedad de las tierras, sino al proyecto que lideré en ellas – resultó un proceso muy complicado y doloroso. Como el tiempo a lo largo del cual perduró esa situación fue intenso y extenso, las dificultades se incrementaron porque al exilio impuesto por los otros hube de sumar el que yo me impuse. Mi propio exilio empezó a tener lugar justo en el momento en que llegué al convencimiento de que nunca retornaría a participar en las tareas del desarrollo del yacimiento, yacimiento que contribuí significativamente a descubrir y conservar.
Fue entonces cuando me tuve que distanciar emocional y definitivamente de todos los lazos que me unían a la excavación y al yacimiento de Noheda, mi hijo hasta ese momento, cuando empezó a consumarse la sensación del exilio completo: me habían echado de allí y hube de enfrentar la dureza del exilio exterior, pero yo también tenía que irme, tenía que exiliarme internamente, tomar distancia, para sobrevivir emocionalmente. Y ya Dante Alighieri nos advertía de que cuando abandonas las cosas que más entrañablemente amas, estás lanzando el primer dardo que dispara el arco del exilio.
Los pueblos, al igual que las familias y las personas, demuestran su grandeza en función de su capacidad para la acogida, especialmente si aquello que se plantean acoger es en alguna forma diferente, ya sea por razones culturales, religiosas o económicas, a lo que previamente los constituye. También muestran su fuerza y su cohesión los pueblos, las familias y las personas, cuando demuestran ser ese lugar en el que cabe la sinceridad y la generosidad, se produce el reconocimiento y reina la justicia, pudiéndose tramitar adecuadamente los asuntos de interés común. Cuando no sucede de esta manera y priman los elementos endogámicos, o no se tiene la cintura y la elasticidad suficiente para resolver los problemas complejos que vayan surgiendo, es más que posible que se produzca un encerramiento en lo propio y una defensa frente a lo ajeno que puede resultar numantina. Cuando se alcanza esa situación, los pueblos, las familias y las personas se encastillan en sus supuestas fortalezas y quedan condenadas a una situación de endogamia y aislamiento que no las conduce sino a una situación de empobrecimiento del que es difícil escapar si no se derriban los muros defensivos con los que se han encastillado.
Dice un proverbio chino que cuando soplan vientos de cambio, unos construyen murallas y otros construyen molinos. La opción que tomemos cuando soplan esos vientos de cambio puede ser trascendental para nuestro devenir, ya que implican consecuencias y derivadas a nivel de nuestra propia existencia. Es cierto que hemos nacido y nos hemos criado en tierra de castillos, tanto, que los llevamos en el nombre de nuestra autonomía y en nuestra bandera; pero no es menos cierto que somos también tierra de molinos y que estos forman también una parte muy importante de nuestra identidad.
Por su parte Salvador de Madariaga, decía: “Soy liberal porque creo que lo primero es la libertad. Soy socialista porque creo que hay que velar siempre porque las libertades individuales no se ejerzan contra el bien común. Soy conservador porque estimo que sin un mínimo orden no puede haber ni libertad ni justicia”. Este pensamiento refleja con exactitud lo que yo considero que debe ser una identidad bien integrada, en la que forman parte pensamientos o ideologías diferentes, e incluso contrapuestas, pero no enfrentadas. Esa identidad es igualmente válida para las personas, las familias y los pueblos. Es lamentable en este sentido que los grandes liberales españoles como Salvador de Madariaga, hayan pasado al olvido más que a la historia. Sería estupendo que volviesen, que rescatásemos las mentes con capacidad de crítica y de síntesis, a la vez que desdeñamos las romanzas de los tenores huecos y el coro de los grillos que cantan a la luna, distinguiendo claramente las voces de los ecos, como muy bien nos aconsejaba Antonio Machado.