“Para cazar en el agua, lo primero que se necesita son barcos, y en la Mancha no los hay. La afición del manchego no llega al extremo de comprar un barquichuelo. El manchego es andariego, incansable, duro, pero no llega á ser mañoso: caza las liebres y las perdices con las piernas, los perros y la escopeta, sobre todo con las piernas; pero no caza patos, porque éstos hay que cazarlos con la inteligencia.”
Julián Settier en diciembre de 1888
Desde esta loma el atardecer, la Laguna del Taray son tres puntos suspensivos. La quietud de sus aguas sobre la llanura que se alarga hacia Quero, embelesa los sentidos, abruma la mirada y sosiega el pensamiento. En su reflejo, los carrizos y aneas desnudan sus pardos penachos para engalanarse con coronas de oro de un sol de poniente. Son tres puntos que dan por conocida la cegadora luz del día y sus sofocantes silencios. Tres puntos que abren un ocaso misterioso para vestirse de un final hechizante, casi eterno.
En este crepúsculo manchego, ancho y profundo, el aleteo de un bando de aves, en la laguna el bogar de una barca y en el firmamento los tres primeros luceros recuerdan a los tres puntos suspensivos que el concierto de la vida continúa.
La laguna del Taray es un viejo lugar de inspiración para los amantes de la naturaleza y de antigua devoción para la barca y la escopeta. Un paraíso noble en mitad de la sufrida llanura campesina. Y es que sus aguas salobres, camposanto de las aguas del río Riánsares y tesoro del término de Quero y de La Mancha, han cambiado de usos y manos a lo largo de los siglos.
En sus primeras referencias, en 1575, a través de la Relaciones Topográficas dice tajantemente que “hay una laguna que se dice del Taray que es de ningún aprovechamiento”. Y es que para entonces, los humedales eran tierra fértil de mosquitos y cuna de enfermedades como la malaria o el paludismo.
Será dos siglos después, en 1756, cuando, en el Catastro de la Ensenada, se dice que destaca la Laguna del Taray por “su pesca de tencas”. Aparece así una de sus grandes usos históricas, la pesca. Detalla su fluctuante caudal anual que “por no tener agua permanente no es anual su producto a causa de quedarse en seco los años cortos de agua y los que son abundantes de lluvias es preciso cebarlas”. En la primera mitad del siglo XIX, Miñano (1823) y Madoz (1845) el cual da una detallada descripción de la laguna (1), se vuelve a destacar por su abundante y constante pesca de tencas.
Pero fue, casual o paradójicamente, el Ministro Madoz, quien, en 1859, a través de su desamortización, arrebató la laguna de las manos comunales de Quero y las entregó a manos privadas. Así su primer propietario fue Juan Antonio Gonzalo Hernández, condecorado militar en la primera guerra carlista (1833 – 1840). Aquella misma guerra que tanto daño hizo al pueblo de Quero, otorgó las primeras gestiones privadas a este paraíso natural quereño. Desde entonces aparecen sucesivamente una serie de documentos de arrendamientos, en 1863 (2), 1891 (3) y 1911 (4), de diferentes partes internas y aledañas a la Laguna del Taray.
Supuso este transbordo de lo público a lo privado, un punto de inflexión para este entorno natural. Fue desde entonces cuando la caza acuática se alzó frente a la pesca como eje motor de El Taray. Para el mantenimiento de este uso cinegético a lo largo de todo el año, se construyó un sistema de presas y compuertas para conseguir represar el agua de primavera para el verano. Con ello se aseguraba la cría de las aves acuáticas. A finales de verano, se abrían y se quitaban los lodos para de nuevo, con las lluvias de otoño, como segunda primavera, se volvía a represar para aguantar el invierno. De esta forma, el escenario para la caza de patos estaba preparado para subir el telón a la alta sociedad de la época.
Y es que la caza de patos y El Taray se fusionaron en un solo ente. Un ente que movilizó a los círculos elitistas de aquella España de finales del siglo XIX. Uno de sus promotores fue D. Francisco Marti de Veses, quien impulsó la Sociedad de Cazadores y otorgó la fama al Taray como un idílico lugar de caza.
Y es durante esta etapa, en 1888, cuando aparece la más bella imagen histórica de la laguna del Taray que ha llegado hasta nuestros días. Se trata de la descripción de una cacería ocurrida el 26 de noviembre de 1888 e inmortalizada en “Sobre las cacerías de patos en La Mancha” para la revista El Campo.
Su autor es Julián Settier y las palabras que bañan su artículo, sumergen la imaginación en las tranquilas aguas abrazadas por juncos, carrizos y eneas. Por un momento, uno parece estar acompañado por el Conde de Balmaseda, Guillén y Carcedo y uno de los guardas, Andrés entre “bandos de zarcetas, el graznido de los azules y el estrépito de los escopetazos”.
Entonces una cacería de patos precisaba de muchos brazos y de muchos carros. Se aventura a pensar Settier que “¿Qué hubiera hecho el pundonoroso D. Quijote si en sus tiempos se tropieza en uno de los interminables cuantos fangosos caminos de la Mancha con tan extraña comitiva de carros cargados de barcas, tinajos de madera, patos de corcho, puntales et sic de ceteris?” Y es que Settier detalla lo indispensable para una cacería de patos: “barcos, puestos, cimbeles, puntales y carrizo”; y por otro lado lo indispensable para su ocio y compañía: “carne, comestibles, agua potable, vino, camas, colchones, una impedimenta”.
En El Taray, una cacería de aquella época, además de sus materiales, precisaba de rituales. La noche anterior se sorteaban en la casa de la finca, los puestos. Para entonces, El Taray no admitía número de caza. Y quizás en una noche como aquella resonarían las palabras del guarda Andrés sobre el crepitar de la lumbre y las “gorgoritas” del vino en la garganta “que en el Taray se pueden colocar cuatro o cinco puestos para tirar patos, en su mayor parte azules, y por la tarde mil tiros volteando a las gallinetas”.
Y al fin, el gran momento. Mucho antes de que despuntara el sol, estaban los cazadores en el embarcadero. Y he aquí el verdadero protagonista de la jornada. No el cumplidor propietario, ni los sedientos invitados, tampoco los inocentes patos, sino el barquero. Y es que era el barquero la figura principal y la quintaesencia de la cacería. Era su maña, experiencia y sabiduría el que transportaba, aconsejaba y ayudaba al ojo del cazador y su escopeta.
Y qué mejor que sentarse en la barca con las palabras de Settier y ver “el barquero ó guarda á popa; en el medio, el cazador sentado en una silla, de piernas cortas y ancho asiento; á proa, la cesta con el almuerzo, el saco ó cajón de cartuchos á granel y las dos escopetas colocadas al alcance de las manos, en forma de cruz, sobre las bandas; alfombra de carrizo, abrigo de pieles y perfume de tabaco.He ahí el barco de guerra, cuando el guarda, clavando la percha en las ovas, la empuja en dirección á la barra enemiga. El cazador regalón y sedentario no ha inventado nada más cómodo.” ¡Qué imagen sería aquel desfile de barcas entre los carrizos y cañaverales al compás ronco del carricero y la mirada atenta de garzas y garcetas!
Y así, con el bogar del barquero iba llegando cada cazador a su puesto. El escenario estaba listo, faltaba subir el telón y ver a los verdaderos protagonistas. Porque aunque haya sido la reseca llanura manchega tierra fértil de conejos y perdices, ha escondido en el Taray y en sus otras lagunas, otro preciado botín. Nada tiene que envidiar estos oasis, como solitarios edenes, a las desbordadas marismas y albuferas. Por ello, el madrileño y aristócrata Settier, como ya hizo el de Alcalá, en ese intento de ridiculizar la Mancha se lanza a decir que si “fuesen valencianos los pobladores de la Mancha, y ni un pato ni una focha habría allí para un remedio.”
¿Y qué especies eran las más queridas? Entre “aquellos infinitos é inolvidables bandos de azules, paletos, zarcetas y silbadores, que hendían los aires de acá para allá, siempre fuera de la jurisdicción de la escopeta” lo más requerido era el ánade real o azulón (Anas platyrhynchos) y el pato colorado (Netta rufina). Por su tamaño y su vuelo al aire. Luego están los paletos o patos cuchara (Spatula clypeata) y los rabudos (Anas acuta) o silbones (Mareca penelope). Y, por otro lado, las zarcetas o cercetas comunes (Anas crecca), pequeños patos de vuelo bajo y ágil, que, aunque con poca carne, eran un reto para el juego entre el ojo y el gatillo de la escopeta. Y por último, las menos apreciadas, por su inocencia y facilidad, las fochas (Fulica atra) y gallinetas (Gallinula chloropus). El cazador esperaba a todas estas especies, sentado, tranquilo, fumando. El barquero llegaba a cargar las escopetas y era luego el encargado de con la barca ir buscando las piezas. Lo certero o errante del disparo.
Cuando en el horizonte, los Montes de Toledo, iban devorando al sol, reaparecía la figura del barquero. Con su voz, avisaba de la partida, pero antes tocaba ir a recoger las piezas caídas. Sólo él sabía cómo llegar a algunas de ellas. La expedición según cuenta después Settier fue una hermosa derrota para los cazadores, quienes ya pernoctando en Villafranca de los Caballeros “con cien patos, cinco abutardas y pocas ilusiones” sarcásticamente apuntó que “nos ocurrió en el Taray lo que á aquellos que van á Roma y no ven al Papa”.
Aunque no haya un texto más claro y preciso para comprender una jornada de caza en El Taray, acogen sus aguas una de las plumas más valiosas de la literatura castellana. Fue Miguel Delibes, entusiasta y andariego cazador, quien visitó varias veces la Laguna del Taray. Y quedó tan prendido de su paisaje y halo que la inmortalizó en 1965 en el “Prólogo a un libro sobre la caza de patos que no llegó a escribirse”. En él narra de una forma exquisita y breve una cacería en el Taray, donde el protagonista, no podía ser menos, es el propio barquero. El barquero Antiloquio, al igual que un siglo antes, transporta, enseña y ayuda a Miguel Delibes y a su hijo a dar con los paletos, azulones, silbones y cercetas.
Entre el deleite literario, Miguel Delibes hace un bello recorrido sonoro al decir que “el rabudo silba, la garza trompetea, la gaviota ríe, el avetoro muge, la cerceta carretona chirría, el archibebe modula…”. Un pasaje histórico desconocido pero que, a modo cervantino, ensalza El Taray a las cumbres de la inmortalidad.
Y sesenta años después, en mayo de 2024, Prisco, quien fue guarda de la Finca contigua del Masegar y Arroyo Morón, recordaba, como si hubiera escuchado y conocido a aquel Julián Settier, los mismos detalles del funcionamiento de aquellas nobles cacerías. Aunque en estas fincas, las cacerías eran de mucho menor tamaño; las piezas, materiales y rituales eran idénticos.
El Taray, edén de la caza de patos, hoy acoge otro estilo de caza: la fotográfica. Ha cambiado la escopeta por la cámara y los puestos de caza por escondites llamados “hides”. Desde aquí, se “cazan” instantes irrepetibles, llenos de vida, de aquellas especies que antaño luchaban por su último aleteo. Y todo ello embadurnado por la mágica luz del alba y el ocaso.
Y es que los crepúsculos en la laguna del Taray son una mezcla de sensaciones y ritmos. La luz majestuosa arrolla las pupilas donde la belleza natural y el movimiento lento del bogar de la barca se convierten en poesía. Decía Settier que “La vista se recreaba con los secretos de la luz y el oído con las selváticas armonías de la caza.” Tardes coloridas, ensoñadas, inmortales y casi quijotescas.
(1) “en el centro (…) se ven 4 islas, en las cuales hay muchas fustas de carrizo, eneas, juncos etc., y se crían lobos, zorras y nutras, y en las aguas se ven de continuo ánades de todas clases”
(2) (1863) Se arriendan los pastos del quinto denominado Saladares colindante con la Laguna del Taray.
(3) (1891) Sacar a la venta en pública subasta las fincas siguientes (Diario oficial de avisos de Madrid. 28/7/1891) :
- La cuarta parte de una laguna denominada del Taray, partido de Quintanar de la Orden, término de Quero, provincia de Toledo, de 469 fanegas de cabida, que linda por Norte y saliente con la vega, propiedad del Sr. Mazón. Mediodía y Poniente tierras que se describirán.
- La cuarta parte de una casa, situada en dicha laguna, compuesta de planta baja y principal con un gallinero.
- La cuarta parte de un palomar en la misma finca y en el desagüe de la citada laguna con una casa adosada al mismo que sirve de vivienda al guarda.
- La cuarta parte de un palomar con palomas detrás de la casa anterior.
(4) (1911) Se arrienda la pesca de la «Laguna del Taray», 200 hectáreas de superficie, a cinco kilómetros de la estación de Quero (líneas de Andalucía y Valencia). Para más detalles diríjanse al señor marqués de Gallegos, Toledo.
Referencias
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- Settier, J. (1888) Revista El Campo “SOBRE LAS CACERÍAS DE PATOS EN LA MANCHA”
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Vestal busca recuperar aquellos saberes ancestrales en riesgo de desaparición, así como poner este patrimonio etnográfico al servicio de la población de una manera atractiva, sirviendo de cimiento para el turismo cultural y la repoblación rural.