Fue el azar lo que hizo coincidir dentro de una misma diligencia al conde de Teba, de mediana edad, con un joven viajero francés apasionado de las cosas de España. Corría el año de 1830. El conde de Teba, Cipriano Palafox y Portocarrero, era un militar afrancesado que había combatido en el bando de Napoleón durante la guerra de la Independencia. Tras ésta, se exilió a Francia acompañando al rey destronado José I y siguió combatiendo en Europa. No cabe duda de que ambos tenían muchas cosas de las que hablar respecto a ambos países colindantes. El joven era Prosper Mérimée, un brillante escritor, amigo de Victor Hugo y de Stendhal. Nace entre ellos la confianza y el aprecio que pronto fraguará en constante y profunda amistad, ampliada a toda la familia del conde: a su mujer María Manuela y a sus hijas Francisca y Eugenia, muy niñas por entonces. Cuatro años más tarde, el conde de Teba hereda el condado de Montijo y con él el castillo de Belmonte. Fallece en 1839. Francisca se casará en 1844 con el Duque de Alba y Eugenia en 1853 con el emperador Napoleón III. No se podía llegar más alto. Eugenia será la que, a la muerte de su padre, herede el castillo.

Fruto de sus lecturas literarias e históricas sobre España y de su fabulosa inventiva, Mérimée publica, con 22 años, su Teatro de Clara Gazul, escrito por una imaginaria actriz y comediógrafa granadina, alter ego del autor. Tenía 27 años en aquel su primer viaje con el que sellará definitivamente su devoción por esta tierra. Y volverá de nuevo en 1840, 1845, 1846, 1853, 1859 y 1864. Casi siempre en compañía de la condesa. Estos siete viajes están descritos en numerosas cartas en las que demuestra su gran conocimiento de la política, de la cultura y de la sociedad españolas. En algunas de ellas da cuenta de su ida y estancia en Belmonte acompañando a la condesa y su comitiva.

Mérimée se hizo famoso mundialmente por ser el creador del personaje de Carmen, protagonista de su novela homónima y de la ópera de Bizet basada en ella. Algo “subversivo” apreciarían los creadores de la famosa copla española cuando defendían en pleno nacionalcatolicismo una Carmen “cristiana y decente”, una “Carmen de España y no la de Mérimée”. Pero la gente no conocía el cuento de Mérimée, sino la ópera de Bizet con un libreto muy diferente y literariamente inferior. Se ha ignorado y se ignora, por otra parte, todo lo demás que Mérimée ha escrito sobre España. Mérimée es más un hispanista que un visitante simplemente curioso. Él fue crítico con los viajeros superficiales y poco objetivos. Visitó asiduamente los archivos para escribir una biografía cualificada del rey Pedro I. Estrechó lazos con personajes importantes de la cultura española, especialmente con el malagueño Serafín Estébanez Calderón. Tuvo buenas relaciones con el cordobés Juan Valera, uno de los escritores con más estilo del siglo XIX español.

La expedición a Belmonte de finales de octubre de 1859 tiene como objeto la supervisión de las obras que se están llevando a cabo en el castillo. Mérimée ejerce desde 1834 hasta 1860 el cargo oficial de inspector de Monumentos Históricos y trabaja en estrecha relación con el arquitecto Viollet le Duc. La emperatriz había encargado la restauración a Alejandro Sureda, precisamente el mayor seguidor en España de los métodos de Viollet le Duc. Comprendió que su castillo de Belmonte tenía tanto o más mérito que muchos de los edificios medievales rehabilitados en Francia. Quiso restaurarlo como se hacía en aquel país por aquellos tiempos, según los parámetros y exigencias de la vida burguesa. Mérimée consideró que para hacerlo habitable se requerían, por lo menos, tres o cuatro millones de reales. Según algunas fuentes no se pasó de millón y medio. Quién sabe qué habría ocurrido si el emperador no hubiera sido destronado por la Tercera República. ¿Hubiera culminado la emperatriz las obras?

El 21 de octubre de 1859 Mérimée le escribe desde Madrid a Jenny Dacquin: “La semana que viene voy a hacer una excursión por la Mancha, para visitar un viejo castillo de la emperatriz”. El 31, un día después del regreso, le escribe a Fanny Lagden, el 1 de noviembre a la princesa Mathilde y el día 3 a la Sra. Delessert. En estas tres cartas nos revela algunos pormenores muy interesantes sobre su viaje a Belmonte.
El viaje en tren desde Madrid, aprovechando la recién inaugurada línea ferroviaria Madrid-Alicante, se le hace demasiado lento. Desde la estación (1) hasta Belmonte transitan en galeras (2). Van los viajeros tendidos sobre blandos colchones para mitigar el duro traqueteo. Según Pascual Madoz, por aquellos tiempos los caminos de Belmonte “se encuentran en un estado deplorable”. Y Mérimée lo corrobora. “Gracias a un gran número de mulas muy briosas, recorrimos cinco leguas en siete horas por una tierra tan llana que…… ¿Llana he dicho? Llana como el mar cuando está agitado. Carriladas, piedras, ríos…, nada falta en ese camino” (3).

Llegan de noche, cansados y con hambre, pero Belmonte los recibe por todo lo alto. El pueblo vitorea a la condesa y aplaude a su comitiva mientras enarbolan multitud de antorchas en medio de una noche fría y oscura. Los fuegos de artificio rasgan las tinieblas del cielo y enardecen la ovación. Un organista ameniza su llegada mientras las autoridades locales les honran con sus discursos. Las monjas del convento los obsequian con un delicioso surtido de dulces. “Esta espléndida recepción no nos evitó pasar mucho frío, pues sólo había un pequeño brasero en toda la casa y no se veía ni una chimenea…” (4). En todas las cartas se queja del terrible frio de esa noche y de las noches y días siguientes: “A pesar de un frío de perros y pese a la lluvia, dibujamos y nos dimos paseos: de modo que todos estamos acatarrados. Ayer tenía fiebre; hoy estoy bastante bien, salvo estornudos sin fin” (3). “…Un frío penetrante, lluvia de vez en cuando y agua tan pestilente que no me gustaba lavarme con ella. La segunda noche que estuve allí tuve un ataque de espasmos muy dolorosos, y después un gran catarro” (4). “Hacía un tiempo horroroso y un frío siberiano. En toda la casa no había más que un sólo brasero” (5). Y para postre, el castillo se le representa “muy bello, pero enormemente siniestro” (3).

Destaca el entorno deforestado y llega a hacer sobre ello lo que parece un chiste o una exageración, pero que puede ser un dato real: “Los vecinos más viejos de Belmonte recuerdan que antaño hubo un árbol en la carretera de El Toboso…Actualmente, salvo trigo y cardos, no hay ninguna otra apariencia de vegetación en diez leguas a la redonda” (3). Esto concuerda, más o menos, con lo que leemos en Madoz. El carboneo intenso y constante de los últimos decenios había acabado con sus carrascales y pinares. El escudo de Belmonte está representado por un castillo flanqueado por una carrasca y un pino (6). Deben ser los únicos que quedaban por entonces. Hasta el siglo XIX se mantuvo en gran parte el paisaje descrito en las Relaciones Topográficas de 1579: “Que este pueblo se llama Belmonte, y desde su principio ha tenido este apellido. La causa de llamarse así es porque ha tenido y tiene un monte de mucha belleza, de encinas muchas y notablemente altas y gruesas, en un llano muy apacible de muy graciosos pastos…”.

Según Madoz hacía poco que había habido también plantíos de higueras y de moreras para la cría del gusano de seda. Que luego fueron sustituidas por viñas que también se arrancaron y que, finalmente, todo se redujo a cereal. Así lo encontró Mérimée.
A pesar de lo mal que lo pasó, Merimée le reconoció a Belmonte su gran recibimiento, la belleza del castillo, las seguidillas manchegas que se marcaron tres hermosas mozas belmonteñas y, sobre todo, la “arquitectura de dulces” con que las monjas del convento los agasajaron.
“Lo que me interesó un poco fue la gente que vive en aquel rincón. Tres o cuatro mujeres jóvenes que nunca han estado en Madrid y que no conocen otro espectáculo que el Corpus Christi en Belmonte. No sé si entre los varones -allí como en otras partes muy por debajo de las hembras- pueden encontrar quien se acueste con ellas, pero los ejemplares que he visto eran muy mediocres. Bailaron por la noche poco más o menos -pienso yo- como bailaba la señora de Sevigné en su juventud con los brazos y las caderas, con bastante salero” (5).
Bien es verdad que en sus cartas y en su obra suele alabar a la mujer española por encima de todo. Seguramente en honor a la condesa y a la emperatriz de las que se siente siempre en deuda. Por el contrario, a los hombres los deja a la altura del betún. En su defensa y descargo me atrevo yo a suponer que, posiblemente, los mozos más garridos de Belmonte estuvieran combatiendo en la guerra que por entonces se libraba en África.

No puedo menos que compadecerme, a pesar de todo, del pobre Merimée cuando, tras todo lo dicho, confiesa finalmente a Fanny Lagden: “Volvimos ayer después de una ausencia de cinco días, y todos derrengados”.
Él estaba enamorado de la España cálida, de los jardines del Sur y los huertos frondosos de naranjos y limoneros, de las andaluzas graciosas y vivaces como la condesa y su hija la emperatriz. No apreciaba mucho la Meseta adusta del trigal y el barbecho. Así se lo afeaban sus admiradores Azorín o Unamuno, cantores de Castilla. Merimée realmente, como tantos otros viajeros del siglo XIX, sentían especial predilección por Andalucía.
Quiero creer que si, en vez de enfrentarse Mérimée a un temporal de frío arrastrando la vejez prematura que ya lo atormentaba, hubiera venido a Belmonte en el mes de mayo unos años antes, quizás hubiera sido muy diferente la impresión que el escritor francés se llevara de esta tierra. Hubiera gozado de una temperatura agradable, un paisaje lleno de luz y del interminable verdor de los cereales tiernos, rojos de ababoles, amarillos de tamarillas y anteojos de Santa Lucía, morados de espuelas de caballero, azules de chupamieles. Hubiera gozado del canto de las alondras y las calandrias. Y quizás lo hubiera deslumbrado la oronda presencia de la última carrasca. Él se lo perdió.

(1) El autor no menciona el nombre de la estación. Hay quien afirma que la estación sería la de Quintanar de la Orden. Esto no es posible, por la sencilla razón de que ésta se abrió en 1909. Debió de ser la de Campo de Criptana, que era la más próxima a Belmonte viniendo de Madrid, pero no he podido encontrar este pormenor en ninguna fuente.
(2) Las galeras eran carros grandes de cuatro ruedas, normalmente entoldados.
(3) Carta del 1 de noviembre a la princesa Mathilde, sobrina carnal de Napoleón III.
(4) Carta del 31 de octubre a Fanny Lagden. Desde la muerte de sus madre, con la que convivió durante los últimos quince años de ella, Merimée fue cuidado hasta sus últimos días y bajo el mismo techo por Fanny y su hermana. Fanny debió tener una relación más profunda que la reconocida por el escritor pues están enterrados juntos.
(5) Carta del 3 de noviembre a la Sra Delessert (Valentine).Valentine fue seguramente la más querida por Mérimée entre todas sus amantes.
(6) A la pregunta séptima de las Relaciones Topográficas de Felipe II de 1579 se responde: “Esta villa tiene por armas un castillo entre una encina y un pino, porque antiguamente tenía un castillo, del cual hay hoy señales, y el pino y encina por la abundancia que de ellos había”.
BIBLIOGRAFIA:
- Viajes a España. Prosper Mérimée. El libro Aguilar. Aguilar de Ediciones. Segunda edición, Madrid, 1990.
- Castillos y Tradiciones feudales de la Península Ibérica (1870), Bisso, J. Guía Monumental y Artística del Viajero en España, Madrid
- Carmen. Prosper Mérimée. Biblioteca EDAF. Sexta edición, 2024.
- Teatro de Clara Gazul. Prosper Mérimée. Cátedra. Letras Universales. Madrid, 2013.
- Historia de Don Pedro I rey de Castilla. Prosper Mérimée. Editorial Renacimiento. Sevilla, 2011.
- Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de Ultramar por Pascual Madoz. https://www.diccionariomadoz.com/belmonte-7/Cuenca/
- Recuerdos y bellezas de España: obra destinada para dar a conocer sus monumentos, antiguedades, paysages etc., en láminas dibujadas del natural y litografiadas por F. J. Parcerisa y acompañadas con texto por P. Piferrer, Parcerisa, F. J. (1803-1875) Piferrer, Pablo (1818-1848) Quadrado, José María (1819-1896) (1839 y 1865). Barcelona : Imp. de Joaquín Verdaguer.
- Relaciones de pueblos del obispado de Cuenca hechas por orden de Felipe II, 2 vols. Por Julián Zarco Cuevas .Cuenca, Imp. del Seminario, 1927, Biblioteca Digital Hispánica (https://www.bne.es/es/catalogos/biblioteca-digital-hispanica).
- https://dalmacio.fortunecity.ws/asocia/asocia18.htm