Se había cerrado el siglo XIX con una amarga derrota ante una pujante nación industrial, Estados Unidos. España perdía sus últimos territorios de ultramar y quedó casi en lo que es ahora, si exceptuamos las colonias africanas. Toda una generación de escritores y pensadores tendría como centro de reflexión el desastre de 1898, y trataría de marcar el camino de la reconstrucción material y anímica. La generación del 98 influyó, así, en todos los aspectos de la cultura nacional, labor en la que tuvo un papel destacado la Institución Libre de Enseñanza, cuyo trabajo será tema de atención en otro momento.
La población, cada vez más escasa, envejece poco a poco y emigra. Había en 1900 poco más de 18 millones de habitantes. Una provincia como Cuenca tenía una densidad de población de entre 28 y 40 habitantes por kilómetros cuadrado, y no era de las peores. La economía se basaba en un sistema agrario anquilosado: vastos terrenos poco productivos, núcleos industriales escasos y muy localizados en contadas regiones, depreciación de la peseta. Esto conduce a un desequilibrio respecto a Europa, donde la revolución industrial sí triunfó, así como a un predominio aplastante de las clases bajas (71,5%) frente a una nobleza y un clero poderosos (16%) (1). Un buen caldo de cultivo para las tremendas convulsiones del primer tercio del siglo XX.

El sistema educativo no era ajeno a la pugna ideológica relacionada con la vida española. Secularización, laicismo y neutralidad frente a dogmatismo y confesionalidad. Aún se creía en el humano como el ser superior de la creación, aunque los hombres dependen unos de otros y están relacionados por la solidaridad, que es el camino hacia el bienestar y nos enseña que es deber de todos cooperar al bien de cada uno. Esta es la matriz de una asociación que, lejos de coartar la libertad individual, invita a sacrificar el bien personal en aras del colectivo. Tal es el sentido de una mutualidad escolar, una agrupación de niños o niñas creada con el fin primordial de educarles en el ahorro, la previsión y la asociación.
Las mutualidades fueron establecidas por Real Decreto de 7 de julio de 1911, siendo aprobada su reglamentación el 11 de mayo de 1912. Eran asociaciones formadas por alumnos bajo la dirección del maestro o maestra que pretendían promover el ahorro para constituir un fondo común a través de cuotas voluntarias, donativos y subvenciones con fines de previsión para la formación de dotes, pensiones de jubilación, ayudas en caso de enfermedad o fallecimiento, bibliotecas, cantinas escolares, etc., participando en su gestión el Instituto Nacional de Previsión y las Cajas de Ahorro (2). En 1920 se determinó la obligatoriedad de que todas las escuelas tuvieran esta institución y, como complemento, podían establecerse otros servicios, como la realización de excursiones escolares, colonias de vacaciones, roperos, etc.

La mutualidad escolar, generalmente una para la escuela de niños y otra para la de niñas, debía poner a la escuela en relación estrecha con el medio en que vive, suscitando y organizando el concurso y ayuda a la obra escolar por parte de autoridades, padres y amigos. El director de la mutualidad sería el maestro —si la escuela era unitaria— o el director de la escuela —si era graduada—. Todos los niños habrían de intervenir activamente en la redacción y cumplimiento de un sencillo reglamento de deberes y actividades que regulaban la vida escolar (mantenimiento de la disciplina, cuidado del ornato de la escuela, protección de los más pequeños, organización y desarrollo del trabajo escolar, etc.). De esta forma, la mutualidad escolar desempeñaba una importante labor educativa, por cuanto era capaz de cultivar, ejercitar y desarrollar todas las facultades físicas, intelectuales, sociales y morales del niño.
Una de las funciones asignadas a las mutualidades era la de crear y organizar cotos escolares de previsión, que tenderían a completar la educación y la base económica y social de la mutualidad, mediante el trabajo reproductivo y en cooperación, dentro de lo que permitiera el desarrollo de los niños; a vitalizar el contenido de los programas y de las tareas escolares; a practicar y difundir los procedimientos y métodos de la época en las actividades propias del coto.

Los orígenes de los cotos escolares de previsión se hunden en el régimen corporativo de la Edad Media; sus raíces están en aquellos gremios de artesanos y comerciantes que, legalmente constituidos, destinaban una parte de los beneficios obtenidos por el trabajo colectivo en fines de previsión para sus socios y allegados, pagando socorros de enfermedad, fallecimiento, pensiones a viudas y huérfanos, etc. (3)
El coto escolar podía tener carácter apícola, sericícola, cunícola, agrícola, frutícola, forestal, industrial, artístico, etc. El coto, sin embargo, podría comprender una o varias de esas actividades. Para muchas escuelas lo más fácil podría ser el coto a base de trabajos en madera, modelado, encuadernación, repujados en cuero, etc. La gran mayoría de cotos escolares creados en la provincia de Cuenca eran de carácter forestal, plantaciones de bosques, generalmente chopos, en las afueras de los pueblos, en cuya gestión y repoblación colaboraban el Ministerio de Agricultura por medio de la Subdirección de Patrimonio Forestal del Estado. Cuanto mayor fuera el número de actividades que abarcase el coto, mayores serían sus posibilidades educativas. La organización periódica de veladas literarias podría dar origen a una gran variedad de actividades infantiles y rendir un producto económico, quedando todo integrado en la organización de la mutualidad y su coto. En las escuelas urbanas se crearon cotos industriales (imprenta, carpintería, juguetería, etc.), artísticos (guiñol, música, etc.) y de labores manuales (repujado, bordado, etc.).

La guerra civil no constituyó paréntesis alguno para la creación de mutualidades y cotos escolares. Sucesivas Órdenes Ministeriales de 1944, 1950 y 1951 revisaron los fines de un coto escolar de previsión, estableciendo el destino de sus productos:
a) un 30% que sirva para la constitución de dotes infantiles a todos los asociados;
b) un 30% para engrosar el fondo disponible para socorro de enfermedad o para cantina o ropero escolar;
c) un 25% que quedará a la libre disposición del maestro en recompensa al trabajo de dirección y administración que la gestión del coto le supone.
El 15% restante se destinaría a fines escogidos libremente, en cada caso, por la Junta de Gobierno del coto, entre los que cabe indicar estímulos a los afiliados más perseverantes, socorros de vejez, libretas de ahorro u otros.
¿Cuál era el capital social de una mutualidad escolar? Estaría formado por las cuotas de entrada de los socios, así como por sus cuotas semanales, las suscripciones de socios protectores y honorarios, los intereses de los fondos invertidos, donativos y subvenciones y los propios beneficios del coto escolar una vez creado. La cuota de entrada era establecida por la Junta de Gobierno. En los años 50 los socios mutualistas debían pagar 2 pesetas, como en las mutualidades de Cañete, o 5 pesetas como mínimo, caso de Valtablado de Beteta. La cuota semanal era de 0,25 pesetas, que serían destinadas total o parcialmente a contratar una dote infantil, liquidable entre los 20 y los 25 años del socio. El reglamento de la mutualidad añadía la posibilidad de invitar a los mutualistas a que, si sus medios económicos se lo permitían, impusieran un pequeño recargo sobre sus aportaciones, a fin de contribuir a la constitución de un fondo de solidaridad destinado a satisfacer las cuotas de aquellos afiliados sin medios de fortuna. En algunos casos, tras el fallecimiento de un socio la mutualidad abonaba a la familia la cantidad de 5 pesetas en concepto de subsidio funerario. Para tener derecho a los subsidios de enfermedad y funerario era preciso que el socio llevase 10 meses por lo menos de inscripción a la mutualidad, así como hallarse al corriente en el pago de sus cuotas.

La escuela rural ha sido la predominante en nuestro país hasta los años sesenta del siglo pasado. Eran, fundamentalmente, escuelas unitarias de un solo maestro o maestra con niños o niñas desde los 5 a los 13 años, que en la década de los 30 constituían más del 80% del total. Desde el Ministerio de Agricultura se fomentó la creación y funcionamiento de cotos de carácter agrícola y forestal, cotos que ocuparon terrenos cedidos por las corporaciones locales y que podrían ser repoblados. Servirían, por tanto, no solo como fuente de recursos, sino para fomentar un amor especial al árbol, al campo y al ambiente rural, valores que, de algún modo, se han venido perdiendo hasta la actualidad.
(1) Sánchez García-Saúco, J.A.; Centeno, E.; Gallifa, J.; Sánchez-Gijón, A. (1977). Geografía e Historia de España y de los países hispánicos. Santillana, Madrid.
(2) López Martínez, J.D. y López Banet, L. (2017). Cotos escolares: espacios educativos para la enseñanza De las ciencias en la escuela española del siglo XX. Bordón. Revista de Pedagogía, 69 (3), 161-174
(3) Peñuelas Cacho, F. (1928). La mutualidad escolar como medio de educación moral y social. Instituto Nacional de Previsión, Madrid.