“Aquel es el río Xúcar, que al contrario
Del Tajo nace en la misma sierra,
Y por torcida senda y curso vario
De Castilla á Valencia se destierra :
Allí en Huélamo nace, aquí voltario
A Cuenca dentro de su rosca encierra”
Fragmento del poema heroico “El Bernardo” de Bernardo de Balbuena (1624)
Si hay algún espacio que marca la historia de las civilizaciones y el futuro de los pueblos, esa es la frontera. Esa línea imaginaria que separa árboles, campos, caminos y, por consecuente desgracia, gentes. Pero como hilos de aire a través de una puerta cerrada, gotas de agua entre las oquedades de la piedra o una planta que rompe el cemento, aparecen vías libres que se cuelan por estas fronteras.
Este es el caso del camino que conecta las tierras de Albarracín con las de Cuenca cruzando los Montes Universales. En esta cadena montañosa, cuyo nombre hace referencia a ser “común” y de uso para todas sus gentes, se alberga el nudo hidrográfico – Tajo, Júcar, Cabriel o Guadalaviar – que irradia agua a todas las tierras peninsulares. Otros dirían que por ello toma este nombre de carácter universal.
Desde tiempos remotos, este camino es fuente de paso y de comercio. También un punto estratégico militar que en época medieval separó la frontera entre Castilla y Aragón. Tras pasar por alto el Puerto del Cubillo se dejaba caer por el barranco del Judío siguiendo el curso del sincero río Almagrero, hasta aterrizar al paraje conocido como Herrería de los Chorros. Y es aquí, en estos frescos prados al abrigo de las sierras, donde desemboca Aragón en Castilla y florece Huélamo. Huélamo, ese teatro enclavado sobre la ladera del joven Júcar que atesora la esencia serrana del ocaso y mantiene la silueta defensiva de parecer querer esperar algún ejército a la primera luz del alba.
Su término está flanqueado por sierras y empapado por agua. Los ríos dibujan su entorno. En su vientre nace el verdadero Júcar, el que tras tomar las aguas de los ríos Almagrero y Valdemeca se engrandece y comienza a abrir la historia de esta tierra. En las alturas, las Sierras de Valdeminguete, de la Madera y de Valdemeca amurallan de forma laberíntica al pueblo de Huélamo.
En este entramado de madera y agua brota Huélamo. Sus orígenes, como todo lo que proviene de la humana humildad, es incierto. Seguro que diferentes civilizaciones y cientos de generaciones caminaron por estas tierras, pero no es hasta el siglo VII, perteneciendo a la Diócesis de Valería, cuando comienza a forjar una de las historias más antiguas y salerosas de la provincia. Y es que germina, con el nombre de Walmu, sobre el gran peñón en época musulmana donde se asentó el castillo y que convirtió al municipio, junto a Huete y Uclés, en una de las fortalezas principales de Cuenca. En esta época es citada por cronistas e historiadores árabes como Al Himyari o El Dikr y se habla de una fuente de agua estancada que, al acercarse y gritar, se hincha y se pone a hervir “como el agua de una marmita en el fuego”.
Cae en manos cristianas antes de 1175 por las tropas de Alfonso VIII y, una vez conquistada, es entregada a los Caballeros de la Orden de Santiago. Debido al punto caliente y tierra de nadie donde se encuentra, pasa a la Corona de Castilla. A su vez forma parte del obispado de Albarracín. Por tanto, Huélamo no cesa de sufrir durante los siglos XIII, XIV y XV un incesante murmullo de inminentes ataques y rumores de batallas al servir de frontera entre los dos grandes reinos de Castilla y Aragón.
No es hasta 1469, con la unificación de los reinos de Castilla y Aragón, cuando realmente se tranquiliza el conflicto. Será el siglo XVI el que, como a gran parte de la provincia, traerá la aparente calma y las grandes historias de Huélamo. Es la edad de oro de la oveja merina y su preciada lana que se tradujo en una industria textil única en Europa. Muchos de estos finos vellones procedían de sus prados. Es también el de las grandes figuras huelameras como Juan Romero que se aventuró, con gran fortuna, hacia América y Julián Romero de Ibarrola, figura insigne de la época, maestre de campo y capitán de los tercios españoles en Flandes que fue inmortalizado en la pluma de Lope de Vega y Montaigne. También en el pincel de El Greco. Además, Huélamo es mencionado minuciosamente en las Relaciones topográficas de Felipe II de 1576. Es curiosamente, en este documento donde se narra el comienzo de la decadencia interminable, hasta nuestros días, de Huélamo: “No es tierra de labor, sino de ganado fino, del que había hace seis años, siete mil cabezas, y sólo han quedado cuatro mil; […] Así es que el diezmo, que valía dos mil ducados, este año ni trescientos.”
Desde entonces, todo va cuesta abajo. El siglo XVII hunde la economía ganadera y por ende, la industria textil. Huélamo afectado por esta crisis socioeconómica, paralela a la del propio país, comienza su interminable ocaso. El pueblo, ante una ausencia de poder social férreo, pasa de mano en mano de apretados marqueses. Aún así, el pueblo sigue viviendo de sus legado ganadero y del Júcar como muestran los datos del Catastro de la Ensenada donde se muestra que el 60 % de la superficie siguen siendo pastos y los altos ingresos anuales, 10 841 reales, de sus molinos harineros.
En el siglo XIX, siguiendo la inercia histórica, sobresale de gran valor el documento de Noticias Conquenses de Torres Mena en 1878 donde se describe la historia, la situación y las actividades de la época de Huélamo y además rescatando parte de la descripción de las Relaciones Topográficas de Felipe II. En 1940 se mantiene la aún la población de finales del siglo XIX que llega a los 755 habitantes entre el pueblo (678) y las aldeas anejas: el rento Fuente del Pié (8), la Herrería de los Chorros (9), el Molino (4), el Caserío de la Serna (21) y la Venta de Juan Romero (35). Desde entonces hasta la actualidad, la economía y demografía de Huélamo sucumbe. El implacable éxodo rural, que comenzó en los años 60, ha dejado en el censo de 2021 una población envejecida de 73 habitantes y las pequeñas aldeas como fantasmas en ruinas.
Todos estos sucesos se desarrollan en un laberinto de callejuelas empinadas, escalinatas y casas construidas con arenisca roja, tal como describe Torres Mena, que en la actualidad se han transformado en fachadas blancas como nieve imperecedera. Hoy sólo los rojizos tejados quieren recordar estos materiales tradicionales de construcción. El pueblo se agarra, como musgo a la corteza, alrededor del promontorio rocoso del antiguo castillo y la plaza de toros, que un día fue el antiguo corral de concejo. También destaca la iglesia de la Asunción, las varias ermitas y a cierta distancia, los altivos miradores de vistas ensoñadoras del paisaje serrano.
Entre tanto un sinfín de parajes cada vez más condenados al olvido: Los Majales, Los Vallejuelos, Hoya de los Filangas, Valdonarre, Peña Rubia, El Horcajo, Prado de la Peña… El pueblo y sus gentes han bebido y tejido su historia, sus oficios, sus conocimientos y sus vidas entrelazados a este bello escenario. Pero si hay dos sectores que han llevado y tejido la idiosincrasia de este lugar son la madera y la lana. Si hay dos elementos esenciales para comprenderlo son el agua y el monte.
El agua es el protagonista por antonomasia. Huélamo atesora la confluencia de tres grandes ríos serranos y la cercanía al mayor nudo hidrográfico de la península ibérica. Pare, en términos hidrológicos de caudal, al verdadero Júcar, tras unir al Almagrero en la Herrería de los Chorros y el Valdemeca en la Finca de la Serna. A estos dos parajes en mayúsculas, hay que sumar la Venta de Juan Romero, pequeña aldea abandonada de gran solera histórica, donde ya el Júcar toma soltura y bravura. El agua, dispersa por vallejos y barrancos, aflora en más de cincuenta fuentes y manantiales, algunos salados termales, o “salobrales”, como el de Fuencaliente.
Los montes circundantes a Huélamo, coloreados por el boj o “buje”, quejigos y extensos pinares, son recurso básico para el hogar del ser humano. La madera que alienta el calor de los largos inviernos y el origen de tantos oficios. Eran los hacheros, oficio puramente serrano, quienes tras derribar los altos pinos se encargaban a través de los procesos de la corta y de la labra de dejar, tal como cita Torres Mena en 1878, los troncos “en disposición de venta, ya sea con destino á los almacenes ó depósitos, ó bien para las conducciones fluviales.”
Y son estas conducciones fluviales, las conocidas como maderadas, la que une al monte con el agua y propicia quizás el oficio más ilustrativo e ilustre de esta tierra. El ganchero, con su osada habilidad, comenzaba aquí en Huélamo la quijotesca aventura de descender los troncos a tierras bajas. Esta temeraria y voluminosa actividad tenía su origen en las aguas del río Valdemeca y en la Herrería de los Chorros para a continuación, recibir el principal embarque en la Venta de Juan Romero desde donde los gancheros, con el Júcar rebosando de troncos, marchaba sin dificultades hasta llegar al puente de Uña. Otro oficio de gran importancia eran los carboneros quienes con paciencia y frío convertían la savia en carbón. Curiosidad es que este carbón era utilizado, entre otros usos, para la herrería de la Barrosilla, donde, a finales del siglo XIX aún se forjaba hierro barreado que era posteriormente vendido en Cuenca.
El mencionado paraje de la Herrería de los Chorros es puerta y corazón de Huélamo y de la misma Serranía conquense. Además de ser inicio de las maderadas, es aquí, por donde discurre la Cañada Real de los Chorros o Conquense. ¿Cuántas generaciones de pastores no habrán sufrido las inclemencias del tiempo para bajar a las tierras de sabor andaluz? ¿Cuántas pezuñas no habrán dejado su huella entre la frescura de estos prados? Además, el término es atravesado por el Cordel de Huélamo que, según apeos antiguos se consideraba una cañada, bordeando el Júcar desemboca en el Prado de los Esquiladores. Ganadería, motor y vida de Huélamo, conectada con Andalucía. Aún hoy, a pesar del viento del tiempo, los ganados de Alicia Chico caminan por estas sendas ocultas de todos y de nadie.
El camino militar de Albarracín a Huélamo y la frontera entre los reinos de Castilla y Aragón no son sino una consecuencia de la importancia socioeconómica de esta zona. Los pastos, la madera y el agua, petróleos de antaño, fueron recursos naturales de gran valor y poder. Por ello, modelaron la propia historia y han condicionado disputas por estas zonas montañosas junto al nudo hidrográfico más importante de la península. Sin embargo, las ovejas, vacas o cabras trashumantes nunca comprendieron estas líneas imaginarias dibujadas con sangre. Tampoco los troncos de los pinos que nadaban hasta Aranjuez o la costa valenciana. Quizás son llamados Montes Universales por ello, porque estos elementos naturales conservan el espíritu apátrida de la naturaleza. En cierta parte, siempre serán Universales. Huélamo también.
Este artículo forma parte del proyecto “La Ganadería en Huélamo. Estudio y documentación de las infraestructuras tradicionales ganaderas del municipio de Huélamo”, desarrollado por Vestal Etnografía, y financiado por el Ayuntamiento de Huélamo y la Diputación Provincial de Cuenca.
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