Belmonte es tierra con tinta escrita. Tierra de pan, vino, aceite y ganados donde se escribieron algunos de los pasajes más relevantes de la historia de Castilla durante los siglos XIV y XVI. Entre arados y rejas, hoces y trillas, búcaros y tinajas, quesos guardados en aceite y el rumor constante de cencerros deambularon Don Juan Manuel con su Conde de Lucanor, el Marqués de Villena con su intento de hundir el ascenso de Isabel I de Castilla, Fray Luis de León con su ascética pluma y Cervantes con sus Sanchos y Quijotes.
Pero su verdadera historia se adapta al terreno que habita. Ubicado en uno de los bordes de la llanura manchega, a Belmonte lo flanquean suaves montes como últimos suspiros de la Serranía de Cuenca. Son estas estribaciones, las más al sur, de la Sierra de Altomira quienes lo separan del agua del río Záncara y de la eclesiástica tierra de Haro. Y allá, enfrente de sus ojos se abre a la Mancha más pura. El mar de La Mancha con sus casas de labor, corrales y chozos, caminos de polvo y molinos de viento.

Y a Belmonte lo preside su castillo, imagen viva de aquel pomposo pasado, construido por aquel Marqués de Villena en 1456. Su castillo, en el escudo nobiliario del pueblo, se levanta sobre un dorado campo, y entre una encina y un pino. Porque aunque sea el Castillo quien domina el paisaje, es el paisaje quien domina al castillo. Su monte, un día cubierto de pinos y encinas, miraban a un extenso campo dorado del estío y verde de la primavera. Ya en las Relaciones Topográficas de Felipe II (1579), unos años después de que Wyngaerde dibujara su inmortal dibujo, se dice que Belmonte“Se llamó así por tener un monte de grandes encinas y mucha belleza, de llano apacible y graciosos pastos”.

Bajo el imponente castillo, palacios, casonas, conventos, clérigos, pobres de solemnidad, jornaleros, pastores y campesinos. Tras las murallas y sus puertas, circulares y claras explanadas, a las que hoy se confundirían por rústicos helipuertos. Allí, terminaba la pomposidad clerical y nobiliaria y hablaba la vida de verdad. Eran estas eras donde culminaba el dorado campo; donde el grano, meses antes soñado por el labrar del arado, recién segado por la hoz, se divinizaba bajo el pedernal de la trilla; donde ya se sentía el olor del pan en el horno. Allí daba vuelta la estación, un año más pasaba y la vida volvía a sobrevivir.

Pero aunque fue el trigo, adusto dios de la vida castellana y de su sociedad, había otros ingredientes que daban sentido a la vida de Belmonte. Continúan las Relaciones Topográficas de Felipe II (1579) diciendo que en Belmonte“hay hoy abundancia de viñas. Cogen mucho zumaque y esparto; azafrán en cantidad notable; buena miel, sin duda, por la abundancia de yerbas medicinales”. Y, continúa, “hay en ella muchas huertas de hortaliza que se riegan a norias (…) cría esta tierra escogidas carnes, y principalmente las lanares (…) tiene caza de perdices, conejos, liebres, y no en abundancia”.
La divina adustez del terreno se completaba con una amplia variedad de productos. Y aunque es amplio este abanico, anotan las Relaciones que “antes tiene falta que sobra de recursos”. Variedad, sí; pero en su justa medida. Por ello, los primeros documentos medievales atestiguan las disputas por pastos y dehesas (1). Y es que la ganadería era cuna de leche, de queso, de corderos, de salon, carne adobada de la oveja vieja, y sinónimo de supervivencia. A ella y a la agricultura se aferraba Belmonte.

Cómo sumergidos en un ámbar, dos siglos después ni Belmonte ni Castilla han cambiado. Eso sí, huérfana de aquel esplendor nobiliario de los siglos XV y XVI, quedó embebida en un ambiente clerical entre ermitas y conventos y un esqueleto de pastores y labradores. Detalla el Catastro de la Ensenada (1752)“que en las tierras de este término se cogen al año los frutos de trigo, cebada, centeno, escaña, garbanzos, guijas, vino, aceite, azafrán, zumaque, hortaliza…”. A ellos les acompañan ocho molinos de viento, cinco de aceite que “constan de muela, de mula y su viga lagar”, y cuatro molinos de zumaque. Los cultivos no habían cambiado.
Tampoco la presencia de ganados, especialmente ovinos. Dice, sobre la lana, que “en esta villa ni su termino hay constituido esquileo para los ganados y cada vecino ganadero lo practica en sus propias casas (…) cada ocho cabezas de ganado lanar que llaman vacío dará en cada un año una arroba de lana”. También aparecen pastos como los de las dehesas del Ardal, el Cerro Espartoso, la Moraleja o la Gotera. Y quedan mencionadas “ochenta colmenas” y sus correspondientes propietarios. Leche, queso, corderos y miel seguían, también, imperecederos.

También de esta época (1758) queda el documento sobre la Alimentación de los enfermos en el Hospital de San Andrés. En el capítulo cuarto dice que una ración ordinaria consta de “media libra de carnero, dos onzas de tocino o manteca, una taza de garbanzos mojados, la sal correspondiente, una libra de pan y un bizcocho para la hora del refresco”. A aquellas dos onzas de tocino o manteca se aferraba la supervivencia. Secreto salvador guardado entre las paredes de la casa, entre las tapias del corral. La única corte que quedaba, la corte donde los mayordomos son gallinas, los tapices viejos aperos y los salones, cuadras: la corte del gorrino.
En el corral y la corte del gorrino se depositaba la esperanza y el futuro que salvaguardaba y atravesaba el tiempo. Daba igual el siglo XIV, que el XVIII que incluso el mismísimo siglo XX. El cerdo sagrado significaba todo. De él venia el tocino, el lomo, el chorizo, o la morcilla, y si era necesario se comían hasta sus andares. Por ello, su muerte, era una muerte familiar y querida, más sentida que la del más ilustre cortesano. Y, para divinizarlo, cada 17 de enero, un inmaculado gorrino, entre caballitos de confite, sequillos de cañamones y botas de zurra, sostenía a San Antón entre las calles de Belmonte.

Pero si salvador y providencial era el corral, precisas eran las huertas. La rambla que baja por la Plaza del Pilar regaba, extramuros, fértiles tierras donde se sembraban, ancestralmente, lechugas, nabos, ajos y cebollas, y con la venida de los siglos tomates, pimientos o patatas. Es curioso, e ineludible, el documento que atestigua la llegada de las patatas a Belmonte en el cual un vecino de Belmonte explica, en el Semanario de Artes y Agricultura del año 1798, se había sembrado y cosechado un gran número de patatas, las cuales antes se sembraban muy pocas e ignoraban sus propiedades (2). Más curioso es imaginar la fuerza “tradicional” que tiene hoy en día la tortilla de patata, o en nuestra región castellano manchega, el ajo arriero.

Y, con aires innovadores en un escenario medieval, se abre el siglo XIX. Tras la creación de las provincias, 1833, y los Partidos Judiciales, en 1834, Belmonte se convierte en cabeza de partido de la provincia de Cuenca. Veinte años después, el Diccionario Geográfico de Madoz explica que las producciones de Belmonte “son 1,500 fan. de trigo, 4,000 de centeno, igual cantidad de cebada , 2,000 de avena, aceite y vino en muy corta cantidad” y, además, ”sostiene unas 1,000 cabezas dé ganado lanar, con el mular necesario para la labranza”. Para entonces cuenta con seis molinos harineros y cinco “prensas” para extraer el aceite, y se mencionan oficios como cardadores y tejedores para el trabajo de la lana.
Nada cambia. La llanura manchega sigue esquilmada y apenas quedan sombras bajo las que acogerse del lacerante sol. ¿Espera, duerme ó sueña? Ganado, vino, aceite, legumbres y trigo como sustento humano; cebada, centeno y avena para alimentar gorrino y caballerías; y unas hortalizas estacionales que, ahora con tomates, pimientos y patatas, endulzan con nuevos sabores y parecen ensoñar otros tiempos mejores.

Y fue el siglo XX el que cambió todo. Y lo cambió en todos los sentidos. Hizo más mísera la miseria que aún se recuerdan: tiempos de Cartillas de Racionamiento, de pedir prestado, de dejar fiado el pan del horno, de granos de cereal de estraperlo, de aires de mala ralea. Y, luego, de un modo fulminante y casi imperceptible, sentenció aquel modo de vida milenario y trajo años de bonanza, de vida sana y cómoda con la implantación de la mecanización de la agricultura. El campesino se convirtió en agricultor y la ciudad trajo el futuro, aunque también se llevó a la gente.

Ahora apenas quedan ganados, pocos son los corrales. Es tiempo de supermercados e incluso el devoto mercado de los lunes empieza a decaer. La viña y el vino manchego ha vencido al sagrado cereal y se ha adueñando de la tierra. La mecanización fue dejando a los animales de carga y la falta de atención y cuidado de la ganadería extensiva, su desaparición. Por ello, la siempre querida fiesta de San Antón fue perdiendo su importancia. El paisaje se transforma y los ojos que lo miran, también.
Pero, sin embargo, vive la gastronomía y el turismo su edad dorada. El pueblo, sus restaurantes y su equipo corporativo reivindican la memoria y buscan en las recetas el sentido del campo y la tierra. La gente mayor atesoran las historias, las recetas, y los mapas nos hablan de viejos parajes como Los Colmenares, Salto de la Liebre, Cañada Conejera, El Cepar, Cerro Espartoso, Rambla de las Huertas, Tornajuelo y Senda de la Olivilla. Y la foto, casi de ayer, de 1955, donde aún se observa el cuerpo de aquel Belmonte del siglo XVI o del XVIII con sus eras, sus corrales y sus huertas.

Contrasta aquel Belmonte que “se llamó así por tener un monte de grandes encinas y mucha belleza, de llano apacible y graciosos pastos” con el de Torres Mena, tres siglos después, “en cuya superficie apenas descuella alguna eminencia notable”.
Y por un momento, aflora aquel pensamiento de que era cierto aquello que mientras el mundo cambiaba, Castilla seguía sumergida en un ámbar. Aquella España romántica de acentos moriscos, de enhiestos castillos, de hidalgos que soñaban con ser caballeros. De aquella feliz y alegre podredumbre de arado y ganados, de polvo y barro, de lumbre y corral. Una tierra escrita con tinta de cereal, ganados y legumbres que hoy lucha y sueña por volver a estar en el mapa.

(1) Los pastos en estas tierras siempre fueron motivo de disputa. En 1486 Al licenciado Ambrosio de Luna, a petición de la villa de Las Pedroñeras, sobre ciertos términos que le fueron adjudicados por D. Jorge Manrique al reducirse a la obediencia de sus altezas y que pretende usurparle la villa de Belmonte. Ejemplo también es el proceso que se abre en 1541 por La villa de Belmonte contra vecinos de Villaescusa sobre luchas con muertes, por ganados y pastos (Archivo de Simancas)
(2) “yo en esta villa (de Belmonte), que es una de las principales del obispado de Cuenca, procuro extender y evidenciar la utilidad del Semanario, y en efecto, en este año ha habido una cosecha de patatas (criadillas llaman en este país) muy excesiva, (que antes se sembraban muy pocas) con muchísima utilidad de los pobres: con ellas alimentan ya a los cerdos y las gallinas, lo que antes ignoraban, y con ellas hacen pan de buena calidad, lo que ni aun habían oído: un ilustre caballero de esta villa (Don Ignacio de Mena y Montoya), cuya caridad no tiene límites, da diariamente mas de cincuenta panes de limosna, sin otras; y segun van aumentando las necesidades, va aumentando la caridad; y para suplir tan excesivo gasto manda hacer el pan con la porcion de criadillas que corresponde a la harina, segun el metodo del Semanario, y sale de tan buena calidad que puede presentarse en cualquier mesa de cumplimiento, y los que ignoran esta mezcla no conocen si es de harina de trigo sola”
BIBLIOGRAFÍA
- Carta de Belmonte en La Mancha y Advertencias sobre patatas. Semanario de Agricultura y Artes : dirigido á los párrocos de orden superior (1798), Tomo 3,:62-64. Título: Nº 56 (2ª parte).
- Castillos y Tradiciones feudales de la Península Ibérica (1870), Bisso, J. Guía Monumental y Artística del Viajero en España, Madrid
- Cuestionario de Tomás López. Biblioteca Digital Hispánica / Biblioteca Nacional.
- Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de Ultramar por Pascual Madoz. https://www.diccionariomadoz.com/belmonte-7/Cuenca/
- Diccionario geográfico-estadístico de España y Portugal (1826-1829). Miñano y Bedoya, S.
- El Hospital de San Andrés de Belmonte. Mª Luisa González Sánchez. Doctora en Farmacia. https://dalmacio.fortunecity.ws/asocia/asocia2.htm
- La Vuelta a España. Grupo de literatos (1872). https://angelcarrascosotos.blogspot.com/2016/05/noticias-de-belmonte-en-la-vuelta-por.html
- Noticias Conquenses (1878). Torres Mena.
- Recuerdos y bellezas de España: obra destinada para dar a conocer sus monumentos, antiguedades, paysages etc., en láminas dibujadas del natural y litografiadas por F. J. Parcerisa y acompañadas con texto por P. Piferrer, Parcerisa, F. J. (1803-1875) Piferrer, Pablo (1818-1848) Quadrado, José María (1819-1896) (1839 y 1865). Barcelona : Imp. de Joaquín Verdaguer.
- Relaciones de pueblos del obispado de Cuenca hechas por orden de Felipe II, 2 vols. Por Julián Zarco Cuevas .Cuenca, Imp. del Seminario, 1927, Biblioteca Digital Hispánica (https://www.bne.es/es/catalogos/biblioteca-digital-hispanica).
- Respuestas Generales del Catastro de la Ensenada (1752). Portal de Archivos Españoles (PARES).
- Viajes a España. Prosper Mérimée. El libro Aguilar. Aguilar de Ediciones. Segunda edición, Madrid, 1990.
- https://dalmacio.fortunecity.ws/asocia/asocia18.htm

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