“¡Oh lloroso Guadiana, y vosotras sin dicha hijas de Ruidera, que mostráis en vuestras aguas las que lloraron vuestros hermosos ojos!”
Quijote de Cervantes, Capítulo XXII, parte II
¿Bajo qué hechizo o cuento se formaron estas lagunas? ¿Fue soñado lo que el Caballero Montesinos contó a Don Quijote en las profundidades de su cueva? ¿O fue cierto que el mago Merlin transformó a Ruidera y a sus siete hijas y dos sobrinas en estos piélagos de agua? ¿O fue el asombro el que inspiró a la mano ingeniosa de Cervantes y convirtiera a estas nueve lagunas en inmortales?
Las lagunas de Ruidera brotan de la leyenda de la Cueva de Montesinos. Don Quijote, junto a Sancho y un primo humanista que los guiaba, contempló al descender por la soga un palacio cristalino donde lo esperaba el mismo Caballero Montesinos. Él le contó, tras enseñarle el sepulcro de su amigo Durandarte, como el terrible mago Merlin había encantado a más de quinientas personas y que sólo, en un acto compasivo, convirtió a Ruidera y a sus hijas y sobrinas en lagunas. Y, en una noche sin luna y poblada de estrellas, bajo la tenue luz de una vela de una venta, Cervantes así lo escribiera.

Pero, en realidad, fue el caer del agua, entre las piedras calizas, quien hizo brotar a estas perlas azules de Ruidera y dejó escrita la inmortal leyenda. Porque el agua, como una barrena, abre y agrieta a través del drenaje natural, la blanda roca carbonatada y la disuelve. Y como por arte de una oscura alquimia, afloran las lagunas de estas aguas. Un rosario de lagunas que no son más que un río entrecortado por muros blancos cargados de cal y restos vegetales.
Las lagunas de Ruidera se abren a través de dos puertas. Una a partir del arroyo Alarconcillo, que bajando del pueblo de Ossa de Montiel forma el legendario y sagrado triángulo que forman la Cueva de Montesinos, la Ermita de San Pedro (San Pedro de Sahelices) y el Castillo de Rochafrida. Es este enclave puerta de la Laguna de San Pedro, grande y serpenteante, que junto a su ermita, castillo, fuente, río y laguna es sinónimo de origen, devoción y misterio. Todo ello, protegido y bordeado con una alta muralla de monte espeso. Es un punto donde volar el misterio de la historia y la imaginación del presente.

La otra puerta se abre a través del río Pinilla, considerado en ocasiones el verdadero Guadiana, y que nace en la lejana Laguna Cenagosa. Este río forma algunas de las lagunas más bellas y más influyentes en el pasado de Ossa de Montiel. Es la Laguna Conceja, o del Concejo, larga y fluctuante que guarda en su nombre el común de la propiedad. La Tomilla, hasta el siglo XIX unida a la Conceja, es pequeña y de nueva formación. Y, por último, la Tinaja, imponente y que humilde quiere en su silueta guardar el vino del tiempo.

Y tras el zigzaguear del río Pinilla y el río Alarconcillo, se forma el esperado encuentro de las carbonatadas y sagradas aguas en la cola de la Laguna de San Pedro. Y después, comienza la aventura. Primero, la Redondilla, pequeña, honda y simétrica; luego viene la Lengua, extensa, fuerte y brillante bordeada con los blancos travertinos y los azules turquesa; y para consumar la epopeya, el trío de las tres lagunas, como tres hermanas, que tan parecidas son tan diferentes: la Salvadora, la Santos Morcillo y la Batana.
Desde allí, las lagunas alimentan el misterio del Guadiana. Aquel que Cervantes nombraba como escudero y que encantado por el mago Merlín fue convertido en un río que llegando “a la superficie de la tierra y vio el sol del otro cielo, fue tanto el pesar que sintió de ver que os dejaba, que se sumergió en las entrañas de la tierra; pero, como no es posible dejar de acudir a su natural corriente, de cuando en cuando sale y se muestra donde el sol y las gentes le vean.” Se refieren como al llegar al Castillo de Peñarroya, desaparece durante ochenta kilómetros hasta los llamados Ojos del Guadiana, cercano ya a las Tablas de Daimiel desde donde discurrirá “pomposo y grande” hasta Portugal(1).

Pero si fue Cervantes y el mismo Guadiana los que crearon un halo mágico, misterioso y atractivo a las lagunas, no hicieron lo mismo los documentos históricos y las gentes que ellas habitaron. Porque aunque todas ellas guardan un hechizo en su dibujo, en su nombre, en sus aguas o en su piel que la bordea, su historia y su aprovechamiento es tan mundana como el pasar de los días. Masas de agua, alejadas de la imaginación del pueblo, de recursos limitados, con propietarios y arrendadas.
Precisamente, en 1575 (2), décadas antes de que Cervantes escribiera su Quijote, se dice de la ribera del Guadiana que “es ribera lagunar desaprovechada por que no hay guertas ni arboledas mas de una guerta que se dice la Sacedilla que esta legua y media desta villa en la dicha rivera de Guadiana que tiene poca cantidad de arboles e frutales”. Sin rastro de la literatura, del hechizo y de la magia.

También quedan descritas las lagunas y sus usos. La Laguna Conceja pertenecía al pueblo de Ossa de Montiel era la laguna del pueblo como queda descrito al pertenecer a los “propios de esta villa” utilizada para pesca la cual también “es del concejo desta villa e le vale cada un año del arrendamiento uno con otro hasta diez ducados”.
Pero esto no ocurría con el resto, las cuales pertenecían, exceptuando la de San Pedro, a la encomienda de Santiago. Era la propia Orden la que la gestionaba y arrendaba como se declara al decir que “las siete primeras pertenecen a la encomienda de esta villa quien las tiene arrendadas actualmente a Antonio Oliber menor seglar vecino de esta villa”. Y la que falta, la Laguna de San Pedro pertenecía, en 1575, a “el Beneficio Curado de esta villa a quien esta agregado el de San Pedro, la tiene arrendadas D. juan Benitez Caballero, cura propio de la Parroquia de ella, a Juan del Charco menor y Andres Bascuñana, vecinos de esta villa seglares”.

Sigue en el siglo XVIII, la ausencia de literatura al describir las lagunas y sus usos. Son un revoltijo de documentos y mapas históricos asépticos y mundanales los que permiten saber sus nombres, comprender su estado y descubrir sus usos. En el Catastro de Ensenada, (1750-1756) se nombra las nueve lagunas: “la Colgada, la Burruncosa, Ibañez, Salvadora, Lengua, Redondilla, Tenaja, San Pedro y la del Concejo, situadas todas en la ribera del Guadiana, distante de esta villa legua y media”. De un tiempo a esta parte, sólo han cambiado sus nombres la “Burruncosa” por la Batana y la “Ibañez” por Santos Morcillo.
Además de nutrir molinos y batanes, su principal fuente de recursos era la pesca. Así, las lagunas de la Encomienda producían “la pesca de peces barbos y bogas, que en ella se hacen en los meses de marzo, abril, mayo y junio”; la laguna de San Pedro “les produce pesca de peces barbos y bogas que en ella se hace en los cuatro meses referidos” y la laguna Conceja “les produce pesca de peces barbos y bogas que en ella se hace en los cuatro meses referidos”.

Por tanto, los verdaderos protagonistas son los barbos (Luciobarbus bocagei) y bogas (Chondrostoma polylepis). Para pescarlas habría diferentes técnicas. Como ejemplo, Clemente y Rubio (3) anota que las raíces machacadas del torvisco sirven para embobar a los peces. El torvisco, abundante en los alrededores, podría haber sido utilizado por los pescadores de Ruidera, así como estos mismos usaban los abrigos formados en las barreras tobáceas.
Y si su principal recurso acuático era la pesca, también lo fueron sus márgenes y orillas. Aquí crecía la enea (Typha sp.) y el cañizo (Arundo donax). Plantas amantes del agua y discretas al ojo del caminante. Con el cañizo, y yeso, se construían las techumbres tradicionales de las casas, lo que es conocido como el cielo raso, mientras que con la enea, o espadaña, tras secarla y prepararla servía para “ensoriar” sillas (4).

Pero eran los molinos harineros y batanes los protagonistas del cauce. Y, atendiendo a esto, Juan de Villanueva elabora, en 1782, el “Plan Geographico” para el gran proyecto de construir el Canal del Gran Prior. Aquí además de mencionar a las lagunas, hace un detallado dibujo donde señala la ubicación de los molinos y batanes. Pocos años más tarde (1786-1789) las Relaciones de Tomás López quien describió de nuevo los nombres, las medidas y los molinos de las lagunas.
En el siglo XIX las desamortizaciones arrebataron las lagunas a la Orden de Santiago y las entregaron a manos privadas. Desde entonces se establecieron cotos particulares de caza; se comenzaron a instalar centrales hidroeléctricas como la del Ossero, Ruipérez y Santa Elena; e incluso intentos de plantaciones de arroz. Los formatos de negocio habían cambiado.

Y, al mismo tiempo, se fue abandonando la pesca, el trabajo de la enea y se fueron afamando las lagunas. Sus desiertas orillas por casas de verano. Sus despeinados carrizales por muchedumbres de bañistas. Su silencio por recreo y ocio. Las aguas oxigenadas por agua más turbias. Los barbos y bogas por carpas y lucios. Un fulgurante turismo que tuvo que ser controlado a través de la declaración, en 1979, como Parque Natural.
Como esquela de los retazos de los viejos tiempos, recuerda Soledad dos imágenes: su primo “Centellas” vendiendo en bicicleta las bogas que había pescado en las lagunas y aquellas mujeres sentadas trenzando enea, en la esquina Carrilera, para los asientos del cine de Barvino. Tiempos que se iban fundiendo y confundiendo.
Las lagunas de Ruidera bien podrían haber brotado de la leyenda de la Cueva de Montesinos y haber sido aquellas hijas y sobrinas de Ruidera transformadas por Merlin. Bien todo aquello que le contó el Caballero Montesinos a Don Quijote podría haber sido cierto. Lagunas de Ruidera que fueron la imagen que le vino a nuestro caballero andante al llegar a Barcelona y contemplar por primera vez el mar.
Pero, aunque inundadas por la magia de la literatura, fue el agua quién se inventó y escribió sus leyendas. En el curso del agua reside una pluma o un cincel que viste, con un hechizo aventurero y un juego literario, la paciente, interminable y maravillosa obra de la naturaleza. Y el ingenio de Cervantes supo ver esta historia en su reflejo.
BIBLIOGRAFÍA:
- Botella, J.V., Mateo Sanz, G. (2014) Referencias Etnobotánicas en la Obra de Clemente “Historia civil, natural y eclesiástica de Titaguas” Flora Montiberica 57: 24-30. ISSN 1138-5952 edic. digital: 1998-799X
- Castro, Carlos María de (1849). Reconocimiento del río Guadiana. Plano de Las Lagunas de Ruidera y su entorno. Madrid: Cartoteca Histórica Servicio del Ejército nº archivo 239.
- Coello, Francisco (1876). Mapa general provincia de Albacete. Escala 1/200.000. Madrid: Instituto Geográfico Nacional.
- Echegaray, Eduardo (1895). Informe acerca del Canal del Gran Prior. Madrid: Archivo General Ministerio de Fomento Legajo 654.
- Fidalgo, Concepción y González, Juan Antonio (2013a). «El entorno de las Lagunas de Ruidera en el siglo XVIII a la luz del Catastro de Ensenada y la cartografía de la época». CT Catastro, 77, 43-66.
- González, Juan Antonio; Ordóñez, Salvador y García, María Ángeles (1987). «Evolución geomorfológica de las Lagunas de Ruidera (Albacete, Ciudad Real)». Estudios Geológicos, 43, 227-239.
- I.G.N. (varios años). Mapa Topográfico Nacional 1/50.000 Hoja 788 El Bonillo. Madrid: Instituto Geográfico Nacional.
- Madoz, Pascual (1845-50). Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de Ultramar. Toledo: Junta de Comunidades Castilla La Mancha Facs. 1987.
- Marín, Juan Carlos (2007). El hombre y el agua de las Lagunas de Ruidera. Usos históricos, siglos XVI a mediados del XX. Tomelloso: Ediciones Soubriet.
- Ministerio de Fomento (1883). Itinerario del río Guadiana y de todos sus afluentes. Dirección General de Obras Públicas. División Hidrológica de Ciudad Real. Madrid: Archivo General Ministerio de Fomento Legajo 297.
- Rodríguez, Fernando y Cano, José (1987). Relaciones geográfico-históricas de Albacete (1786-1789) de Tomás López. Albacete: Instituto de Estudios Albacetenses Excma. Diputación de Albacete.
- Villanueva, Juan (1782). Plan Geographico de las Lagunas de Ruidera y curso que hacen sus aguas sobrantes con el nombre de río Guadiana. Madrid: Biblioteca Nacional Inventario 48906.

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